– Este huele bastante mal. -El asistente esperó un momento a que todos registraran la advertencia; luego hizo girar el pomo, abrió la puerta y deslizó hacia fuera la bandeja de metal que sostenía el cuerpo. Un fuerte hedor los inundó en una oleada nauseabunda.
– ¡Mierda! -Maria dio un paso atrás y Fabel percibió que el Wasserschutz Polizeikommissar se tensaba a sus espaldas. Por su parte, él mismo debió esforzarse por controlar su repulsión, y su estómago, que se revolvió pesadamente ante la visión y el olor del cadáver que tenía delante.
Había un hombre desnudo sobre la bandeja. Tendría cerca de un metro setenta y cinco de estatura. Era difícil decir cuál había sido su complexión, incluso su etnia, porque el cuerpo se había distendido y había perdido su color en el agua. La mayor parte del hinchado torso estaba cubierto de complicados tatuajes que habían empalidecido ligeramente al estirarse a través de la piel hinchada y llena de manchas. Consistían, en su mayoría, en dibujos y diseños intrincados, en lugar de las habituales mujeres desnudas, corazones, calaveras, dagas y dragones. Una profunda hendidura le recorría todo el contorno del torso hinchado, corno una inmensa arruga, y la piel, demasiado tensa, se había roto. El muerto tenía el pelo largo, que estaba poniéndose gris, apartado de la frente y atado atrás en una coleta.
Le habían cortado la garganta. Fabel vio vestigios de un tajo recto en la parte lateral, aunque en el resto del corte la piel y la carne parecían desgarradas.
Pero el verdadero horror se encontraba en la devastación que había sufrido su rostro. La carne alrededor de las cuencas de los ojos y la boca estaba arrancada y rasgada. Podía verse el brillo de los huesos a través de las tiras de piel violeta y carne rosada. Los dientes de la víctima sonreían en una mueca sin labios.
– Dios mío… ¿Qué demonios le ha pasado a la cara? -preguntó Fabel.
– Anguilas -dijo el Wasserschutz Kommissar-. Siempre buscan las heridas en primer lugar. Por eso creo que le quitaron los ojos antes de arrojarlo al agua. Las anguilas se encargaron del resto. Sencillamente, encontraron la entrada más fácil a la cabeza y una importante fuente de proteínas. Lo mismo con la herida de la garganta.
Fabel recordó haber leído, en El tambor de hojalata de Günter Grass, la historia de un pescador que usaba la cabeza de un caballo muerto para pescar anguilas, y la sacaba del agua con las cuencas de los ojos rebosantes de esa clase de pez. De pronto imaginó el momento en que habrían izado al muerto, con las anguilas agarradas a su preciosa fuente de alimento, y sintió que su náusea se intensificaba. Cerró los ojos un momento y se concentró en mantener a raya la sensación de que algo le subía en el pecho antes de volver a hablar.
– La deformación alrededor del torso. ¿Tiene alguna idea de qué la causó?
– Sí -dijo el Kommissar portuario-. Tenía una cuerda atada muy fuerte en torno al cuerpo. Recuperamos una buena parte. Suponemos que le añadieron un peso antes de tirarlo al agua. Da la impresión de que la cuerda se rompió o el peso se separó de alguna manera. Eso es lo que lo trajo a la superficie.
– ¿Y él estaba así? ¿Desnudo?
– Sí. Sin ropa, sin carné de identidad, nada.
Fabel hizo un gesto hacia el asistente, quien deslizó el cadáver de vuelta en el gabinete y cerró la puerta. Su espíritu seguía presente en el depósito bajo la forma del hedor de la putrefacción.
– Si no les molesta -les dijo a los otros dos agentes-, creo que deberíamos salir.
Fabel hizo pasar a Maria y al policía portuario hacia el aire libre del aparcamiento. Nadie dijo palabra hasta que llegaron a un espacio abierto y cada uno de ellos respiró profundamente, como para limpiarse.
– Por Dios, qué duro -dijo Fabel por fin. Abrió su teléfono móvil y llamó a Holger Brauner. Le explicó el hallazgo y le pidió que efectuara una verificación de ADN para ver si el otro par de ojos que habían encontrado en el Friedhof concordaba con el cuerpo del río. Después de colgar, le dio las gracias al policía portuario. Cuando estuvieron solos, se volvió hacia Maria.
– ¿Sabes lo que significan la cuerda y el peso añadido?
– Sí -respondió ella-. Que no estaba previsto que encontrásemos a éste.
– Exacto. Supongamos por un momento que este cuerpo concuerda con el par de ojos. Eso convertiría a la víctima en nada más que un donante; lo mataron solamente por los ojos.
– Supongo que es posible.
– Tal vez. Pero ¿tener un segundo par de ojos para «posar sobre Gretel» mejora tanto el retablo? ¿Por qué no usó los ojos de Ungerer? O, si vas a poner más de un par de ojos, ¿por qué sólo uno más? ¿Por qué no media docena?
Maria frunció el ceño.
– ¿Qué quieres decir?
– Simplemente, esto. Estoy en el mismo lugar que cuando Olsen era nuestro principal sospechoso: podíamos achacarle un motivo para matar a Grünn y a Schiller, pero no conseguíamos relacionarlo con ninguno de los otros. -Señaló el Instituí für Rechtsmedizin con un movimiento de la cabeza-. Aquel hombre no murió sólo por los ojos. Fue asesinado por una razón. Es un desvío que nuestro hombre se vio obligado a tomar. Y por eso no quería, o no necesitaba, que encontráramos el cuerpo.
– ¿Por qué? -El ceño de Maria siguió fruncido-. ¿Por qué tuvo que matar a este tipo?
– Tal vez porque la víctima sabía quién era el autor de los asesinatos. O tal vez sencillamente porque poseía una información que el asesino no quería que llegara hasta nosotros. -Fabel apoyó las manos sobre la cintura y levantó la cara hacia el cielo gris. Cerró los ojos y volvió a frotarse la frente-. Haz que los tipos del SpuSi traten de conseguir alguna huella digital decente y que tomen fotografías de los tatuajes. No me importa si tenemos que visitar a todos los tatuadores de Hamburgo… Hemos de averiguar su identidad.
Cuando regresaban al Präsidium, la tormenta, que había amenazado con descargarse todo el día en ese clima pesado, estalló.
Lunes, 26 de abril. 15:00 h
Sankt Pauli, Hamburgo
Como Anna había previsto, Fendrich no había podido presentar ninguna clase de coartada sólida que explicara qué había hecho la noche del asesinato. Ni siquiera había podido decir que había estado mirando la televisión y dar una descripción detallada de los programas de aquella noche. En cambio, había pasado todo ese tiempo leyendo y preparando las clases para el día siguiente. Era evidente que Anna sentía pena por Fendrich. Al parecer había quedado totalmente consternado por la profanación de la tumba de su madre. Fabel creía que tal vez Anna había ido demasiado lejos cuando, para tranquilizar a Fendrich, le comentó la teoría de Fabel de que el verdadero asesino estaba usándolo para desviar a la policía.
Por lo menos habían averiguado a quién pertenecían los ojos. Los análisis de ADN habían confirmado que uno de los pares era de Bernd Ungerer, mientras que el segundo concordaba con el cuerpo sacado del Elba. Holger Brauner también había analizado el pelo del cuerpo del río. Esos análisis confirmaron que el muerto tatuado había consumido drogas, aunque no en grandes cantidades en los últimos tiempos. Möller, el patólogo, declaró que la causa de la muerte había sido el único corte ancho de la garganta y que no había entrado agua en los pulmones. La víctima estaba muerta antes de que la arrojaran al agua.
A esa altura ya habían conseguido dos Durchsuchungsbes chluss, órdenes de registro, para dos domicilios. La primera era para el apartamento de Lina Ritter, una prostituta conocida a quien su hermana había denunciado como desaparecida. Habían accedido al expediente de Ritter y habían averiguado que se trataba de la misma mujer que había sido hallada en pose y vestida con un traje tradicional, en el Garten der Frauen del cementerio de Ohlsdorf.
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