Brian Keene - El Alzamiento

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Nada permanece muerto mucho tiempo. Los muertos están volviendo a la vida, inteligentes, decididos… y hambrientos. Huir parece imposible para Jim Thurmond, uno de los pocos supervivientes de este mundo de pesadilla. Pero el joven hijo de Jim también está vivo y en peligro a cientos de miles de kilómetros. Pese a las terribles adversidades, Jim jura que lo encontrará… o morirá en el intento.
Junto a un anciano sacerdote, un científico devorado por la culpa y una ex prostituta, Jim se embarca en un viaje a través del país. Juntos se enfrentarán a los vivos y a los muertos vivientes… y al aún más terrible mal que los aguarda al final de su viaje.
Novela ganadora del Premio Bram Stoker.

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Gusano se sobresaltó y gruñó al ver a Baker subiendo al vehículo de mando. Sus ojos expresaban una mezcla de terror y alivio. McFarland se encontraba a su izquierda, apoyando una pistola contra las costillas del joven con indiferencia. González estaba justo enfrente, con el asiento que estaba a su lado vacío. Schow indicó con un gesto que ahí es donde debía sentarse Baker.

Obedeció mientras tranquilizaba a Gusano.

– No pasa nada. Sólo vamos a dar un paseo. No van a hacernos daño.

El muchacho se tranquilizó, relajó los músculos y se reclinó en el asiento sin dejar de mirar a Baker.

– Confía en usted -observó Schow desde el asiento del copiloto-. Como si fuese su hijo adoptivo. Eso es bueno. Pero no vaya a traicionar esa confianza, profesor Baker. Tenga muy presentes las consecuencias.

– Soy un hombre de palabra, coronel. Espero que usted también.

– Su insinuación me resulta de lo más hiriente, profesor. -Se dirigió al conductor y preguntó-: ¿Silva, cuál es nuestra situación?

– El primer grupo está listo desde hace diez minutos, señor -informó-. Y el teniente Torres acaba de confirmarme que el helicóptero está en el aire, llevando a cabo un reconocimiento aéreo. Estamos listos.

Schow asintió.

– Proceda.

El convoy se puso en marcha.

* * *

– ¿A qué velocidad cree que vamos? -susurró Martin.

– Es difícil saberlo desde aquí -gruñó Haringa-. A unos sesenta por hora, más o menos.

El interior del camión era frío, y el aire rancio apestaba a orina y sudor. La herida en el hombro de Jim estaba curándose, pero aún le dolía.

En la oscuridad, alguien se tiró un pedo, tras el cual se oyó un coro de risas nerviosas y exagerados gritos de repugna.

– ¿Alguno ha traído una linterna? -preguntó alguien, seguido de más risas.

– Yo tengo una baraja de cartas -respondió una voz-. Aunque tampoco es que nos vaya a servir de mucho.

– ¿Alguien sabe qué está pasando? ¿Adónde coño vamos?

– Van a gasearnos -sentenció una voz enfrente de ellos-, como los nazis a los judíos. Van a gasearnos y darnos de comer a los zombis.

– ¡Chorradas!

– Nos van a reubicar en un centro de investigación científica en Hellertown. -Cuando resonó la voz de Jim, todas las demás callaron-. Schow quiere establecer una base ahí. La mayor parte del complejo es subterráneo y está mejor protegido que Gettysburg.

– ¿Y tú qué eres, un colaboracionista? -le desafió alguien.

– No, y si pudiese levantarme y estrangularte con mis propias manos por decir esa gilipollez, lo haría.

– Conozco esa voz. Eres el tío que se cree que su hijo está vivo. Te oí ayer por la noche.

– Sí, ¿y qué?

– Pues que eres tonto de cojones, nada más. Es imposible que el chaval siga vivo, así que será mejor que te vayas haciendo a la idea.

Jim se tensó y Martin le contuvo, extendiendo su brazo hacia la oscuridad.

Jim había pasado la noche madurando la posibilidad -cada vez más real- de que Danny estuviese muerto. Pero incluso si ése fuese el caso (aún no estaba dispuesto a aceptar semejante desenlace), necesitaba verlo, saberlo, o se volvería loco.

Pensó en Danny, pletórico y alegre. Después, intentó imaginárselo como uno de esos seres. Su mente lo reprimió.

– Mi hijo está vivo -insistió con calma-, pero si repites eso, no podrá decirse lo mismo de ti.

– Que te jodan -respondió la voz. La tensión en el interior del camión había aumentado tanto que resultaba casi palpable. De pronto, Haringa habló:

– ¿Pero qué forma de comportarse es ésa, chicos? Os monto una fiesta para todos y no paráis de quejaros de la iluminación y de la falta de espacio. Y no quería decir nada, ¿pero a quién se le ha olvidado echarse desodorante esta mañana?

Las carcajadas llenaron el interior del camión y la tensión se disipó rápidamente.

– ¿Alguien quiere cantar Un elefante se balanceaba…?

Las carcajadas se convirtieron en refunfuños.

Jim permaneció en silencio, cada vez más enfadado. Se negaba a calmarse.

* * *

Frankie gimió con falsa pasión mientras Lawson la penetraba. Cruzó las piernas en torno a su espalda y le apretó contra ella. Su aliento, que apestaba a tabaco, le recorrió el cuello.

– Oh, Dios -murmuraba-. Oh, Dios, joder, nena, voy a correrme.

Hundió aún más las caderas y lo incitó mientras miraba por encima de su hombro -como llevaba haciendo todo el viaje- y estudiaba cómo se manejaba el vehículo. Era prácticamente igual que conducir un coche. Confiaba en que, cuando llegase el momento, le resultase fácil hacerlo.

Sintió cómo eyaculaba dentro de ella, empujando a toda velocidad hasta quedar rendido. Ella fingió su propio orgasmo y se relajó. Blumenthal y Julie, detrás de ellos, estaban también a punto de terminar.

– ¡Ha sido cojonudo! -exclamó Lawson, quitándose de encima. Se dirigió al conductor-: ¡Qué putada que tengas de conducir, Williams!

– Joder, tío, pues déjamela un poco.

– Ni de coña. -Lawson negó con la cabeza mientras dedicaba a Frankie una sonrisa-. Ésta es toda para mí. ¿Verdad, nena?

Frankie le hizo un guiño al tiempo que se acercaba a él y envolvía con los dedos su blando pene.

– ¿Te queda alguna bala?

– Sí, si me ayudas.

– Será un placer -ronroneó-. Si luego tú me enseñas cómo disparar ese pedazo de arma de ahí arriba.

– ¿La calibre cincuenta? ¡Nena, tú sigue así y te enseñaré lo que te dé la gana!

* * *

El sol empezó a salir en el exterior, ascendiendo impasible hacia lo más alto del cielo y bañando de luz los horrores que yacían debajo. Desgraciadamente, el convoy atrajo la atención de los muertos vivientes, por lo que el viaje se convirtió en una continua batalla en movimiento. Los disparos de las pistolas y el cadencioso ruido de las ametralladoras tronaban cada vez que pasaba por delante de una carretera de salida, un pueblo, un campo o un bosque.

En Chambersburg, Baker vivió un momento asombroso cuando observó a un cervato solitario -cuyo pelaje marrón cubierto de manchas blancas asomaba a través de la ventana rota de un mercadillo rural- comiendo un montón de frutas y verduras medio podridas. Hasta Schow y los oficiales permanecieron en silencio, reflexivos, al pasar ante él. El cervato no se asustó en absoluto por su presencia y no hizo ningún gesto de huida.

– Be'é -dijo Gusano. Por un instante se mostró feliz, y Baker se alegró. Había conseguido convencer a los militares de que le quitasen la mordaza, lo que había tranquilizado al chico.

Aquel cervato fue la única criatura viva que vieron durante el viaje. Todo lo demás estaba muerto.

Cerca de Shippensburg, cuatro zombis montados en una camioneta esperaron hasta que el vehículo que iba en cabeza hubiese pasado ante ellos e intentaron empotrarse contra el primer camión de la línea. Torres, que observaba con detenimiento desde el helicóptero, avisó al resto. Un obús disparado desde un tanque convirtió al vehículo y a sus ocupantes no muertos en restos antes de que pudiesen llegar al convoy.

Otras criaturas intentaron las mismas tácticas y sufrieron idéntico destino. Algunos cayeron abatidos por las balas de los francotiradores, mientras que otros fueron atropellados para conservar munición. Los civiles que se encontraban dentro de los camiones pasaron toda la mañana oyendo los intermitentes pero terribles sonidos de la batalla.

Los soldados no quedaron exentos de sufrir bajas. Cerca de York, el disparo de un francotirador zombi subido a una valla publicitaria acabó con el artillero de uno de los Humvees. El tirador usaba balas del calibre.223, que acabaron con la vida del soldado al instante.

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