Karen Rose - Muere para mí

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La enterraron con las manos unidas como si rezara…
Es enero, el suelo está helado y solo una casualidad ha permitido que el cuerpo haya sido descubierto. La policía de Filadelfia recurre entonces a Sophie Johannsen, una joven arqueóloga especialista en excavaciones medievales. Gracias a ella localizan el segundo cadáver: un joven con las manos a la altura del pecho, como si sostuviera una espada.
Ya tienen una dama y un caballero, dos asesinatos que imitan ritos funerarios medievales, y algo más cruel todavía: a su alrededor aguardan otras sepulturas, algunas ocupadas, otras vacías, esperando a las próximas víctimas… lo que el detective Vito Ciccotelli debe impedir a toda costa con la ayuda de Sophie.
Mientras, una empresa de videojuegos se prepara para el lanzamiento de su nuevo producto estrella: El inquisidor, un juego que lleva el horror y la oscuridad de la Edad Media hasta sus últimas consecuencias.

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– ¿Qué más sabes?

– Todo -se burló ella-. Lo sé todo. Y la policía también, así que aunque me mates no te saldrás con la tuya. Te encontrarán y te meterán en la cárcel. Allí podrás pintar todos los payasos que quieras sin necesidad de esconderlos debajo de la cama.

A Simon le tembló un músculo del mentón.

– ¿Dónde están?

Sophie le sonrió.

– ¿Quiénes?

Él la sacudió con tanta fuerza que le castañetearon los dientes.

– Daniel y Susannah. ¿Dónde están?

– Están aquí, buscándote. Como Vito Ciccotelli, que no descansará hasta que te encuentre. -Entrecerró los ojos-. ¿Qué creías, que nadie lo sabía, Simon? ¿Que nadie te encontraría? ¿De verdad pensabas que nadie oiría nada?

– De momento no me ha encontrado nadie -respondió él. La levantó más y sonrió al ver la mueca de Sophie-. Hasta ahora nadie me ha oído -dijo-. Y a ti tampoco te oirán.

Sophie sacó fuerzas de la furia.

– Te equivocas. Todas las personas a quienes has matado han seguido gritando mucho tiempo después de que las enterraras, solo que tú no las has oído. Pero Vito Ciccotelli sí que las ha oído. Las oirá siempre.

Él la obligó a arrodillarse.

– Entonces a él también lo mataré. Pero antes te mataré a ti.

Domingo, 21 de enero, 7:45 horas

Selma Crane vivía en una cuidada casa victoriana antes de que Simon la enterrara junto a Claire Reynolds en el campo de Winchester. Vito se acercó sigilosamente hasta el garaje contiguo con el arma en la mano y miró por la ventana. Dentro había una camioneta blanca. Les hizo una señal afirmativa a Nick y Liz, situados detrás de un coche patrulla al inicio del camino de entrada.

Detrás de Nick y Liz se apostaba el cuerpo especial de intervención, a punto para irrumpir en la casa cuando Vito así lo indicara. Vito se acercó a ellos.

– Es una camioneta blanca. Dentro no he visto ninguna señal de movimiento.

El jefe del cuerpo especial dio un paso al frente.

– ¿Entramos?

– Preferiría sorprenderlo -dijo Vito-. De momento, esperad.

Un coche se aproximó. Al volante iba Jen McFain, Daniel Vartanian ocupaba el asiento del acompañante y su hermana viajaba detrás. Dejaron las puertas del coche abiertas y se acercaron con sigilo.

– ¿Está ahí dentro? -preguntó Daniel en tono quedo.

– Eso creo -respondió Vito-. Hay una puerta que da a la cocina. Todas las ventanas de la parte trasera de la casa están tapiadas y cubiertas con lona negra.

– Entonces el sitio es este -musitó Susannah-. Cuando Simon vivía en casa con nosotros tapió las ventanas de su habitación e instaló lámparas graduables para limitar la cantidad de luz.

– McFain nos ha puesto al corriente -explicó Daniel-. Nos ha dicho que tiene a su asesora. Déjeme entrar.

– No. -Vito sacudió la cabeza-. Ni hablar. No pienso dejarlo entrar ahí así como así, solo porque se siente culpable de no haberlo denunciado hace diez años.

A Daniel le tembló un músculo de la mandíbula.

– Lo que iba a decirle -empezó con cautela- es que tengo experiencia en el cuerpo especial de intervención y también como negociador. Sé lo que tengo que hacer.

Vito vaciló.

– Pero es su hermano.

Daniel no apartó la mirada.

– Eso es un golpe bajo. Le estoy ofreciendo mi ayuda; acéptela.

Vito miró a Liz.

– ¿Cuándo llegará el negociador?

– Aún tardará una hora -dijo Liz-. Como mínimo.

Vito miró el reloj, aunque sabía con exactitud qué hora era y cuánto tiempo había pasado. Sophie se encontraba allí dentro, lo notaba. No quería ni pensar en lo que Simon podría estar haciéndole en esos precisos momentos.

– No podemos esperar una hora más, Liz.

– Daniel tiene experiencia como negociador. Me lo dijo su oficial cuando buscaba información sobre él la otra noche. ¿Quieres que te reemplace y dé la orden?

Resultaba tentador, pero Vito negó con la cabeza y miró a Daniel Vartanian directamente a los ojos.

– Ahí dentro cumplirá mis órdenes. No quiero que me pregunte ni me discuta nada.

Daniel arqueó las cejas.

– Considéreme un asesor.

Vito se sorprendió a sí mismo al sonreír.

– Como quiera. Usted y yo iremos delante; Jen, Nick y tú nos seguís. Que el cuerpo especial esté preparado.

– Los haré entrar al primer disparo -dijo Liz, y Vito asintió.

– Preparaos para cualquier cosa. Vamos.

Domingo, 21 de enero, 7:50 horas

Sophie se encontraba arrodillada y Simon había entrelazado los dedos en su trenza. Le aferró la cabeza con saña y tiró hacia arriba mientras ella se resistía.

– Grita, venga -le ordenó entre dientes, mientras le retorcía el cuero cabelludo hasta producirle quemazón. Pero Sophie se mordió la lengua.

No pensaba gritar, no pensaba acceder a lo que él quería. Se echó hacia un lado con torpeza al tener las manos y los pies atados y estar aún arrodillada. Simon le plantó un pie sobre la pantorrilla para sujetarle las piernas. Volvió a tirarle del pelo mientras buscaba algo a tientas tras de sí. Ella oyó el sonido metálico de la espada al extraerla de su vaina; luego la vaina cayó al suelo, frente a ella. Él le tiraba del pelo con la mano izquierda de tal modo que la nuca le quedaba al descubierto a la vez que situaba su rostro de cara a las cámaras. Alzó el brazo derecho y Sophie volvió a morderse la lengua.

«No grites. Haz cualquier cosa menos gritar.»

– Que grites, joder. -Estaba furioso; temblaba.

– Vete al infierno, Vartanian -le espetó. Simon volvió a pisotearle la pantorrilla y el dolor se irradió por la columna vertebral de Sophie, quien se mordió la lengua con más fuerza y notó el sabor de la sangre. Se retorció para tratar de escupirle, pero él le clavó más los dedos en la coronilla. A Sophie le retumbaba la cabeza debido a la presión que él ejercía al aferrarla con su manaza.

Tiró de ella y casi le levantó las rodillas del suelo. Entonces Sophie oyó un ruido procedente del piso de arriba. Un crujido. Simon dio un respingo. Él también lo había oído.

«Vito.» Sophie escupió la sangre, se llenó los pulmones de aire y gritó.

– Cállate -gruñó Simon.

Sophie sintió ganas de cantar, pero en vez de eso volvió a gritar. Gritó el nombre de Vito.

– Eres una zorra. Vas a morir. -Simon levantó el brazo y dejó que todo su peso recayera en el pie que tenía sobre las rodillas, su único pie.

«Su único pie.» Sophie hizo un brusco movimiento hacia la derecha y luego se dejó caer hacia la izquierda para clavar el hombro en la pierna ortopédica de Simon. Él se tambaleó unos instantes y por fin perdió el equilibrio. La espada saltó de su mano mientras trataba de evitar la caída. Sophie se hizo a un lado y se libró por poco de que Simon le cayera encima. Sin embargo, él aún la tenía aferrada por el pelo y no podía zafarse. La puerta de lo alto de la escalera se abrió y se oyó un ruido de pasos.

– ¡Policía! ¡Que nadie se mueva!

«Vito.»

– ¡Estoy abajo! -gritó Sophie.

Simon se apoyó en la rodilla sana y se echó hacia atrás, atrayéndola hacia él. La había convertido en un escudo humano.

– Fuera -gritó-. Fuera o la mato.

El ruido de pasos siguió oyéndose hasta que Sophie vio los pies de Vito, y luego sus piernas. Y luego su rostro, con una sombría expresión de furia controlada.

– ¿Te ha hecho daño, Sophie?

– No.

– No deis ni un paso más -les advirtió Simon-. Si no, os juro que le romperé el cuello.

Vito se encontraba en la escalera y le apuntaba a Simon con la pistola.

– No la toques, Vartanian -dijo con voz bronca y amenazadora-. O te haré saltar la cabeza a tiros.

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