Tank, tambaleándose y con los brazos colgando, miró a Juan. Intentó cerrar los puños pero no pudo. Los brazos le colgaban de los hombros, derrotados. Tenía los antebrazos y el pecho llenos de arañazos. La camisa estaba hecha jirones.
– Vámonos -dijo Derek. Le puso una mano en el hombro a Tank, pero éste la apartó-. Está acabado -dijo Derek-. Vamos a salir antes de que vuelva a producirse otra réplica.
Tank asintió con un ligero movimiento de cabeza. Derek dejó la mano en el hombro de Tank y le condujo hacia el agua. Tank gruñó al dar el primer paso. Derek le pasó un brazo por la cintura para ayudarle, pero no fue de mucha utilidad.
Treparon por el enorme cactus y Tank se dejó caer al otro lado, con las piernas llenas de espinas. Los pies le resbalaron encima del suelo de lava; se habría caído al suelo si Derek no le hubiera sujetado. Tank se incorporó, inseguro sobre sus piernas.
Instintivamente, Szabla dio un paso hacia delante, pero Cameron la detuvo.
– Ordenes -le dijo.
Con la respiración agitada, Szabla intentó apartar la mano de Cameron que la sujetaba por el hombro, pero no lo consiguió. Tank se apoyaba casi totalmente en Derek y sus movimientos eran rígidos y dolorosos.
Una porción de roca del acantilado se desprendió y cayó encima del cuerpo de Juan y de la Zodiac, cubriéndolos a ambos. Mientras caían las últimas piedras, Derek pasó los dos brazos por la cintura de Tank y ambos se dejaron resbalar por la roca hasta las olas. Intentaron pasar por debajo de una ola que iba hacia ellos, pero no pudieron evitar que ésta se estrellara contra su pecho. Tank llegó hasta los otros jadeando. Al oeste, el agua atravesaba los agujeros en la roca con gran estruendo.
Szabla estaba pálida.
– ¿Juan? -preguntó.
Derek negó con la cabeza.
Justin se apoyó en Cameron y ella le rozó con el hombro en un gesto tranquilizador. Tucker miraba hacia el océano encrespado, cambiando el peso del cuerpo de una pierna a otra, incómodo.
Savage sonrió.
– Bienvenidos a Sangre de Dios -dijo.
A Tank le fallaron las piernas y cayó al agua como un plomo. Tuvieron que sacarlo de ella entre cuatro.
Los temblores remitieron y pronto Derek ya no tuvo que luchar contra las olas. Del montón de rocas de lava se desprendieron unas cuantas que se encontraban en la superficie y que rodaron hacia abajo como los últimos granos de un reloj de arena. El aire se calmó.
Unos rajibuncos de pico rojo volaron en círculos amplios encima de sus cabezas, a punto de volver a sus nidos del acantilado. Unas crías de cangrejos zayapa cruzaron por encima de las rocas de lava: los brillantes caparazones de color naranja destacaban sobre la oscura roca.
Los soldados se quedaron en silencio a la espera de otra réplica. Al cabo de quince minutos, Derek subió a la superficie de lava y ayudó a Tank a subir después de él. Los demás les siguieron.
Las cajas de viaje y las bolsas todavía estaban delante de la pared del acantilado, a muy poca distancia del desprendimiento de rocas. Las tapas de las cajas presentaban golpes, pero no se habían roto. La caja de armas y algunas de las cajas de viaje estaban enterradas con la Zodiac. Derek echó un vistazo a la parte del acantilado que se había desprendido. No había forma de sacar el cuerpo de Juan, ni la Zodiac, ni parte del equipo de debajo de todas aquellas rocas. No, sin una excavadora. Las armas habrían sido inservibles de todas formas, aunque Derek no pensaba redactar un informe detallado del equipo perdido.
Los soldados inspeccionaron el terreno en silencio. A Rex se le veía pálido, tenía un aspecto casi de enfermo, y no dejaba de mirar el montón de rocas que cubría el cuerpo de Juan. Finalmente Szabla le golpeó en el pecho y le dijo:
– Relájate. Por mucho que mires, Juan no dejará de estar muerto.
A unos cien metros hacia el este, la lava y los riscos se perdían en unas dunas bajas de arena. La playa quedaba protegida, salvo por los objetos que caían en ella durante los terremotos y temblores.
– Vamos a establecer un campamento provisional en la playa -dijo Derek-. Mañana veremos si podemos encontrar algún lugar donde asentar un campamento permanente.
Los soldados arrastraron las cajas de viaje hasta la playa y empezaron a montar las tiendas y a ordenar el equipo. Derek y Cameron hicieron inventario.
Ocuparían las tiendas por parejas. Diego tenía que haber ocupado la quinta tienda con Juan; pero la tendría para él solo.
Tank prácticamente no cabía en la colchoneta, así que se tumbó en el suelo, y ya no pudo levantarse. Estaba aturdido por el dolor, lo cual era una mala señal dado su alto umbral de dolor. Una vez, en Copenhague, consiguió no desmayarse a pesar de haber recibido un golpe en la cabeza con la culata de un rifle. Justin le dio un masaje en las piernas, pero tenía los músculos demasiado tensos. El botiquín de Justin se había quedado en la lancha, pero él siempre llevaba unas cuantas cosas en su bolsa, como Toradol. Le puso una inyección de sesenta miligramos.
Se reunieron cerca de las tiendas, alrededor de una lámpara. Derek se encontraba de cara a todos ellos, dando la espalda a la noche. Se frotaba los ojos en un intento de apartar el cansancio. Habían dejado la puerta de lona de la tienda de Tank abierta, para que pudiera presenciar la reunión.
Cameron se frotaba los párpados. Recordaba a Juan sentado en el mausoleo, y su anillo de casado que brillaba en la noche con un destello dorado. Se llevó la mano al anillo que llevaba colgado del cuello y comprobó que todavía estaba allí.
Rex se aclaró la garganta. Estaba nervioso.
– Mirad -dijo-. No quiero parecer frío, pero tenemos que terminar el reconocimiento, ¿de acuerdo?
Savage, que se estaba sacando algo de entre los dientes, chasqueó la lengua y dijo:
– No he arrastrado toda esta mierda hasta aquí para dar media vuelta y echar a correr a la primera señal de una piedra que cae o de un sudamericano muerto. Le guiñó un ojo a Diego y añadió-: Con perdón.
Diego se encogió de hombros, sin hacer caso de la ofensa.
– Estamos jodidos con la Zodiac -dijo Derek-. Justin, mañana te darás un baño hasta el barco a ver si das con la forma de traer el resto del equipo a tierra. ¿Cómo esta la PRC104?
Justin se quitó la mochila de la espalda y la dejó sobre la arena. El material estaba abollado en la parte donde había caído la roca.
– Ha recibido un buen golpe -dijo, mientras sacaba la radio de la mochila con cuidado.
Cameron se sintió aliviada al ver que el aparato y la antena parecían intactos. Aquella radio, del tamaño de una vieja VCR, era un lío de botones y diales. El auricular era como un teléfono, pero tenía el receptor y el transmisor rotos.
Después de sintonizar la radio, Justin conectó el auricular, que emitió un chirrido, y apretó el botón de al lado para evitar la estática.
– No hay forma -dijo-. No podemos decir nada ni oír nada.
– Y mi teléfono está allí enterrado. -Rex señaló el montón de rocas-. ¿Así que eso es todo? ¿No podemos entrar en contacto con el mundo exterior?
– No podemos hacerlo con las islas -dijo Derek. Se dio un golpecito en el hombro, señalando el transmisor subcutáneo-. Todavía podemos ponernos en contacto con la base gracias a esto. Es vía satélite.
– ¿Llamamos? -preguntó Justin.
– No veo para qué -respondió Derek-. Nuestra misión consiste en traer a Rex aquí, ayudarle a colocar sus cachivaches en su sitio y largarnos. De momento, nuestra misión no está en peligro.
– Me gustaría colocar una de las unidades de GPS mañana por la mañana temprano -dijo Rex. Señaló un estrecho camino que se abría paso por una abertura en la pared del acantilado de punta Berlanga-. Estoy pensando que a lo mejor allí arriba encuentro una roca adecuada. Después reconoceremos la isla para encontrar otras localizaciones.
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