Gregg Hurwitz - Comisión ejecutora

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Tim Rackley, un agente federal norteamericano, ve que su vida queda destrozada cuando asesinan a su hija. La polícia cuenta con numerosas pruebas contra el asesino, un hombre con problemas mentales y antecedentes penales llamado Kindell. Sin embargo, éste acaba librándose de la condena por un tecnicismo legal y queda en libertad. Rackley está convencido de que Kindell no actuó en solitario y en su desespero por encauzar su dolor, por entrar en la Comisión.

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Tim recorrió el trayecto que había trazado mentalmente para mantenerse en los márgenes del campo de visión de las cámaras.

La voz de Lañe resonaba en los suelos y las paredes desnudas de mármol.

«-Como mínimo, el censo es una herramienta al servicio de la expansión del estado de bienestar. En este país, hoy en día, pagamos un porcentaje mayor de nuestros ingresos que los siervos de la gleba.

»-Los siervos de la gleba no tenían ingre…

»-Y el Banco Federal es una traición de mayor índole aún por parte del gobierno usurpador.»Yueh torció el gesto para adoptar la expresión que constituía la marca de la casa, la que utilizaba en los anuncios que la describían como «incisiva».

«En este programa ha hecho de todo menos responder a la primera pregunta que le he planteado. ¿Lamenta en absoluto que hayan muerto diecisiete niños?, ¿que hayan muerto sesenta y nueve hombres y mujeres?»La sonrisa de Lañe brotó rauda y ladeada.

«El árbol de la libertad debe regarse de vez en cuando con la sangre de los tiranos.» Tim cruzó el vestíbulo con la mano metida en el bolsillo, hurgando la tapa del dispositivo con el pulgar como si fuera la patita de un conejo.

– «Patriotas y tiranos» -murmuró. Bajó la barbilla hacia el pecho a medida que se acercaba a la puerta giratoria y las lentes situadas encima de la misma. Un rápido giro y ya estaba en la acera.

Ni Yueh ni Lañe adoptaron una postura más relajada; permanecieron erguidos, como depredadores en busca de un punto vulnerable.

El gentío en el exterior estaba en ebullición. La gente llevaba lazos rojos en la chaqueta. Alguien murmuraba enfurecido. Un hombre con gorro lanoso del que pendían unas orejeras contemplaba la televisión en la vidriera de la fachada con la boca abierta de par en par y las mejillas húmedas de lágrimas. Tim contó los pasos a partir de la puerta giratoria. Cuatro… cinco… seis…

El rostro de Melissa Yueh apareció repetido diecisiete veces en primer plano. Tenía la mandíbula tensa, los ojos castaño oscuro brillantes y enfurecidos; por primera vez dejaba entrever un poco de enjundia bajo el personaje público.

«Otra vez rehúye responder a mi pregunta, señor Lañe.»En la tranquilidad de la calle, dos manzanas más abajo, la camioneta Chevy, ahora sin distintivos, se acercó en silencio al bordillo. Tim abrió la tapa del dispositivo de control remoto y apoyó el pulgar en el botón. Una mujer se recostaba con ternura entre los brazos de un hombre.

De pronto, Lañe adquirió una energía tan repentina como feroz. Tensó el cuerpo entero y se inclinó hacia delante -diecisiete imágenes desplazándose al unísono- para poner el dedo encima de la mesa con tanta fuerza que se le combó y adquirió un tono blanquecino.

«Muy bien, zorra. ¿Que si lamento que murieran? No. No si sirve para llamar la atención sobre…»Tim apretó el botón y la cabeza de Jedediah Lañe explotó como un mosaico.

Capítulo 19

La sala de reuniones de Rayner era una resaca de emoción e intensidad. Robert y Mitchell paseaban arriba y abajo por lados opuestos de la gran mesa mientras el Cigüeña, que se daba masajes en la mano izquierda para ahuyentar un calambre y estaba tan radiante como si acabara de echar un polvo, permanecía sentado tranquilamente entre Rayner y Ananberg.

Aunque ésta se había remangado las mangas del fino jersey negro hasta los codos, las puntas del cuello de su blusa asomaban con perfecta pulcritud. Tim la sorprendió mirándole fijamente más de una vez, pero ella siempre desviaba de inmediato sus ojos, oscuros y brillantes.

Dumone estaba de pie, con una mano apoyada paternalmente sobre el hombro de Tim -un gesto que éste le permitió, incluso le resultó grato- y la otra cerrada en torno al mando a distancia con el que pasó en cámara lenta la explosión de la cabeza de Lañe en la pantalla de televisión suspendida del techo.

Primero los globos oculares de Lañe salían disparados de sus órbitas. La piel que le cubría el cuero cabelludo y la cara se hinchaba como un globo y estallaba, la mandíbula desgajada en un solo trozo. Luego daba la impresión de que su cabeza se disipaba toda al mismo tiempo, para después venirse abajo con la misma sensación de terror en cámara lenta que produce el inicio de una avalancha. El cuerpo de Lañe permaneció rígido en su asiento, descabezado a la perfección, con la corbata firmemente anudada al cuello de la camisa y un dedo hincado en la mesa con gesto vehemente.

La cámara hacía un giro vacilante al estilo de El proyecto de la Bruja de Man y mostraba a los técnicos corriendo de aquí para allá, a los tarados de la milicia y a Melissa Yueh, que observaba con una expresión de pasmo en estado puro acentuada por la rociada pastosa de materia gris que tenía en la mejilla, justo debajo del ojo abundantemente maquillado.

Dumone congeló la imagen. Ananberg tomó aire con fuerza, el pecho un tanto trémulo, los labios entreabiertos. Se recuperó de inmediato y su habitual expresión de estar de vuelta de todo volvió a regir sus rasgos, un gesto de gélida satisfacción. Rayner tenía la cara blanca, salvo por unos círculos de color que rodeaban sus mejillas. Apoyó los codos en la mesa, descansó la mandíbula sobre las manos entrelazadas y lanzó un sonoro suspiro.

Robert se cruzó con Mitchell y los dos entrechocaron las manos.

– Eso sí que es un puto genio.

La cara de Mitchell, menos crispada que la de Robert, se veía arrebolada de emoción.

– Qué maravilla. Había olvidado que una explosión mínima en el conducto auditivo externo puede producir una presión intracraneal masiva y abrir por la mitad una cabeza.

– ¿Veis? A eso me refiero. A eso mismo. -Robert se acercó a Tim y le dio un fuerte abrazo, poniéndole contra la cara la basta tela del hombro aderezada con nicotina. Lo estrechó una sola vez, bien fuerte, y luego lo soltó. Aunque Robert era varios centímetros más bajo que él, sin duda estaba más fornido, tanto que sus gruesos brazos y piernas parecían formar parte de un único bloque inmutable.

Tim dio un paso atrás para alejarse de él.

– Y ahora, ¿qué? ¿Vamos a hacer la ola y a duchar a Rayner con el contenido de la nevera de Gatorade?

La emoción era tal que su comentario pasó desapercibido. Dumone fue el único que reparó en sus palabras, y lo miró fijamente con sus solemnes ojos azules.

Rayner hizo un recorrido por las cadenas. Había avances informativos en todas.

«… Quizás una milicia rival o una operación del FBI…»El Cigüeña levantó los brazos como un predicador ambulante.

– Ya ha empezado.

– Desde luego esto va a dar que hablar -dijo Rayner-. Y contribuirá al efecto disuasivo de la pena de muerte.

Robert esbozó una sonrisa complacida.

– Sí, yo diría que hacer saltar por los aires la cabeza de ese hijoputa en horario de máxima audiencia ha enviado un mensaje la mar de claro.

– Tendrá tanta repercusión que podremos replegarnos un poco y dedicarnos a golpes más seguros y aislados a partir de ahora -sugirió Dumone-. Aun así, todo el mundo sabrá que es obra de la misma mano.

Robert se sentó por fin, aunque no dejó de menear la pierna ni de asir nerviosamente el grueso listín de teléfonos.

El hombre de a pie por antonomasia -encarnado en un tipo con chaquetón grueso y perilla- ofreció su opinión a un periodista fuera del encuadre:

– Me alegro, tío. El mal nacido ese, que se libró del peso de la ley por culpa de no sé qué… -las dos palabras siguientes, probablemente demasiado expresivas para la televisión, fueron eliminadas por sendos pitidos-. Ha sido ajusticiado tal como se merecía. Yo tengo tres hijos y no quiero que ande suelto un tipo así que, como todos sabemos, mató a un montón de críos. -Se inclinó hacia la cámara como si fuera a saludar a su madre-. Eh, al que se haya cargado a ese tipo: si me estás viendo, buen trabajo, tío. -Antes de que la imagen se cortara, mostró los dos pulgares hacia arriba.

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