– Jim, sé que quieres reunirte con tu hijo, pero piénsalo. ¡No puedes salir de aquí como si tal cosa!
– ¿Por qué no se callan? ¡Aquí la gente intenta dormir!
El murmullo provenía de su izquierda. La sala de cine estaba totalmente a oscuras y no pudieron ver quién había hablado hasta que se acercó hasta ellos. Llevaba unas gafas de pasta con uno de los cristales rotos. Su fino bigote y su perilla estaban muy descuidados, al igual que su pelo. En el pasado debió de tener un aspecto muy universitario, pero semanas de trabajos forzados y las infernales condiciones de la sala de cine dieron al traste con él.
– Lo siento -se disculpó-. No quería ser desagradable, pero algunos de los tipos que están aquí les sacarían el corazón con una cuchara para quedarse con su ración de pan. No es conveniente molestarlos.
– Gracias por el consejo -dijo Jim-, pero no vamos a quedarnos lo bastante como para que quieran intentarlo.
– Sí, no he podido evitar oír eso. También deberían tener cuidado con decir esas cosas, aquí hay topos que venderían su alma a Schow sin pensárselo dos veces.
– ¿Cómo han podido llegar las cosas a este punto? -susurró Martin.
– No conozco toda la historia porque no soy de aquí -dijo el hombre-. Soy de Brooklyn. Me capturaron hace unas semanas, cuando iba de camino a Chambersburg. Tenía planeado llegar hasta los Apalaches y esconderme allí en algún lugar seguro. Un amigo mío decía que debería ir a los Hamptons, pero ya odiaba ese sitio antes de que empezase toda esta mierda. La opción de los Apalaches me parecía mejor.
– El campo y las montañas son tan peligrosos como las ciudades -le dijo Jim-. No crea que ahí estaría más seguro.
– Lo siento, ¿señor…?
– Thurmond. Jim Thurmond. Y él es el reverendo Thomas Martin.
– Yo soy Madison Haringa. Era profesor. Ahora no sé qué soy. Un hombre perdido, supongo. Pero vivo. En cualquier caso, parece usted bastante pesimista sobre nuestras posibilidades de sobrevivir, pero, si he oído correctamente, ¿va a arriesgar su vida intentando escapar de aquí para salvar a un amigo?
– A Danny. Es mi hijo. Sigue vivo y tengo que llegar a Nueva Jersey para encontrarlo.
– ¿Jersey? -Haringa tosió-. Señor Thurmond, si está cerca de la Gran Manzana, entonces está en la zona más peligrosa de todas. Ha dicho que el campo no es seguro, pero le diré una cosa: Nueva York y Nueva Jersey están hasta arriba de esas cosas. Los únicos espacios seguros de Jersey son sitios como Pine Barrens y las granjas.
– Imagino que Nueva York estará bastante mal -dijo Martin-, pero seguro que alguien consiguió salir, ¿no?
– No, que yo sepa -respondió Haringa-. No me he encontrado con ningún superviviente de Nueva York desde que me fui. Parece como si los no muertos estuvieran reuniéndose en la ciudad. Y he oído que se están concentrando en otros puntos, como si estuviesen creando ejércitos.
– Entonces me enfrentaré a un ejército, si es necesario -dijo Jim-. Pero en cualquier caso, tengo que irme.
Haringa suspiró.
– Señor Thurmond, ¿es que no me ha escuchado? Si tiene mucha, pero mucha suerte, le dispararán mientras escapa. Si insiste en intentar fugarse, es lo mejor que puede esperar, porque las alternativas de Schow son mucho peores.
– ¿Quién es Schow? -preguntó Martin-. ¿Y por qué no se rebela la gente?
– Por lo que he oído, esta unidad estaba asignada a la protección de Gettysburg. Pero cuando todo se vino abajo, los militares perdieron la cabeza, especialmente Schow. Al principio empezó como algo muy simple: impuso la ley marcial y un toque de queda y comenzó a seleccionar «voluntarios» para trabajar. Los ciudadanos aceptaron, ¿qué otra opción tenían? Era eso o los zombis. Cuando las cosas empezaron a desmoronarse del todo, la mayoría ya estaba completamente amansada.
– Son como ovejas -espetó Jim-. Tienen tanto miedo de defenderse que aceptan lo que les echen.
– ¿Y cómo iban a defenderse, señor Thurmond? No tienen armas. No pueden enfrentarse con palos y piedras a un enemigo que dispone de blindados y ametralladoras. Puede que sean más numerosos que los soldados, pero la balanza se igualaría en un santiamén. ¿Y si se rebelasen y acabasen derrocando a Schow y sus hombres? ¿Estarían a salvo? No. Sería aún peor. Pese a todas las atrocidades que esta gente ha cometido, los ciudadanos siguen vivos. Saben a quién se lo deben. Le sorprendería ver de lo que es capaz la gente con tal de sobrevivir.
– No, en absoluto. Porque movería cielo y tierra para salvar a mi hijo y eso es lo que pretendo hacer, señor Haringa.
Haringa negó con la cabeza, apesadumbrado.
Jim se lo quedó mirando.
– ¿Tiene hijos, señor Haringa?
– No, no tengo, pero…
– Entonces cierre la boca.
Todos permanecieron en silencio hasta que el profesor se dirigió a ellos e hizo un ademán para que se acercasen ellos también.
– ¿De verdad cree que su hijo está vivo?
– Lo sé.
– Entonces le ayudaré, pero tendrá que esperar hasta mañana por la mañana. No lo conseguirá de noche.
– ¿Cómo puede ayudarme?
– Apuesto a que les asignarán a los dos a la sección de saneamiento. Con esa herida en el hombro y teniendo en cuenta su edad, de momento no les asignarán trabajo pesado. Pese a la dureza de su trato, tratan de mantener vivos a los prisioneros, y no creo que vayan a forzar a dos recién llegados.
– Continúe.
– Yo también estoy en esa sección, recogiendo basura. Cuando estemos cerca de los límites de la ciudad, conseguiré distraerlos para que puedan escapar.
– ¿Funcionará?
– Lo más seguro es que no, pero llegarán más lejos que ahora. Es una opción bastante mejor que llevarse un tiro en la oscuridad.
Un ruido súbito los puso en alerta y Haringa desapareció entre las sombras. Jim y Martin fingieron estar dormidos, pero Jim mantuvo un ojo abierto.
– No funcionará.
La voz venía de arriba.
– Sé que no están dormidos, lo he oído todo. Su plan no funcionará porque tienen previsto trasladarnos a todos mañana.
– ¿Quién es? -preguntó Jim.
– Soy el profesor William Baker. No hace falta que se presenten, he estado escuchando su conversación todo el rato.
Martin volvió a sentarse y poco después se les unió Haringa.
– Usted también es nuevo -observó Haringa-. No le había visto antes.
– Mi compañero y yo fuimos capturados esta mañana.
Jim hizo crujir sus nudillos.
– ¿Dónde está su amigo ahora?
– Schow lo mantiene prisionero. Lo utiliza para chantajearme.
– ¿De qué demonios está hablando?
– Como les he dicho, planean realizar toda la operación mañana. Antes trabajaba en los Laboratorios Havenbrook, un complejo de investigación en Hellertown. Tan grande que podría contener un ejército entero sin problemas. Schow quiere convertirlo en su base permanente de operaciones y está usando a mi amigo como aval para asegurarse de que les lleve sanos y salvos hasta el interior del complejo.
– ¿Y eso? -bromeó Haringa-. ¿Los láseres de seguridad todavía funcionan?
– No se creería con qué dispositivos de seguridad está equipado el centro -respondió Baker-, pero ya le he explicado al coronel que la mayoría de ellos están inactivos.
– ¿Entonces para qué le necesita? -preguntó Martin.
– Schow cree que nos dedicábamos a diseñar y experimentar con armamento militar y quiere que le dé acceso a ese equipo.
Haringa se incorporó rápidamente.
– ¿Tiene acceso a esa clase de equipo?
– No.
– Pero finge que sí para que no maten a su amigo -dedujo Martin-. ¿Qué pasará cuando lleguen y descubran que no es así, profesor Baker?
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