Me miran todos sin reaccionar.
– Tiene razón, señor Jaritos -concluye Stavridis-. Parece verosímil.
En ese preciso instante me viene a la mente lo que venía eludiéndome desde ayer.
– Nos sería de gran ayuda que nos facilitaran una relación de todas las expropiaciones realizadas por los bancos durante los últimos cinco años. Sólo nos interesan los bienes cuantiosos, especialmente los bienes inmuebles. No hace falta que nos den la lista de los automóviles confiscados por impago de los plazos: son tantos que no acabaríamos de comprobarlos en todo un año.
– Podríamos pedirle al Servicio Interbancario la lista de morosos, pero tardaríamos más -añade Guikas.
– La tendrán mañana por la mañana -dice Stavridis.
Todo el mundo sale de la reunión satisfecho, sobre todo el ministro.
Volvemos a Jefatura en el coche de Guikas, igual que vinimos. Delante de mi despacho me espera el habitual tropel de reporteros al acecho. Pero yo, de buen humor porque me he acordado de pedir la lista de expropiaciones, me acerco a ellos con una sonrisa.
– ¿Que tal, chicos? Os esperaba ayer.
– Okamba tenía prioridad -explica una cincuentona, con muchos años de oficio a sus espaldas, que suele enviar a su ayudante.
– Comprenderá que los asesinatos son lo primero -se justifica la que viste siempre de rosa.
– Sobre todo, cuando se trata de un acto terrorista -interviene Sotirópulos, que está apoyado, como de costumbre, en la pared junto a la puerta. Su voz destila hiel y sarcasmo.
Considero que se ha acabado el andarse con remilgos.
– Bien, os escucho.
– ¿Hay pruebas o indicios de la identidad de quien empapeló Atenas con carteles contra los bancos? -pregunta un joven periodista que lleva una camiseta negra con las palabras LOVE IS LIFE estampadas y que luce un pendiente en la oreja derecha.
– No, todavía no tenemos nada. Seguimos investigando.
– ¿Cree que el «guerrillero antibancos» atacará de nuevo?
– ¿Así le habéis bautizado, «guerrillero antibancos»? Pues en este momento no creemos nada. Sólo él sabe si volverá a actuar.
– ¿De qué se ha hablado en la reunión del ministro con los directores de bancos? -pregunta la cincuentona experta.
– Sólo el ministro puede responder a esto.
– Pero usted también estaba en la reunión, junto con el señor Guikas…
– Preguntad al ministro -insisto, dando por terminada la sesión.
Siguiendo el protocolo de salida, se marchan todos excepto Sotirópulos, que sigue pegado a la pared.
– Bonito espectáculo -dice-. Bill Okamba con esposas y chaleco antibalas, custodiado por policías con pasamontañas y armados hasta los dientes. Coches patrulla, furgones policiales, equipos de televisión… Menuda peli de Hollywood que habéis montado.
– Ahórrame la descripción. Lo vi en la tele.
– Sabrás, sin duda, que el juez ha decretado prisión preventiva, ¿no?
– Lo sé. -No lo sabía, pero recuerdo que Guikas ya lo había previsto.
– Me compadezco del fiscal que se encargue del caso en los tribunales. Con las pruebas de las que dispone, Leonidis se lo comerá vivo.
– Me gustaría pedirte un favor -digo, y no sólo para cambiar de tema.
– ¿Qué favor?
– Que me arregles un encuentro con algún periodista experto en economía, alguien amigo tuyo.
– ¿Para qué?
– Seguro que sabe más que yo de finanzas, y quizá me ilumine un poco.
Estoy preparado para la apostilla de Sotirópulos:
– ¿Y qué gano yo con la mediación?
– Mi aprecio.
Se ríe con ganas.
– ¡Vaya! Es la primera vez que te oigo decir eso, y confieso que es un buen incentivo, sobre todo ahora que los incentivos están desapareciendo. Pero antes de hablar de incentivos necesito hablar del modo en que me gano mi sueldo: ése sí que está en peligro.
– Serás el primero en recibir información de las «fuentes anónimas» de la policía.
– Dame un segundo. -Saca el móvil y empieza a hablar con alguien en susurros. Enseguida me pregunta-: ¿Puedes estar en la brasería de la calle Valaoritu esta tarde a las cinco?
– Sí, ningún problema.
– Estupendo, nos vemos allí.
Asunto arreglado. Sotirópulos se marcha, y los dos tan contentos.
Dejo el Seat en el aparcamiento de la calle Kriesotu y llego a la brasería de Valaoritu con un cuarto de hora de retraso. El termómetro ha alcanzado los cuarenta grados. La calle Valaoritu se cuece al sol y todas las mesas dispuestas en la acera están vacías. Me imagino que Sotirópulos y su amigo se habrán sentado en el interior de la brasería, que tiene aire acondicionado. Los localizo en una mesa al fondo del establecimiento.
El amigo de Sotirópulos se llama Panos Nestoridis y es redactor de un diario financiero. Ambos deben de ser de la misma edad. Pero salta a la vista lo que les diferencia: Nestoridis tiene el aire de quien se ocupa del mundo del dinero, y Sotirópulos tiene la mala leche de quien se ocupa del mundo del crimen.
Pido un té helado para aplacar mi sed. Nestoridis toma un café frapé, y Sotirópulos, un capuchino.
– Platón me ha dicho que necesitaba mi ayuda. ¿Qué puedo hacer por usted?
– El señor Sotirópulos le habrá contado que estoy liado con un cartel y un anuncio que incitan a la gente a no pagar sus deudas con los bancos. Mis conocimientos del sistema bancario no van más allá de mi cuenta de ahorros. Por lo tanto, será bienvenida cualquier opinión que me ayude a entender quién podría esconderse detrás de esta campaña.
– Para empezar, el que lo hizo conoce muy bien el sistema bancario.
– ¿Cómo lo sabe?
– Si lee el anuncio con detenimiento, verá que sólo incita al impago a los que tienen préstamos hipotecarios, personales y al consumo. También menciona a los titulares de tarjetas de crédito, es decir, el noventa por ciento de la población griega. Sin embargo, no se dirige a los empresarios, porque sabe que, si ellos no pagan sus deudas, los bancos les cerrarán el grifo y las empresas se irán a pique.
– ¿Quién cree que puede ser?
Nestoridis ya tiene la respuesta.
– Un ejecutivo de un banco que ha sido despedido o un empresario que conoce a fondo el sistema. Y quizá, en último término, alguien perjudicado por un préstamo hipotecario, alguien que no haya podido pagar las cuotas de la hipoteca y el banco le haya expropiado la casa.
Me daría de cabezadas contra las paredes de la brasería. Porque mi primera sospecha, cuando se descubrió el asesinato de Zisimópulos, fue que lo había matado algún empleado de banca furioso por haber sido despedido. Es lo que intenté averiguar a través de las secretarias de Zisimópulos y de Stavridis. Después detuvieron a Bill Okamba, me apartaron del caso y dejé esa clase de elucubraciones. Nestoridis acaba de devolverme al punto de partida.
– ¿Qué me aconsejaría que hiciera? -le pregunto.
– Creo que debes empezar por los empleados bancarios -salta Sotirópulos.
– ¿Por qué?
– Porque no son tantos. ¿A cuántos ejecutivos habrán despedido los bancos? Si meten la pata, suelen trasladarlos a otra sucursal o los cambian de departamento, pero raras veces les despiden.
– Platón tiene razón -confirma Nestoridis-. Yo también creo que debe empezar por los ejecutivos de bancos antes de pasar a los propietarios de viviendas.
– ¿No investigaría usted a los empresarios?
– Sólo como última opción y únicamente a los pequeños y medianos. Comerciantes, artesanos…, esos profesionales.
– ¿Por qué sólo a ellos?
– Menos mal que eres poli -ironiza Sotirópulos. Si fueras empresario, te arruinarías. ¿Acaso crees que un accionista de una sociedad anónima imprimiría carteles contra los bancos porque ha caído el valor de sus acciones?
Читать дальше