– Qué demonios, a nuestra edad casarse no es un gran acontecimiento -dije.
– Nosotros la queremos mucho, Bumper -dijo Socorro-. Tienes suerte, mucha suerte. Será estupenda para ti.
– Es preciosa -dijo Cruz guiñando el ojo y tratando de silbar, pero estaba demasiado bebido.
Socorro sacudió la cabeza y dijo sinvergüenza, y ambos nos reímos de Cruz.
– ¿Qué vas a hacer el viernes? -preguntó Socorro-. ¿Ir a pasar lista y levantarte y decir que vas a retirarte y que es el último día que trabajas?
– No, me esfumaré sin más. No se lo diré a nadie y espero que tú no se lo hayas dicho tampoco a nadie, Cruz.
– No he dicho nada -contestó Cruz, eructando.
– Me iré como cuando tengo días libres y después enviaré una carta certificada a la sección de personal y otra al capitán. Firmaré todos los documentos del retiro y los enviaré por correo. Puedo darle la placa y la tarjeta a Cruz antes de marcharme para que él la entregue sin necesidad de que yo tenga que volver para nada.
– Tendrás que regresar a Los Ángeles para la fiesta de tu retiro -dijo Cruz-. No te quepa duda que vamos a organizar una fiesta en ocasión de tu retiro.
– Gracias, Cruz, pero nunca me han gustado las fiestas de retiro. En realidad me parecen muy tristes. Te agradezco el detalle, pero no quiero ninguna fiesta.
– Imagínate -dijo Socorro-. ¡Empezar una nueva vida! Ojalá pudiera Cruz dejar también el trabajo.
– Tú lo has dicho -dijo Cruz con los ojos vidriosos, aunque se sentaba muy erguido-. Pero con todos los hijos que tenemos, soy un hombre de treinta años de servicio. Treinta años es toda una vida. Seré un viejo cuando me arranque el broche.
– Sí, creo que tengo suerte -dije-. ¿Te acuerdas cuando íbamos a la academia, Cruz? Pensábamos entonces que éramos mayores porque íbamos con aquellos chiquillos de veintiún y veintidós años. Tú tenías treinta y uno, eras el mayor de la clase y yo te seguía de cerca. ¿Recuerdas que Méndez siempre nos llamaba elefante y ratoncito ?
– El elefante y el ratoncito -dijo Cruz, riéndose con ganas.
– Los dos viejos de la clase. Treinta años y pensaba que sabía muchas cosas. Pero si se es un crío a esta edad. Éramos dos crios.
– Éramos crios, mano -dijo Cruz-. Porque todavía no habíamos salido a todo esto -dijo Cruz haciendo como una señal hacia las calles-. Ahí fuera se crece rápido y se aprende demasiado. No es bueno que un hombre aprenda tantas cosas como se aprenden ahí fuera. Te echa a perder la forma de pensar acerca de muchas cosas y también la forma de sentir. Hay cosas en las que es necesario creer y si uno permanece por ahí fuera veinte años, ya no puede creer en ellas. Y eso no es bueno.
– Pero tú aún crees en ellas, ¿verdad, Cruz? -le pregunté, y Socorro nos miró como si fuéramos dos borrachos delirantes, cosa que éramos probablemente, pero Cruz y yo nos entendíamos.
– Aún creo en ellas, Bumper, porque quiero creer. Y tengo a Sukie y a los chicos. Cuando vuelvo a casa, lo demás deja de ser real. Tú no tenías adonde ir. Gracias a Dios que has encontrado a Cassie.
– Tengo que preparar los almuerzos para la escuela. Perdóname, Bumper -dijo Socorro y nos miró ladeando la cabeza, lo cual significaba: es hora de que deje hablar solos a estos policías borrachos. Pero Cruz casi nunca se emborrachaba y ella no le reñía aunque sabía que tenía molestias de hígado.
– No podría decirte cuánto nos alegramos cuando trajiste a Cassie a cenar aquí por primera vez, Bumper. Socorro y yo, aquella noche estuvimos en vela y hablamos de ello y de que Dios debía habértela enviado, aunque tú no creas en Dios.
– Creo en los dioses , ya lo sabes -dije sonriendo e ingiriendo unos tragos de cerveza tras haberme terminado el mezcal .
– No hay más que un solo Dios, maldita sea -dijo Cruz.
– Pero hasta tu Dios tiene tres rostros, maldita sea -repuse yo, y le dirigí una mirada por encima del borde de la botella de cerveza, provocando su risa.
– Bumper, quiero hablarte en serio -y sus ojos miraron hacia abajo, como siempre. Yo no podía gastarle más bromas cuando sus ojos hacían eso.
– Muy bien.
– Cassie es la respuesta a una plegaria.
– ¿Y por qué echaste a perder tus plegarias conmigo?
– ¿Y tú por qué crees, grandísimo pendejo ? Eres mi hermano .
Eso me hizo posar la botella de cerveza, me enderecé y le miré a los grandes ojos. Cruz forcejeaba con la niebla del mezcal y la cerveza porque deseaba decirme algo. Me pregunté cómo demonios habría superado el examen físico del departamento. Apenas medía metro sesenta y dos y era tremendamente delgado. No había ganado ni medio kilo de peso y a excepción de Esteban, era el rostro más hermoso que jamás había visto.
– No sabía que pensaras tanto en Cassie y en mí.
– Pues claro que sí. Al fin y al cabo, recé para que la encontraras. ¿Es que no ves hacia donde te encaminabas? Tienes cincuenta años, Bumper. Tú y algunos otros viejos policías de la ronda habéis sido los machos de las calles durante todos estos años, pero, Señor, ya te imaginaba luchando con algún tipo fornido o persiguiendo a alguien y de repente cayendo tendido en la calle para morir. ¿Sabes cuántos compañeros nuestros de promoción han sufrido ya ataques cardíacos?
– Eso forma parte del trabajo del policía -contesté encogiéndome de hombros.
– Y por no hablar de que algún sinvergüenza pudiera saltarte la tapa de los sesos -dijo Cruz-. ¿Te acuerdas de Driscoll? Sufrió un ataque al corazón el mes pasado y no está tan gordo como tú y es un poco más joven, y apuesto a que ya no podrá hacer más esfuerzos que el de levantar un lápiz. ¡Como tú hoy mismo, por ejemplo, enfrentándote con una multitud como un novato! Qué demonio, Bumper, ¿crees que quiero ser el portaféretros de un tipo que pesa ciento cuarenta kilos?
– Ciento treinta.
– Cuando vino Cassie pensé «Gracias a Dios, Bumper tiene una oportunidad». Pero me preocupé. Sabía que eras lo suficientemente listo como para comprender a la mujer que habías encontrado, pero temía que la puta te tuviera demasiado agarrado.
– ¿Fuiste tú el que me asignaba constantemente a las zonas Norte? El teniente Hilliard no hacía más que decirme que era un error cada vez que yo protestaba.
– Sí, fui yo. Quería alejarte de la ronda, pero desistí de ello. Tú seguías bajando de todos modos y eso significaba que la zona Norte se quedaba sin vigilancia, por lo que no conseguí nada. Ya me imagino lo que debía ser para ti eso de ser el campeón, que la gente te admirara tal como lo hace la de tu ronda.
– Sí, pero no es gran cosa -dije jugueteando nerviosamente con la botella vacía.
– Ya sabes lo que les sucede a los viejos policías que andan por las calles demasiado tiempo.
– ¿Qué? -pregunté yo, y la enchilada me agarró y me mordió las entrañas.
– Se hacen demasiado viejos para poder efectuar el trabajo de policías y se convierten en personajes . Eso es lo que me molestaría. Que te convirtieras en un viejo personaje y que te lastimaran por ahí antes de que comprendieras que eras demasiado viejo. Demasiado viejo.
– ¡Demasiado viejo! Tan viejo no soy todavía. ¡Maldita sea, Cruz!
– No para la vida de paisano. Tienes muy buenos años por delante. Pero para un guerrero es tiempo de dejarlo, mano . Me preocupaba que ella se fuera y tú te quedaras aquí unas semanas. Temía que la puta te apresara no estando Cassie. Me alegro mucho de que te vayas con Cassie.
– Y yo también, Cruz -dije bajando la voz como si temiera escucharlo yo mismo-. Tienes razón. Yo ya había pensado un poco en estas cosas. Tienes razón. Pienso que me saltaría la tapa de los sesos si alguna vez me quedara tan solo como algunos que he visto, algunos de los de mi ronda, gente errante y sin hogar, que no tienen dónde ir…
Читать дальше