El campamento de Frank se veía vacío, lo cual le daba el aspecto de estar maldito. Quizás era el incesante golpear de la lona de la tienda bajo la brisa, o el impresionante y enorme frigorífico, o la cantimplora que golpeaba contra el poste en que estaba colgada, como si Frank acabara de dejarla allí y hubiera ido a dar un paseo. Delante de la puerta de la primera tienda había algunas cosas esparcidas por el suelo: vasos, libros y herramientas. Sobre la hierba había un impermeable de Gore-tex que a Rex le pareció que se había caído del poste. Era extraño ver esas cosas, objetos arrancados a la muerte.
El suelo era extraordinariamente blando. Aunque el sol había evaporado el rocío, todavía quedaban algunas gotas de agua atrapadas en las telas de araña de la hierba. No muy lejos, unas cuantas tortugas gigantes estaban escondidas dentro de los caparazones que emergían de la hierba como montículos de piedra.
El viento continuaba agitando la lona, que golpeaba con fuerza la tienda. Cameron agarró la cuerda y tiró de ella. El ruido cesó inmediatamente y se hizo un repentino silencio. Ató el extremo de la cuerda a un agujero de la tienda. El viento volvió a inundar el silencio con silbidos a su paso por las rendijas de la madera de la torre de vigilancia que se encontraba en el camino.
Se aproximaron al frigorífico y un destello de sol reflejado en él les cegó hasta el punto que se detuvieron un momento. Derek levantó un brazo para protegerse los ojos y Rex se aproximó al frigorífico para examinar la enorme cerradura que se encontraba justo debajo del asa de la puerta. La cerradura era del tamaño de una caja de zapatos y tenía la forma irregular de una gran llave. Detrás había un ventilador para secar el exceso de humedad y preservar los especímenes. El ventilador estaba protegido por una reja que impedía el paso a los animales carroñeros que pudieran devorar al espécimen encerrado dentro.
Rex dio unos golpecitos a la cerradura. Estaba sudando.
– Vamos a buscar las llaves, pero apuesto a que Frank las llevaba encima.
Derek comprobó la puerta del frigorífico con los dedos. Puso la oreja contra la puerta y dio dos golpes en ella para adivinar el grosor.
– ¿Tucker empaquetó explosivo C4? -preguntó Cameron.
Derek se apartó del frigorífico y negó con la cabeza.
– Aunque lo tuviéramos, no habría forma de volver a cerrarlo -dijo Rex-. En cinco minutos, ese espécimen se convertiría en gelatina con este calor. -Emitió un ligero gemido y golpeó la cabeza ligeramente contra la pared del frigorífico. Los golpes resonaron ligeramente en el interior-. Y no hay forma de mandar esto de vuelta a la civilización.
– ¿Qué crees que hay dentro? -preguntó Cameron.
– No lo sé -respondió Rex-, pero debe de haber varios especímenes. Desde luego, el frigorífico es mucho más grande que cualquiera de las formas de vida de la isla. Además, está cerrado, lo cual significa que Frank introdujo algo dentro antes de desaparecer. -Dio unos golpecitos en la puerta con las uñas que emitieron un sonido metálico y vacío-. ¿No es mala cosa la curiosidad?
Rex devolvió la sonrisa a Cameron y se agachó delante de la tienda más grande para echar un vistazo al interior. Dentro había un fuerte olor a podredumbre. En el suelo había una colchoneta, un saco de dormir, una lámpara que se había roto en el último temblor, una caja de madera y una bolsa neceser. Rex levantó la tapa de la caja de madera y de dentro salieron unas pequeñas avispas que volaron alrededor de su cabeza. Rex soltó un grito y cayó hacia atrás sacudiéndose el pecho. Atravesó la lona de la tienda y las avispas salieron con él, volaron en círculos y se levantaron hasta desaparecer en el aire.
Cameron y Derek le miraron, sorprendidos primero y divertidos luego al ver el pelo alborotado y el rostro encarnado.
– ¿Te han picado? -preguntó Cameron.
– No. Podagriónidos. De la familia de los torymidae. Son predadores de las larvas de la mantis religiosa. -Rex se sacudió el polvo de los pantalones-. Con sus afilados ovipositores penetran las blandas cáscaras del huevo antes de que se endurezcan y depositan los huevos dentro. Las crías se alimentan de la larva en desarrollo. -Dio una palmada y se metió las manos en los bolsillos-. No pican.
Cameron apretaba los labios para no sonreír.
– Por la expresión de tu cara, me hubiera creído que silo hacían.
Rex volvió a agacharse dentro de la tienda y levantó la tapa de la caja con más precaución. Dentro había un segmento de ooteca del tamaño de un naipe, con sus agujeros. Espantó a las pocas avispas que quedaban y la mostró a Cameron y Derek.
– Esto es relevante -les dijo. Dio la vuelta al segmento de ooteca y los dedos se le hundieron en ella-. Parece que los rayos UV la han dañado -dijo-. Eso puede haber facilitado la penetración de las avispas. -Se la acercó un poco: Frank había escrito la fecha aproximada de eclosión en un trozo de cinta pegada en la ooteca, «25/11/07»-. Así que Frank estaba vivo a finales de noviembre -dijo Rex-. Pero es extraño. Las mantis no eclosionan hasta abril. Esto está fuera del ciclo normal.
Sacó una de las camisetas de Frank de la cama y envolvió la ooteca con ella. La guardó en su bolsa y se dirigió a la otra tienda, que parecía que Frank había utilizado como estación biológica. Cameron le siguió y Derek esperó fuera. Había una mesa plegable todavía abierta en una de las esquinas, aunque todo el equipo que estaba encima de ella había caído al suelo durante un temblor: una caja de casete llena de bolsitas de plástico, una lámpara fluorescente de 160 vatios, una lupa de diez aumentos, una lámpara de rayos UV, una Nikon con siete rollos de película, un microscopio de disección. Había tres tarros de conservación en el suelo y todavía se apreciaban las capas: cianuro de hidrógeno cristalino, serrín y, encima, sulfato de calcio.
Un bloc de notas llamó la atención de Rex. Lo levantó y lo dejó encima de la mesa al tiempo que acercaba una caja para sentarse encima. Al abrir la primera página vio un dibujo de tamaño grande de una mantis. Debajo, había un fragmento de hoja que Rex reconoció que pertenecía a un listado inédito de insectos, uno de las varias recopilaciones de notas de referencia acerca de fauna isleña que Frank llevaba durante sus expediciones.
El papel tenía por título «Mantis» y decía: «Galapagia obstinatus : especie endémica hallada en Baltra, Floreana, Isabela, San Cristóbal, Santa Cruz, Sangre de Dios. Métodos de recolección: agitar la vegetación, trampa Malaise o trampa de luz. De zonas áridas a húmedas, aunque prefiere las húmedas. Fuertemente emparentada con Musonia y Brunneria.»
El «autor» o descubridor de las especies constaba como «Schudder, S. H.» en un artículo de 1893 titulado «Informes sobre las operaciones de dragado en la costa occidental de América Central hasta las Galápagos y hasta la costa occidental de México y en el golfo de California, encargada por Alexander Agassiz y llevada a cabo por el Albatros, de la comisión de pesca de Estados Unidos durante 1891, comandante Z. L. Tanner.»
Derek entró en la tienda y se agachó. Tenía el cabello mojado a causa del sudor.
– Joder, qué sol -dijo.
Rex hizo una señal con la mano de que se callara y se concentró en la siguiente página del bloc de notas: otro dibujo, esta vez de una ooteca de una mantis religiosa. Se encontraba fijada a la rama caída de un árbol y estaba expuesta al sol. Rex dio un golpecito al bulto que la ooteca hacía en su bolsa.
– Frank debió de haber sacado esto de la ooteca que dibujó -dijo-. En el dibujo se entiende el mal estado a causa del sol.
Como descripción del dibujo, Frank había trazado el símbolo matemático de «aproximadamente» y luego «doscientas cincuenta crías». Además, había escrito «diez viables».
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