– Pero los cuentos de hadas de los Grimm, y tal vez hasta su libro, son su inspiración, ¿no?
– Evidentemente. Pero lo difícil de adivinar es cómo los interpreta. Escuche, ¿recuerda que le enseñé mi colección de ilustraciones?
Fabel asintió.
– Bueno, piense en la cantidad de interpretaciones artísticas y muy individuales que de los cuentos de los Grimm había allí. Y que son apenas una fracción de los cuadros, dibujos, ilustraciones de libros y esculturas que esos cuentos han inspirado. Fíjese en la ópera de Humperdinck… El hombre de arena aparece y vierte polvo mágico en los ojos de Hänsel y Gretel para hacerlos dormir. Eso no tiene nada que ver con la versión original de la historia. La interpretación del asesino, que claramente se ve a sí mismo como un artista, es tan subjetiva y personal como esas otras. Y esas interpretaciones pueden ser muy retorcidas. Los nazis se apropiaron de los cuentos de hadas de los hermanos Grimm de la misma manera en que usaron cualquier otro elemento de nuestra cultura que pudiera torcerse y corromperse para que se adecuara a sus propósitos. Hay una famosa ilustración de un libro, particularmente desagradable, en la que se ve a una Gretel muy «aria» empujando a la vieja bruja dentro del horno. Y la bruja tiene todos los rasgos judíos estereotípicos. Es una obra repugnante y, si uno lo piensa un poco, un presagio bastante estremecedor de los horrores que sobrevendrían.
– ¿De modo que lo que usted dice es que lo que tenemos entre manos es un tema, y no un plan?
Weiss se encogió de hombros.
– Lo que digo es que no hay forma de saber qué hará a continuación o cómo cree que está evolucionando su obra. Pero el material con el que trabaja le da un rango terrible, una gran cantidad de cuentos que puede distorsionar para que encajen con sus propias previsiones.
– En ese caso, que Dios nos ayude -dijo Fabel.
Jueves, 29 de abril. 21:00 h
Othmarschen, Hamburgo
Los cielos de Hamburgo seguían despejados después de otra tormenta que había limpiado el aire y ahora resplandecían con las últimas luces del atardecer. El apartamento de Fabel estaba inundado de un resplandor cálido y suave. El se sentía absolutamente exhausto. Arrojó la chaqueta y la pistolera sobre el sofá y se quedó de pie por un momento, contemplando su apartamento. Su pequeño reino. Le había puesto buenos muebles, incluso caros, y se había convertido en la exteriorización de su personalidad. Limpio, eficiente, casi demasiado organizado. Observó la vista y los muebles, los libros y los cuadros y los caros aparatos electrónicos. Pero a esa hora, al final del día, ¿era, acaso, menos solitario que el sórdido apartamento de Max Bartmann sobre su estudio?
Antes de desnudarse y meterse en la ducha, llamó a Susanne. No habían quedado para esa noche y ella se mostró sorprendida cuando atendió; sorprendida, pero feliz.
– Susanne, necesito verte. En tu casa, en la mía, en la ciudad, no importa dónde.
– De acuerdo -dijo ella-. ¿Algún problema?
– No… Para nada. Es sólo que tengo que hablar contigo.
– Oh, ya veo… -dijo ella. Estaba claro que había supuesto que se trataba del caso-. ¿Por qué no vienes aquí? Puedes quedarte a pasar la noche.
– Llegaré en media hora.
El apartamento de Susanne estaba en un magnífico edificio de la era de Wilhelminische, en el área de Övelgönne del distrito de Othmarschen de Hamburgo. Övelgönne se encontraba junto al Elba, en el Elbechaussee, y en el camino de Blankenese, tanto en términos geográficos como de atractivo. Fabel había pasado muchas noches en casa de Susanne, pero por alguna razón estaban más acostumbrados a quedarse a dormir en el apartamento de él. Fabel sospechaba que Susanne buscaba proteger su propio espacio más conscientemente que él. Pero le había dado una llave y, después de aparcar en una calle lateral, entró sin llamar.
Susanne lo vio llegar y lo estaba esperando en la puerta de su piso. Llevaba la camiseta demasiado grande que acostumbraba a usar en la cama. Su pelo negro y lustroso le caía hasta los hombros y tenía el rostro desnudo de maquillaje. Había momentos, momentos inesperados, en los que Fabel se sentía abrumado por su belleza. Esa noche, cuando la vio en el umbral de su apartamento, fue otro de esos momentos.
La casa de Susanne era mucho más grande que la de Fabel y estaba decorada con buen gusto, pero había una insinuación de tradición en su estilo que estaba ausente en el minimalismo nórdico de la residencia de Fabel.
– Pareces cansado -dijo Susanne, y le acarició la cara. Lo hizo pasar a la sala antes de entrar en la cocina, de donde reapareció con una copa de vino blanco y una botella de cerveza-. Aquí tienes, una Jever. -Le pasó la botella-. Tengo una buena cantidad almacenada, especialmente para ti.
– Gracias. Lo necesitaba. -Dio un sorbo a la cerveza acida frisona, convenientemente enfriada. Susanne se sentó en el sofá a su lado, con las piernas dobladas debajo del cuerpo. La camiseta se levantó y dejó al descubierto la sedosa piel de sus muslos.
– ¿De qué querías hablar con tanta urgencia? -Sonrió-. No es que no esté encantada de verte. Pero me pareció que querías discutir sobre el caso y conoces mi opinión sobre hablar de trabajo…
Fabel la silenció atrayéndola hacia él y besándola en los labios con fuerza durante un largo rato. Cuando la soltó, mantuvo sus ojos clavados en ella.
– No -dijo por fin-. No he venido a hablar del caso. He estado pensando mucho. En nosotros.
– Oh… -dijo Susanne-. Eso suena ominoso.
– Me parece que no vamos a ningún lado con esta relación. Supongo que eso se debe a que los dos estamos satisfechos, cada uno a su manera. Y tal vez tú no quieras más de lo que ya tenemos. -Hizo una pausa, buscando una reacción en los ojos de ella. Pero no encontró nada más que una expresión de paciencia-. Yo lo pasé muy mal con mi matrimonio. No sé en qué me equivoqué, pero supongo que tal vez no me esforcé lo suficiente para mantenerlo vivo. No quiero que eso nos ocurra a nosotros. Realmente me interesas, Susanne. Quiero que esto funcione.
Ella sonrió y volvió a acariciarle la mejilla. Tenía la mano fría por haber estado en contacto con la copa de vino.
– Pero Jan, las cosas están bien. Yo también quiero que esto funcione.
– Quiero que vivamos juntos. -El tono de Fabel fue decisivo, casi cortante. Luego sonrió y su voz se suavizó-. Realmente me gustaría mucho que viviéramos juntos, Susanne. ¿Qué te parece?
Susanne enarcó las cejas y soltó un largo suspiro.
– Vaya. No lo sé. De verdad no lo sé, Jan. A los dos nos gusta tener nuestro propio espacio. Ambos tenemos una personalidad fuerte. Eso no es un problema ahora, pero si vivimos juntos… No lo sé, Jan. Como tú has dicho, hay algo bueno entre nosotros. No querría arruinarlo.
– No creo que pasara eso. Creo que se fortalecería.
– Yo tuve una relación antes. -Susanne bajó las piernas del sofá. Se inclinó hacia delante, apoyó los codos sobre las rodillas y sujetó la copa de vino con ambas manos-. Vivimos juntos un tiempo. Al principio no me di cuenta, pero él era una persona muy controladora. -Soltó una risa amarga-. Yo… Una psicóloga, y no pude reconocer a un maniático del control cuando lo tuve delante de mis narices. En cualquier caso, no re sultó bien. Me sentía disminuida. Luego comencé a pensar que yo no valía nada. Dejé de creer en mí misma, de confiar en mi propio criterio. Me fui antes de que él destruyera la poca autoestima que me quedaba.
– ¿Crees que yo soy de esa manera?
– No… Claro que no. -Le cogió la mano-. Es sólo que he dedicado mucho tiempo a crear un sentido de, bueno, independencia.
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