Craig Russell - Resurrección

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En la tercera novela de la serie de Jan Fabel, un temible asesino que cree haberse reencarnado, se venga de aquellos que le traicionaron en una vida anterior…
El detective Jan Fabel y su equipo se enfrentan a una serie de homicidios: un político de izquierdas y homosexual confeso, y un prestigioso científico. Ambos fueron asesinados siguiendo el mismo método: los cuerpos tenían el cuero cabelludo seccionado y, sobre ellos, un pelo rojo teñido en la escena, procedente de la misma cabeza y cortado veinte años antes.
Fabel descubre que las víctimas pertenecían a un grupo anarquista de los años 70. Mientras tanto, los demás miembros del grupo, que habían tratado de dejar atrás su pasado, se dan cuenta de que un temible asesino va tras ellos.

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– Harry Potter y la doncella de hielo… -dijo Werner con ironía-. ¿Es cierto que aquellos dos están liados?

– Ni idea -mintió Fabel.

Maria mantenía casi toda su vida personal bajo cuatro llaves, junto con sus emociones, cada vez que se encontraba en el trabajo. Pero Fabel había estado allí -la única persona presente- mientras ella yacía cerca de la muerte después de haber sido apuñalada por uno de los asesinos más peligrosos que el equipo había perseguido en toda su existencia. Fabel había compartido el terror de Maria en aquellos tensos e interminables minutos hasta que había llegado el helicóptero de auxilio médico. Aquel temor compartido, aquella obligada intimidad, había creado un lazo tácito entre ellos y, en los dos años transcurridos desde entonces, Maria le había impartido a su jefe pequeñas confidencias sobre su vida personal, pero sólo relacionadas con aquellas cosas que podían tener algún impacto en su trabajo. Una de esas confidencias había sido su relación con Frank Grueber.

En el vestíbulo, Grueber terminó de pasarle su informe a Maria. Le tocó el codo en un gesto de despedida y avanzó por el pasillo del apartamento. Hubo algo en ese gesto que molestó a Fabel. No su informalidad, sino más bien la reacción de María, una tensión casi imperceptible en su postura. Como si la hubiera atravesado una corriente eléctrica muy débil.

Maria se acercó al umbral de la puerta desde el pasillo.

– Aún no podemos entrar -explicó-. Este va a ser un trabajo muy difícil para Grueber. A la mujer, la asesina, la interrumpieron cuando estaba limpiando la escena. Al parecer hizo un muy buen trabajo y a los del departamento forense les está costando mucho encontrar algo que valga la pena. -Se encogió de hombros-. Pero supongo que es una cuestión académica. Si atrapas al asesino en la escena del crimen no hay mejor rastro forense que ése.

Fabel se volvió hacia Maria.

– A la sospechosa la interrumpieron cuando estaba limpiando la escena… ¿Quién?

– Un amigo de Hauser… -dijo Maria-. Un amigo muy joven y muy guapo de Hauser que se llama Sebastian Lang. Encontró la puerta sin cerrar… aunque, al parecer, él ya tenía su propia llave.

Fabel asintió. Hans-Joachim Hauser nunca había mantenido en secreto su homosexualidad.

– Lang había vuelto al apartamento a recoger algo antes de ir a almorzar al centro -continuó Maria-. Oyó ruidos en el baño y, suponiendo que se trataba de Hauser, entró e interrumpió a la asesina cuando estaba limpiando la escena.

– ¿Dónde está la sospechosa? -preguntó Fabel.

– Los uniformados la han llevado al Polizeiprásidium -respondió Werner-. Parece una persona muy perturbada… nadie pudo sonsacarle algo que tuviera algún sentido, excepto que ella aún no había terminado de limpiar.

– De acuerdo. Si no podemos entrar en la escena del crimen, entonces deberíamos regresar a la Mordkommission y entrevistar a la sospechosa. Pero me gustaría que antes Frau Doktor Eckhardt le hiciera una evaluación psicológica. -Fabel abrió su teléfono móvil y presionó un botón en el que tenía un número grabado.

– Institut für Rechtsmedizin… Habla la doctora Eckhardt… -La voz que respondió era profunda y cálida y estaba teñida con un suave acento bávaro.

– Hola, Susanne… soy yo. ¿Cómo va todo?

Ella suspiró.

– Ojalá nos hubiéramos quedado en Sylt… ¿Qué ocurre?

Fabel le explicó la detención de la mujer en el Schanzenviertel y le dijo que quería que ella la evaluara antes del interrogatorio.

– Estoy ocupada hasta la tarde. ¿A las cuatro te parece bien?

Fabel miró su reloj. Eran la una y media. Si esperaban la evaluación, no podrían entrevistar a la sospechosa hasta el anochecer.

– De acuerdo. Pero creo que le haremos una entrevista preliminar antes.

– Bien. Nos vemos a las cuatro en el Polizeiprásidium -dijo Susanne-. ¿Cómo se llama la sospechosa?

– Un segundo… -Fabel se giró hacia Maria-. ¿Cuál es el nombre de la mujer bajo custodia?

Maria abrió su cuaderno y miró sus notas durante un momento.

– Dreyer… -dijo por fin.

– ¿Kristina Dreyer?

Maria miró a Fabel, sorprendida.

– Sí. ¿La conoces?

Fabel no respondió a Maria sino que volvió a hablarle a Susanne.

– Luego te llamo -dijo, y cerró el teléfono para desconectarlo. Entonces se volvió hacia Maria-. Trae a Grueber. Dile que no me importa en qué estado está el análisis forense… Quiero ver la escena del homicidio y a la víctima. Ahora.

14.10 H, SCHANZENVIERTEL, HAMBURGO

Estaba claro que Grueber se daba perfecta cuenta de lo inútil que sería tratar de impedir que la brigada de Homicidios egresara a la escena del crimen. Pero con una decidida autoridad que no concordaba con su aspecto juvenil, había insistido en que, en lugar del habitual requisito de fundas forenses azules para los zapatos y guantes de látex, todos los miembros de; la división se pusieran el traje forense completo y mascarillas faciales.

– Ella no nos ha dejado casi nada -explicó Grueber-. Es el caso de limpieza de una escena de crimen más completo que he visto jamás. Ha pasado un limpiador o una solución blanqueadora en casi todas las superficies, y ha destruido prácticamente todos los rastros forenses y degradado cualquier ADN que hubiera podido sobrevivir.

Después de ponerse los trajes, Grueber hizo pasar a Fabel, Werner y Maria por el pasillo. Fabel miró cada una de las habitaciones. Había al menos un técnico forense en cada una. Notó lo ordenado y limpio que estaba el apartamento. Era grande y espacioso, pero había una sensación de encierro producida por el hecho de que prácticamente cada metro cuadrado libre de pared estaba lleno de estanterías. Había revistas meticulosamente apiladas en una de ellas y era evidente que los anaqueles del pasillo se habían utilizado para contener los libros, los discos de vinilo y los discos compactos que no habían entrado en la sala. Fabel hizo una pausa y examinó la música. Había varios álbumes de Reinhard Mey, pero en su mayoría eran discos antiguos que habían sido reeditados en CD. Al parecer Hauser había sentido la necesidad de escuchar las canciones protesta de una generación en la tecnología de la siguiente. Fabel lanzó una risita de reconocimiento cuando encontró el CD Ewigkeit de Cornelius Tamm, un cantante que había pretendido ser el Bob Dylan alemán y que había tenido bastante éxito en los años sesenta, antes de zambullirse espectacularmente en la oscuridad. Fabel extrajo un libro grande, con una portada brillante, de uno de los anaqueles: era una recopilación de las fotografías de Vietnam de Don McCullin; a su lado había una guía de viajes en inglés y varios manuales de ecología. Todo era bastante previsible. En el punto en que los anaqueles se interrumpían, todos los espacios libres de la pared estaban ocupados con pósteres enmarcados. Fabel se detuvo delante de uno de ellos: era una fotografía enmarcada en blanco y negro de un joven de bigote y pelo ondulado que le llegaba a los hombros. Estaba desnudo de cintura para arriba y sentado en un banco rústico con una manzana en la mano.

– ¿Quién es el hippie? -Werner se había acercado a Fabel.

– Echa un vistazo a la fecha de la fotografía: 1899. Este tipo era hippie setenta años antes de que alguien inventara el concepto. Éste… -Fabel golpeó el vidrio con un dedo cubierto de látex- es Gustav Nagel, santo patrono de todos los ecoguerreros alemanes. Un siglo atrás intentó que Alemania rechazara la industrialización y el militarismo, que abrazara el pacifismo, se volviera un país vegetariano y regresara a la naturaleza. Te advierto que también quería que dejáramos de poner mayúsculas en los sustantivos. No sé qué relación tiene eso con una ideología ecologista. Tal vez para gastar menos tinta.

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