Petros Márkaris - Noticias de la noche

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Atenas, años noventa, la presión de los emigrantes, clandestinos o no, de los antiguos países del Este, el dinero fácil, los empresarios del pelotazo, la corrupción policial, el todo vale de algunos medios de comunicación, también la conciencia de una democracia reconquistada después de una dictadura, son el telón de fondo de una historia que se inicia con la muerte a cuchilladas de una pareja de albaneses y continúa con el asesinato de dos reporteras de una popular cadena de televisión.

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– Comprendo que te crean los del barrio, pero a Kolákoglu, ¿cómo lo convenciste?

– Le mostré esto.

Mete las manos por debajo del cinturón y levanta la ropa. Su espalda y su pecho están cubiertos de las cicatrices de viejas heridas. No dice quién se las hizo, y yo no pregunto. Los dos lo sabemos.

– Quería ayudarlo porque sé lo que es ser perseguido -responde mientras se baja la camisa y el jersey-. A fin de cuentas, ya ha pagado, no tiene por qué seguir huyendo como un animal.

Observo cómo mordisquea lentamente el cordero para saborearlo. Recuerdo lo que me dijo días atrás, en el coche: «Sois el fondo. He tocado fondo y nos hemos encontrado.» ¿Dónde? La primera vez fue en Bubulinas, cuando perseguíamos a los comunistas. Ahora con Kolákoglu, a la caza de pederastas. Los dos somos payasos. Por eso nos hemos encontrado.

Capítulo 43

Llego a casa después de medianoche. Normalmente, no paso de tres copitas, pero Zisis me ha hecho beber de lo lindo. Me acuesto y el techo empieza a dar vueltas. Cierro los ojos y trato de encontrar la posición que me maree menos.

Despierto con la cabeza como un bombo. Preparo café y engullo dos aspirinas. Después llamo a Zanasis. Le pido el teléfono de Antonakaki. Mientras lo marco, rezo para que no se haya ido de vacaciones. Afortunadamente, responde en persona. Le digo que quiero hablar con ella.

– Pase por casa. Estaré aquí.

– Preferiría verla a solas.

– Estaremos solos. Anna se ha ido de excursión con unos amigos y no volverá hasta la noche.

Atenas está vacía. Los viajeros no han vuelto todavía, porque la mayoría empalmará con Año Nuevo. Sólo tardo diez minutos en llegar a la calle Jrisipu, en Zografu. Antonakaki abre la puerta y me acompaña al saloncito.

– ¿Le apetece un café?

– Gracias, ya he desayunado. Disponemos de nuevos datos, y necesito cierta información complementaria referente a su hermana.

– Le escucho.

Se sienta frente a mí.

– En 1974 fue a la Caja de Marina para pagar unas cotizaciones de su marido. La acompañaba su hermana. ¿Lo recuerda?

– He ido tantas veces a la Caja… ¿Cómo voy a acordarme después de veinte años?

– Seguro que lo recuerda, porque entonces su hermana estaba embarazada.

Se queda helada. Abre la boca. ¿Para hablar? ¿Para gritar? No lo sé, porque la vuelve a cerrar enseguida sin emitir sonido alguno.

– Es un error. Mi hermana jamás ha estado embarazada.

Le ha llevado un minuto articular la respuesta.

– ¿Sabe quién las atendió? Kolákoglu. Trabajaba en la Caja de Marina antes de abrir su propio despacho. Él me dijo que su hermana estaba a punto de dar a luz en el setenta y cuatro. -Callo, y ella también-. ¿Qué pasó con el niño, señora Antonakaki?

Busca la excusa más fácil.

– Murió.

– En tal caso, debe de existir un certificado de defunción. ¿Sabe dónde está? ¿En el registro de Atenas?

– Murió durante el parto.

– De acuerdo. Quisiera el nombre de la clínica y del médico que la atendió para verificarlo.

Se le ha agotado la inspiración y me mira atónita.

– El hijo podría tener que ver con el asesinato de su hermana.

– ¡No! -grita conmocionada-. ¡No tiene nada que ver! ¡Se lo juro! ¡Nada!

Adopto mi expresión más bondadosa.

– La verdad es siempre la solución menos penosa. Si no me habla del niño, empezaremos a investigar, acudiremos a todas las clínicas del país, y al final lo encontraremos, no le quepa duda. No obstante, este proceso nos llevará tiempo. Entretanto crecerán los rumores, los periodistas dirán que Yanna Karayorgui tenía un hijo y lo abandonó. ¿No es mejor que me cuente usted la verdad en vez de ver el nombre de su hermana arrastrado por el lodo?

Tampoco ahora contesta. Se echa a llorar.

– ¿Qué pasó con el niño? -insisto, sin abandonar el tono persuasivo-. ¿Dónde está?

– Aquí.

– ¿Aquí? ¿Dónde?

– Aquí, en esta casa. Es mi Anna.

En cuanto me repongo de la primera sorpresa y echo cuentas, las fechas concuerdan. Cuando Kolákoglu las vio en la Caja, la embarazada debía ser Mina; sin embargo, era Yanna.

– Vasilis y yo no podíamos tener hijos -explica entre sollozos-. Según los médicos, el problema era de mi marido, pero él no quería ni oír hablar de ello y afirmaba que la estéril era yo. Al final decidió divorciarse de mí. Tenía previsto emprender un largo viaje que se prolongaría durante un año y medio más o menos. Al principio fue un proyecto para reunir dinero y comprar este piso. Después dijo que dejaría el divorcio en manos del abogado y se marcharía, para que la distancia nos evitara discusiones. Casi me volví loca. Vasilis era mi vida. Lo amaba desde pequeña. Si nos divorciábamos, me suicidaría. Un día vino Yanna a casa y me dijo que estaba embarazada y que pensaba abortar. No se imagina lo que sentí al oírla decir eso. A mí me dejaba mi marido por no poder tener hijos, y ella quedaba embarazada y quería deshacerse del bebé. Me puse como una fiera, incluso llegué a pegarle. Ella esperó hasta que me hube calmado y luego me dijo que comunicara a Vasilis que yo estaba embarazada. Yo no entendía nada. Tuvo que explicármelo. Vasilis no estaría aquí cuando se produjera el parto. Ella daría a luz y su hijo sería mío.

Llora y ríe a la vez.

– Fue tan sencillo… -prosigue-. Ingresó en la clínica con mi nombre. Cuando nació Annula, la registramos como hija mía. Vasilis se puso loco de contento. Adora a su hija. Es incapaz de negarle nada. Viene para celebrar Nochevieja con nosotras, y si viera cuántos regalos le trae…

– ¿Quién más sabe que la niña es de Yanna?

– ¡Nadie! Su plan era tan perfecto que nadie se enteró de nada. ¡Pero tuvo que vernos ese pervertido!

– ¿Quién es el padre?

– No lo sé. Yanna nunca me lo confesó.

De repente se levanta de un salto. Se sienta a mi lado en el sofá, me agarra las manos y me las estrecha.

– Por favor, no se lo cuente a nadie -suplica llorando-. Se enterarían Arma y Vasilis. Usted tiene familia y comprende el desastre que implicaría. Nuestro mundo quedaría destruido.

No sé adónde me conduce todo esto y se me encoge el corazón.

– Escuche. Si la chica no tiene nada que ver con la muerte de su hermana, le prometo que nadie lo sabrá. Si por el contrario guarda alguna relación, le doy mi palabra de que hablaré con usted antes de seguir adelante.

¿Qué es más importante? ¿Dar con un asesino o evitar la destrucción de una familia? Ambas cosas, y éste es mi dilema. Eres gafe, Jaritos, pienso. Siempre te metes en líos.

– Dígame. ¿Guarda algún recuerdo de su hermana?

– ¿Qué tipo de recuerdo?

– Fotos, cartas…

– No tengo cartas, sólo algunas fotografías.

– Me gustaría verlas.

Se levanta y sale del saloncito. Vuelve con un paquete de fotos. Las miro de una en una, pero no saco nada en claro. La mayoría son de Yanna y Mina, cuando eran pequeñas, otras de Anna, Yanna la lleva en brazos, algunas del viaje que hicieron las tres. Y una foto de Yanna con auriculares. Evidentemente, se la hicieron en un programa radiofónico.

– ¿Esto es todo?

– Hay una más, Yanna se la había regalado a Anna, y la tiene en su habitación.

– Déjeme verla.

Me conduce al dormitorio de Anna. Es sencillo y alegre, cortinas con flores, un escritorio, una librería y una cama con mesilla de noche. Encima de la mesilla hay una foto con marco de madera, vuelta hacia el lecho.

– Es ésta -dice Antonakaki-. Pidió que Anna la tuviera siempre cerca porque la quería mucho.

Me acerco y observo la foto. Es de un grupo de chicos y chicas jóvenes en el campo, en un claro. En el centro de la imagen está Yanna. Tendida en el suelo, con la cabeza apoyada en el regazo de un chico que la abraza. Yanna sonríe a la cámara. Los rasgos del joven me resultan vagamente conocidos. Me inclino para verlo mejor y mi mirada queda atrapada en la foto.

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