– Mi mujer no durará mucho, Bumper. ¿Te he dicho que los médicos sólo le dan un año de vida?
– Sí, ya me lo has dicho.
– Un hombre de mi edad no puede estar solo. Esta cosa de la próstata… A veces tengo que estarme de pie veinte minutos antes de poder hacer unas gotas. Y no sabes lo bonito que es sentarse a jugar un rato. ¿Sabes, Bumper?, poder jugar es una maravilla.
– Creo que sí.
– Con una mujer como Irma podría hacerlo muy bien. Irma podría hacerme joven de nuevo.
– Claro.
– Si uno está solo cuando se hace viejo acaba pudriéndose muy pronto en un ataúd antes de lo que piensa. Hay que tener a alguien que le mantenga a uno vivo. De lo contrario se puede uno morir sin darse cuenta. ¿Entiendes lo que quiero decir?
– Sí.
Me resultaba tan deprimente estar allí con Harry que decidí marcharme justo en el momento en que entraba uno de los chiflados locales.
– Hola, Freddie -dije, mientras él miraba a través de las gruesas gafas hacia la oscuridad.
– Hola, Bumper -contestó Freddie, reconociéndome la voz antes de acercarse lo suficiente para poderme ver a través de sus gafas de montura de concha y un centímetro de grosor. Resultaba inconfundible su voz gangosa que acababa atacándole a uno los nervios al cabo de un rato. Freddie se acercó cojeando y apoyó sus dos manos artríticas sobre la barra sabiendo que yo iba a invitarle a un par de tragos.
– Una de fría para Freddie -dije, temiendo de repente que Harry ni siquiera le reconociera. Pero era ridículo, pensé dejando un dólar sobre la barra: el deterioro de Harry era incipiente. Yo tenía por costumbre invitar a beber cuando había suficientes personas en la barra como para que Harry pudiera ganar un poco de dinero, pero lo malo es que ahora raras veces había más de dos o tres clientes en su local. Me parece que la gente huye de un hombre cuando éste empieza a morirse.
– ¿Cómo van las cosas, Bumper? -me preguntó Freddie sosteniendo el pichel con manos cuyos dedos parecían ramas retorcidas.
– Mis cosas van siempre bien, Freddie.
Freddie gangueó y se rió. Le miré unos segundos mientras bebía. Experimentaba ardor de estómago y Harry me tenía horrorizado. De repente Freddie también se me antojó viejo. ¡Dios mío, si por lo menos debía tener sesenta y cinco años! Nunca había considerado a Freddie un hombre mayor, pero de repente lo era. Eran unos viejecitos. Ahora yo no tenía nada en común con ellos.
– ¿Las chicas te tienen muy ocupado últimamente, Bumper? -preguntó Harry guiñándome el ojo. No estaba al corriente de lo de Cassie y tampoco sabía que había dejado de andar detrás de las mujeres desde que la había conocido.
– A este respecto he aminorado un poco la marcha, Harry -repuse.
– No lo hagas, Bumper -me dijo Harry ladeando la cabeza y asintiendo como un pájaro-. El arte amatorio es algo que se pierde si no se cultiva. Cuando los músculos del ojo se relajan, te ponen bifocales, como a Freddie. Si se relajan los músculos del amor, ¿qué puede hacerse?
– A lo mejor está haciéndose viejo, Harry -dijo Freddie apartando a un lado el pichel vacío en un intento de entregárselo a Harry con sus retorcidas manos.
– ¿Viejo? ¿Bromeas? -dije.
– ¿Y tú, Freddie? -preguntó Harry-. ¿No tendrás artritis aquí abajo, verdad? ¿Cuándo fue la última vez que te acostaste con una mujer?
– Aproximadamente por la época en que tú lo hiciste por última vez -repuso Freddie, secamente.
– Mierda, antes de que mi Flossie se pusiera enferma, yo lo hacía con ella todas las noches. Justo hasta que se puso enferma, y eso que entonces tenía sesenta y ocho años.
– ¡Jo! -exclamó Freddie derramándose un poco de cerveza por los nudosos dedos-. En los últimos veinte años no has podido hacer otra cosa más que mirar y sobar aquí y allá de vez en cuando.
– Sí, ¿verdad? -dijo Harry, asintiendo con vehemencia, como un pájaro que se estuviera muriendo de hambre frente a una bandeja de comida-. ¿Sabes lo que le hice aquí una noche a Irma? ¿Lo sabes?
– ¿Qué?
– Pues hice todo lo que un hombre puede hacer con una mujer. ¿Qué te parece, necio?
– Jo, jo, jo -rió Freddie, que ya estaba animado cuando entró y ahora lo estaba más.
– Lo único que puedes hacer tú es leerlo en estos libros sucios -dijo Harry-; yo no lo leo, ¡lo hago!
– Jo, jo, jo -volvió a reír Freddie-. No me creo nada, absolutamente nada de todo esto. En realidad, viejo, tendrías que reconocer que ya no estás para estos trotes. ¡Jo, jo, jo!
– ¿A qué viene esta discusión? -les grité a los dos. Me estaba empezando a doler la cabeza-. Dame un par de aspirinas, ¿quieres, Harry? -Éste le dirigió al sonriente Freddie una mirada despectiva y me trajo un frasco de aspirinas y un vaso de agua sin dejar de murmurar por lo bajo.
– ¿Dónde vas, Bump? ¿De jarana? -dijo Harry socarronamente, guiñándole el ojo a Freddie y olvidando que estaba enojado con él.
– Voy a cenar a casa de un amigo.
– Te está esperando un buen bocado, ¿eh? -dijo Harry volviendo a asentir.
– Esta noche, no. Será una cena tranquila.
– Cena tranquila -dijo Freddie-. Jo, jo, jo.
– ¡Vete al infierno, Freddie! -dije yo, enojándome momentáneamente mientras él sorbía su cerveza. Despues pensé: Dios mío, también me estoy volviendo loco.
Sonó el telefono y Harry entró en la trastienda para contestar. Al cabo de unos segundos empezó a disputar con alguien y Freddie me miró sacudiendo la cabeza.
– Harry está yendo cuesta abajo muy rápido, Bumper.
– Lo sé; entonces, ¿por qué enfurecerle?
– No es ésa mi intención -dijo Freddie-. A veces me hace perder los estribos porque se comporta de una forma muy desagradable. Me han dicho que los médicos esperan que Flossie se muera. Cualquier día de éstos.
Pensé en cómo era hace diez años, una mujer gruesa y ruda, llena de energía, chistosa. Preparaba unos bocadillos fríos tan buenos que yo solía cenar con ellos por lo menos una vez a la semana.
– Harry no podrá vivir sin ella -dijo Freddie-. Desde que ella ingresó en el hospital el año pasado, se ha ido infantilizando cada vez más, ¿te has dado cuenta?
Me terminé la cerveza y pensé: tengo que marcharme de aquí.
– Eso sólo les sucede a los tipos como Harry y yo. Cuando amas a alguien y le necesitas tanto, sobre todo cuando eres viejo, y le pierdes, te pasa eso. Es lo peor que puede suceder cuando el cerebro de uno se pudre, como el de Harry. Es mejor que el cuerpo se vaya como el de Flossie. La que tiene más suerte es Flossie, ¿sabes? Tú también tienes suerte. No amas a nadie y no estás casado más que con la placa. A ti nunca podrá sucederte nada, Bumper.
– Sí, pero, ¿y cuando uno se hace viejo para el trabajo, Freddie? ¿Entonces, qué?
– En eso no había pensado, Bumper. -Freddie inclinó el pichel y se le escurrió un poco de cerveza por la barbilla. Se lamió un poco de espuma que le había caído en un nudillo-. En eso no había pensado, pero creo que no tienes por qué preocuparte. Si te haces viejo y sigues andando por ahí como lo haces, alguien acabará despanzurrándote. Puede que te suene cruel, pero qué demonio, Bumper, mira a este viejo bastardo. -Agitó una retorcida garra en dirección a Harry que seguía gritando al teléfono-. Fornicando con la imaginación y un trozo de piel muerta. Mírame a mí. Qué demonio, morir en la ronda no sería lo peor, ¿no crees?
– ¿Sabes por qué vengo a este sitio, Freddie? Porque es el establecimiento de bebidas más divertido de Los Ángeles. Sí, la conversación resulta estimulante y el ambiente es de lo más alegre.
Harry regresó antes de que yo hubiera podido marcharme.
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