Karen Rose - No te escondas

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Una mujer se suicida una gélida noche en Chicago.
Sin embargo, cuando el detective Aidan Reagan entra en el apartamento de la víctima, todas las evidencias muestran que ha sido un homicidio y apuntan a una sola persona: la psiquiatra Tess Ciccotelli.
Tess no puede evitar que Aidan la juzgue culpable antes siquiera de escucharla. Pero ella no puede facilitarle la información que la exculparía. Alguien ha atrapado a Tess en una red de desconfianza, engaños y traiciones. Y el cerco sobre ella se estrecha cada vez más.

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Aidan dio un paso atrás.

– Gracias, señorita Tuttle. Ya nos vamos.

Murphy aguardó a estar en la calle para sacar un chicle de canela del bolsillo.

– No nos ha dicho ningún nombre.

– No esperaba que lo hiciera. -Aidan ocupó el asiento del acompañante del coche de Murphy y aguardó a que su compañero se sentara al volante-. Pero ahora sabemos que vale la pena molestarse en reclamar la lista de pacientes; es todo cuanto quería.

Murphy se incorporó al tráfico.

– Pues entonces lo has hecho muy bien. Primero vamos a comer algo; luego iremos a la asesoría y a Josie's Posies.

Capítulo 6

Lunes, 13 de marzo, 15.15 horas.

Amy cerró la puerta del despacho de Tess.

– Podría haber ido peor, Tess.

Tess se hundió en la silla. Su reunión con el doctor Fenwick, el jefe del consejo de cualificaciones profesionales, no había ido muy bien.

– También podría haber ido mejor.

– No te han impuesto ninguna sanción, Tess. Puedes seguir ejerciendo.

– Porque no he hecho nada malo, joder -le espetó Tess, y se pasó la mano por la frente al barruntar un ataque de migraña-. Lo siento, gracias por venir. Tenerte aquí me ha ayudado a llevarlo mejor. -Tess sospechaba que si su abogada no hubiera estado presente, el doctor Fenwick habría hecho algo más que mirarla mal. El consejo no veía con buenos ojos que un profesional estuviera acusado de un delito, y tampoco les había gustado que no les hubiera devuelto la llamada al terminar de visitar a sus pacientes. De hecho, pensaban seguir de cerca la investigación, y vigilarla. Cuando las autoridades confirmaran que era inocente, Tess tendría que presentar una declaración jurada al consejo afirmando lo mismo.

– Por mí pueden irse a tomar por el culo -masculló.

– A su edad no creo que les convenga. Además sin una buena dosis de Viagra harán bien poca cosa -bromeó Amy.

Tess le lanzó una mirada feroz.

– No le encuentro la gracia, está en juego mi carrera.

Amy se apoyó en el sofá, se cruzó de brazos y adoptó una actitud más seria.

– ¿Qué piensas hacer, Tess?

– ¿Sobre qué?

– No puedes permitir que te acusen así como así, tu carrera podría irse al garete.

– No me digas.

– Tess, hablo muy en serio.

Tess se levantó y empezó a guardar la documentación en el maletín.

– Voy a colaborar con la policía para descubrir quién lo ha hecho.

Amy se inclinó hacia delante con las cejas arqueadas y expresión sarcástica.

– Qué inteligente por tu parte. Como si no supieras que la policía cree que lo has hecho tú.

Tess examinó el contenido de una carpeta y luego la guardó en el maletín junto con el resto.

– Pues a mí me parece que no es eso lo que creen.

– Tal vez Todd Murphy no, pero ese tal Reagan lo tiene clarísimo.

Tess pensó en Reagan, en la forma en que le había planteado las preguntas por la mañana.

– Me parece que él tampoco me cree culpable. De todos modos, no podrán acusarme porque no he hecho nada.

La carcajada que soltó Amy no le resultó precisamente agradable.

– Como si eso tuviera algo que ver. Despierta de una vez, Tess. Todos los días me dedico a defender a gentes que piensan que no podrán acusarlas porque no han hecho nada. ¿Qué te hace pensar que tú eres distinta?

Tess cerró de golpe el maletín, un repentino ataque de pánico hizo que el pulso se le acelerara vertiginosamente.

– Que yo no pienso que soy inocente, lo soy.

La ofensa hizo centellear los ojos de Amy.

– No represento a alguien si creo que es culpable, Tess.

Los hombros de Tess se hundieron.

– Lo siento, no pretendía herir tus sentimientos. -Posó la mano en el brazo de Amy y notó que su amiga estaba tensa-. Sé que para ti la ética profesional es tan importante como para mí.

Amy asintió con gesto forzado.

– No tiene importancia. -Pero sí que la tenía, y no resultaba difícil darse cuenta. De todos modos, Amy irguió la espalda y prosiguió-. Mira, yo opino que tienes que atacar el problema de frente. Llama al periódico y cuéntales tu versión. Haz que Bremin se muera de ganas de adelantarse a los acontecimientos.

Todo el día, Tess había estado pensando en un plan similar.

– De acuerdo. ¿Conoces a alguien que trabaje en un periódico? ¿Alguien que te merezca confianza?

– Sí. Yo me encargo de concertar la cita. Ya te diré con quién tienes que encontrarte y cuándo. -Amy levantó un dedo en señal de advertencia-. No hables con nadie excepto con quien yo te diga. Prométemelo.

– De acuerdo. -Tess miró el reloj y frunció el entrecejo-. Tenía que ver a un paciente a las tres. ¿Quién era? -Se mordió el labio tratando de recordarlo. Se trataba del señor Winslow, un hombre muy triste. Al oír su caso se le había partido el corazón-. Amy, tengo que ver a un paciente. Te llamaré al despacho cuando termine.

Amy se estaba abrochando el abrigo cuando alguien llamó flojito a la puerta. Denise asomó la cabeza.

– Doctora, tengo unos veinte mensajes para usted. La mayoría son de periodistas, pero también han llamado seis pacientes. -Frunció el entrecejo-. Tres han cancelado la visita de mañana.

Tess suspiró, tomó el montón de notas que le tendía Denise y les echó un vistazo.

– Supongo que es normal que haya bajas.

– Un tal detective Reagan ha llamado dos veces. Ha dicho que se pusiera en contacto con él en cuanto estuviera libre, que se trataba de algo urgente. Me ha dejado su número de móvil. Ah, y tiene una llamada por la línea uno; se trata de una vecina del señor Winslow. Insiste mucho en hablar con usted y no quiere dejar ningún mensaje.

Tess dio un respingo, la palabra «vecina» hizo que se le cayera el alma a los pies.

– ¿Cómo?

– Una vecina del señor Wins…

Tess se abalanzó sobre el teléfono.

– Mierda, mierda.

Descolgó el auricular con manos temblorosas.

– ¿Diga?

– ¿Doctora Ciccotelli?

No era la misma mujer, esta parecía mayor que la que decía ser vecina de Cynthia Adams. «Joder.» Con un gesto de la mano, indicó a Denise y a Amy que guardaran silencio. Respiró hondo y se esforzó por hablar con voz serena.

– Sí, soy yo. ¿Qué quiere?

– Soy vecina de uno de sus pacientes, Avery Winslow. Estoy preocupada por él, lleva todo el día encerrado en el piso, llorando. He llamado a la puerta para ver qué ocurría pero me ha pedido que me marchara. Tenía… Tenía una pistola en la mano, doctora.

«Santo Dios.»

– ¿Ha llamado a la policía?

– No, solo a usted. Dios mío, tendría que haber llamado al 911. Ahora mismo lo haré.

– No, ya llamo yo. Gracias, señora… -Pero oyó cómo colgaba-. Mierda. -Temblando, hojeó las notas hasta dar con la de Reagan-. Joder, qué mierda. Denise, llama al 911. Tenemos que enviar a la policía a casa del señor Winslow, diles que va a suicidarse. Consígueme la dirección; te llamaré desde el coche para pedírtela. ¡Muévete, Denise!

Blanca como el papel, Denise desapareció dispuesta a hacer lo que le pedía.

– Mierda. ¿Dónde tengo el móvil?

Amy metió la mano en el bolsillo de la chaqueta de Tess.

– Está aquí. Tranquilízate, Tess.

– No puedo.

Un sollozo de terror afloraba a la garganta de la psiquiatra, pero consiguió ahogarlo mientras marcaba el número de Reagan. Cuando él respondió, ya había cogido su abrigo y había salido del despacho.

– Reagan.

– Detective Reagan, soy Tess Ciccotelli.

– Doctora Ciccotelli, llevo toda la tarde tratando de hablar con usted. -Su voz denotaba otra vez tensión, enfado-. Hemos…

– Sea lo que sea, tendrá que esperar. -Pasó por delante del ascensor y bajó corriendo la escalera sin apenas prestar atención a Amy, que le pisaba los talones-. Necesito su ayuda. He recibido otra llamada.

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