Una agente uniformada llamó y sacó la cabeza por la puerta de la sala de reuniones.
– Hay alguien en la recepción que quiere verlo, Herr Hauptkommissar. Una tal Frau Kraus…
Margarethe Kraus podría haber tenido entre cuarenta y cinco y sesenta y cinco años. Era una de esas mujeres cuya compensación por tener aspecto de mujer madura de jóvenes era probablemente seguir pareciéndolo cuando llegaban a los setenta. Cualquier parecido familiar que hubiera habido entre madre e hijo debió de borrarse de las facciones de Hansi tras tantos años consumiendo heroína. Frau Kraus tenía la cara redonda y vacía y unos pequeños ojos marrones que tenían un aire de cansancio inmenso, como si nunca hubiera dejado atrás ningún momento de su vida, sino que lo hubiera llevado siempre consigo.
Estaba sentada en la sala de espera, cerca de la ventana, que brillaba en la noche como si fuera de obsidiana. Tenía las pequeñas manos juntas encima de un sobre. Se levantó con torpeza cuando entró Fabel.
– ¿Frau Kraus? -Sonrió y le extendió la mano-. Le acompaño en el sentimiento.
Margarethe Kraus sonrió con amargura.
– Perdí a Hansi hace muchos años; la diferencia es que ahora tenemos un cuerpo al que llorar.
Fabel no supo qué decir. Asintió con una mezcla de simpatía y comprensión. Después de un silencio que pareció más largo de lo que en realidad fue, dijo:
– Quería hablar conmigo, Frau Kraus. ¿Era referente a Hansi?
La mujer de aspecto eternamente maduro no habló, sino que se limitó a entregarle un sobre. Fabel estaba confundido.
– Es de Hansi -dijo la mujer.
Fabel abrió el sobre. La carta estaba escrita a lápiz, pero la letra era impecable. Era como si una lejana memoria de disciplina escolar se hubiera manifestado en la escritura. Para Hansi, ésta había sido una carta importante, por razones obvias. Era demasiado doloroso leerla. Gran parte de ella era de una naturaleza muy personal: básicamente, Hansi le pedía perdón a su madre por haberles causado tanto dolor y sufrimiento a ella y a sus hermanas. Fabel empezaba a preguntarse por qué Frau Kraus había decidido compartir algo tan íntimo con él cuando llegó a los párrafos finales.
La razón por la cual te escribo ahora, Mutti, después de tantos años es porque creo que mis problemas se han acabado. No quiero que estés triste o que te asustes, pero tengo que decirte que creo que alguien vendrá a por mí. Si estoy en lo cierto, no creo que nos veamos nunca más. Si me ocurre algo malo, quiero que lleves esta carta al Kriminalhauptkommissar Jan Fabel, al Präsidium de la policía. Es un hombre honrado, creo, y podrá encontrar a la gente que hizo conmigo lo que sea que haya hecho.
Había dos policías en la cantina del Prásidium cuando estuve allí con Herr Meyer. Estaban sentados detrás de nosotros, a la izquierda. Uno de los hombres era viejo, y el otro, joven. El joven tenía el pelo rubio muy corto y tenía aspecto de forzudo o de levantador de pesas. Le pregunté a Herr Meyer quién era el de los músculos, y me dijo que era Lothar Kolski. Es el hombre al que vi en la piscina. El viejo que compartía mesa con él fue quien le ordenó que lo hiciera. No dije nada entonces porque me quedé helado cuando los vi en el cuartel general de la policía. Pensé que quizá la policía estaba detrás del asesinato, pero ahora sé que no es verdad. Herr Fabel sabrá qué hacer.
Tengo miedo, pero no tanto como pensaba. Soy un inútil, siempre lo he sido. Quizá sea mejor así.
Lo siento mucho, Mutti. No fui el hijo que te merecías, y tú fuiste mejor madre de lo que merecí.
Siempre tuyo,
Hansi
Cuando acabó de leer, Fabel se quedó mirando la carta durante un buen rato. Luego miró a Margarethe Kraus.
– Lo siento muchísimo, Frau Kraus. Gracias por traerme la carta.
– ¿Es verdad que a Hansi lo mató un policía?
– A Hansi lo asesinaron unos criminales, Frau Kraus. -La miró fijamente y con sinceridad. Aquello no era ninguna mentira-. Pero le prometo que los atraparemos -dijo Fabel, sosteniendo la carta en alto-. Y los detendremos gracias a esto.
Margarethe Kraus sonrió con educación, como si alguien le acabara de decir cómo llegar a la estación de autobuses.
– Será mejor que me vaya; es muy tarde.
Fabel le estrechó la mano. Estaba fría y un poco húmeda.
– Lo lamento, pero tendrá que quedarse un rato más. Necesito que un agente le tome una declaración completa, y después la llevarán a casa. Me temo que deberemos tenerla bajo vigilancia durante unos días, sólo hasta que resolvamos todo esto.
Frau Kraus se encogió de hombros con resignación.
– Entonces esperaré aquí -dijo, y volvió a sentarse, plegando las manos sobre su regazo, pero esta vez sin la última carta de su hijo debajo.
Van Heiden estaba esperando a Fabel en la recepción. Este le entregó la carta y le señaló el párrafo clave.
– Supongo que puedo dejar que se encargue usted de esto, ¿no, Herr Kriminaldirektor? -preguntó Fabel. Van Heiden no respondió, pero pudo leer el futuro próximo en su mirada furiosa: Buchholz y Kolski no lo sabían, pero un tren expreso iba a embestirlos.
– He venido a darte esto, Fabel -le dijo, y le entregó un mensaje de correo electrónico.
Mordkommission de la policía de Hamburgo
DE: HIJO DE SVEN
PARA: ERSTER KRIMINALHAUPTKOMMISSAR JAN FABEL
ENVIADO: 21 de junio de 2003, 21:30 h
ASUNTO: LA HIJA DE DAVID
CREE QUE ESTÁ CERCA DE MÍ, PERO SOY YO EL QUE SE ESTÁ ACERCANDO A USTED. LE HE REGALADO MUCHAS EXPERIENCIAS MEMORABLES, HERR FABEL. Y ÉSTA NO LA OLVIDARÁ NUNCA. VOY A DISFRUTAR DE ELLA MÁS QUE DE NINGUNA.
ENGAÑAR ESTÁ EN LA NATURALEZA DE LA MUJER. NACE ENVENENADA CON ASTUCIA Y FALSEDAD, Y SE PASA LA VIDA PERFECCIONANDO SUS HABILIDADES PARA MENTIR Y TRAICIONAR. ¿ACASO NO ES POÉTICO QUE EL HIJO DE SVEN EXTIENDA LAS ALAS DE LA HIJA DE DAVID?
HIJO DE SVEN
S á bado, 21 de junio. 22:00 h
Harvestehude (Hamburgo)
Fabel había luchado por mantener al equipo en los límites de la emergencia sin caer en el pánico absoluto. El significado del mensaje estaba más claro que el agua. La Hija de David. El intento de engaño a MacSwain. Iba a por Anna. Maria había intentado hablar con ella por teléfono, pero no obtuvo respuesta. Fabel ordenó que una patrulla fuera de inmediato al apartamento de Anna en Eimsbüttel y que forzara la puerta si era necesario. Mientras, Fabel dirigiría el asalto a la casa de MacSwain.
El agente encargado de la vigilancia por fuera del bloque de MacSwain confirmó que el británico no había salido desde que volviera a las 17:56. No había habido ningún movimiento' claro en el piso, aparte de cuando encendió las luces a eso de las 19:30. El agente incluso se había acercado a comprobar que el Porsche de MacSwain siguiera en su plaza de aparcamiento del Tiefgarage. Fabel envió a medio equipo, encabezado por Maria, escaleras arriba; él y Werner subieron con los demás, y con la pesada palanca, en el ascensor de acero.
Sólo había una puerta de entrada y de salida del apartamento. La otra única manera de salir era acceder al balcón y saltar a la calle desde el tercer piso. Dos agentes con chalecos antibalas del MEK empezaron a hacer girar la palanca, contando en silencio al compás, hasta que a la de cuatro presionaron la puerta e hicieron saltar la cerradura. La puerta voló hacia dentro y el equipo armado del MEK irrumpió en el piso, peinando el espacio vacío con sus metralletas Heckler & Koch.
Al instante, Fabel supo que no había nadie en el piso. Después de tres o cuatro minutos, el equipo confirmó sus sospechas.
– ¡Mierda! -dijo Werner-. ¿Cómo es posible que nos haya vuelto a pasar?
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