Joseph Wambaugh - Hollywood Station

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Bajo la atenta mirada del sargento de policía apodado el Oráculo, los agentes de «la comisaría Hollywood» se enfrentan con su rutina habitual. Entre días en los coches de patrulla y noches en las entrañas de una ciudad que nunca duerme, este grupo de policías ve la urbe del glamour en su cruda realidad y, a medida que pasan por tugurios de drogas y sucias esquinas, una serie de acontecimientos sin relación aparente los lleva al caso más sorprendente sucedido en «Hollywood Station» en los últimos años, y les recuerda que en Los Ángeles el horror y el extremismo no tienen límite.

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– Bien, muchacho -dijo Flotsam con la nueve apuntada hacia el suelo-, dese la vuelta y levántese la sudadera muy despacio, a ver qué lleva ahí.

Lo hizo y lo que vieron fue el listín telefónico de las páginas amarillas de Los Ángeles, fijado al pecho con gomas.

– ¿Qué demonios es eso? -dijo Flotsam.

– Una guía de teléfonos -dijo el pandillero.

– Eso ya lo sé. ¿Pero por qué la lleva atada al pecho?

– Hay un viejo veterano de White Fence que va por mí, tío -dijo el pandillero mirando alrededor-. ¿Se cree que voy a andar por ahí sin ninguna protección, para que me metan una bala?

– Tío, no sabes lo que has hecho -le dijo Jetsam-. ¡Vas a crear escuela en toda la nación! ¡Acabas de inventar el chaleco antibalas urbano más asequible del mercado!

El sábado, dos días después de que Cosmo e Ilya escondieran el coche robado y el dinero en casa de Farley Ramsdale, Cosmo pensó que ya había pasado tiempo suficiente y no podían esperar más. Llamó a Gregori al desguace por la mañana y consiguió que uno de los empleados mexicanos fuera a la dirección de Farley con la grúa. Cosmo insistió en que era muy importante cronometrar bien la acción, y que la grúa tenía que llegar a las siete de la tarde.

– ¿Por qué compras coches viejos que no funcionan? -le preguntó Gregori en armenio.

– Es para Ilya. Necesitamos dos coches -dijo Cosmo-. Te encargaré a ti la reparación y te pagaré trescientos dólares por la grúa, porque es sábado por la noche. Además, daré propina al conductor, le daré cincuenta más, si llega puntualmente a las siete.

– Qué generoso -dijo Gregori-. ¿Y cuándo me devuelves la llave de repuesto del desguace que dejé a Ilya?

– El lunes por la mañana -dijo Cosmo-, cuando vaya a ver los arreglos que necesita el Mazda.

– De acuerdo, Cosmo -dijo Gregori-, El conductor que te mando se llama Luis. Habla inglés bastante bien. Remolcará el coche hasta el desguace.

– Gracias, hermano -dijo Cosmo-. Nos vemos el lunes.

Cuando Cosmo terminó de hablar con Gregori, Ilya, que estaba tumbada en la cama fumando y viendo un viejo musical de la MGM en televisión, dijo:

– ¿Entonces hoy haces lo que piensas hacer?

– ¿Deseas oyes mi plan, Ilya?

– Dije que no quería saber el plan, pero tengo cambio de opinión sobre algunas cosas. Ahora deseo que me cuentes cómo te deshaces del coche y sacas nuestro dinero. No me cuentas más que eso.

– De acuerdo, Ilya -elijo él-. Voy a casa de Farley a las siete en punto y ayudo a conductor de la grúa a llevarse el coche. Doy al conductor cincuenta dólares cuando me llama cuando llega al desguace de Gregori. Si no llama, sé que la policía tiene a él y la grúa con el coche robado. Entonces cogemos nuestro dinero y nuestros diamantes y huimos a San Francisco y nunca volvemos.

– Pero quizá ayer o quizá hoy Farley ha visto el coche o ha encontrado nuestro dinero y ha llamado a policía, y policía está allí a esperarte.

– Si no llamo a las siete y media, todo está bien; llamas al taxi, vas al aeropuerto y vuelas a San Francisco con los diamantes. Y Dios te bendiga. Por favor, vive una buena vida. No diré a la policía nada sobre ti nunca, nunca.

– Cosmo, tomas mucho riesgo.

– Sí, pero está bien, creo. Creo que Farley y Olive no miran el garaje ni debajo de la casa. Sólo miran por las drogas, nada más.

– ¿Cómo sabes que Farley y Olive no estarán allí, en la casa, cuando tú vas a las siete, Cosmo?

– Ahora haces una pregunta tú dices no deseas sabes.

– Es correcto. No digas más.

La pregunta que se quedó sin responder tenía una respuesta muy sencilla. Cosmo iba a llamar a Farley para concertar una cita de negocios, llegaría a casa de Farley a las seis de la tarde con una bolsa de lona. Dentro de la bolsa llevaría la pistola, un rollo de cinta aislante y un cuchillo de cocina que había afilado cuando Ilya salió a la tienda de licores a comprar tabaco. Si Farley y Olive estaban en casa, llamaría a la puerta, le dejarían pasar so pretexto de pagar el chantaje, los haría prisioneros a punta de pistola, les ataría las muñecas y les taparía la boca. Luego les cortaría la garganta. La policía pensaría que sería un asesinato entre adictos, debido seguramente a un trapicheo malogrado.

Si por algún motivo Farley y Olive no podían estar en casa a la hora prevista, tenía un plan alternativo en el que entraba en juego la llave de repuesto del desguace. Una llamada de Gregori para comprarles más tarjetas de acceso los llevaría allí al día siguiente. Cosmo les tendería allí la emboscada y se desharía de los cadáveres en alguna parte de Los Angeles Este. Otro asesinato entre adictos.

En cuanto al coche, si el conductor de la grúa le llamaba al móvil y le decía que el encargo ya estaba hecho, Cosmo iría al desguace de Gregori el lunes por la mañana y diría a Gregori que había cambiado de opinión y ya no quería reparar el coche, y que convirtiese el Mazda en chatarra. Estaba seguro de que Gregori no le haría preguntas si le daba mil dólares.

No veía fallos en el plan, era perfecto. Deseaba que Ilya le permitiese contarle todos los detalles. Seguro que le impresionaría lo bien que lo había planeado pensando en todo. Lo único que le preocupaba es lo enfadado que podría estar Dmitri porque no le había llamado, pensaría que lo había traicionado y quizá mandara a unos matones rusos en su busca.

Las manos le temblaban a las cinco y cuarto de la tarde, cuando se dirigía a casa de Farley. Decidió hacer las dos llamadas telefónicas cruciales que posiblemente decidirían su suerte. La primera fue al móvil al que Dmitri le había dicho que le llamara sólo cuando terminara el trabajo. Sonó cinco veces y…

– Sí.

– Dmitri, soy yo.

– Ya sé quién -dijo Dmitri-. Pensaba que habías ogcurrido escapar de mí. Sería una gran tontería de hacer.

– No, no, Dmitri. Estamos tranquilos dos o tres días.

– No me digas más. ¿Cuándo te veo para todos nuestros negocios? Tienes cosas que darme.

– Tengo que hacer más cosas, Dmitri. A lo mejor voy esta noche a ver a ti.

– Eso me gusta -dijo Dmitri.

– A lo mejor tengo que esperar a lunes por la mañana.

– Eso no me gusta.

– Hay dos gentes…

– ¡Basta! -lo interrumpió Dmitri-. No quiero saber tus negocios. Si no me llamas esta noche, estaré agquí el lunes. Si no te veo el lunes, eres una persona muy estúpida.

– Gracias, Dmitri -dijo Cosmo-. Seré correctamente mis negocios entre nosotros.

Colgó e hizo la segunda llamada crucial, al móvil de Farley Ramsdale, pero saltó el buzón de voz. Era la primera vez que le pasaba en su vida. El adicto no dormía nunca y siempre estaba dispuesto a hacer cualquier negocio. Eso le trastocó. Volvería a intentarlo media hora más tarde. Todavía le quedaba el plan alternativo para Farley y Olive, pero aquello le dio mala espina. Llevaba consigo todas las herramientas de matar y estaba preparado.

¿Dónde demonios estaba Olive? Sabía que prácticamente se habían gastado hasta el último dólar y que tenían que ir a trabajar en los buzones, o quizá intentar colocar otra vez los billetes falsos que todavía tenían en su poder. O bien, ir a Radio Shack o a Best Buy y llevarse un DVD para venderlo en el cíber. ¡Tan desesperada era la situación!

¿Pero dónde se había metido esa zorra imbécil? ¡Sólo sabía que había salido a buscar al maldito gato de la loca de Mabel por todo el puto vecindario! Estaba a punto de ir a buscarla a ella cuando Little Bart lo llamó al móvil.

– ¿Qué quieres? -dijo, al reconocer la voz.

– Tío, estoy hecho polvo por lo mal que quedamos tú y yo el otro día -dijo Little Bart.

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