– ¿De quién?
– De periodistas. Uno llamaba del Tribune y otro del Channel Eight . Querían saber qué opina del artículo que sobre el caso ha publicado el Bulletin esta mañana.
Un dolor agudo se propagó por su cabeza. « El Bulletin .» Le vino a la mente la imagen de la joven de ojos grises con la larga trenza rubia.
– Déjame adivinarlo. Es cosa de Joanna Carmichael.
– No, quien firma el artículo es Cyrus Bremin; pero… sí, el nombre de Carmichael aparece en las fotos. Así, ¿no ha visto el artículo?
«Fotos.» El dolor se volvió tres veces más intenso.
– No. ¿Habla muy mal del caso?
– Fatal. También ha recibido dos llamadas de un tal doctor Fenwick, del consejo de cualificaciones profesionales. Quiere que se ponga en contacto con él de inmediato. -Denise le dictó el número de un tirón-. Le he explicado que esta mañana tenía que pasar consulta en el hospital, pero ha insistido.
A Tess se le revolvió el estómago mientras grababa el número.
– ¿Ha llamado alguien más?
– La señora Brown sufre ataques de pánico. Le he pedido que lo consultara con el doctor Gryce. El señor Winslow ha llamado tres veces; no ha querido hablar con nadie que no fuera usted. Se ha puesto histérico, así que le he dado visita para las tres.
– Gracias. -Guardó el teléfono en el bolsillo. Tenía el corazón tan acelerado que pensaba que iba a salírsele del pecho. Echó un rápido vistazo a su alrededor. Al otro lado de la calle había una serie de máquinas expendedoras de periódicos.
Cruzó el semáforo en rojo, lo que le valió unos cuantos bocinazos y gritos airados. Al recoger el periódico de la máquina le temblaban las manos. «En portada.» Aparecía en portada.
La lluvia caía sobre su cabeza y le estaba empapando el abrigo, pero era incapaz de moverse. Su propio rostro la miraba desde la portada del periódico junto a una espantosa fotografía de Cynthia Adams, en la que esta yacía ensartada en un hierro en una calle de Chicago. Solo faltaba el titular que estaba a punto de hacer que se le desbocara el corazón: PSIQUIATRA DE PRESTIGIO IMPLICADA EN EL SUICIDIO DE UNA PACIENTE.
Volvió a sonar el móvil y respondió con voz acartonada.
– Ciccotelli.
– Soy Amy. ¿Has visto el Bulletin de esta mañana?
– Sí.
Ambas guardaron silencio mientras la lluvia seguía cayendo a cántaros.
– ¿Dónde estás, Tess?
De algún modo la realidad volvió a poner en funcionamiento la mente de Tess; impulsada por otro arrebato de furia sofocante, se espabiló y tiró el periódico a la papelera más próxima. Tenía pacientes a quienes visitar y no podía perder el tiempo plantada bajo la lluvia como una insensata. Volvió a cruzar la calle con paso enérgico, pero esta vez aguardó a que el semáforo se pusiera verde. La lluvia la traía sin cuidado; total, ya estaba calada hasta los huesos.
– Ahora tengo que pasar consulta, Amy, pero parece que luego me esperan en el consejo de cualificaciones profesionales, y creo que mi abogada tendrá que acompañarme.
– Dime el lugar y la hora y allí estaré.
Tess notó cierta tirantez en la garganta y se la aclaró con decisión.
– Gracias.
Lunes, 13 de marzo, 8.30 horas.
– Ya estoy en casa.
Joanna Carmichael levantó la vista de la página de deportes y casi se atragantó con los Choco Krispies. Su novio estaba plantado en medio del salón, empapado por la lluvia; en una mano llevaba un montón de periódicos y en la otra un enorme ramo de flores amarillas. Exhibía una de esas sonrisas amplias y sensibleras que solo solía lucir tras una sesión de sexo.
– ¿Qué has hecho, Keith?
– Te traigo un regalito.
El montón de periódicos aterrizó en la mesa con un golpe sordo que agitó la leche del bol. Debía de haber comprado por lo menos veinte ejemplares del Bulletin , cada uno de los cuales constituía una patente muestra de la traición de su editor. En todos ellos era Cyrus Bremin quien firmaba su artículo. «Mi artículo.» Schmidt le había prometido que publicaría un artículo suyo, pero no que aparecería su firma, pensó Joanna con amargura.
Keith se sacudió el agua como un perro y luego le tendió el ramo de flores con un ademán majestuoso.
– He pensado que te gustaría enviar unos cuantos recortes a tu familia.
Y una mierda. Apretó los dientes.
– Keith, ese no es mi artículo.
La sonrisa del chico se desvaneció mientras permanecía allí plantado, sosteniendo las flores que ella se negaba a aceptar.
– Pues claro que sí. Y aparece en portada.
– Es de Bremin -le espetó-. Lo firma él por ser el jefe del departamento de investigación periodística. El asqueroso de Schmidt le cedió mi artículo.
– Tu nombre aparece junto a las fotografías -dijo él en tono tranquilo mientras dejaba a un lado las flores. La alegría se había borrado por completo de su rostro.
– Las fotografías… -repitió ella con desdén-. Yo no soy fotógrafa, soy periodista, y si tuvieras un ápice de sentido común verías la diferencia.
Él se alisó el pelo mojado.
– Me parece que tengo bastante sentido común, Jo. Veo la diferencia, pero también veo que tu nombre aparece en la portada de un periódico de prestigio. Eso era cuanto querías, cuanto necesitabas para demostrarle a tu padre de qué eras capaz por ti misma. Ya podemos marcharnos a casa.
Joanna arrojó los periódicos al suelo. La alusión a su padre y la actitud condescendiente que tanto la exasperaba la puso a cien.
– No estoy ni mucho menos preparada para marcharme a casa, Keith. No lo estaré hasta que mi nombre destaque en portada.
Durante unos instantes, el chico permaneció quieto y se limitó a mirarla con aquel gesto que siempre la avergonzaba.
– Has hecho algo bueno, Jo. Has desenmascarado a una doctora que perjudicaba a sus propios pacientes. Si fueras capaz de dejar a un lado tu ego, tal vez te darías cuenta de que tengo razón. He tenido mucha paciencia contigo. Por fin tu nombre aparece en portada; me prometiste que en cuanto lo lograras regresaríamos a Atlanta. Jo, quiero irme a casa.
– Pues vete. -Indignada, se levantó para depositar el bol en el fregadero-. Pero te marcharás solo. No pienso abandonar esta ciudad hasta que mi nombre destaque. -Se fijó en el nombre de Cyrus Bremin, que parecía hacerle burla desde la pila de periódicos del suelo-. Tengo que ganarme la confianza de Schmidt. En medio de su airada ebullición, una idea empezó a tomar forma. Una exclusiva con Ciccotelli me servirá. Me dijo que la llamara. -Al levantar la mirada vio a Keith retirarse al dormitorio y la invadió un súbito sentimiento de culpa-. Keith, siento haberte contestado mal. Es que estoy muy cabreada.
Él asintió sin volverse.
– No te olvides de poner las flores en agua. Siempre se te olvida y se mueren.
Joanna se sacudió de encima el malestar. Keith acabaría volviendo a su lado; en los seis años que llevaban de relación, siempre lo había hecho. Ahora tenía que centrarse en lo que realmente importaba. Tenía que convencer a Ciccotelli para que le concediera una exclusiva. No resultaría fácil tras haberse publicado aquel artículo, pero siempre podía echarle la culpa a Bremin y limpiar así su reputación. Tal vez surtiera efecto. Además, así le demostraría a su padre que estaba equivocado. Era capaz de abrirse camino en el mundo periodístico sin su ayuda, y también sería capaz de ocupar el puesto que le correspondía en el negocio familiar gracias a los méritos que se había ganado a pulso.
Lunes, 13 de marzo, 9.15 horas.
Aidan se quedó perplejo al ver aterrizar un periódico en su mesa mientras llamaba a la décima floristería. Levantó la cabeza y observó el rostro de su teniente, con los labios tensos y la expresión severa; luego volvió a bajarla al ejemplar. Clavó en él los ojos mientras la voz de la florista se iba desvaneciendo hasta convertirse en un mero zumbido.
Читать дальше