– De ese «hoy en día» se trata precisamente -contesta Adrianí-. Porque la situación actual demuestra que tenía que haber dejado de estudiar y buscar un trabajo mientras aún vivíamos en la época de vacas gordas, aunque las vacas nos las hubiese prestado el vecino. Perdió mucho tiempo con él doctorado y ahora se lamenta.
– Nuevo trazado de itinerario. A cincuenta metros, gire a la izquierda. -Paso de ella otra vez y sigo adelante.
– Ahora todos los jóvenes se preocupan por sus estudios -digo-, porque el posgrado y los doctorados cuentan mucho.
– Desde luego que sí: te dan pluses por ellos, que es precisamente lo que están recortando ahora -se burla Adrianí-. Te dicen: «¿Has hecho un doctorado para conseguir un plus? ¡Fantástico, ya te lo quito!». -Sabe que no puedo argumentar nada y continúa-: Hazte a la idea de una vez. El que quiere vivir una vida normal en Grecia, estudia lo necesario y después busca un empleo para vivir tranquilo, sea en una empresa o como funcionario. Es lo que hizo tu padre, e incluso tú mismo. Los estudios no sólo son un esfuerzo estéril, también son una pérdida de tiempo. Al final, sales perjudicado.
Nuevo trazado de itinerario. A cien metros, gire a la izquierda. No hago caso y sigo recto.
– ¡Por el amor de Dios! ¿Por qué llevas ese rollo puesto si no le haces ni caso? Me tiene mareada -se indigna mi mujer.
– No lo necesito, sé por dónde ir.
– ¿Y por qué no lo apagas?
Acerco el Seat a la acera y apago el motor.
– Para alimentar mi ego -contesto.
– ¿Qué quieres decir?
– Me paso el día escuchando las sandeces de los demás. Cuando no son órdenes de Guikas, son las del ministro. Esta voz es la única que me manda cosas y yo puedo pasar olímpicamente. Me levanta el ánimo. Los que están un poco quemados en un puesto de trabajo necesitan un GPS para desobedecerlo. ¿Ahora lo entiendes?
Enciendo el motor y nos ponemos nuevamente en marcha. Vuelve a imperar el silencio.
Estamos sentados en torno a la mesa rectangular donde Guikas celebra sus reuniones, que él preside, como siempre. Stazakos, el jefe de la Antiterrorista, está a su derecha, y yo, a la derecha de éste. Frente a nosotros están los dos hijos de Zisimópulos: Ioannis, que ahora se llama John, y Nikólaos, que ahora se llama Nick, ya que ambos residen en Londres.
La escena se parece más a una reunión para hablar de sueldos y pensiones, o para modificar las prestaciones sociales, que a un interrogatorio. Y se diría que los hijos de Zisimópulos tienen la misma sensación.
– Os lo están recortando todo, ¿no es cierto? -dice John-. Sueldos, pensiones, hachazos por todas partes. Sólo os han dejado la alimentación, aunque no tendréis más remedio que recortarla vosotros mismos.
– Se acabó la época de las vacas gordas -añade Nick-. Aunque, bien mirado, nunca estuvieron realmente gordas: las hinchabais a golpe de préstamos.
– Ahora hay que despertar -vuelve a arremeter John-. Sólo que, en lugar de poneros el despertador, os despiertan a patadas.
Por esa manera de alternarse al hablar, da la impresión de que son gemelos, aunque, a primera vista, John parece mayor que Nick. Las características comunes, que harían pensar en unos gemelos, son los trajes negros a rayas grises que llevan ambos, sus cuerpos esbeltos y las corbatas negras en señal de luto. Aunque la guasa con la que se regodean en nuestras desgracias recuerda cualquier cosa menos el luto.
Nosotros tres aguantamos el chaparrón instalados en un incómodo silencio. Guikas los observa con indiferencia mientras yo recuerdo la antipatía que les tiene Kalaitzí, la secretaria de Zisimópulos, y le doy toda la razón. Sólo Stazakos abre la boca y, por una vez, no me pone de los nervios.
– Les hemos llamado porque estamos investigando el asesinato de su padre, no para analizar la situación económica en Grecia -dice con voz cortante bajo la mirada siempre inexpresiva de Guikas.
– Buscamos información o datos que puedan ayudarnos en nuestra investigación -añado yo.
Los hermanos Zisimópulos se miran como si acabaran de comprender por qué están aquí.
– No veíamos mucho a nuestro padre -dice Nick-. Él se hartó de viajar cuando dirigía el banco. Una vez jubilado, desplazarse de Koropí a Atenas se le hacía una montaña, e ir a Londres ni se lo planteaba. Únicamente lo veíamos cuando nosotros veníamos a Grecia en viaje de negocios y entonces sólo para tomar un café, ya que solíamos quedarnos un día, máximo dos.
– ¿Tampoco se veían en vacaciones? -pregunto, receloso.
John interviene en la conversación.
– Escuche, señor comisario. Nick y yo estamos casados con inglesas. Nuestros hijos crecen como ingleses en Inglaterra. Usted ya ha visto la casa en Koropí. No se puede encerrar a una familia inglesa en medio de la nada, lejos del mar. Cuando veníamos a Grecia de vacaciones, siempre íbamos a alguna isla. Si pasábamos por Atenas, dormíamos una noche en casa. Pero, por lo general, cogíamos vuelos directos de Londres a nuestro destino.
Guikas nos lanza una mirada de sorpresa, que podría significar: «¿Está hablando en serio?» o «¿Qué familia es ésta?».
– Según los datos de que disponemos, no podemos descartar que su padre haya sido víctima de un atentado terrorista -dice Stazakos.
Si lo ha soltado así, de golpe y porrazo, para ver su reacción, la jugada no le ha salido bien. Los dos hermanos se miran estupefactos.
– Señor Stazakos, los atentados terroristas son siempre a ciegas -dice Nick en tono didáctico-. Nunca he oído de un atentado terrorista que tuviera como objetivo a una persona concreta y, además, utilizando una espada. Cualquier policía del mundo le diría que los terroristas matan siempre con bombas.
– ¿Por qué no solicitan la ayuda de Scotland Yard? Ellos son expertos, podrán ayudarles -añade su hermano.
Por primera vez, Guikas rompe su silencio para dirigirse a Nick:
– Estamos permanentemente en contacto con Scotland Yard. En Grecia, sin embargo, los terroristas evitan los golpes a ciegas y apuntan contra personalidades concretas. Es nuestra experiencia con la organización 17 de Noviembre. Su padre fue asesinado en Grecia y tenemos que conducir la investigación basándonos en la realidad griega.
Los hermanos Zisimópulos quedan visiblemente perplejos. Se miran como si estuvieran perdidos. Es obvio que no habían relacionado la muerte de su padre con el terrorismo griego. No obstante, pronto recuperan la compostura.
– ¿Cree de veras que un grupo terrorista envió a uno de sus brazos ejecutores a casa de un jubilado para asesinarle? ¿Qué ganarían matando a un banquero retirado? Si hubiera estado en activo, lo entendería, sobre todo ahora que culpan a los bancos de todo -dice uno de ellos.
– Además, de momento no ha reivindicado el atentado ninguna organización -dice el otro.
– A veces tardan días en reivindicar los atentados, e incluso en ocasiones nadie confiesa su autoría -explica Stazakos-. Entretanto, nosotros tenemos el deber de investigar.
De pronto, Nick se dirige a Stazakos en tono triunfal:
– Investiguen, de acuerdo, pero ¿por qué no investigan también las cuentas de los inmigrantes musulmanes en el Banco Central?
Los tres lo miramos desconcertados aunque, por lo visto, su hermano le ha entendido muy bien y sonríe satisfecho.
– ¿Qué quiere decir? -pregunta Guikas con cierta reserva.
– Se lo explico -responde Nick-. Muchos inmigrantes que han conseguido tener un negocio propio abren, como cualquier otro profesional, cuentas bancarias en sus países de adopción. Sin duda, algunos tendrán cuentas en el Banco Central. No podemos descartar que alguno de ellos tuviera problemas con mi padre por culpa de alguna transacción y, considerando que mi padre le perjudicó, hubiera decidido vengarse de él. Yo, en su lugar, investigaría las transacciones de los inmigrantes con el Banco Central cuando lo dirigía mi padre.
Читать дальше