Craig Russell - Resurrección

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En la tercera novela de la serie de Jan Fabel, un temible asesino que cree haberse reencarnado, se venga de aquellos que le traicionaron en una vida anterior…
El detective Jan Fabel y su equipo se enfrentan a una serie de homicidios: un político de izquierdas y homosexual confeso, y un prestigioso científico. Ambos fueron asesinados siguiendo el mismo método: los cuerpos tenían el cuero cabelludo seccionado y, sobre ellos, un pelo rojo teñido en la escena, procedente de la misma cabeza y cortado veinte años antes.
Fabel descubre que las víctimas pertenecían a un grupo anarquista de los años 70. Mientras tanto, los demás miembros del grupo, que habían tratado de dejar atrás su pasado, se dan cuenta de que un temible asesino va tras ellos.

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– Muy impresionante -dijo Werner-. ¿Cómo supiste lo que había que hacer?

Maria se encogió de hombros, sin sonreír.

– Primeros auxilios básicos.

Pero, por segunda vez en el día, había algo en el lenguaje corporal de Maria que le dio a Fabel una vaga sensación de intranquilidad.

Fabel, Maria y Werner estaban sentados en la cafetería del Präsidium, tomando café en una mesa cerca del amplio ventanal desde el que podían ver las Bereitschaftpolizeikaserne, las barracas de la brigada antidisturbios que se encontraban al otro lado del aparcamiento.

– ¿De modo que había sido un caso tuyo? -preguntó Werner.

– Uno de los primeros que tuve en la Mordkommission -dijo Fabel-. El caso de Ernst Rauhe. Era un sádico sexual muy peligroso… un violador y asesino en serie que se cargó a seis víctimas en los años ochenta antes de que lo atraparan. Se sentenció que era un psicópata y lo internaron en el pabellón de alta seguridad del hospital Krankenhaus Ochsenzoll. Él llevaba allí varios años cuando yo entré en la brigada.

– ¿Se escapó? -preguntó Maria.

– Desde luego… -fue Werner quien contestó-. Yo llevaba uniforme en aquella época y participé en la cacería… Una dura caminata en zona pantanosa en busca de un lunático. El tipo recibió ayuda del interior.

– ¿Kristina?

– Sí. -Fabel contempló su café y trazó un remolino en su superficie con una cuchara, como si estuviera revolviendo sus propios recuerdos en la taza-. Era enfermera en el hospital. Ernst Rauhe no era particularmente inteligente pero sí un manipulador consumado. Y como habréis notado, Kristina no posee la más resistente de las personalidades. Rauhe la convenció de que ella era el amor de su vida, su salvación. La conquistó totalmente y le hizo creer más allá de toda duda que él era inocente de todas las acusaciones que le habían hecho, pero, desde luego, debido a que lo habían internado en un hospital psiquiátrico, jamás lo tomarían en serio si intentaba probarlo. O, al menos, eso fue lo que le dijo. -Hizo una pausa y bebió un sorbo de café-. Más tarde se averiguó que Kristina había querido hacer una campaña para que lo dejaran en libertad, pero él la había convencido de que sería inútil y que ella debía ocultar al mundo su apoyo, hasta que pudieran usarlo de una manera más ventajosa.

– Es decir, para ayudarlo a escapar -dijo Werner-. Por lo que recuerdo, no sólo lo ayudó a escapar sino que lo ocultó en su propio apartamento.

– Oh, Dios… -dijo Maria-:. ¡Ya me acuerdo!

Fabel asintió.

– Como dijo Werner, casi todas las divisiones de policías uniformados y detectives de Hamburgo y cercanías, Niedersachen y Schleswig-Holstein, participaron de la búsqueda. Nadie consideró que podría haber tenido ayuda de dentro ni que había salido en coche, con toda comodidad, del pabellón de alta seguridad. Durante casi dos años revisaron meticulosamente cada granero, cada edificación anexa y cada albergue de vagabundos. Pasó más de un mes hasta que el hospital se comunicó con la policía. Estaban muy preocupados por una de sus enfermeras, que había perdido peso y que se presentaba a trabajar llena de magulladuras. Más tarde se había ausentado durante varios días sin dar ningún tipo de aviso o contacto. Fue entonces cuando en el hospital averiguaron que, aunque limitado, ella había tenido algún contacto con Rauhe. Además de la pérdida de peso y los golpes, sus colegas informaron de que el comportamiento de aquella enfermera se había vuelto cada vez más extraño y reservado en las semanas anteriores a su desaparición.

– Y esa enfermera era Kristina Dreyer -concluyó Maria el pensamiento de su jefe.

– Lo primero que pensamos -dijo Fabel, después de asentir con un gesto- era que Rauhe la había seguido después de escaparse y que la había escogido como víctima mientras era paciente del hospital y, posteriormente, la había secuestrado y probablemente asesinado. Por eso se hizo participar a la Mordkommission. Yo fui con una división al apartamento de Kristina, en Harburgo. Oímos sonidos dentro… Lloriqueos… Entonces derribamos la puerta y, como esperábamos, nos encontramos con la escena de un homicidio. Pero no era Kristina la que había sido asesinada. Ella estaba de pie, desnuda, en el medio del apartamento. Estaba cubierta de sangre de los pies a la cabeza. De hecho, toda la sala estaba cubierta de sangre. Tenía un hacha en la mano y allí, en el suelo, estaba lo que quedaba de Ernst Rauhe.

– ¿Entonces la historia se repite? -dijo Maria.

Fabel suspiró.

– No lo sé. Es que no encaja. Durante la investigación descubrimos que Ernst Rauhe se había divertido durante la última parte de su libertad violando y torturando reiteradamente a Kristina. Al parecer ella fue muy bonita, pero en los últimos días le destrozó la cara a golpes. Pero tal vez fuera el tormento psicológico al que la sometió lo que la llevó a matarlo, más que el maltrato físico. El la hacía arrastrarse desnuda, como un perro. No la dejaba lavarse. Era horrible. Después la estrangulaba, varias veces, y siempre casi hasta la muerte. Ella se dio cuenta de que sólo era cuestión de tiempo que él se cansara de ella. Y cuando eso ocurriera, sabía que él la asesinaría, como había hecho con todas las otras.

– ¿De modo que decidió atacar primero?

– Sí. Le pegó en la nuca con el hacha. Pero era demasiado pequeña y ligera y el golpe no lo mató. Cuando él se le abalanzó encima, ella siguió golpeándolo con el hacha, una y otra vez. Finalmente, Ernst Rauhe murió desangrado, pero las pruebas demostraron que Kristina continuó hachándolo durante mucho tiempo después de la muerte. Había sangre, restos de carne y huesos por todas partes. Le había aplastado la cara a golpes. En aquel entonces, aquélla fue, de lejos, la peor escena de un crimen a la que había asistido.

Maria y Werner se quedaron en silencio durante un momento, como si hubiesen sido transportados al pequeño apartamento alquilado de Hamburgo, donde un Fabel más joven había quedado asombrado y horrorizado por una escena salida del mismo infierno.

– Kristina jamás fue condenada por el homicidio de Rauhe '-continuó Fabel-. Se llegó a la conclusión de que se había vuelto temporalmente loca por el tratamiento sádico al que Rauhe la había sometido y que, en cualquier caso, tenía buenas razones para creer que él la mataría. Pero sí tuvo que cumplir seis años en Fuhlsbüttel por ayudarlo a escapar. Si él hubiera llegado a matar a alguna otra persona en ese período, dudo que la hubieran sentenciado a menos de quince años.

– Tienes razón -dijo Maria por fin-. No tiene sentido. Por lo que sabemos, Kristina no tenía ninguna relación con Hauser, salvo que le limpiaba la casa una vez por semana. Y hemos visto la mutilación del cadáver. Eso llevaría tiempo. Fue algo deliberado, y habría hecho falta premeditación… un plan. Además, tiene alguna clase de significado. Por lo que has dicho, cuando Kristina mató a Rauhe lo hizo en un frenesí producido por una acumulación de terror continuo y una repentina exaltación de pánico y furia. Todo bajo una emoción violenta. El asesinato de Hauser fue planeado, no hay duda de eso. A sangre fría.

Fabel asintió.

– Eso es lo que yo creo. Fijaos en el ataque que ella acaba de tener. No hay duda de que está terriblemente tensa, lo que no encaja con lo que hemos visto en la escena del crimen.

– Un momento -intervino Werner-. ¿ No estamos olvidándonos de que la encontraron tratando de cubrir sus huellas? Si eres inocente, ¿por qué intentarías ocultar las pruebas? Además, es demasiada coincidencia que la persona que atrapamos hubiera matado a alguien antes.

– Lo sé -dijo Fabel-. No estoy diciendo que no fuera Kristina. Lo único que digo es que las piezas aún no encajan y que tenemos que mantener una actitud abierta.

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