Joseph Wambaugh - Hollywood Station

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Bajo la atenta mirada del sargento de policía apodado el Oráculo, los agentes de «la comisaría Hollywood» se enfrentan con su rutina habitual. Entre días en los coches de patrulla y noches en las entrañas de una ciudad que nunca duerme, este grupo de policías ve la urbe del glamour en su cruda realidad y, a medida que pasan por tugurios de drogas y sucias esquinas, una serie de acontecimientos sin relación aparente los lleva al caso más sorprendente sucedido en «Hollywood Station» en los últimos años, y les recuerda que en Los Ángeles el horror y el extremismo no tienen límite.

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Al dar la vuelta a la esquina donde estaba el coche, pasaron por delante de un viejo vagabundo de Hollywood. A Farley le dio un susto de muerte al salir de las sombras de repente y decir: «¿Tiene algo suelto, señor?». Farley se llevó la mano al bolsillo y sacó la mano vacía.

– ¿Inocentadas a mí, saco de pulgas? ¡Anda, quítate de en medio!

Teddy se quedó mirándolos; se dirigieron al Pinto azul, abrieron las portezuelas y entraron. Seguía mirándolos cuando Farley encendió las luces y puso el motor en marcha. Se fijó en la matrícula del coche y dijo el número en voz alta. Luego lo repitió. Sabía que lo recordaría hasta que le prestaran un lápiz y pudiera apuntarlo. La próxima vez que la pasma lo trincara por escándalo público, por mendigar o por mearse en un escaparate, a lo mejor le servía de tarjeta «sales gratis de la cárcel».

Capítulo 3

El domingo de ese fin de semana de mayo, había parejas de compañeros más satisfechas que la del coche patrulla 6 X 76. Fausto Gamboa, uno de los agentes de patrulla más veteranos de la comisaría Hollywood, había renunciado a su categoría de P3 hacía mucho tiempo porque necesitaba dejar una temporada el puesto de monitor de novatos en periodo de prueba. Y, hasta el momento, había trabajado muy a gusto de P2 con otro abuelo de Hollywood llamado Ron LeCroix, a la sazón de baja médica para recuperarse de una dolorosa operación de hemorroides que había retrasado más tiempo del debido, y que seguramente se retiraría pronto.

A Fausto siempre lo tomaban por hawaiano o samoano. Aunque este veterano de Vietnam no era alto, medía uno setenta y cinco, sí era muy corpulento. Le habían aplastado el hueso de la nariz en la adolescencia, en una pelea callejera, y tenía las muñecas, las manos y los hombros dignos de un hombre de estatura suficiente para machacar una cesta de baloncesto. Sus piernas eran tan fornidas que seguramente habría podido machacarla enroscándola con las pantorrillas y muslos haciendo la vertical. Tenía el pelo ondulado, gris acero, y la cara surcada de arrugas, oscura como el cuero, como si hubiera pasado años recogiendo algodón y uvas en Central Valley, igual que su padre desde que llegara a California con un camión lleno de inmigrantes sin papeles, igual que él mismo. Fausto no había visto un campo de algodón en su vida pero, por algún motivo, había heredado la curtida piel de su padre.

Últimamente estaba de muy mal humor, asqueado y harto de contar a todos los policías de la comisaría Hollywood cómo había perdido el caso contra Darth Vader. La historia de ese caso había corrido como la pólvora por la jungla de cemento a través de los inalámbricos.

No todos los días se pone una multa a Darth Vader, ni siquiera en Hollywood y, según la opinión general, eso sólo podía ocurrir allí. Fausto Gamboa y su compañero, Ron LeCroix, hacían la ronda una noche tranquila a primera hora cuando recibieron una llamada en el terminal informático móvil comunicando que Darth Vader estaba haciendo exhibicionismo cerca de la esquina de Hollywood con Highland. Se acercaron al lugar y localizaron al hombre de negro que pedaleaba por Hollywood Boulevard en una bicicleta Schwinn de tres marchas. Pero solía haber siempre dos o tres Darth Vader de etnias diversas pululando por las inmediaciones del Grauman. El de esa noche era pequeñito y negro.

No tuvieron la certeza de que fuera ése el que buscaban hasta que vieron lo que, a todas luces, había provocado la llamada. Esa noche, Darth no se había puesto los leotardos negros debajo del calzón negro y el miembro le colgaba por el lado derecho del sillín. Un conductor había detectado el órgano del ciclista trekkie al aire y había dado parte a la policía.

Conducía Fausto esa noche; situó el vehículo detrás de Darth Vader y tocó el claxon, pero el ciclista no aminoró la marcha. Volvió a tocar el claxon con el mismo resultado. Entonces lo atronó con la sirena dos veces. No hubo reacción.

– Hay que joderse -dijo Ron LeCroix-. ¡Ponte a su altura!

Cuando Fausto se situó al lado del ciclista, su compañero se asomó a la ventanilla y llamó la atención haciéndole señas de que se detuviera junto al bordillo. Una vez allí, Darth calzó el caballete de la bicicleta, se apeó y se quitó la máscara y el casco. Entonces vieron por qué los intentos de detenerlo no habían dado resultado. Llevaba puestos unos auriculares e iba escuchando música.

Era el momento de que Fausto le extendiera una multa, de modo que sacó la libreta y le pidió la identificación.

– ¡Eh, un momento! -dijo Darth Vader, alias Henry Louis Mossman-. ¿Por qué me multa?

– Ir en bicicleta con auriculares infringe el código de circulación -dijo Fausto-. Y le recomiendo que, en el futuro, se ponga ropa interior o leotardos debajo de los calzones.

– ¡Menuda mierda! -dijo Darth Vader.

– Ni siquiera ha oído la sirena -dijo Fausto al diminuto Darth.

– ¡Qué sandez! -dijo Darth-. Nos veremos en el tribunal, me cago en todo. ¡Esto es un timo!

– Como quiera. -Fausto terminó de rellenar la multa.

Cuando los dos agentes volvieron al coche aquella noche y reanudaron la patrulla, Fausto dijo a LeCroix:

– Ese enano tirao no me llevará a los tribunales. Romperá la multa y, cuando se la reclamen desde embargos, se irá de cabeza a la trena.

Fausto Gamboa no conocía a Darth Vader.

Al cabo de unas semanas, Fausto se vio ante un tribunal de tráfico en Hill Street Sur, en el centro de Los Ángeles, junto con otros cien agentes y otros tantos infractores, esperando su turno ante el juez.

Antes de que lo llamaran, Fausto se dirigió a un agente uniformado que estaba a su lado y le dijo: «El mío es un mendigo psicòtico. No se presentará».

Fausto Gamboa no conocía a Darth Vader.

No sólo se presentó, sino que se presentó disfrazado, esta vez con leotardos negros debajo de los cortos calzones. Todas las actividades cesaron en la sala del tribunal en el momento en que su nombre fue anunciado. El soñoliento juez se animó un poco y, a decir verdad, todos los presentes, policías, infractores, el escribano y hasta el alguacil, levantaron la vista con interés.

El agente Fausto Gamboa, de pie ante el juez, como es costumbre en los tribunales de tráfico, relató su versión, desde la recepción del aviso y la localización de Darth Vader hasta que su compañero y él se dieron cuenta de que Darth no era consciente de que la patrulla le hacía señas. Añadió que pudieron hacer que el hombre del espacio se detuviera porque llevaba puestos unos auriculares e iba escuchando música, cosa que tampoco supieron hasta que por fin consiguieron que se parase.

Cuando le llegó el turno a Darth, se quitó el casco y la máscara y enseñó los auriculares que, según dijo, llevaba el día de marras. Recitó el artículo del código de circulación que prohibía ir en bicicleta por las calles de la ciudad con los auriculares puestos.

– Señoría -añadió después-, me gustaría que el tribunal tuviera en cuenta que esto no son auriculares sino un auricular. El artículo del código de circulación se refiere claramente a llevar ambos oídos tapados. Este agente no conocía el mentado artículo del código y sigue sin conocerlo. La verdad es que sí, oí el claxon y la sirena, pero no creía que fueran por mí. No estaba haciendo nada ilegal, por lo tanto, no tenía motivos para echarme a temblar y detenerme sólo por oír la sirena, ¿no?

– Agente -dijo el juez a Fausto cuando el declarante hubo terminado-, ¿examinó los auriculares que el señor Mossman llevaba aquel día?

– Los vi, señoría -dijo Fausto.

– ¿Y esto se parece a aquellos auriculares? -preguntó el juez.

– Pues…, parece… similar.

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