Era precisamente este ruido zumbante del aire dirigido hacia dentro lo que Samantha intentaba combatir cantando La araña Itsy Bitsy… Su voz, tersa y aguda como la de un niño, activaba el pequeño micrófono que le permitía comunicarse con el técnico de laboratorio, que vestía un traje espacial similar al de ella. «… Contrajo un nuevo tipo de fiebre hemorrágica boliviana de un aerosol.» Se inclinó sobre el cadáver. Ya había hecho la incisión con forma de Y para abrir el pecho y el abdomen. El brazo le temblaba ligeramente a causa de la última tanda de inoculaciones; debido a todas las inyecciones que recibía en su línea de trabajo, casi siempre tenía el músculo deltoides dolorido.
Hizo un gesto con el escalpelo al técnico de laboratorio.
– Aparta el intestino delgado para que pueda llegar a la base del mesenterio.
La cavidad abdominal siempre presentaba dificultades porque estaba muy llena; con todos los pliegues del intestino había poco espacio para maniobrar. Alargó una mano y hurgó el estómago hinchado, sabiendo por experiencia que estaba lleno de un líquido repulsivo. Por desgracia, los respiradores no filtraban los olores.
– «Llegó el virólogo y acabó con el virus» -cantó.
El técnico se inclinó hacia delante y sujetó el intestino esponjoso con una mano enguantada y ligeramente temblorosa.
– No me cortes -dijo.
– Vaya. ¿De verdad? -contestó Samantha-. Bueno, ésos son mis planes para esta semana. Estaba deseando observar los efectos de la enfermedad en uno de mis colegas.
Empezó por el mesenterio y cortó el exceso de tejido y los ligamentos de los músculos para poder sacar el órgano. El procedimiento se conocía tontamente como «el tirón». Uno «tiraba» primero de los órganos torácicos, luego de los órganos abdominales.
– Hemorragia en las encías, ictericia en la esclerótica, heces sanguinolentas, equimosis, hemorragias con petequias, sangre en la orina… -Samantha agarró el corazón agrandado y tiró suavemente mientras empezaba a cantar-: «El sol salió y secó toda la lluvia…»
El técnico, nervioso, miró la formalina y se preparó para meter la mano en el líquido desinfectante al menor rasguño. Pero las manos de Samantha estaban totalmente firmes. Recortó cuidadosamente alrededor de los dedos de su ayudante mientras entonaba la siguiente frase de la canción infantil. De repente, se detuvo.
– ¡Ajá! Mira eso.
La cavidad pleural estaba llena de líquido y los pulmones presentaban manchas de un rojo intenso. Tomó una muestra y la colocó en un frasco pequeño que cerró a conciencia después de limpiar el exterior con un desinfectante.
– Condón -dijo.
Otro técnico de laboratorio dio un paso adelante y le tendió un preservativo no lubricado. Tenían que ser ligeramente creativos con el equipo: el último envío de la empresa de suministros de San Diego no había llegado a causa de un descarrilamiento en las afueras de Las Vegas. Samantha metió el frasquito en el condón y el ayudante hizo un nudo en el extremo del látex. Luego lo colocó en una funda de nailon que, a su vez, introdujo en un tanque de nitrógeno líquido. Colgó el extremo del saco en la parte superior del tanque tomando precauciones para no tocar el líquido, que se encontraba a 195 ºC bajo cero.
Samantha volvió la atención hacia el cuerpo. Era un espécimen horrible. Un importante empresario que había vuelto desde Cochabamba, Bolivia, hacía seis días, en su Gulfstream VII. Antes del vuelo había tenido fiebre, mialgia, debilidad y escalofríos. A pesar de que los síntomas pronto habían pasado a ser gastrointestinales, pues le dolía el abdomen al tacto y tenía diarrea, decidió volar de todas formas. Después del despegue, el hombre había sufrido vómitos y sangrado espontáneo de nariz, encías y ojos. El hospital Johns Hopkins recibió una alarma cuando el avión se encontraba a mitad de vuelo; el piloto llamó directamente para pedir que una ambulancia los esperara en el aeropuerto. Los informes empeoraron a medida que el avión se aproximaba a Baltimore, así que el jefe de equipo del Hopkins se puso en contacto con Samantha en el campamento de Catoctins. Decidieron que el avión debía desviarse hacia la autopista 15, cerca de Fort Detrick para que el empresario y su mujer, el piloto y un ayudante de vuelo, que empezaban a mostrar los primeros síntomas, pudieran ser puestos en cuarentena en el cuarto piso.
Samantha había corrido a casa para tratarlos, pero el virus había llegado a altos niveles de concentración en la sangre del empresario, y la coagulopatía ya estaba muy avanzada. Los antisueros que almacenaban en los bancos que podían contraatacar otras formas de fiebre hemorrágica boliviana (FHB) no funcionaban con este tipo; tampoco lo había hecho el Ribavirin.
Samantha obtuvo muestras de tejido y los fluidos del empresario mientras se encontraba todavía con vida e inoculó cultivos celulares en ellos permitiendo, así, que el virus se replicara hasta que los cultivos celulares tuvieron antígenos víricos. El estado del piloto y del ayudante de vuelo continuaba empeorando, pero la mujer se había recuperado de la fiebre al segundo día, lo cual quería decir que, probablemente, había generado anticuerpos que habían derrotado al virus. Su suero sanguíneo mostró la presencia de anticuerpos de inmunoglobulina G, lo cual indicaba que había habido una infección anterior de la que se había recuperado. La IgG había permitido que su cuerpo combatiera esta nueva exposición al virus.
Samantha le sacó sangre para aislar estos anticuerpos y luego centrifugó la sangre para separar el antisuero, que se añadió a los cultivos celulares inoculados y, luego, lavados para limpiarlos de cualquier cosa que no se acoplara específicamente al antígeno. Entonces añadió anticuerpos marcados que le permitieron ver, a la luz ultravioleta, que el antisuero se había acoplado al antígeno, lo cual indicaba que los anticuerpos de la esposa combatían ese virus específico.
Consiguió aislar suficientes anticuerpos para acabar con el virus en seis o siete ratas que había sometido a la infección. Cada una de las ratas supervivientes replicó los anticuerpos y ella los extrajo de los animales, los aisló en grandes cantidades y, con avanzadas técnicas de reproducción genética, los replicó en mayor escala todavía.
Esperaba que le dieran permiso para inmunizar al piloto y al ayudante de vuelo con el antisuero experimental. En la puerta de al lado había una reunión de altos cargos del Servicio Público de Salud y la Administración para Alimentos y Medicamentos para decidir si aprobar el plan de tratamiento experimental. Si los pacientes tenían que esperar hasta agotar el papeleo usual del Servicio Público de Salud, era seguro que morirían aquella misma semana.
Samantha se obligó a concentrarse en el trabajo inmediato: practicar una autopsia completa del cuerpo del empresario, que había muerto aquella mañana. Intentó no pensar en la decisión que se estaba tomando en la puerta de al lado, que decidiría el destino de dos personas. El cuerpo que se encontraba en la mesa de autopsias tenía un aspecto espeluznante. Los sobacos estaban salpicados de lesiones viejas y las encías eran una masa sanguinolenta y supurante. La boca estaba llena de sangre.
Hurgó en la cavidad abierta con nuevo vigor. Continuó cantando; el técnico de laboratorio sudaba.
– «Entonces la araña Itsy Bitsy volvió a meterse en problemas…»
Una mujer vestida con una bata blanca de laboratorio dio unos golpes en una de las ventanas.
– ¡Sammy! -llamó.
Samantha no podía descifrar lo que decía la mujer, así que dejó las herramientas de la autopsia y arrastró los pies hasta la ventana; tenía una apariencia extraña dentro de aquel traje espacial.
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