Propusimos a Iásonas Favieros la solución de su retiro voluntario advirtiéndole que, en caso de no llevarlo a efecto, ejecutaríamos, uno tras otro, a todos los miembros de su familia.
Hacemos un llamamiento a todos aquellos que contratan a obreros extranjeros en Grecia para que los despidan en el plazo de una semana y contraten en su lugar a trabajadores griegos. De lo contrario, correrán la suerte de Iásonas Favieros y habrán de elegir entre el retiro voluntario o la ejecución.
Exigimos a las autoridades que expulsen a todos los extranjeros del territorio griego en el plazo de un mes. En caso contrario, ejecutaremos a tantos extranjeros cada día, que ellos mismos decidirán marcharse.
¡Para que las naciones a la deriva dejen de hollar el suelo de nuestra patria!
¡Para que el aumento del paro deje de dar de comer a nuestros enemigos!
Grecia pertenece a los griegos, y los griegos la quieren limpia y exclusivamente suya.
¡El que tenga oídos, que oiga!
ORGANIZACIÓN NACIONAL HELÉNICA
FILIPO EL MACEDONIO
La presentadora aparta los ojos del texto.
– Éste es el contenido del comunicado, señoras y señores -dice-. El original ya ha sido enviado a las fuerzas de seguridad.
Miro la pantalla anonadado. De todas las posibles causas del suicidio de lásonas Favieros, ésta es la única que no me había pasado por la cabeza. Contemplo la idea de llamar a Sotirópulos para preguntarle si se le había ocurrido a él pero la descarto enseguida.
Por la noche sueño, no con Filipo el Macedonio sino con Bucéfalo. Es un caballo blanco de crin abundante. De pie en medio de un prado, levanta la cabeza hacia el cielo como un gallo que, en lugar de cantar, relincha.
Al parecer Dios quiere a los periodistas, independientemente de su carácter. Si no, no se explica cómo, cada vez que una noticia está a punto de perderse en el olvido, cae el maná del cielo y la resucita de sus cenizas. En esta ocasión, el maná del cielo se llama Organización Nacional Helénica Filipo el Macedonio y da un vuelco completo a la situación, sin que, en realidad, cambie uno solo de sus elementos. Porque este cuento de los nacionalistas que incitaron -según ellos- a Favieros a suicidarse en público por contratar trabajadores balcánicos y tercermundistas en sus obras, no se sostiene ni como cuento de hadas, lo que, por otra parte, estaría muy acorde con los nacionalistas. Sin embargo, ha desatado los vientos de Eolo y dado pie a un aluvión de teorías, puntos de vista y suposiciones, así como a todo tipo de chismes y habladurías que proporcionarán material de debate a los reporteros y a sus colegas ventanícolas durante al menos diez días. Sólo Dios podía crear esta magnífica combinación que permite que todo parezca distinto sin que haya cambiado nada, y sólo en un lugar como Grecia.
La otra cosa que no logro quitarme de la cabeza es el nombre de la organización. Organización Nacional Helénica Filipo el Macedonio. ¿De qué me suena este nombre? Por mucho que lo intento, no consigo recordar. Pero lo he oído en otro sitio.
Resuelve el enigma la llamada de Katerina, que está impaciente por discutir las noticias referentes al suicidio de Favieros.
– ¿Crees de verdad que lo obligaron a suicidarse? -me pregunta.
– Me parece muy improbable. Por otro lado, Favieros se suicidó públicamente. Habría que investigar el porqué. Hay una laguna en esto.
– Estoy de acuerdo. No creo que tengan fundamento las teorías sobre problemas económicos, una enfermedad incurable, etcétera.
– No me refiero a esto.
– ¿Entonces?
– ¿Por qué se mató en público? No encuentro una explicación lógica para ello.
– ¿Qué insinúas? -inquiere-. ¿Que ordenaron a Favieros, que se trataba de tú a tú con el primer ministro y todos los miembros del gobierno, que fuera a los estudios, se metiera en la boca el cañón de una pistola y se volara la tapa de los sesos?
– ¿No te parece raro que lo hiciera?
– Claro que sí, pero ¿cómo iba a dejarse intimidar por una organización de tres al cuarto como Filipo el Macedonio?
– ¿Habías oído hablar de ella? -pregunto asombrado.
– ¡Pero, papá…! Si son esos payasos que colapsan cada año el centro de Salónica para celebrar el aniversario de Alejandro Magno.
Claro, pienso, son ellos. Recuerdo que los colegas de Salónica se ponían hechos una furia porque un puñado de manifestantes se las ingeniaba para sembrar el caos.
– Dime, Katerina, ¿se puede hablar de responsabilidad criminal en casos como éste?
– Se les puede acusar de inducción al suicidio, pero ¿a quién vas a perseguir?
– A los líderes de la organización.
– ¡Menuda organización! -espeta Katerina con desprecio-. Diez alelados y otros veinte que se les unen para pasar el rato. ¿Sabes cuál ha sido su manifestación más multitudinaria?
– No. ¿Cuál?
– Cuando se congregaron delante del Club de Oficiales de las Fuerzas Armadas para protestar porque en las actas de un simposio científico se afirmaba que Filipo II de Macedonia era homosexual y mantenía relaciones con Pausanias, uno de sus generales.
Colgamos el teléfono entre carcajadas, pero lo cierto es que la conversación me ha dado que pensar. ¿Cómo se entiende que una organización que asoma la patita una vez al año para cortar la tarta de cumpleaños de Alejandro Magno convenza a Favieros para que se suicide? ¿En razón de la amenaza de matar a su familia si se negaba? No le habría costado nada enviarlos a todos a los Alpes, a pasar el resto de su vida de vacaciones.
Todo esto me lleva a la única conclusión posible: que el suicidio de Favieros obedecía a otras causas, de momento desconocidas, y que el grupúsculo de nacionalistas aprovechó la ocasión para darse publicidad. Si bien esta hipótesis es, probablemente, la más razonable, no me aclara en absoluto las auténticas motivaciones que impulsaron a Favieros a pegarse un tiro en público. Me temo que me seguirá obsesionando la palabra «público» hasta que encuentre una explicación convincente.
Sé muy bien que todas estas reflexiones no se traducirán en ningún resultado práctico, y que, en el fondo, no son más que una especie de crucigrama que me monto yo sólito para intentar resolverlo, pero lo prefiero mil veces al crucigrama de los periódicos, que me crispa los nervios desde la primera palabra.
Si quiero averiguar algo no me queda más remedio -otra vez- que recurrir a la prensa escrita. Decido acercarme al quiosco y, al pasar por delante de la cocina, veo que Adrianí está rellenando tomates y pimientos.
– Aún no los has metido en el horno, y ya huelen -le digo, riéndome.
– Muy bien, pero te advierto que no quedarán muy sabrosos, porque he puesto poca cebolla. No me salgas después con que están sosos.
Los tomates rellenos la tienen acomplejada desde que rivalizaba en habilidades culinarias con mi madre, y tiembla ante la posibilidad de un fracaso.
– No está mal, para empezar -digo para tranquilizarla.
Si alguien me preguntara por qué en lugar de torcer a la derecha en la calle Aronis para dirigirme al quiosco de periódicos, doblé a la izquierda en Nikiforidis para salir a la calle Formíonos, no sabría qué contestarle. Tampoco sé muy bien qué me pasó por la cabeza cuando detuve un taxi y le indiqué al conductor:
– A la avenida Alexandras, a la jefatura de policía.
En cuanto bajo del taxi, sin embargo, y cruzo el semáforo del Hospital Oncológico, empiezan a despertarse mis reflejos. Decido evitar la tercera planta, donde está mi despacho. No me apetece abrir la puerta y encontrarme a Yanutsos sentado en mi silla, ojeando las Noticias de Trícala. Treinta años en Atenas y el único diario que lee sigue siendo el periódico de su pueblo.
Читать дальше