Ambos nos reímos.
– Yo nunca he ganado nada, Cruz. En eso me llevas ventaja.
Era sorprendente pensar que todo un hombre como Cruz pudiera llevar consigo aquel rosario de madera. ¡En estos tiempos!
Entonces se abrió la puerta principal y al salón se llenó de siete chiquillos que gritaban porque esta noche sólo estaba ausente Dolores, y Cruz sacudió la cabeza y se reclinó tranquilamente en su asiento bebiéndose la cerveza. Socorro entró en el salón para regañarme por haber comprado todos aquellos regalos, pero los ruidosos niños no permitían oír nada.
– ¿Son auténticas carrilleras de Liga? -preguntó Nacho mientras yo le colocaba el casco de bateador y le ajustaba las carrilleras que sabía que tiraría en cuanto los otros chiquillos le dijeran que los grandes jugadores no llevan carrilleras.
– ¡Mira! ¡Minipantalones! -gritó María sosteniéndolos sobre su cuerpo adolescente.
Eran deportivos, de tejido grueso azul, con pato y bolsillos aplicados.
– ¿Minipantalones? -preguntó Cruz-. ¡Oh, no!
– Si hasta los llevan en el colegio, papá. En serio. ¡Pregúntale a Bumper!
– Pregúntale a Bumper -masculló Cruz, y bebió un poco más de cerveza.
Los mayores también estaban allí, Linda, George y Alice, todos adolescentes, estudiantes de bachillerato y, naturalmente, les había comprado ropa. A George le había comprado una caja de camisas de manga larga en colores de moda y por la expresión de sus ojos comprendí que no hubiera podido escoger nada mejor.
Tras haberme dado los chicos las gracias una docena de veces, Socorro les ordenó que lo guardaran todo y nos llamó a cenar. Nos sentamos todos juntos en distintas clases de sillas alrededor de la gran mesa rectangular de roble que debía pesar una tonelada. Lo sé porque ayudé a Cruz a meterla en la casa hace doce años, cuando no podía preverse cuántos chicos iban a acomodarse a su alrededor.
Los más pequeños siempre decían las plegarias en voz alta. Se persignaron y Ralph pronunció la acción de gracias; volvieron a persignarse y a mí se me estaba haciendo la boca agua porque los chiles rellenos se encontraban delante de mí en una enorme bandeja. Los grandes chiles habían sido rellenados con queso y fritos posteriormente en una ligera y esponjosa pasta y, antes de que me sirviera yo, me sirvió Alice y me llenó el plato antes de que los chicos tomaran nada. Su madre y su padre jamás les decían nada y ellos hacían cosas de éstas.
– ¿Tenéis cilantro ? -dije, haciéndoseme la boca agua. Olía a esta maravillosa especia.
Marta me espolvoreó con los dedos un poco más de cilantro encima de las carnitas y yo tomé un bocado de una suave tortilla de harina rellenade carnitas y de la salsa de chile preparada por la propia Socorro.
– ¿Y bien, Bumper? -me preguntó Cruz cuando me hube terminado medio plato, labor en la que empleé unos treinta y cinco segundos.
Yo murmuré y puse los ojos en blanco y todos se echaron a reír porque conocían muy bien aquella expresión.
– ¿Ves, Marta? -dijo Socorro-. No te desagradaría tanto cocinar si pudieras hacerlo para alguien como Bumper, que sabe apreciar el trabajo de una.
Yo sonreí con sonrisa de goloso satisfecho tragándome un poco de chile relleno y enchilada junto con tres grandes sorbos de cerveza fría.
– ¡Tu madre es una artista!
Me terminé tres platos de carnitas , tiernos pedazos de carne de cerdo que cubrí con el chile , el cilantro y la cebolla. Después, cuando todos hubieron terminado y nueve pares de ojos oscuros me miraban con asombro, trasladé los últimos tres chiles rellenos a mi plato y enrollé uno de ellos con la última tortilla de harina y los últimos trozos de carnitas que quedaban en el cuenco y nueve pares de ojos oscuros se abrieron muy redondos.
– Por Dios, pensaba que había hecho suficiente para veinte personas -dijo Socorro.
– Y has hecho, Socorro -dije yo, satisfecho de constituir un espectáculo y terminándomelo todo en tres grandes bocados-. Es que esta noche tengo más apetito que de costumbre y tú lo has hecho mejor que de costumbre, y no hay por qué dejar que se eche a perder lo que quede.
Me comí medio chile relleno , ingerí un poco más de cerveza y contemplé todos los ojos que me rodeaban. Nacho eructó y se rió. Todos estallamos en carcajadas, sobre todo Ralph, que se cayó de la silla al suelo sosteniéndose el estómago y riéndose tan estrepitosamente que temí que se pusiera malo. Pensándolo bien, ¡menuda cosa divertir a la gente comiendo con glotonería, y todo por querer llamar la atención!
Después de cenar quitamos la mesa y yo me enzarcé en un juego de arrebatiña con Alice, Marta y Nacho, mientars los demás miraban. Estuve constantemente bebiendo cerveza fría con algún que otro trago ocasional de mezcal que Cruz había sacado. A las nueve, cuando los chicos tuvieron que acostarse, yo estaba ya muy bien lubrificado.
Todos me dieron un beso de buenas noches, menos George y Nacho, que me estrecharon la mano. Ninguno discutió la cuestión de irse a la cama y a los quince minutos todo estaba tranquilo y en silencio en el piso de arriba. Yo nunca había visto que Cruz y Socorro les zurraran. Pero naturalmente, los mayores zurraban a los más pequeños, eso sí lo había visto con frecuencia. Al fin y al cabo, a todo el mundo le hace falta una paliza de vez en cuando.
Sacamos la hoja de tabla, sustituimos el mantel de encaje y nos fuimos los tres al salón. Cruz estaba muy cargado y, al quejarse Socorro, decidió no tomarse otra cerveza. Yo sostenía una de fría en la mano derecha y el último mezcal que quedaba en la izquierda.
Cruz se sentó en el sofá al lado de Socorro y de vez en cuando se frotaba la cara, que la debía tener completamente entumecida. Le dio a ella un beso en el cuello.
– Vete -se quejó ella-, hueles a vino apestoso.
– ¿Cómo puedo apestar a vino ? No he bebido vino -dijo Cruz.
– ¿Recordáis cuando nos sentábamos así después de cenar en los viejos tiempos? -pregunté comprendiendo lo mucho que el mezcal me había afectado, porque ambos estaban empezando a parecerme borrosos.
– ¿Recuerdas lo pequeña y delgada que era Sukie? -dijo Cruz golpeándola con el codo.
– Que te voy a dar -dijo Socorro levantando la mano, áspera y estropeada para una mujer de su edad. Apenas tenía cuarenta años.
– Sukie era la chica más guapa que jamás he visto -dije.
– Creo que sí -dijo Cruz con una sonrisa bobalicona.
– Y aún lo es -añadí-. Y Cruz era el tipo más apuesto que jamás vi, exceptuando a Tyrone Power y quizás a Clark Gable.
– ¿Crees de veras que Tyrone Power era más guapo? -preguntó Cruz sonriendo mientras Socorro sacudía la cabeza. Sinceramente, en mi opinión apenas había cambiado, exceptuando el cabello gris. Qué suerte tiene de conservarse joven, pensé.
– Hablando de chicas guapas -dijo Socorro-, veamos qué planes tienes con Cassie.
– Bueno, tal como os he dicho, ella iba a trasladarse al Norte a un apartamento para empezar a acostumbrarse a la nueva escuela. Después, a finales de mayo, cuando Cruz y yo cumpliéramos los veinte años de servicio, regresaría en avión y nos casaríamos. Ahora he decidido abreviar. Trabajaré mañana y pasado y juntaré los días de vacaciones y los días libres que tenga hasta finales de mes cuando me retire oficialmente. De esta manera podré marcharme con Cassie, probablemente el domingo por la mañana o el lunes, pasaremos por Las Vegas y nos casaremos por el camino.
– Oh, Bumper, queríamos estar contigo cuando os casarais -dijo Socorro, decepcionada.
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