Estoy inmerso en estos pensamientos cuando entra en mi despacho Sotirópulos. No hace falta ser adivino para deducir que el periodista ha venido en busca de más informal ion sobre las pruebas contra Bill. En momentos como éste, la táctica más eficaz es asumir una actitud de «no he visto nada, no he oído nada, no sé nada».
– ¿Sabes por qué eres el más listo de todos los que trabajan aquí dentro? -pregunta sin preámbulos y sin dar los buenos días.
– Ignoraba que lo fuera, pero adelante, dime por qué.
– Porque todos los demás son idiotas. El tuerto es rey en el país de los ciegos…
– Algo es algo.
– ¿Puedes decirme cuáles son esas pruebas tan evidentes que os permiten atormentar a ese pobre negro?
– ¿Cuándo superarás tus obsesiones izquierdistas? Aún piensas en términos de «vosotros atormentáis a los pobres negros». Nadie en este país maltrata a los negros, Sotirópulos. ¿Y sabes por qué? Porque, con la que está cayendo últimamente, ahora los negros somos nosotros.
– Dime cuáles son esas pruebas incriminatorias que tenéis tan bien escondidas y retiraré lo dicho.
– No tengo la menor idea.
– ¡Vaya! Ya veo que tú también te haces el tonto, como todos.
– Sotirópulos, este caso lo lleva la Brigada Antiterrorista. Yo no tengo nada que ver. Si quieres información, habla con Stazakos.
– Digamos que no acabamos de entendernos, y a ti al menos puedo decirte lo que opino. Esa patraña del atentado terrorista no se la cree nadie. A los terroristas los guía siempre una ideología. Ni ponen bombas ni matan por dinero, y menos aún por cincuenta mil miserables euros.
– ¿Y qué hay detrás de estos asesinatos, si no son atentados terroristas?
– Blanqueo de dinero. Y los bancos están metidos hasta el cuello, porque hablamos de grandes sumas. Verás como tengo razón.
Da un portazo al salir, porque se va con las manos vacías. En el fondo, debería darle las gracias: su comentario sobre las ideologías me ha abierto los ojos. Pero hace tiempo que los dos dejamos atrás cosas como la cortesía.
En casa me esperan dos agradables sorpresas. Adrianí está viendo la televisión y la persiana de la sala está levantada. Son claros indicios de una vuelta a la normalidad, pero prefiero no hacer comentarios; Fanis me aconsejó que no llamara la atención sobre el tema y lo dejara pasar.
Es Adrianí quien siente la necesidad de dar explicaciones.
– He decidido subir la persiana. Como es de noche…
– ¿Qué tal te encuentras? -pregunto y me siento a su lado en el sofá.
– Esperemos a ver cómo estaré por la mañana.
Concluye con un gran suspiro que confirma la teoría de Katerina: para Adrianí, la mejor terapia es sufrir en silencio.
En la tele vuelven a retransmitir la rueda de prensa del director general de la policía. A mí no me gusta ver la misma película dos veces, y menos en un mismo día, pero no me levanto para no dejar sola a Adrianí. Mi buena acción se ve recompensada, pues descubro dos elementos nuevos muy interesantes. El primero es una conversación del corresponsal con la presentadora.
– Ha mencionado reiteradamente las pruebas incriminatorias, pero no ha dicho en qué consisten dichas pruebas -dice el corresponsal-. No negarás, Ana, que esto deja algunos interrogantes sin respuesta.
– Sin duda se debe a que la investigación sigue abierta -replica la presentadora.
– De acuerdo, pero, más allá de esto, el director general de la policía se ha mostrado reservado e impreciso. A diferencia del señor Stazakos, el jefe de la Brigada Antiterrorista.
– ¿Podrías decirnos en qué ha sido más preciso el señor Stazakos? -inquiere la presentadora.
– En primer lugar, no ha dejado dudas sobre la contundencia de las pruebas. Y, en segundo lugar, ha hablado de la firma del asesino, la D latina.
Me imagino el disgusto del director general cuando oiga el comentario del corresponsal, y me alegro de no encontrarme en la piel de Stazakos. La segunda sorpresa es la declaración del ministro del Interior. No aparece en pantalla, pues establecen con él comunicación telefónica, y se muestra aún más vago que el director general.
– Todos deseábamos que el asesino fuera detenido -dice a la presentadora-. Pero no nos precipitemos en sacar conclusiones. La instrucción aún no ha terminado y no sabemos qué nuevos datos podrían surgir. Nada más lejos de nuestro propósito que crear expectativas que mañana deban ser desmentidas.
– ¿Qué opinas tú, Renos? -pregunta la presentadora al comentarista de las noticias.
– Es evidente que la policía dispone de pruebas, pero no parecen suficientes para acusar de asesinato a Bill Okamba. Por lo tanto, creo que el ministro y la policía hacen bien en mostrarse reservados. Aunque eso conlleva sus riesgos.
– ¿Qué riesgos? -pregunta la presentadora.
– Que se genere una corriente de simpatía hacia el culpable. No olvidemos que en estos momentos, por culpa de la crisis, los bancos y los banqueros no son muy populares.
– Tiene razón -comenta Adrianí-. Pronto tendréis que sacar las fuerzas antidisturbios para dispersar a los manifestantes que apoyan al detenido.
No contesto, pero celebro en silencio la primera pulla de Adrianí en muchos días.
Las declaraciones y los comentarios de los periodistas son el aperitivo. El plato fuerte del noticiario es la crisis económica y las interminables conversaciones con representantes de los partidos y de los sindicatos y con varios expertos en el tema. Pero, a fuerza de repetir noche tras noche, el plato fuerte va convirtiéndose en rancho de cuartel. La cena que nos ofrecen hoy, sin embargo, no es plato fuerte ni rancho. Es un auténtico manjar.
– Y ahora, señores telespectadores, tendrán la oportunidad de asistir a una reveladora entrevista con el señor Henrik de Moor. El señor De Moor es uno de los altos cargos de la agencia de calificación Wallace and Cheney y se encuentra en nuestro país para reunir datos acerca de la evolución de la economía griega. Me gustaría recordar que la agencia Wallace and Cheney fue de las primeras en describir los bonos griegos como «basura», es decir, papel mojado.
En la siguiente imagen aparecen el comentarista y la presentadora y, sentado frente a ellos, un hombre de cuarenta y cinco años, con pelo y perilla negros. Lleva un sencillo traje gris que le viene un poco holgado, al menos a juzgar por lo que se ve: la chaqueta, la camisa azul marino y la corbata a rayas.
– Señor De Moor, su agencia fue de las primeras en declarar que los bonos griegos eran «basura» -empieza la presentadora-. Esta noche tenemos la oportunidad de oír una explicación de primera mano.
De Moor la mira con una simpática sonrisa.
– En primer lugar, a diferencia de lo que se dice actualmente en todo el mundo, tomar dinero prestado no es malo, señora Berketi. -El hombre habla en inglés y yo tengo que leer los subtítulos para enterarme de lo que dice-. El que recibe un préstamo puede financiar su empresa, su negocio o su país con el dinero de otros. Y los que prestan el dinero obtienen un beneficio por ello. Es una transacción saludable. El problema surge cuando el que ha tomado dinero prestado no puede devolverlo. Grecia se encuentra actualmente en esta situación y es aquí donde intervenimos nosotros. Advertimos a los inversores: «Cuidado, si prestan dinero a este empresario o a este país, el riesgo de no recuperar su inversión es demasiado grande». Es lo que decimos de Grecia. Si los inversores compran bonos griegos, el riesgo de que Grecia no sea capaz de hacer frente a sus deudas es considerable, según los datos de los que disponemos.
– Grecia, sin embargo, tras las presiones del Fondo Monetario Internacional y de la Unión Europea, ha tomado ya medidas muy duras -interviene el comentarista-, medidas dolorosas para la sociedad del bienestar griega.
Читать дальше