Stephen King - La Cúpula

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La cúpula. Un día de octubre la pequeña ciudad americana de Chester´s Mill se encuentra totalmente aislada por una cúpula transparente e impenetrable. Nadie sabe de dónde ha salido ni por qué está allí. Sólo saben que poco a poco se agotarán las provisiones y hasta el oxígeno que respiran. Es una soleada mañana de otoño en la pequeña ciudad de Chester´s Mill. Claudette Sanders disfruta de su clase de vuelo y Dale Barbara, Barbie para los amigos, hace autostop en las afueras. Ninguno de los dos llegará a su destino. De repente, una barrera invisible ha caído sobre la ciudad como una burbuja cristalina e inquebrantable. Al descender, ha cortado por la mitad a una marmota y ha amputado la mano a un jardinero. El avión que pilotaba Claudette ha chocado contra la cúpula y se ha precipitado al suelo envuelto en llamas. Dale Barbara, veterano de la guerra de Irak, ha de regresar a Chester´s Mill, el lugar que tanto deseaba abandonar. El ejército pone a Barbie al cargo de la situación pero Big Jim Rennie, el hombre que tiene un pie en todos los negocios sucios de la ciudad, no está de acuerdo: la cúpula podría ser la respuesta a sus plegarias. A medida que la comida, la electricidad y el agua escasean, los niños comienzan a tener premoniciones escalofriantes. El tiempo se acaba para aquellos que viven bajo la cúpula. ¿Podrán averiguar qué ha creado tan terrorífica prisión antes de que sea demasiado tarde? Una historia apocalíptica e hipnótica. Totalmente fascinante. Lo mejor de Stephen King.

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Ella sonrió.

– De acuerdo; con eso me basta.

Permanecieron un rato sentados en la oscuridad, sin apenas abrir la boca. Luego entraron en casa, mientras el pueblo conciliaba el sueño bajo la luna rosa.

Era poco más de medianoche.

SANGRE POR TODAS PARTES

1

Eran las doce y media de la madrugada del 26 de octubre cuando Julia entró en casa de Andrea. Lo hizo sin hacer ruido, aunque no había ninguna necesidad; oía la música de la pequeña radio portátil de Andi, los Staples Singers pateando traseros santurrones con «Get Right Church».

Horace salió corriendo a recibirla por el pasillo, meneando el trasero y dedicándole esa sonrisa ligeramente enajenada de la que solo los corgis son capaces. Se inclinó ante ella con las patas extendidas y Julia le rascó brevemente detrás de las orejas: ese era su punto débil.

Andrea estaba sentada en el sofá bebiendo un vaso de té frío.

– Perdona por la música -dijo mientras bajaba el volumen-. No podía dormir.

– Estás en tu casa, cielo -replicó Julia-. Y, para ser la WCIK, eso que suena tiene muchísima marcha.

Andi sonrió.

– Llevan desde la tarde poniendo góspel movidito. Me siento como si me hubiera tocado la lotería. ¿Qué tal ha ido tu reunión?

– Bien. -Julia se sentó.

– ¿Quieres que hablemos de ello?

– A ti no te hacen falta más preocupaciones. Necesitas concentrarte en tu recuperación. Y ¿sabes una cosa? Se te ve un poco mejor.

Era cierto. Andi todavía estaba pálida y demasiado delgada, pero las oscuras ojeras de los últimos días se habían desvaído un poco y brillaba una chispa en sus ojos.

– Gracias por decírmelo.

– ¿Se ha portado bien Horace?

– Muy bien. Hemos jugado a la pelota y luego hemos dormido un poco los dos. Si estoy mejor, seguramente es por eso. Nada como una siesta para que una chica consiga estar guapa.

– ¿Qué tal la espalda?

Andrea sonrió. Fue una extraña sonrisa de complicidad en la que no había demasiado humor.

– Mi espalda está bien. Apenas siento una pequeña punzada, incluso cuando me agacho. ¿Sabes qué creo?

Julia negó con la cabeza.

– Creo que, cuando se trata de medicamentos, el cuerpo y la mente se unen para conspirar. Si el cerebro quiere fármacos, el cuerpo le ayuda y dice: «No te preocupes, no te sientas culpable, a mí de verdad me duele». No estoy hablando exactamente de ser hipocondríaco, no es tan sencillo mentalmente. Es más bien que… -Perdió el hilo, y también su mirada se perdió en algún lugar mientras ella se alejaba mentalmente de allí.

¿Adónde irá?, se preguntó Julia.

Entonces regresó.

– La naturaleza humana puede ser destructiva. Dime, ¿crees que un pueblo es igual que un cuerpo?

– Sí -respondió Julia al instante.

– ¿Y que puede decir que le duele algo para que el cerebro le dé esos fármacos que ansia?

Julia lo pensó y luego asintió con la cabeza.

– Sí.

– Y, ahora mismo, Big Jim Rennie es el cerebro de este pueblo, ¿verdad?

– Sí, cielo. Yo diría que sí.

Andrea se quedó sentada en el sofá con la cabeza gacha. Después apagó la pequeña radio a pilas y se puso en pie.

– Me parece que voy a subir a acostarme. Y, ¿sabes?, creo que a lo mejor hasta conseguiré dormir un poco.

– Eso está bien. -Y después, sin que pudiera pensar en ninguna razón para hacerlo, Julia preguntó-: Andi, ¿ha pasado algo mientras he estado fuera?

Andrea pareció sorprendida.

– Pues claro que sí. Horace y yo hemos jugado a la pelota. -Se agachó sin mostrar el menor gesto de dolor (un movimiento que apenas una semana antes habría dicho que era incapaz de realizar) y alargó una mano. Horace se le acercó y dejó que le acariciara la cabeza-. Es muy bueno jugando a traer cosas.

2

En su habitación, Andrea se sentó en la cama, abrió el sobre de VADER y empezó a leer de nuevo los documentos. Esta vez con más atención. Cuando por fin volvió a meter las hojas en el sobre de papel manila, eran cerca de las dos de la madrugada. Guardó el sobre en el cajón de la mesita que tenía junto a la cama, donde tenía también el revólver del calibre 38 que su hermano Douglas le había regalado por su cumpleaños hacía dos años. Ella se había sentido consternada, pero Dougie había insistido en que una mujer que vivía sola necesitaba protección.

Cogió el revólver, abrió el tambor y comprobó las recámaras. La que se colocaría bajo el percutor cuando apretara el gatillo por primera vez, siguiendo las instrucciones de Twitch, estaba vacía. Las otras cinco estaban cargadas. Andrea guardaba más balas en el estante de arriba del armario, pero no tendría ocasión de recargar el arma. El pequeño ejército de policías de ese hombre la abatiría antes.

Además, si no era capaz de matar a Rennie con cinco tiros, probablemente de todas formas no merecía seguir viviendo.

– Al fin y al cabo -murmuró al volver a dejar el arma en el cajón-, ¿para qué, si no, vuelvo a sentirme firme? -La respuesta parecía muy clara ahora que tenía el cerebro limpio de Oxy: se sentía firme para disparar con firmeza-. Amén a eso -dijo, y apagó la luz.

Cinco minutos después, dormía.

3

Junior estaba más que despierto. Estaba sentado en la única silla que había en la habitación del hospital, junto a la ventana, mirando cómo esa extraña luna rosa descendía y se escurría tras un manchón negro de la Cúpula que era nuevo para él. Ese era más grande y estaba mucho más arriba que el que habían dejado los impactos fallidos de los misiles. ¿Habrían realizado algún otro intento de atravesar la Cúpula mientras estaba inconsciente? No lo sabía y tampoco le importaba. La cuestión era que la Cúpula aún resistía. De no ser así, el pueblo estaría iluminado como si fuera Las Vegas y plagado de GI Joes. Bueno, había alguna luz aquí y allá señalando a unos cuantos insomnes impenitentes, pero la mayor parte de Chester's Mills dormía. Eso estaba bien, porque Junior tenía cosas en que pensar.

Concretamente en Baaarbie y en los amigos de Barbie.

Junior, sentado junto a la ventana, ya no tenía dolor de cabeza y había recuperado sus recuerdos, pero sabía muy bien que era un chico enfermo. Sentía una sospechosa debilidad en toda la parte izquierda del cuerpo, y de vez en cuando le caía baba por la comisura de los labios. Si se la limpiaba con la mano derecha, unas veces sentía piel contra piel y otras veces no. Además de eso, veía una mancha oscura con forma de cerradura, bastante grande, flotando a la izquierda de su campo de visión. Como si se le hubiese reventado algo dentro del globo ocular. Supuso que así era.

Recordaba la rabia salvaje que sintió el día de la Cúpula; recordaba haber perseguido a Angie por el pasillo y hasta la cocina, haberla lanzado contra la nevera y haberle clavado la rodilla en la cara. Recordaba el sonido que produjo, como si detrás de esos ojos se escondiese una bandeja de porcelana y su rodilla la hubiese hecho añicos. Esa rabia ya había desaparecido. Su lugar lo ocupaba una ira sedosa que recorría su cuerpo y manaba de una fuente insondable que nacía en lo más profundo de su cabeza, un manantial que lo helaba y lo despejaba al mismo tiempo.

El viejo capullo al que Frankie y él habían hecho salir corriendo en Chester Pond se había presentado allí esa mañana para examinarlo. El viejo capullo se había comportado con mucha profesionalidad, le había tomado la temperatura y la presión sanguínea, le había preguntado qué tal el dolor de cabeza e incluso le había comprobado los reflejos de la rodilla con un pequeño martillo de goma. Después, cuando se marchó, Junior oyó comentarios y risas. Oyó mencionar el nombre de Barbie y se arrastró hasta la puerta.

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