Karen Rose - Muere para mí

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La enterraron con las manos unidas como si rezara…
Es enero, el suelo está helado y solo una casualidad ha permitido que el cuerpo haya sido descubierto. La policía de Filadelfia recurre entonces a Sophie Johannsen, una joven arqueóloga especialista en excavaciones medievales. Gracias a ella localizan el segundo cadáver: un joven con las manos a la altura del pecho, como si sostuviera una espada.
Ya tienen una dama y un caballero, dos asesinatos que imitan ritos funerarios medievales, y algo más cruel todavía: a su alrededor aguardan otras sepulturas, algunas ocupadas, otras vacías, esperando a las próximas víctimas… lo que el detective Vito Ciccotelli debe impedir a toda costa con la ayuda de Sophie.
Mientras, una empresa de videojuegos se prepara para el lanzamiento de su nuevo producto estrella: El inquisidor, un juego que lleva el horror y la oscuridad de la Edad Media hasta sus últimas consecuencias.

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– Tal vez. Al menos, seguro que algún estudiante de medicina puede utilizarlo para aprender a salvar vidas. No se moleste en acompañarnos, oficial McFain, nos marcharemos en uno de los coches patrulla.

Los Vartanian se fueron. Desde lo alto de la escalera, Vito, Nick y Jen observaron a través de la puerta de entrada cómo los hermanos se detenían ante la camilla en que estaba tendido el cadáver de Simon. Los hombros de Susannah se encorvaron y Daniel la rodeó con su brazo.

– Esta vez está muerto de verdad -dijo Vito en tono quedo-. Y yo me alegro.

– Ah, eso. -Nick se llevó la mano al bolsillo y extrajo tres cintas de vídeo-. Simon tenía las cámaras en marcha todo el tiempo. Daniel y tú habéis hecho las cosas bien, pero… -Depositó las cintas en la mano de Vito-. Puede que quieras guardarlas en un lugar seguro.

Vito empezó a bajar la escalera.

– Gracias. Ahora voy a darme una ducha, luego iré a la comisaría a cumplir con los trámites por haberle disparado a Simon. Y luego iré a comprar seis docenas de rosas.

– ¿Seis docenas? -Jen lo miraba boquiabierta-. ¿Para quién?

– Para Sophie, Anna, Molly y Tess. Y para mi madre, porque aunque en algún momento haya considerado que no es perfecta, la madre de Sophie es un millón de veces peor que ella.

– Eso solo son cinco, Vito -observó Jen.

– La última docena la pondré en una tumba.

Al día siguiente viajaría a Jersey. Aunque hubiera transcurrido una semana, seguía teniendo esa idea en la cabeza. Además, Andrea comprendería que había pasado unos días muy ajetreados.

– Vito -dijo Nick con un suspiro.

– Lo tengo decidido, Nick -respondió Vito-. Homenaje y despedida. Después de eso me sentiré bien.

Domingo, 21 de enero, 13:30 horas

– Harry, despiértate. -Sophie le zarandeó el hombro. Se había quedado dormido sentado en el sofá de la pequeña sala de estar de la unidad de cuidados intensivos coronarios.

Él abrió los ojos de golpe.

– ¿Anna?

– Está durmiendo. Vete un rato a casa, Harry. Pareces destrozado.

Él tiró de ella para que se sentara en el brazo del sofá, a su lado.

– Tú también.

– Solo son unos puntos. -Llevaba más de catorce, y el costado y la lengua le escocían muchísimo, pero se sentía tan contenta de estar viva que no podía considerarse que hubiera dicho ninguna mentira.

Harry acarició con el pulgar un cardenal de la mejilla de Sophie.

– Te ha golpeado.

– No, me lo hice yo al lanzarme a por la espada. Tendrías que haberme visto, Harry -añadió en tono liviano-. Parecía Errol Flynn. En garde . -Fingió una estocada.

Harry se estremeció.

– Prefiero imaginármelo a verlo.

– Pues muy mal. Creo que hay una grabación. A lo mejor podemos verla juntos la próxima vez que tengas insomnio. -Le sonrió, y él soltó una carcajada a su pesar.

– Sophie, eres incorregible.

Ella se puso seria.

– Vete a casa, Harry. Deja de esconderte aquí.

Él suspiró.

– Tú no lo comprendes.

Ante su insistencia, Harry le había contado lo ocurrido entre Freya y él. Sophie le besó la calva.

– Lo que comprendo es que me quieres. Y comprendo que tienes una esposa a quien también quieres, aunque hay una cosa que no te gusta de ella. Yo no necesito que Freya me quiera, Harry. Si lo hiciera, sería fantástico; pero antes de convertirme en la causa de vuestra ruptura, me moriría. -Se estremeció-. Siento haber elegido esa palabra. Vete a casa con tu familia. Duérmete en tu sillón y, si te necesito, sabré dónde encontrarte.

Él frunció los labios.

– No es justo, Sophie. Tú no le has hecho nada.

– No, es cierto, pero míralo de otro modo. Yo ya tengo una madre y un padre: Katherine y tú.

– Eso no es una verdadera familia, Sophie.

Ella rió por lo bajo.

– Harry, mi verdadero padre era el amante de mi abuela, y mi verdadera madre es una ladrona. Prefiero mil veces teneros de padres a Katherine y a ti. Además, he tenido la suerte de elegir yo misma a mi familia. ¿Cuánta gente puede decir eso?

Él la rodeó con el brazo y la atrajo hacia sí con cuidado.

– Me gusta tu detective.

– A mí también.

– A lo mejor pronto formas tu propia familia -dijo, de nuevo en tono pícaro.

– A lo mejor. Y te prometo que serás el primero en saberlo. -Se acercó más a él-. Si yo fuera tú, desempolvaría el esmoquin. Puede que pronto tengas que acompañar a la novia al altar.

Harry tragó saliva.

– Siempre pensé que eso lo haría Alex. Supongo que ahora que él…

– Chis. -Las lágrimas asomaron a los ojos de Sophie por primera vez en todo el día-. Harry, aunque Alex viviera, te lo habría pedido a ti. Él lo tenía claro, y creía que tú también. -Le hizo ponerse en pie y lo empujó hacia la puerta-. Ahora vete. Yo me quedaré un rato más con Anna y luego también me iré a casa.

– ¿Con Vito? -preguntó él en tono cauteloso.

– Apuéstate la colección de películas de Bette Davis.

Ella lo ahuyentó hacia el pasillo y sonrió. Mientras la puerta del ascensor de Harry se cerraba, otra se abría y Vito apareció con una docena de rosas blancas en cada brazo.

– Hola. -Él le dirigió esa sonrisa que hacía que dejara de parecer un simple modelo para convertirse en todo un galán cinematográfico y a Sophie se le desbocó el corazón-. Estás aquí -dijo.

– Me han curado y me han dejado marchar -explicó ella, y alzó la cabeza para recibir un beso que le hizo suspirar-. No creo que permitan a Anna tener esas rosas en la unidad de cuidados intensivos. Lo siento.

– Entonces supongo que serán para ti. -Las depositó en una mesita de la sala de espera y luego entrelazó la mano en su pelo y buscó su mirada-. Dime la verdad. ¿Cómo estás?

– Bien. -Ella cerró los ojos-. Por lo menos, físicamente. He pasado malos momentos pensando en lo que podría haber ocurrido si no hubierais aparecido vosotros.

Él la besó en la frente y la atrajo hacia sí.

– Ya lo sé.

Ella posó la mejilla en su pecho y escuchó el suave latido de su corazón. Era exactamente lo que necesitaba.

– Aún no me has explicado cómo me encontrasteis.

– Mmm… Bueno, junto a Claire Reynolds había enterrada una anciana. Utilizaba los servicios de la misma empresa financiera que la antigua propietaria del terreno. No sabíamos su nombre, así que buscamos a los clientes de la empresa que vivieran cerca de una cantera.

Ella se retiró para mirarlo.

– ¿Una cantera?

– La tierra del interior de las tumbas procedía de una zona cercana a una cantera. Aun así, salieron muchos nombres y se estaba haciendo de día. Katherine sabía que la anciana sin identificar llevaba empastes hechos con una amalgama que la situaba en Alemania antes de los años sesenta, pero ninguno de los nombres era europeo. No queríamos arriesgarnos a telefonear directamente a los clientes porque temíamos que contestara Simon, así que en vez de eso decidimos llamar a las personas de contacto que aparecían en los contratos de toda aquella gente. Al final dimos con una mujer cuyo padre había sido diplomático en Alemania Federal en los años cincuenta. La anciana se llamaba Selma Crane.

– O sea que la casa donde estaba Simon pertenecía a Selma Crane, y ella está muerta.

– Simon encontró el sitio perfecto y por eso la mató. La enterró junto a Claire y continuó pagando sus facturas. Incluso envió postales de Navidad en su nombre durante dos años.

– Él me dijo que había matado a todas esas personas para verlas morir.

– Y luego las pintaba, en un lienzo. Algún día quería ser famoso. -Él le alzó la cabeza y ella observó su expresión sombría-. He visto la grabación. Menuda actriz estás hecha, qué forma de provocarlo.

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