Gregg Hurwitz - Comisión ejecutora

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Tim Rackley, un agente federal norteamericano, ve que su vida queda destrozada cuando asesinan a su hija. La polícia cuenta con numerosas pruebas contra el asesino, un hombre con problemas mentales y antecedentes penales llamado Kindell. Sin embargo, éste acaba librándose de la condena por un tecnicismo legal y queda en libertad. Rackley está convencido de que Kindell no actuó en solitario y en su desespero por encauzar su dolor, por entrar en la Comisión.

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– ¿Os importa si fumo?

– Sí -respondió el Cigüeña.

Robert encendió el cigarrillo y lanzó una bocanada de humo en dirección al asiento del conductor que ciñó la cabeza del Cigüeña cual corona de laurel. Este intentó contener la tos, pero se le escapó con un hipido.

Tim rodeó el reposacabezas con el brazo para mirar a Robert.

– La cuarta y la décima planta están vacías, ¿verdad?

– Eso es. Las empresas informáticas que las tenían alquiladas se fueron al garete.

– ¿Aún funcionan los detectores de movimiento por rayos infrarrojos?

– Ambas plantas están plagadas de carcasas SafetyMan. Durante el día los detectores están desactivados por si pasa algún tipo de mantenimiento o empleado de mudanzas, pero supongo que se ponen al rojo vivo a partir de las cinco o las seis de la tarde.

– Mañana, cuando volvamos a meterte ahí disfrazado de limpia- ventanas, ya nos las arreglaremos para que sortees los dispositivos de seguridad, quizá como empleado de mantenimiento, y accedas al interior. Hará falta que los detectores infrarrojos dejen de funcionar como es debido. ¿Cigüeña?

– Ya me las he visto con SafetyMan en otras ocasiones -respondió el aludido-. Tallaré unos fragmentos de espejo de modo que encajen en las carcasas. Robert los puede colocar mañana durante el horario laboral mientras los detectores estén desactivados. Cuando los conecten por la noche, los espejos harán que el rayo infrarrojo vuelva sobre sí mismo y podrá bailar el lindy bop por todo el pasillo.

– ¿El lindy loop?

– Es un baile de lo más movido, señor Rackley, llamado así en honor a Charles Lindberg.

– Vale. Gracias por todo. -Tim miró hacia la puerta de soslayo, por si el Cigüeña no había cogido la indirecta.

El conductor entregó a Robert una minúscula cámara plana que éste se metió en el bolsillo de la camisa; luego bajó de la camioneta de un salto, subió a otra de alquiler, aparcada junto al bordillo, y se marchó.

Robert, en el asiento de atrás, se quitaba el peto para ponerse unos vaqueros.

– Qué tipo tan raro -comentó, al tiempo que movía la cabeza en dirección a la camioneta que se alejaba-. Es bueno en lo que hace, pero a uno no le dan ganas de irse de cervezas con él precisamente.

– No es mal tipo -respondió Tim-. Un poco excéntrico, pero supongo que no lo ha tenido fácil.

Robert se puso un lápiz detrás de la oreja y colocó una tablilla con sujetapapeles dentro de un ejemplar de Newsweek. Al agacharse para atarse las zapatillas deportivas, la etiqueta de Lee asomó por detrás de sus ajustados vaqueros de corte clásico.

– Entonces, ¿por qué le has dicho que se largue? ¿Qué importa si oye lo que decimos?

– Venga, dime, ¿qué has averiguado?

Robert, irritado, se le quedó mirando y luego dio una calada tan intensa que iluminó la brasa del cigarrillo.

– No has respondido a la pregunta -insistió Tim.

– No tengo por qué responder a tus preguntas.

– Mira, he hecho todo lo que me has pedido, como un buen sol- dadito. Ahora no voy a darte una mierda hasta que me cuentes cuál es el plan.

– Vale. Entonces voy a largarme ahora mismo y tú te encargas de explicar mi ausencia a Dumone y Rayner, y luego te ocupas de llevar a cabo la misión por tu cuenta.

Robert se recostó en el asiento y lanzó la ceniza por la ventanilla con un toque de pulgar rápido y eficiente. Sus movimientos delataban una tensión uniforme, la ira a punto de estallar, la violencia apenas contenida. Tim no confiaba en su entereza ni en la de los demás miembros -cosa que no era de extrañar- en una misión de alto riesgo de la que pudieran derivarse daños colaterales y bajas civiles; prefería mantenerlos centrados en tareas específicas e independientes.

Al cabo, Robert dijo:

– Quizá deberías mostrar un poco de respeto. He obtenido la mierda que querías, y también un poco más.

– Pues suéltamela.

Robert lanzó una bocanada de humo en dirección a Tim y comenzó:

– La estructura es de acero, las paredes de hormigón con una capa de enlucido, las plantas tienen seis metros de altura y están sostenidas por columnas y viguetas de techo metálicas, doce en cada piso. La base de cada una de las plantas es una placa de hormigón de veintitrés centímetros reforzada con hierro de acabado pulido. El tejado es de madera contraplacada y brea, y alberga veintiún difusores de aire con ventiladores y quince tragaluces de cuatro y medio por dos con barrotes de metal que impiden la entrada. Hay unidades de aire acondicionado y bombas de calor por gas con válvulas de cierre situadas en el área de mantenimiento de la planta baja. Las líneas eléctricas entran al edificio por la esquina sudoeste, acceden a un cuarto de contadores a través de un desconectador principal, y a partir de ahí se subdividen. El cableado del cuarto de contadores está que da pena; anda más jodido que la chequera de un negrata.

– Qué encanto -comentó Tim, pero Robert ya seguía adelante con su informe.

– Cada planta tiene más o menos cinco paneles de distribución eléctrica por los perímetros interiores, que suministran entre doscientos y trescientos amperios. Hay un acumulador que abastece de energía en caso de emergencia, pero también dos generadores de reserva de gran capacidad. El panel contra incendios, fabricado por FireKing, está situado en el punto nordeste de cada planta. Se trata de un sistema repartido por zonas independientes y supervisado localmente por vía telefónica. Hay dispositivos de detección de humo y llamas por todas partes, extintores y mangueras en la caja de la escalera. El ascensor baja hasta el garaje subterráneo. Yo diría que piensan llevar a Lane hasta allí en un vehículo blindado. El núcleo del edificio está muy bien protegido. No hay cristaleras que den a las salas interiores, de modo que la opción del francotirador queda descartada, si es eso lo que tenías pensado… -Enarcó una ceja y al cabo de unos segundos prosiguió-: Las ventanas no se abren. La boca del conducto para tirar la basura está a la derecha del montacargas de cada piso. Las puertas de la caja de la escalera son de metal, se abren con barras de presión y todas tienen pestillos magnéticos. Los interruptores de la luz están a la izquierda de cada puerta, en el interior. La caja de la escalera está sellada al vacío, no hay acceso de un piso a otro. Si te quedas encerrado ahí, tienes que bajar hasta el primer piso. Las cerraduras de las puertas de la caja de la escalera son manillas monocilíndricas con cierre automático, y éstas se abren a una trascocina en los pisos impares y a salas de reuniones en los pares. Las entrevistas suelen grabarse en la tercera planta, pero como son unos cabrones de lo más espabilado, están construyendo una réplica del plato de Yueh en la undécima planta. El cambio de ubicación es una medida de seguridad secreta. He visto a obreros con bultos a la cadera que desplazaban los fondos del plato de un lado a otro de la planta.

Tim tomó nota mental de que debía confirmarlo.

– Hoy han empezado a instalar detectores de metales en varias plantas, supongo que para tenerlos en funcionamiento cuando llegue Lañe. Hay en todos los pisos controles en los que es necesario mostrar la identificación para acceder a las salas interiores, y además garitas con guardias a la entrada de las salas de montaje y los platos de entrevistas. Y en la séptima planta hay una morena con un pedazo de culo como el de Jennifer López. A punto he estado de perder el equilibrio y partirme la crisma cuando se ha agachado a recoger las llaves.

– Muy bien -dijo Tim-. Buen trabajo.

– No hace falta que me lo digas. -Robert bajó de un salto de la camioneta y cerró la puerta de golpe.

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