– Que no va a ser tan fácil como tal vez hayáis imaginado. No podemos detener a Harvey para interrogarlo porque un muerto le haya acusado de algo que sucedió hace diez años. Piénsalo bien, querida. Se limitaría a permanecer sentado, con la boca bien cerrada, hasta que un equipo de los mejores abogados de Londres lo sacase a la calle en un tiempo récord.
– O dicho de otro modo, que haríamos el ridículo ante los tribunales.
– Exactamente -suspiró Ferguson-. Siempre he simpatizado con la idea de que la mejor manera de hacer justicia con las clases criminales sería acorralar a todos los abogados en un callejón y fusilarlos allí.
Brosnan contemplaba pensativo la nevisca al otro lado de la ventana.
– Hay otro medio.
– ¿Supongo que se refiere a su amigo Flood? -sonrió Ferguson con rabia-. No voy a impedir que le consulte, pero procure no salirse de los límites de la legalidad.
– ¡Ah! Eso, por supuesto, brigadier. Se lo prometo -Brosnan cogió su abrigo-. Vámonos, Mary. Vayamos a ver a Harry.
A Billy le resultó fácil seguir la furgoneta con su BMW. Había nieve en las cunetas pero el asfalto estaba sólo húmedo. Durante el recorrido por Londres y hasta Dorking encontraron mucha aglomeración, y aunque no había tanta en la carretera de Horsham, todavía le bastó para pasar inadvertido.
Tuvo suerte cuando la Morris enfiló la desviación de Grimethorpe, porque había dejado de nevar y se despejó el cielo dejando que luciese la media luna. Billy apagó el faro y se guió por las luces de posición de la distante camioneta, amparado en la oscuridad.
Cuando cambiaron de dirección después del indicador de Doxley, él prosiguió con cautela, deteniéndose en la cima y observando desde lejos cómo entraba la camioneta en la granja.
Paró el motor y continuó en punto muerto cuesta abajo, hasta detenerse frente a la puerta y la enseña de madera que decía: cadge end farm. Recorrió a pie el sendero entre los árboles y pudo observar el interior iluminado del corral, al otro lado del patio. Allí estaban Dillon, Fahy y Angel al lado de la furgoneta. Entonces Dillon se volvió y salió al patio para cruzarlo.
Billy se batió precipitadamente en retirada, regresó a donde estaba su BMW y continuó rodando cuesta abajo, no atreviéndose a arrancar el motor hasta que se halló bastante lejos de la granja. Cinco minutos después salía nuevamente a la carretera principal y regresaba en dirección a Londres.
Desde su sala de estar Dillon llamó al apartamento de Makeiev en París.
– Soy yo-dijo.
– Estaba preocupado -anunció Makeiev-. Con eso de Tania…
– Tania eligió su propia escapatoria -replicó Dillon-. Ya te lo he dicho; lo hizo para asegurarse de que nadie le sacaría ni una palabra.
– ¿Y ese asunto que mencionaste, el viaje a Belfast?
– Todo resuelto. Y todos los sistemas en marcha, Josef.
– ¿Cuándo será?
– El gabinete de Guerra se reúne a las diez de la mañana en Downing Street. Entonces daremos el golpe.
– Pero ¿cómo?
– Ya lo leerás en los periódicos. Lo que importa ahora es que le digas a Michael Aroun que vuele a su refugio de St. Denis mañana por la mañana. Tengo previsto llegar por la tarde, no sé a qué hora.
– ¿Tan pronto?
– No supondrás que voy a entretenerme por aquí, ¿verdad? ¿Tú qué harás, Josef?
– Creo que lo mejor sería acompañar a Aroun y a Rashid en el vuelo de París a St. Denis.
– Bien. Hasta la vista, pues, y no dejes de recordarle a Aroun lo del segundo millón.
Dillon colgó, encendió un cigarrillo y luego volvió a descolgar para llamar al campo de aviación de Grimethorpe. Al cabo de un rato logró la comunicación.
– Bill Grant aquí -parecía algo embriagado.
– Soy Peter Hilton, señor Grant.
– ¡Ah, sí! -dijo Grant-. ¿En qué puedo servirle?
– Esa excursión a Land's End que teníamos prevista. Será mañana, creo.
– ¿A qué hora?
– Si pudiera tener la máquina preparada a partir de mediodía, ¿le parece bien?
– Siempre y cuando no arrecie la nevada. Si cuaja mucho podría crearnos dificultades.
Grant colgó despacio, alargó la mano para hacerse con la botella de whisky escocés y se sirvió un generoso trago. Luego abrió el cajón de la mesa. Tenía allí un viejo revólver Webley de reglamento, con una caja de munición del 38. Lo largó y lo devolvió al cajón.
– Muy bien, señor Hilton. Pronto sabremos lo que se trae usted entre manos -y apuró el whisky de un trago.
– ¿Que si conozco a Jack Harvey? -se echó a reír Harry Flood, sentado detrás de su escritorio, y luego se volvió hacia Mordecai Fletcher-. ¿Le conocemos, Mordecai?
El gigantón miró sonriendo a Brosnan y a Mary, que estaban de pie delante de ellos, con los abrigos puestos.
– Sí, creo que podría decirse que conocemos bastante bien al señor Harvey.
– Sentaos, por el amor de Dios, y contadme qué ha pasado en Belfast -dijo Flood.
Se pusieron cómodos y Mary hizo un rápido resumen de todo el asunto. Por último preguntó:
– ¿Cree posible que Harvey fuese proveedor de armas para Dillon allá por el ochenta y uno?
– Viniendo de Jack Harvey nada me sorprende. Él y su sobrina Myra dirigen un pequeño imperio muy bien organizado y que comprende toda clase de actividades delictivas: mujeres, drogas, atracos a mano armada y a gran escala, lo que usted quiera. Aunque…, ¿armas para el IRA? -se volvió hacia Mordecai-. ¿Tú qué opinas?
– Sería capaz de desenterrar la momia de su abuela para venderla, si creyera que iba a ganar algo con eso -dijo.
– Muy justo -Flood se volvió hacia Mary-. Ahí tiene la contestación.
– Bien, y si Dillon recurrió a Harvey en el ochenta y uno, cabe la posibilidad de que lo haga otra vez.
Flood objetó:
– Con lo que contáis no hay suficiente para que la policía empapele a Harry. Saldría por la puerta grande.
– Imagino que el profesor estará pensando algún planteamiento más sutil para hacer cantar a ese bastardo -dijo Mordecai, al tiempo que descargaba el puño derecho contra la palma izquierda.
Mary miró a Brosnan, quien se encogió de hombros.
– Si no sugieres tú otra cosa,… De individuos como Harvey no se consigue nada con amabilidades.
– Tengo una idea -ofreció Harry Flood-. Últimamente Harvey anda muy empeñado en querer formar sociedad conmigo. ¿Y si le pidiera una reunión para comentar el asunto?
– Espléndido -dijo Brosnan-. Pero que sea cuanto antes. No tenemos tiempo que perder, Harry.
Cuando llamó Flood, Myra estaba sentada tras el escritorio de su tío, repasando las cuentas de sus salas de espectáculos.
– Hola, Harry. Qué sorpresa tan agradable.
– Esperaba poder hablar con Jack.
– Imposible, está en Manchester asistiendo a una reunión de no sé qué club social de la comarca.
– ¿Cuándo volverá?
– Temprano. Tiene quehacer aquí durante la mañana, así que madrugará para coger el puente aéreo de las siete y media en Manchester.
– ¿Así que estará aquí sobre las nueve?
– Más bien a las nueve y media, por lo cargada que está la circulación para entrar en Londres. Pero oye, Harry, ¿a qué viene todo esto?
– Estaba pensando, Myra, que a lo mejor he sido un poco estúpido. En lo de la sociedad, quiero decir. Puede que Jack tenga razón. Juntos podríamos hacer muchas cosas.
– Estoy segura de que le agradará saberlo -dijo Myra.
– Iré a veros con mi contable, mañana por la mañana a las nueve treinta en punto -añadió Flood, y colgó.
Myra se quedó un rato contemplando el teléfono, luego lo descolgó, llamó al hotel Midland de Manchester y preguntó por su tío. Jack Harvey, con mucho champaña y más de una copa de aguardiente en el cuerpo, estaba de excelente humor cuando descolgó el aparato en la recepción del hotel.
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