Joey se deslizó en el callejón; contó once ventanas que daban a la zona de recolección de los residuos: cuatro en el edificio de Oliver, cuatro en el edificio contiguo y tres en el que se alzaba al otro lado de la calle. Sin duda era mejor hacerlo de noche pero, para entonces, el Servicio ya habría examinado la basura. Es lo que siempre sucede con las Zambullidas en los Basureros. Se sirve el primero que llega.
Sin perder un segundo, se quitó el abrigo y lo lanzó a un lado. Llevaba un pequeño micrófono prendido al primer botón de la camisa y dos finos cables llegaban hasta un móvil sujeto al cinturón. Se colocó un audífono en la oreja derecha, pulsó «Enviar» y, mientras sonaba, abrió rápidamente las tres tapas de los contenedores de basura.
– Aquí Noreen -contestó una mujer joven.
– Soy yo -dijo Joey, poniéndose un par de guantes quirúrgicos de látex. Era una lección que había aprendido en su primera Zambullida en el Basurero, donde el sospechoso tenía a un recién nacido… y Joey encontró un puñado de pañales sucios.
– ¿Qué tal el barrio? -preguntó Noreen.
– Ha visto tiempos mejores -dijo Joey mientras observaba las paredes de ladrillo gastadas y los cristales rotos en las ventanas del sótano-. Supuse que era un vecindario de jóvenes banqueros ambiciosos. Pero se trata de un barrio de gente obrera que no puede permitirse el lujo de un primer apartamento en la ciudad.
– Tal vez por eso mismo robó el dinero, porque está harto de ser de segunda clase.
– Sí… tal vez -dijo Joey, feliz de comprobar que Noreen participaba.
Recién graduada en el programa nocturno de la Facultad de Derecho de Georgetown, Noreen pasó el primer mes posterior a su graduación siendo rechazada por los principales bufetes de Washington, D. C. Los dos meses siguientes supusieron también el rechazo de las firmas medianas y pequeñas. Al cuarto mes, su viejo profesor de la asignatura de Prueba hizo una llamada a su buen amigo en Sheafe International. Excelente estudiante del programa nocturno… poca cosa a primera vista, pero ambiciosa… igual que Joey el día eri que su padre la dejó. Aquéllas fueron las palabras mágicas. Un currículo enviado por fax más tarde, Noreen tenía un trabajo y Joey tenía su flamante ayudante.
– ¿Preparada para bailar? -preguntó Joey.
– Dispara…
Joey metió la mano dentro del primer contenedor, abrió la primera bolsa Hefty y el olor a café molido le dio de lleno en el rostro. Inclinó la bolsa para ver mejor, buscando algo con un… Allí estaba. Una factura de teléfono. Manchada y húmeda por los posos de café, pero arriba del todo. Apartó los restos de café y comprobó el nombre en la primera página. Frank Tusa. La misma dirección. Apartamento 1.
Siguiente.
La bolsa que estaba debajo era un saco oscuro que, una vez abierto, apestaba a naranjas podridas. Había un sobre de correos dirigido a Vivian Leone. Apartamento 2.
Siguiente.
El contenedor del medio estaba vacío. Eso dejaba sólo el contenedor de la derecha, que tenía una bolsa blanca y barata, casi transparente, atada con una fina cuerda roja. No era Hefty… tampoco GLAD… era alguien que trataba de ahorrarse unos dólares.
– ¿Has encontrado algo? -preguntó Noreen.
Joey no contestó. Abrió la bolsa blanca, echó un vistazo al interior y contuvo la respiración ante la peste a plátanos de dos días.
– ¡Uf! Qué asco.
– ¿Qué?
– El tío es un reciclador.
– ¿Qué quieres decir con el tío? -preguntó Noreen-. ¿Cómo sabes que se trata de la basura de Oliver?
– Hay sólo tres apartamentos y él ocupa el más barato en el sótano. Confía en mí, es su basura.
Joey volvió a comprobar las ventanas antes de sacar una de las bolsas de basura negras del bolsillo, forrar el interior del contenedor vacío y verter en él las pieles de plátano marrones de la bolsa de Oliver. Como abogada, sabía que lo que estaba haciendo era totalmente legal -una vez que dejas tu basura en el bordillo, cualquiera puede jugar con ella- pero eso no significaba que tuvieses que anunciar todos tus movimientos.
Joey buscó la inmundicia, cogía y transfería puñados de espaguetis viejos, restos de raviolis y queso.
– Un montón de pasta… poco dinero en metálico -le susurró a Noreen, cuyo trabajo era catalogar-. Hay cebollas y ajo… un envase de setas ya cortadas, su paso infantil hacia la alta sociedad; por lo demás, nada caro en cuanto a vegetales, ni espárragos o lechuga exótica.
– De acuerdo…
– Hay un par de calzoncillos viejos, bóxers, de hecho, que parecen impresionantes, aunque en realidad…
– Haré una nota…
– Algunos envoltorios de queso… una bolsa de plástico de Delicatessen Shop-Rite… -Acercó la etiqueta para leerla-: Medio kilo de pavo, el producto más barato de la tienda… bolsas vacías de patatas fritas y galletas saladas… Parece que compra el almuerzo y se lo lleva a casa todos los días.
– ¿Qué aspecto tienen los envases?
– Nada de Stvrofoam… ningún recipiente de entrega de comida china a domicilio… ni siquiera un pedazo de pizza -dijo Joey, mientras continuaba su excavación a través de los restos húmedos-. No se gasta un dólar pidiendo la comida. Excepto por las setas, ahorra cada centavo.
– ¿Envases o cajas de algún producto?
– Nada. Nada de material electrónico… nada de baterías o pilas… sólo un envoltorio de plástico de una cinta de vídeo. Todo dentro de sus recursos. El mayor lujo son unas cuchillas de afeitar Gillete de alta tecnología y papel higiénico de doble capa. Vaya… también hay un envoltorio de un tampón super absorbente. Parece que nuestro chico tiene novia.
– ¿Cuántos envoltorios?
– Sólo uno -contestó Joey-. Ella no viene todas las noches, tal vez es una relación reciente… o bien le gusta que él duerma en la casa de ella. -En el fondo de la bolsa, Joey volcó el contenido de cuatro filtros de café y utilizó los dedos para rastrillar la pequeña duna de restos oscuros-. Ya está. Una semana en la vida -anunció Joey-. Naturalmente, sin el material para reciclar, sólo es la mitad del cuadro.
– Si tú lo dices…
– ¿Qué se supone que significa eso?
– No lo sé… es sólo que… ¿crees realmente que revolver la basura nos ayudará a encontrarles? -preguntó Noreen tímidamente.
Joey sacudió la cabeza. Demasiado joven.
– Noreen, la única manera de averiguar dónde va alguien es saber dónde ha estado.
En el otro extremo de la línea hubo una larga pausa.
– ¿Crees que podremos conseguir ese material para reciclar? -preguntó Noreen.
– Dímelo tú. ¿Qué día…?
– La recogida no es hasta mañana -interrumpió Noreen-. Tengo la página web delante de mí.
Joey asintió. Hasta el ratón tiene que rugir a veces.
– Apuesto a que aún lo tiene en su apartamento -añadió Noreen.
– La única forma de averiguarlo… -Colocó nuevamente las bolsas de basura en su lugar, sacó nuevamente la correa roja de paseo y bajó por los inestables escalones de ladrillo que llevaban al apartamento de Oliver en el sótano. Junto a la puerta pintada de rojo había una pequeña ventana de cuatro cristales con una pegatina azul y blanca: «¡Atención! ¡Protegido por Alarmas Ameritech!»
– Y una mierda -murmuró Joey. «Si este chico ni siquiera pide que le traigan una pizza a casa, mucho menos va a instalar una alarma.»-¿Qué estás haciendo? -preguntó Noreen.
– Nada -dijo Joey mientras apretaba la nariz entre los barrotes que protegían la ventana. Mirando a uno y otro lado, recorrió con la vista el pequeño apartamento. Entonces los vio -en el suelo en un rincón de la cocina-: el recipiente de plástico de reciclado azul lleno de latas… y el recipiente verde brillante lleno de papeles.
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