– No me podía concentrar, me resultaba muy difícil, sobre todo cuando citó aquel poema que no comprendí, y cuando dijo que lo más terrible de todo es que no hubiera enemigos de por medio, que todo era como una parábola, la verdad es que me habría gustado preguntarle… -se lamentó el mayor Weizmann-. Creí que usted nos iba a comentar algo al respecto -añadió, dirigiéndose ahora al juez Neuberg.
– Se trató de una acción humanitaria -volvió a recalcar el juez-, el hecho de haberla dejado hablar, sin que sus palabras tengan que interferir en la sentencia definitiva. A veces hay que tener en cuenta la posición de la familia de la víctima, aunque lo que diga no tenga ningún valor legal en el proceso en curso, como he dicho ya dos veces. Se le permitió hablar por humanidad. Lo que dijera no tiene importancia, y no nos vamos a fijar en eso ni mucho menos para poder dictar sentencia.
– Les voy a decir a ustedes lo que yo creo, lo que a mí me apetece hacer -volvió a entusiasmarse el mayor Weizmann-. Apetecer no es la palabra correcta en este contexto -se disculpó-, a veces soy demasiado espontáneo al hablar, pero volviendo al tema, me he pasado toda la noche pensando en él. Los tres tenemos claro que la sentencia tiene que ser condenatoria para los acusados. Es decir, que realmente son culpables, porque se ha demostrado que pusieron unas vidas en peligro, y repetidamente, dieron la orden, y encima a sus propios comandos, que se encontraban bajo su responsabilidad, y en mi opinión también provocaron daños materiales, cuya víctima es el propio Tsahal, aunque sobre eso nadie ha dicho nada -miró al juez Neuberg e hizo la siguiente observación-: No se parece nada al caso de la sentencia de Jason Lawrens que usted me mostró y que he leído esta noche, sobre la ruleta rusa, porque ahí lo que se dio fue la reunión de unas cuantas personas que no estaban obligadas a ser prudentes, que no eran los responsables formales.
– Pero ¿esto qué es? ¿Qué es lo que está diciendo? -el teniente coronel Katz le exigió que se explicara.
– Esto…, si lo desea, se lo puede llevar -dijo el juez Neuberg intentando complacerlo-. Cójalo y lea, la defensa lo citó en el transcurso del juicio, quizá se acuerde usted, es muy bonito, una sentencia emocionante, redactada por el juez Dov Levin, y además excepcionalmente bien escrita, muy clara y muy muy instructiva.
El teniente coronel Katz sostenía en la mano las fotocopias que le había alcanzado el juez Neuberg, pero sus labios seguían lívidos y deformados en una mueca que denotaba la discriminación de la que se creía víctima.
– ¿Cuándo voy a leerme todo esto? -se dijo furioso-. Qué más da ya.
– Lo que yo quería decir -dijo el mayor Weizmann- es que me gustaría que en la sentencia que usted va a redactar, si Amnon está de acuerdo -y miró con recelo al teniente coronel Katz, que asintió con aire distraído-, aparezcan algunas palabras sobre la responsabilidad de los altos mandos. Como aparece escrito en el material que usted me entregó, en la sentencia del juez Silberstein…
– Silbertal -lo corrigió el juez Neuberg. No se sentía cómodo teniendo que tomar como referencia la sentencia de un juzgado de primera instancia, y por eso añadió-: Me he permitido utilizar de manera excepcional esta sentencia, porque es de relevancia para nuestro asunto, y además… -y esto último lo dijo casi a su pesar-, está perfectamente escrita.
– Sí, Silbertal -se apresuró a decir el mayor Weizmann-. Escribe que no se trata de criminales y que por eso no es necesario rehabilitarlos. En nuestro caso no creo que deban ingresar en la cárcel, creo que basta con algo similar a la condena condicional, nos podemos conformar con que realicen algunos trabajos de servicios, pero lo que sí me gustaría es que hubiera un apéndice en el que se hablara de los altos mandos que lo permitieron, y que incluso lo hicieron posible, y también que se expusiera algo sobre la comisión de investigación.
– ¿Lo ve? -protestó el teniente coronel Katz-. Esa mujer ha influido en usted, ella y todas esas madres, ya les dije que no íbamos a poder ignorarlas, y, además, está de moda últimamente, la tienen tomada con los altos mandos, con desprestigiarlos. Pero los que estaban allí, el que dio la orden y el que activó el mecanismo, el que ni siquiera tuvo la precaución de atarles las manos y los pies, son los oficiales que han sido enjuiciados aquí, ¿acaso se debe obviar eso? ¿Creen ustedes, acaso, que tenemos que decir abiertamente que los oficiales de baja graduación no tienen ninguna responsabilidad?
– Amnon -dijo el juez Neuberg y cruzó las manos sobre la mesa mientras miraba directamente a los ojos del teniente coronel Katz-, si no me equivoco, nadie ha propuesto eso hasta este momento. Yo todavía no sé cuál es mi postura en este asunto, pero le voy a hacer una pregunta puramente didáctica: ¿Cree usted realmente que después de las declaraciones que hemos oído aquí se puede y se debe ignorar el tema de los altos mandos?
– Usted nos enseñó al principio, antes incluso de que todo comenzara, que quien ha sido llevado a juicio es quien debe ser juzgado -exclamó el teniente coronel Katz-, y que no era nuestro cometido arreglar el mundo, y… el honor del Ejército del Aire, y querer responsabilizar de esa manera al comandante de la base, ¡esto es demasiado! ¡A un coronel de la reserva del Tsahal!
– No me estaba refiriendo ahora ni a la resolución de la sentencia ni al dictamen definitivo, sino a las observaciones para casos futuros -le aclaró el juez Neuberg-. Y en cuanto al honor del Ejército del Aire, no creo que seamos capaces de salvarlo, ni en este caso ni en otros, mientras que el hablar claro y las advertencias pueden conseguir que en el futuro sí se salve su honor.
– Menos honor tendrá todavía si nos callamos -estuvo de acuerdo el mayor Weizmann-. ¿Y nosotros? ¿Qué imagen vamos a dar? ¿Qué somos, un laboratorio judicial? ¿Es que no vamos a ver más allá de los hechos concretos?
– No estoy dispuesto a entrar en el tema de la comisión de investigación, el asunto ese de la versión primera que fue luego cambiada -advirtió el teniente coronel Katz-. Eso no ha quedado demostrado y además no tiene nada que ver.
– Ya lo creo que tiene que ver, ¡y cómo! -dijo el mayor Weizmann, y apretó tanto los labios que la cicatriz palideció por completo-. Si no se trata el asunto, lo haré yo solo, aunque sea como opinión mía propia, porque también existe la posibilidad de expresar en la sentencia la opinión del que queda en minoría.
– Quiero hacerles una propuesta -dijo el juez Neuberg, esforzándose por poner cara de haber tenido una idea repentina-. ¿Qué les parece que escribamos la resolución de la sentencia, es decir, que yo la escriba, con lo que acordemos entre todos, que la culpabilidad del acusado ha sido probada…?
– ¿Cómo que «el acusado»? ¿No eran «los acusados»? -preguntó el teniente coronel Katz.
El juez Neuberg ahogó un suspiro de impaciencia:
– Después del alegato, no tenemos más que un acusado. El teniente Lior, que ha confesado, es ya culpable, y solamente la sentencia que dictemos al final se referirá a los dos juntos como dos acusados. En la fase anterior, en la resolución de la sentencia, hay que distinguir entre una cosa y otra, pero volviendo a lo que estábamos tratando, les propongo que sea yo quien escriba el texto y ustedes, por supuesto, podrán leerlo después y solicitar que se modifique o que se añada lo que consideren. Todo será debatido y cada uno de nosotros podrá modificar o añadir o hacer observaciones. ¿Qué dicen ustedes?
– Los tres estamos de acuerdo en la culpabilidad -dudó el teniente coronel Katz-, pero no en la condena.
– La sentencia será escrita y entregada después de la resolución -advirtió el juez-. A causa del alegato y de la confesión del teniente Noam Lior, ha surgido la idea de los trabajos para la comunidad o podemos considerar la libertad condicional, pero eso tenemos que debatirlo.
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