Una ráfaga de viento los golpeó con tanta fuerza que Justin se tambaleó. Rex se sujetó el sombrero con una mano. El aullido se transformó en un grito desgarrador.
– ¿Qué mierda…? -exclamó Justin mientras Savage volvía a enfundar el cuchillo-. Esto es un poco difícil.
Los demás se rieron con él y Derek dijo, aclarándose la garganta:
– Creo que podemos decir que…
El suelo se movió con violencia bajo sus pies y un chirrido llenó el aire. Szabla se cayó contra la base del acantilado.
– Mierda. -La exclamación de Diego casi no se oyó a causa del temblor-. Estamos en una coctelera. Vamos al agua.
El aire se llenó con el ruido de una roca rompiéndose y una lluvia de trozos de piedra y arena les cayó sobre la cabeza. Juan se agachó bajo ella y fue a caer contra Szabla.
– Apartémonos del acantilado -grito Rex-. Puede haber un desprendimiento.
Una roca del tamaño de una cabeza humana cayó a la espalda de Justin, pero por suerte la mochila paró el golpe. Justin cayó de rodillas por la fuerza del golpe pero rápidamente se incorporó y corrió empujando a Rex y a Diego con él.
Szabla se cayó y casi arrastró a Juan con ella. Mientras luchaba por ponerse en pie, Juan intentaba mantener el equilibrio sobre el inestable suelo. Quiso ayudarla a levantarse del suelo pero tenía problemas para sostenerse sobre sus propios pies.
Cameron agarró a Derek por el brazo y tiró de él hacia el agua con tanta fuerza que casi le dislocó el hombro. Derek se tambaleó dejándose llevar por ella hasta que el agua les llegó a los muslos. Las olas eran fuertes y les costaba mantenerse de pie. Tucker, Justin, Rex, Diego y Savage ya estaban en el agua y Tank corría hacia ellos por la resbaladiza roca.
– ¿Dónde está Szabla? -gritó Derek. Miró alrededor desesperado-. Mierda, ¿dónde está Juan? ¿Dónde está Juan?
Cameron les vio al pie de los acantilados intentando aguantar la lluvia de rocas que se precipitaba encima de ellos. Juan resbaló y cayó de espaldas al suelo. Inmediatamente se dio la vuelta y se puso de rodillas. Szabla lo agarró por debajo del brazo y lo levantó.
Cameron agarró a Derek por el pecho.
– ¡Allí! -gritó, señalando un punto.
Derek se volvió hacia los demás.
– ¡Quedaos aquí! ¡Es una orden!
Echó a correr hacia Szabla y Juan y al pasar al lado de Tank le dio un golpe en el hombro.
– ¡Tank, ven conmigo!
Sin dudarlo, Tank se dio la vuelta y lo siguió.
Juan estaba, finalmente, de pie, pero el suelo era inestable a causa de las rocas que se deslizaban y rodaban por él. La cantimplora colgada del pecho le golpeaba el estómago. Juan agarró a Szabla del brazo y dio un paso hacia delante, sobre un montón de rocas. De repente, un ruido de algo que se rompía por encima de su cabeza le asustó. Se volvió y vio que una chumbera se inclinaba hacia fuera del acantilado y se partía en dos por el tronco de un metro de ancho con un ruido seco. El pesado cactus cayó al vacío hacia ellos.
Con todo su empeño, Juan levantó a Szabla y la alejó de la base del acantilado. Szabla cayó al suelo y empezó a rodar hasta el agua. La fuerza que hacía tratando de sujetar a Szabla hizo caer a Juan hacia atrás, contra la pared rocosa del acantilado. Quedó sentado en el suelo y parpadeó con fuerza como si hubiera perdido la visión.
El cactus se estrelló a muy poca distancia de él contra la lava y, por un instante se quedó erguido, balanceándose y crujiendo, como si decidiera hacia dónde caerse. Juan levantó los brazos para protegerse la cara. Tenía la boca abierta, en un grito silencioso. Con una lentitud angustiosa, el cactus se inclinó hacia el lado contrario a Juan y cayó casi sobre el agua.
El temblor de la tierra disminuyó y al momento, aparte de los guijarros que rebotaban acantilado abajo, se hizo el silencio. Juan dejó salir el aire de los pulmones de golpe, aliviado.
Derek y Tank treparon por encima del enorme cactus a pesar de que las gruesas espinas se les clavaban en las manos y rodillas.
– ¡Juan! -gritó Derek-. ¿Estás bien?
– Estoy bien. -Juan intentó sentarse pero, con una mueca de dolor, desistió agarrándose el costado-. Sólo necesito… una mano.
Derek avanzó un poco y desde arriba del cactus agarró la mano de Juan con firmeza. Tank se puso de pie detrás de él pisando las pencas del cactus con las botas.
– Muy bien -dijo Derek-. Uno… dos…
Una réplica hizo temblar el suelo y Derek perdió pie. Las espinas del cactus se le clavaron en la espalda a pesar de la camisa de camuflaje y soltó un gemido de dolor, pero no soltó a Juan de la mano. Juan gimió de dolor a causa del tirón que le dio Derek al caer. Con la mano de Juan todavía en la suya, Derek consiguió sentarse en el suelo. Estaban sólo a unos sesenta centímetros el uno del otro, al mismo nivel del suelo.
– Te tengo, amigo -le dijo Derek.
Una roca grande se desprendió de la parte superior del acantilado, rebotó una vez contra la pared desprendiendo un montón de piedras y arena y se precipitó en el vacío.
Ambos miraron hacia arriba justo en el momento en que la roca cayó encima de Juan, sobre su regazo. El golpe arrancó su mano de la de Derek con tanta fuerza que las uñas de Juan dejaron unas marcas rojas en la palma de la mano de Derek.
Juan soltó un gemido y un chorro de sangre salió de su boca. Quedó enterrado debajo de la roca; sólo su cabeza quedó a la vista. Las piernas sobresalían de debajo de la gran piedra en una postura extraña. La cantimplora quedó partida en dos entre ellas.
– Dios mío -susurró Derek-. Dios mío.
Tank se acercó a Juan y a la roca, tambaleándose, y se quedó de pie al lado del cuerpo. Por un momento se hizo un silencio mortal.
Entonces oyeron el angustiado quejido.
Juan levantaba la cabeza y estiraba el cuello. La parte derecha del rostro estaba totalmente cubierta de sangre y un fragmento del hueso de la mejilla se veía entre la sangre. Respiraba con dificultad. Tenía los labios hundidos hacia dentro, entre los dientes rotos. Juan abrió la boca ensangrentada y gritó. A cada grito, le salía un chorro de sangre.
– ¡Quitádsela! -chilló Derek-. ¡Quítale esa cosa de encima!
Tank, con las botas llenas de restos del cactus y el sudor cayéndole por las mejillas, dio un paso hacia Juan.
Derek puso las manos en la roca e intentó empujarla, pero no consiguió moverla. Notó que un canto afilado le rasgaba la mano derecha, pero continuó empujando con todas sus fuerzas.
Los gritos aumentaron.
Tank puso su mano enorme en el hombro de Derek y le apartó a un lado. Abrió los brazos y abrazó la enorme piedra. Flexionó las rodillas y se preparó para levantar el peso.
Los gritos continuaban: unos gritos guturales y angustiados. Juan empezó a removerse debajo de la piedra, intentando levantar el torso. La sangre lo salpicaba todo; Derek veía gotitas de sangre en el aire e incluso en los hombros de Tank.
– Dios, mátalo. Tenemos que matarlo -gritó Derek.
Pero no tenía ningún arma. Se dio cuenta de que, con el estómago frío y revuelto, estaba buscando una piedra para utilizarla como arma.
Con toda su fuerza, Tank se levantó un poco. Emitió un fuerte gemido con los dientes apretados. Tenía el rostro rojo e hinchado, como si fuera a explotar de un momento a otro. La camisa se le desgarró por la espalda.
Consiguió levantar el bloque de piedra de encima de Juan unos centímetros. Con otro gruñido, dio un paso atrás con la roca abrazada contra su pecho y consiguió tenerla a unos sesenta centímetros del suelo. Con toda la fuerza de sus músculos, intentó lanzarla a un lado pero la roca se le escapó de las manos y quedó clavada en el suelo de lava.
Juan estaba inmóvil, con la mandíbula abierta. Emitió un grito de moribundo. Tenía los brazos retorcidos encima del pecho; una de las manos estaba doblada en un ángulo imposible y un trozo de hueso le salía por la muñeca.
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