Craig Russell - Resurrección

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En la tercera novela de la serie de Jan Fabel, un temible asesino que cree haberse reencarnado, se venga de aquellos que le traicionaron en una vida anterior…
El detective Jan Fabel y su equipo se enfrentan a una serie de homicidios: un político de izquierdas y homosexual confeso, y un prestigioso científico. Ambos fueron asesinados siguiendo el mismo método: los cuerpos tenían el cuero cabelludo seccionado y, sobre ellos, un pelo rojo teñido en la escena, procedente de la misma cabeza y cortado veinte años antes.
Fabel descubre que las víctimas pertenecían a un grupo anarquista de los años 70. Mientras tanto, los demás miembros del grupo, que habían tratado de dejar atrás su pasado, se dan cuenta de que un temible asesino va tras ellos.

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Los ojos de Fabel seguían clavados en el cuerpo momificado. Operación Gomorra. Los británicos descargaron bombas incendiarias y explosivos de alto poder sobre Hamburgo por la noche y los americanos durante el día, hasta llegar a 8.344 toneladas. En algunas partes de la ciudad, la temperatura del aire a cielo abierto superó los mil grados. Alrededor de cuarenta y cinco mil ciudadanos de Hamburgo ardieron en las llamas o murieron cocinados bajo ese intenso calor. Fabel contempló las facciones delgadas y demasiado afinadas, lo que se debía a que la carne bajo la piel había perdido toda su humedad. Se había equivocado. Por supuesto que había visto cuerpos así antes: en viejas fotografías en blanco y negro de Hamburgo y también de Dresde. Muchas personas habían sido horneadas y convertidas en momias sin estar enterradas; desecadas en pocos instantes, expuestas a llamaradas de altísimas temperaturas en las calles sin aire o en los refugios antiaéreos que se habían convertido en hornos de panadería. Pero jamás había visto uno de carne y hueso, aunque esa carne estuviera desecada.

– Es difícil creer que este hombre lleve más de sesenta años muerto -dijo por fin.

Brauner sonrió y palmeó el hombro de Fabel con su ancha mano.

– Es simple biología, Jan. Para que haya descomposición se necesitan bacterias; las bacterias necesitan oxígeno. Si no hay oxígeno, no hay bacterias y por lo tanto no hay descomposición. Cuando lo extraigamos, probablemente hallaremos alguna descomposición limitada en el tórax. Todos tenemos bacterias en las entrañas, y cuando morimos, son las primeras en ponerse a trabajar. De todas maneras, haré un análisis forense completo del cuerpo y luego se lo pasaré al Instituí für Rechts-medizin de Eppendorf para que realicen una autopsia. Tal vez todavía estemos a tiempo de confirmar la causa de la muerte, aunque yo apostaría un año de mi salario a que fue asfixia. Y podremos deducir aproximadamente la edad biológica del cadáver.

– De acuerdo -dijo Fabel. Se volvió hacia Severts y su estudiante, Brandt-. Creo que no será necesario bloquear el resto de la excavación. Pero si encuentran algo que se relacione o que ustedes crean que se relaciona con este cuerpo, por favor infórmenme de ello. -Le entregó a Severts su tarjeta de la Polizei de Hamburgo.

– Lo haré -dijo Severts. Hizo un gesto en dirección al cadáver, que todavía parecía darles la espalda, girando el hombro, como si tratara de regresar a un sueño groseramente interrumpido-. Al parecer no se trata de la víctima de un homicidio, después de todo.

Fabel se encogió de hombros.

– Eso depende de su punto de vista.

13.50 h, Schanzenviertel, Hamburgo

La llamada entró justo cuando Fabel estaba volviendo al Polizeiprásidium. Werner llamó para informarle de que él y Maria estaban en el Schanzenviertel. Habían atrapado a una asesina, casi literalmente con las manos en la masa, limpiando la escena del crimen y a punto de deshacerse del cuerpo.

Estaba claro que Werner lo tenía todo controlado, pero Fabel sintió la necesidad de implicarse en una investigación «viva», después de haber pasado la mañana en un caso sin muchas posibilidades de desarrollo, que casi seguro se remontaba a sesenta años atrás y que tampoco era un homicidio. Le dijo a Werner que se trasladaría directamente a la dirección que éste le dio.

– Por cierto, Jan -dijo Werner-. Creo que deberías saber que la víctima es más o menos una celebridad… Hans-Joachim Hauser.

Fabel reconoció el nombre de inmediato. Hauser había sido un miembro bastante prominente de la izquierda radical en los años setenta, y en la actualidad era un vehemente defensor del medio ambiente a quien parecía gustarle bastante la atención de los medios.

– Por Dios… qué extraño… -dijo, tanto para sí mismo como para Werner.

– ¿Qué cosa?

– La sincronía, supongo, ¿me entiendes?, cuando algo que no esperabas ver con tanta frecuencia de pronto surge varias veces en un lapso corto. Esta mañana, de camino al Polizeiprásidium, oí a Bertholdt Müller-Voigt por la radio. Ya sabes, el senador de Medio Ambiente. Se lo estaba haciendo pasar bastante mal a su jefe, Schreiber. Y, hace dos o tres noches, lo vi en el restaurante de mi hermano, donde yo estaba cenando con Susanne. Por lo que recuerdo, Müller-Voigt y Hauser eran como una especie de dúo en los años setenta y ochenta… -Fabel hizo una pausa, luego añadió en tono sombrío-: Lo que nos faltaba. El homicidio de una persona famosa. ¿Alguna señal de la prensa?

– Todavía no -dijo Werner-. Mira, a pesar de sus esfuerzos, y a diferencia de su colega Müller-Voigt, Hauser en realidad era una noticia vieja.

Fabel suspiró.

– Ya no…

Había una desordenada exuberancia en el Schanzenviertel. Era una parte de Hamburgo que, como tantas otras en esa ciudad, estaba experimentando muchísimos cambios. Se encontraba justo al norte de Sankt Pauli y no siempre había gozado de la más saludable de las reputaciones; todavía había problemas en el barrio, pero poco tiempo atrás se había convertido en un lugar codiciado para nuevos vecinos adinerados.

Y, por supuesto, era el barrio ideal para vivir si uno era un ecologista de izquierdas. El Schanzenviertel tenía todas las características de un barrio cool con la combinación justa: era uno de los distritos más multiculturales de Hamburgo y su amplia gama de restaurantes de moda representaba a la mayor parte de las cocinas del mundo. Sus salas de cine independiente, el teatro al aire libre en el parque Sternschanzen y el número requerido de cafés con terraza lo convertían en un lugar muy a la moda y cada vez más próspero, aunque también tenía bastantes problemas sociales, en su mayoría relacionados con las drogas, que evitaban que se lo considerara un barrio demasiado yuppie o pijo. Era esa clase de lugares en los uno anda en bicicleta y recicla la basura, en los que hay que vestirse con ropa chic de segunda mano y también en los que uno se sienta a beber café de comercio justo en una mesa en la acera mientras teclea en un ordenador portátil de titanio ultra guay, ultra delgado y ultra caro.

La residencia de Hans-Joachim Hauser se encontraba en la planta baja de un sólido edificio de apartamentos construido en la década de 1920, justo en el corazón del barrio, cerca de la intersección entre la Stresemanstrasse y la Schanzenstrasse. Había un racimo de vehículos policiales, con los nuevos colores plata y azul de la Polizei de Hamburgo, aparcados en el exterior y la acera delante de la entrada del edificio estaba acordonada con la cinta roja y blanca de las escenas de crímenes. Fabel aparcó su BMW de manera descuidada detrás de uno de los coches patrulla y un agente uniformado avanzó resueltamente desde el perímetro formado por la cinta para interceptarlo. Fa-bel salió del coche y exhibió su placa ovalada de la Kriminalpolizei mientras avanzaba hacia el edificio, lo que hizo retroceder al uniformado.

Werner Meyer estaba esperándolo en el umbral del apartamento de Hauser.

– Todavía no podemos entrar, Jan -dijo, señalando con un gesto el vestíbulo donde Mafia estaba hablando con un joven ¿e aspecto infantil ataviado con un mono blanco para tareas forenses. La mascarilla forense pendía floja de su cuello y se había quitado la capucha, dejando al descubierto una espesa mata de pelo negro sobre un rostro pálido con un par de gafas. Fabel lo reconoció; era el asistente de Holger Brauner, Frank Grueber, de cuyo pasado arqueológico le habían hablado Brauner y Serverts. Estaba claro que Grueber y Maria hablaban de la escena del crimen, pero había una relajada informalidad en la postura de Grueber. Fabel notó que Maria, en cambio, se apoyaba contra la pared con los brazos cruzados.

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