– Oh… -se sorprendió Mark-, disculpa… estabas durmiendo. Si quieres vuelvo más tarde…
El novio de Clara estaba delante de él, solo. Cillian, aún adormilado, en calzoncillos y camiseta, sacudió la cabeza.
– No, no… ¿Qué puedo hacer?
– Mira, esta mañana, cuando nos hemos despertado, hemos visto algunas moscas por la casa… y me preguntaba si te molestaría volver a echar veneno.
Cillian escrutó el rostro del hombre. Pudo percibir la tristeza interior que estaba viviendo. Sus ojos se movían nerviosos, las palabras que salían de su boca pedían una fumigación extraordinaria, pero su mente estaba en otro sitio. Pensó que, de encontrárselo en la calle un fin de semana, le habría seguido.
– Bueno, ya no soy el portero de este edificio… No sé si se han enterado.
– Espero que no haya sido por lo de las llaves de esa señora…
– No, no. -Cillian sonrió-. En fin, debido a la buena relación que tengo con la señorita King y para zanjar nuestro malentendido, pasaré, no hay problema. -Le apetecía entrar como un triunfador en el apartamento 8A. Pisar el parquet sin necesidad de amortiguar el sonido de sus pasos, caminar a la luz del día, seguro, orgulloso, examinando el campo de batalla después de la victoria-. ¿Es necesario que vuelva a pedir prestada la fumigadora?
– No lo sé… tú eres el experto. Salen de detrás de la reja del aire acondicionado…
– Me visto y subo.
– He quedado con Clara en el centro. ¿Puedes hacerlo solo?
Cillian sacudió la cabeza y no pudo evitar un largo bostezo.
– Váyase tranquilo. -Pero en realidad no quería que Mark se fuera tranquilo-. Por cierto… ¿no tenían que estar de viaje?
Mark tardó en responder.
– Al final cambiamos de planes.
Mark se disponía a irse, cuando Cillian abrió un poco más la herida de la noche anterior.
– ¿Ha surgido algún imprevisto?
Mark le miró. Cillian tuvo la sensación de que intentaba leer algo más detrás de su pregunta. Pero Mark recobró de inmediato su expresión perdida y melancólica.
– No, no… sólo hemos decidido que era mejor quedarnos aquí. Tenemos algunos asuntos que arreglar.
– Me parece muy bien. Además en Adirondack hace mucho frío en esta temporada.
– Ya -suspiró Mark, alejándose.
«La invitas a comer en Max Brenner para arreglarlo todo, ¿verdad?», pensó Cillian, pero no llegó a verbalizar la pregunta.
Media hora después, Cillian entraba en el piso de Clara con un par de sprays insecticidas.
El salón estaba en orden. No había pruebas evidentes de que los dos chicos hubieran dormido en camas separadas. La bolsa de viaje de Mark, cerrada, se hallaba en la esquina donde antes estaba el ficus. En la mesita baja, entre el televisor y el sofá, los aparatos Apple de Mark y el sobrecito, abierto, con el que el chico había acompañado el regalo de Clara.
Cillian imaginó que Mark, por la noche, después de la discusión con Clara, había leído y releído el último mensaje de amor dirigido a la mujer que estaba embarazada de otro hombre.
Merodeó por la casa intentando percibir alguna pista de lo que había ocurrido por la mañana entre la pareja en crisis. En la cocina, abrió la nevera y averiguó que seguía vacía. Aún no habían ido de compras. Pero eso no era síntoma de nada.
Salió al pasillo y entró en el baño. Las dos toallas que había colgadas estaban mojadas, pero el tapón de la bañera parecía seco. Se habían dado una ducha. Tampoco eso significaba nada, pero por lo menos sabía que no se habían bañado juntos. Por las dimensiones de la bañera, una ducha de pareja resultaba logísticamente muy complicada. Además, por lo que había podido comprobar, habían salido de casa cada uno por su lado.
– Aún no habéis hecho las paces, ¿eh?
Era una hipótesis sin fundamentos, pero no importaba. Le gustaba. Abrió la taza del váter y orinó. Ya no necesitaba marcar territorio, pero las viejas costumbres son siempre difíciles de abandonar.
Se fijó entonces en los dos cepillos de dientes que había en el vaso de cristal, al lado del grifo. Mark había ocupado parte del espacio con su colonia, su aftershave y su estuche con las cosas para afeitarse.
En honor a los viejos tiempos, cogió el cepillo de Clara y probó la pasta de dientes de Mark. Se frotó la dentadura con energía.
A continuación fue al dormitorio. Y de inmediato se dio cuenta de que algo no encajaba. De la cama sólo quedaba la estructura de madera y el somier. No había rastro de las sábanas. Y el colchón estaba apoyado verticalmente contra la pared, con el agujero a la vista. De hecho, todo lo que contenía estaba a la vista, sobre la mesita de noche: el bisturí, el desodorante, la mascarilla, un frasco roto de cristal…
– Hijo de puta, ¿es así como lo haces siempre?
Mark estaba detrás de él, en el umbral de la puerta.
– ¿Ahora qué? ¿Vas a llamar a la policía?
Dio un paso hacia él, sin dejar de bloquearle la única vía de salida hacia el pasillo.
– ¡Habla, joder! ¿Qué coño es toda esta mierda?
Lo acorraló contra el somier.
– ¿Desde cuándo entras sin permiso en el piso de Clara? -gritó.
Cillian optó por la sinceridad.
– Seis semanas.
Todo había ocurrido demasiado rápido. La situación se había complicado radicalmente pero lo único en lo que conseguía pensar era en cuál de sus escondites se había ocultado Mark para espiarle y en el extraño sabor sintético que se le había quedado en la boca después de lavarse los dientes con la nueva pasta.
Mark se abalanzó contra él y le propinó un puñetazo en la cara que le partió el labio. Cillian perdió el equilibrio y cayó hacia atrás, sobre el somier. Un impacto duro, pero la estructura aguantó.
– ¡Maldito chalado!
Mark lo agarró por el cuello de la camiseta y lo levantó como si Cillian no pesara nada. Le arrastró hacia sí y pegó su cara a la de Cillian.
– ¿Qué le has hecho? -gritó.
Cillian contestó sin desviar la mirada.
– Nada que a Clara no le gustara.
Por fin su cabeza empezaba a centrarse. Dejaba las elucubraciones sobre la pasta de dientes y se aventuraba con lucidez a analizar las circunstancias. Pensó que, a pesar de todo, seguía siendo el vencedor moral de esa situación. La superioridad física de Mark no podía maquillar el horror que estaba viviendo éste en su interior en ese momento. Probablemente estaba sufriendo como nunca en su vida. Y eso era un logro.
– Nada que a Clara no le gustara -repitió con voz serena.
– ¡Clara no sabe nada, capullo! -le gritó el otro fuera de sí.
Agarró la cabeza de Cillian con las dos manos mientras alzaba con contundencia su rodilla derecha. El impacto en el abdomen de Cillian fue tremendo. Le faltó el aire. Vomitó saliva y los restos del café que aún tenía en el estómago. Se dobló sobre sí mismo.
– ¿Qué le has hecho? -Volvió a cogerle la cabeza y a pegar su cara a la de Cillian-. ¿Qué le has hecho todo este tiempo?
Cillian intuyó que no le golpearía de nuevo porque quería que contestara. Percibía la frustración de Mark. La necesidad y, al mismo tiempo, el miedo a saber lo que había ocurrido realmente en ese apartamento durante su ausencia. Le aterrorizaba lo que Cillian pudiera confesar.
– Lo que tú no has hecho nunca -soltó, dolorido aún por el golpe.
Mark lo sacudió por los hombros pero no le pegó. En su cara se reflejaba la confusión que estaba viviendo.
– ¿Qué quieres decir? -aulló.
– He estado a su lado… -Le miró a los ojos. No le importaba la lluvia de golpes que sus palabras desatarían, sino sólo las sensaciones que despertarían en Mark- todas las noches.
Mark lanzó un grito rabioso y arrojó a Cillian contra la pared. El golpe fue más espectacular que doloroso. Cillian pudo atenuar con los brazos la fuerza del impacto. Pero no consiguió mantenerse en pie; cayó al suelo.
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