Craig Russell - Resurrección

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En la tercera novela de la serie de Jan Fabel, un temible asesino que cree haberse reencarnado, se venga de aquellos que le traicionaron en una vida anterior…
El detective Jan Fabel y su equipo se enfrentan a una serie de homicidios: un político de izquierdas y homosexual confeso, y un prestigioso científico. Ambos fueron asesinados siguiendo el mismo método: los cuerpos tenían el cuero cabelludo seccionado y, sobre ellos, un pelo rojo teñido en la escena, procedente de la misma cabeza y cortado veinte años antes.
Fabel descubre que las víctimas pertenecían a un grupo anarquista de los años 70. Mientras tanto, los demás miembros del grupo, que habían tratado de dejar atrás su pasado, se dan cuenta de que un temible asesino va tras ellos.

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El doctor Móller, el patólogo, había estimado la edad de Olga entre dieciocho y veinte años.

Fabel parecía desconcertado.

– Pero Werner me dijo que el caso de Olga X ya estaba terminado y cerrado, María. Tenemos una confesión completa de culpabilidad respaldada por unas pruebas forenses incuestionables. ¿Qué «cabos sueltos» te quedan por atar?

– Bueno, en realidad nada respecto del homicidio mismo. Es sólo que tengo la sensación de que está relacionado con el tráfico de personas. Una pobre chica de Rusia o Dios sabe dónde atrapada en la prostitución con la promesa de un trabajo decente en Occidente. Olga fue víctima de esclavitud antes de convertirse en víctima de homicidio. Wiesehan la mató, sin duda… pero algún mafioso la puso allí para que él la matara.

Fabel examinó a María de cerca. Ella le devolvió la mirada con sus francos e indescifrables ojos grises y azulados. María no era de las que se implicaban tan profundamente en un caso; Anna, sí; incluso el mismo Fabel. Pero María no. Su eficiencia como detective siempre había estado caracterizada por un enfoque frío, profesional y distante.

– Entiendo cómo te sientes -suspiró Fabel-. En serio. Pero eso no es asunto nuestro. Teníamos que resolver un asesinato y lo hemos resuelto. No digo que lo dejemos ahí. Pasa todo lo que tengas a los de Vicio, con copia a la LKA6. -Fabel se refería a la Landeskriminalamt 6, la Oficina Estatal de Delitos número 6, un departamento de la Polizei de Hamburgo que acababa de sufrir una reforma y que contaba con noventa agentes, también conocido como el Super LKA, formado específicamente para combatir el crimen organizado.

María se encogió de hombros. No había nada legible en sus claros ojos grises con tonos azulados.

– De acuerdo, chef.

– ¿Algo más? -preguntó Fabel.

El teléfono sonó antes de que nadie tuviera la oportunidad de decir algo más. Werner cogió el auricular y emitió interjecciones de asentimiento al tiempo que garabateaba unas notas en un bloc.

– Justo a tiempo -dijo después de colgar-. Han descubierto un cuerpo en una excavación arqueológica, junto al Speicherstadt.

– ¿Antiguo?

– Eso es lo que están tratando de establecer, pero Holger Brauner y su equipo ya están de camino. -Werner se refería al jefe de la división forense-. ¿A quién le encargo esto, chef?

Fabel extendió la mano abierta por encima de la mesa.

– Dámelo a mí. Vosotros ya tenéis bastante con cerrar el homicidio de la pelea. -Cogió el bloc y apuntó los detalles en su cuaderno. Se puso de pie y cogió la chaqueta que estaba en el respaldo de la silla-. Y un poco de aire fresco me vendrá bien.

Mediodía, Schanzenviertel, Hamburgo

Kristina sabía que había vuelto a enfrentarse cara a cara con el Caos. Había convivido con él durante años. La había llevado al borde de la locura una vez y ella lo había extirpado de su vida en un proceso que había sido casi tan traumático y doloroso como si se lo hubiera arrancado de su propia carne.

Ahora el Caos bramaba y rugía a su alrededor. Algún lejano malecón se había roto y un maremoto llevaba tiempo avanzando y esperando el momento en que ella abriera la puerta del apartamento de Herr Hauser para echársele encima. Ella sabía que estaba librando la batalla más grande de su vida: que debía volver a derrotar al Caos.

Ya era mediodía. Había trabajado en el baño toda la mañana. Una vez más, la porcelana refulgía con un brillo estéril y frío; el suelo había recuperado su resplandor. Herr Hauser estaba en la bañera. Kristina había combatido al Caos con Método. Se había negado a dejar que el terror la encegueciera y había trazado una estrategia para devolver el orden al baño.

Había empezado metiendo a Herr Hauser en la bañera, para contener el desastre en una sola área. Mientras se esforzaba por hacerlo, el cráneo expuesto, frío y húmedo por la sangre y los restos de tejidos, se apretó contra su mejilla. Kristina corrió hasta el inodoro para vomitar, se tomó unos momentos para recuperarse, y luego reanudó su tarea. Desnudó a Herr Hauser y metió la ropa empapada de sangre en una bolsa de residuos. A continuación sacó el cabezal de la ducha de su soporte y le enjuagó la sangre manualmente. Le puso una segunda bolsa negra de residuos sobre la cabeza y el cuello, la cerró firmemente con una cinta de embalar que había encontrado en uno de los cajones de Herr Hauser y luego la selló a la altura de los hombros. Después, con mucho cuidado, quitó la cortina de la ducha de la barra y envolvió con ella el cuerpo de Herr Hauser. Una vez más, usó la cinta de embalar para cerrar con fuerza esa improvisada mortaja.

A continuación, Kristina se vio obligada a volver a levantar el peso muerto de Hauser. Tiró del cuerpo hasta sacarlo de la bañera y lo depositó sobre el suelo limpio, para luego disponerse a desinfectarla. Herr Hauser siempre había insistido en que Kristina utilizara materiales de limpieza que no fueran agresivos con el medio ambiente: vinagre para limpiar el inodoro, esa clase de cosas. Esa indicación había hecho mucho más difícil el trabajo de Kristina, pero a ella no le había molestado. Le encantaba fregar, restregar y sacar brillo. De todas maneras, en ese momento realizó la misma tarea con un detenimiento casi excesivo. Usó blanqueador para la bañera, el inodoro y el lavabo y limpió las baldosas y los azulejos con una solución blanqueadora. Después recorrió cada superficie con un aerosol antibacterias.

Ya había terminado. No había derrotado al Caos. Lo sabía. Sólo lo había eludido. Había estado allí toda la mañana, lo que significaba que había defraudado al otro cliente de las mañanas de los viernes antes de la hora del almuerzo. No habría sido tan terrible si tan sólo hubiese llegado tarde, pero en realidad ni siquiera se había presentado. Ello generaría un efecto dominó en los clientes de todo el día, y luego los del día siguiente, y luego los de toda la semana. La reputación de puntualidad y fiabilidad que había tardado cuatro años en formar había desaparecido en cuatro horas. Su teléfono móvil había empezado a sonar justo después de la hora en que tenía que presentarse a su segunda cita y ella se había visto obligada a desconectarlo para concentrarse en su tarea.

Kristina examinó el cuarto de baño. Al menos allí, el orden había sido restaurado. Con la excepción de Herr Hauser, meticulosamente amortajado en polietileno y abandonado de manera desordenada en el suelo junto a la bañera, el baño parecía más limpio y brillaba con más fuerza que nunca.

Se apoyó en la pared, con un paño de limpiar colgando en su mano cubierta con un guante de goma, y se permitió una pequeña sonrisa de satisfacción. Fue en ese momento cuando cobró conciencia de que había alguien de pie detrás de ella, en el umbral del baño. Se volvió de repente y ambos se sobresaltaron. Un joven alto, delgado, de pelo oscuro, rasgos delicados y ojos azules grandes y asombrados miró a Kristina, luego vio Ja momia cubierta con la cortina de la ducha junto a la bañera. Su cara adoptó una tonalidad blanquecina y él lanzó un ruido de alarma antes de darse la vuelta y correr por el pasillo hacia la puerta.

Kristina contempló inexpresivamente el umbral otra vez vacio durante un momento antes de regresar al baño.

Tal vez se le había olvidado algún rincón.

Mediodía, área de Hafencity, junto al Speicherstadt, Hamburgo

Si había algún paisaje que definía la ciudad de Hamburgo para Fabel, era ése.

Mientras él conducía por Mattenwiete y cruzaba el puente de Holzbrücke en dirección del Elba, el horizonte se abrió hacia delante y las intrincadas espiras y aguilones de la Speicherstadt penetraron en la sedosa extensión de un cielo totalmente azul.

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