Jack Higgins - El Ojo Del Huracan

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El Ojo Del Huracan: краткое содержание, описание и аннотация

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Una feroz guerra subterránea… y el más audaz de los atentados. Sean Dillon es un asesino. Quizá su atracción por la violencia surgiera de la convicción política cuando formó parte del IRA. Pero ya ha perdido las referencias y los escrúpulos. Dillon es un sicario, un carísimo sicario. Tan caro que sólo un magnate iraquí del petróleo puede pagarle. Son los tiempos de la guerra del Golfo, y un magnicidio puede afectar el equilibrio de los aliados. Se trata de un extraordinario desafío, que sólo Dillon puede abordar. Y él mismo fijará el blanco: el primer ministro británico, John Major.
La minuciosa preparación del golpe, los ciegos esfuerzos del servicio secreto por evitarlo, forman el nudo de una obra tan inteligente como trepidante. La maestría de Jack Higgins -de quien Grijalbo ha publicado Ha llegado el águila y El águila emprende el vuelo- alcanza en esta obra la máxima sutileza, energía y verosimilitud.

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– ¿Estás ahí, Billy?

Él subió al cabo de unos momentos.

– ¿Qué quieres?

– ¿Otra vez te habías metido en las capillas? Ven acá, que te necesito.

Ella anduvo por el pasillo hasta la puerta del fondo, la abrió y apartó el tabique falso. Luego le indicó una de las cajas de Semtex.

– Lleva eso a la oficina.

Cuando fue a reunirse con él, la caja estaba colocada sobre el escritorio.

– Pesa una barbaridad, ¿qué es?

– Es dinero, Billy, en lo que a ti te concierne. Ahora óyeme, y escucha bien. ¿Te acuerdas de aquel individuo bajito que te machacó ayer?

– ¿Qué pasa con él?

– Vendrá hoy, a las ocho menos cuarto, para darme un puñado de dinero a cambio de lo que contiene esta caja.

– ¿Y qué?

– Quiero que estés en la calle a las siete y media, llevando ese uniforme de cuero tan bonito que tienes, y con tu BMW a punto. Cuando él salga, Billy, le sigues. Hasta el puñetero Cardiff si hace falta -le dio una palmadita en la cara-. Y si le pierdes la pista, cielito, no hace falta que vuelvas por aquí.

Nevaba un poco en Heathrow cuando Dillon salió por la terminal número uno. Le esperaba Angel, que agitó la mano con animación.

– Glasgow. ¿Qué hiciste allí? -dijo ella.

– Averiguar qué llevan los escoceses debajo de las faldas…

Ella soltó la carcajada y se colgó de su brazo.

– ¡Eres terrible!

Salieron pisando la alfombra de nieve y se reunieron con Fahy en la furgoneta Morris.

– Me alegro de verte, Sean. ¿Adónde vamos?

– A mi hotel de Bayswater -dijo Dillon-. Me llevo mis cosas de la habitación.

– ¿Te vienes con nosotros? -preguntó Angel.

– Sí -asintió Dillon-. Pero antes vamos a una empresa de Whitechapel, a recoger un regalo para Danny.

– ¿Qué va a ser eso, Sean? -preguntó Fahy.

– ¡Ah! Unas cincuenta libras de Semtex.

La furgoneta patinó y coleó en medio de la calzada, mientras Fahy procuraba recobrar el dominio del vehículo.

– ¡Virgen Santísima! -exclamó.

En la compañía de pompas fúnebres, el portero de noche dejó pasar a Dillon por la puerta principal.

– ¿El señor Hilton? La señorita Myra le espera.

– No se moleste en acompañarme, conozco el camino.

Dillon subió por la escalera, recorrió el pasillo y abrió la puerta del despacho. Myra le esperaba.

– Entre -dijo.

Llevaba un traje negro con pantalones y fumaba un cigarrillo. Myra fue a sentarse detrás del escritorio y dio una palmada sobre la caja.

– Ahí lo tiene. ¿Dónde está el dinero?

Dillon colocó el portafolios sobre la caja y lo abrió. Paquete a paquete extrajo hasta los quince mil, que fue colocando delante de ella. Quedaban en el portafolios cinco mil dólares, la Walther con el silenciador Carswell y la Beretta. Cerró el portafolios y sonrió.

– Es un placer hacer negocios con ustedes.

Con el portafolios sobre la caja, cargó con todo y echó a andar mientras ella iba a abrirle la puerta.

– ¿Qué va a hacer con eso, volar el edificio del Parlamento?

– Ése fue Guy Fawkes -replicó él, al tiempo que se alejaba por el pasillo y empezaba a bajar por la escalera.

El pavimento estaba helado cuando salió a la calle y dobló la esquina dirigiéndose hacia la camioneta. Billy, escondido en la oscuridad y algo nervioso, empujó la BMW por el manillar siguiendo con la vista a Dillon mientras éste recorría la fila de coches estacionados y se detenía junto a la furgoneta Morris. Angel abrió la puerta del compartimiento de carga y Dillon metió la caja; ella cerró y ambos rodearon el vehículo pasando a ocupar la banqueta junto a Fahy.

– ¿Están ahí, Sean?

– En efecto, Danny. Cincuenta libras de Semtex con su etiqueta de la fábrica de Praga y todo. Vámonos de aquí. Nos espera una noche muy larga.

Fahy recorrió un par de manzanas antes de doblar hacia la calle principal. Cuando se unió a la corriente del tráfico, Billy siguió a la camioneta con su BMW.

El Ojo Del Huracan - изображение 12

12

Por razones técnicas no se le pudo asignar pista de despegue a la Lear Jet en el aeropuerto de Aldergrove hasta las cinco y media. Eran las seis y cuarto cuando Brosnan y Mary aterrizaban en Gatwick, donde les aguardaba un coche del ministerio. Mediante el teléfono del automóvil Mary localizó a Ferguson en el piso de Cavendish Square. Cuando Kim los introdujo le hallaron calentándose junto a la chimenea.

– Qué tiempo tan malo, y temo que viene más nieve -tomó un sorbo de té-. Bien, amigos, al menos volvéis enteros. Habrá sido una experiencia enriquecedora.

– Podríamos describirla así.

– ¿Estáis completamente seguros de que era Dillon?

– Pongamos que sí, o sería mucha coincidencia que alguien eligiese precisamente aquel momento para cargarse a Tommy McGuire -dijo Brosnan-. Y luego, lo del disfraz de vieja del saco. Una típica actuación de Dillon.

– Sí, muy notable.

– Aunque hay que admitir que no ha regresado en el vuelo de Londres, señor -dijo Mary.

– Dirás mejor que crees que no ha regresado -la corrigió Ferguson-. Por lo que sabemos, ese condenado individuo sabría hacerse pasar por el piloto del avión. Parece capaz de cualquier cosa.

– A las ocho y media sale otro avión hacia Londres. El coronel McLeod nos prometió controlar el pasaje a fondo.

– Perderá el tiempo -se volvió Ferguson hacia Brosnan-. ¿Está usted de acuerdo, Martin?

– Temo que sí.

– Pasemos de nuevo revista a los hechos. Cuéntenmelo todo tal como sucedió.

Cuando Mary hubo terminado, Ferguson dijo:

– Hace un rato estaba estudiando los vuelos de salida de Aldergrove. Esta tarde despegaban aviones hacia Manchester, Birmingham, Glasgow, e incluso un vuelo a París, a las seis y media, de donde se puede regresar fácilmente a Londres. Mañana por la mañana tendríamos aquí a nuestro hombre.

– Y todavía nos quedan las rutas marítimas -le recordó Brosnan-. El transbordador de Larne a Stranraer, en Escocia, y desde ahí, un tren rápido hasta Londres.

– O pudo cruzar la frontera irlandesa para salir luego por Dublín en una docena de direcciones diferentes -dijo Mary-. De esta manera no adelantamos nada.

– Sería interesante que dilucidáramos el motivo de su viaje -explicó Ferguson-. No pudo conocer vuestra intención de visitar a McGuire hasta la noche, cuando Brown reveló a la Novikova el contenido del informe. Y sin embargo, salió disparado hacia Belfast a la primera oportunidad. ¿Por qué haría eso?

– Para cerrarle la boca a McGuire -opinó Mary-. Otro punto interesante es que habíamos convenido la entrevista con McGuire a las dos, pero fuimos allá media hora antes. Sin eso, Dillon se habría presentado el primero.

– Pero ahora no puede estar seguro de si McGuire os contó algo, ni qué fue.

– Sí, señor, pero lo importante es que Dillon sabía que McGuire tenía algo que contar acerca de él. Por eso se tomó la molestia de ir por él, y ese algo no podía ser otra cosa que la información de que el tal Jack Harvey había sido su proveedor de armamento durante la campaña del ochenta y uno en Londres.

– Sí, cuando hablamos de eso en Aldergrove, antes de vuestra partida, hice unas comprobaciones. El inspector Lane, del Servicio especial, me ha dicho que Harvey es un gángster conocido y que trabaja a gran escala. Drogas, prostitución, lo de siempre. La policía le persigue desde hace años, pero con poco éxito. Por desgracia es también un negociante legalmente establecido. Inmobiliarias, salas de espectáculos, agencias de apuestas y todo eso.

– ¿Qué quiere decir con eso, señor? -preguntó interesada Mary.

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