Incluso en Hamburgo, el terrorismo y sus consecuencias invadían insidiosamente la vida cotidiana. El trayecto mismo entre el centro de Hamburgo y su apartamento en Póseldorf se había modificado desde las atrocidades ocurridas en Estados Unidos el 11 de septiembre. El consulado americano estaba situado en la orilla del Alster y, después de los ataques, la calle que corría a lo largo de la orilla y que pasaba frente al consulado había quedado cerrada permanentemente, lo que significaba que Fabel había tenido que alterar el recorrido que seguía cada día desde que se había mudado a Póseldorf.
El semáforo se puso verde y el conductor detrás de él hizo sonar la bocina, arrancando a Fabel de sus pensamientos. Giró en dirección al Polizeipräsidium.
La siguiente noticia en la radio se refería, irónicamente, a las protestas por el cierre del consulado general británico en Hamburgo, una sugerencia que irritaba a la ciudad más anglófila de Alemania y que además se enorgullecía de ser, después de Nueva York, la ciudad con el mayor número de consulados del mundo. Pero la «Guerra contra el Terror» estaba modificando la forma en que los estados se relacionaban entre sí. Mientras Fa-bel dejaba el coche en el protegido aparcamiento del Polizeipräsidium, el futuro tomaba una forma sombría y vaga en su mente y oscurecía todavía más su ánimo postvacacional.
La jefatura de la policía de Hamburgo se había construido menos de cinco años antes y todavía tenía el aspecto de un edificio nuevo, como un abrigo recién comprado que todavía no ha adoptado la forma de quien lo usa. El concepto arquitectónico del Polizeipräsidium consistía en recrear la «Polizei Stern», la estrella policial, en forma de edificio, de modo que sus cinco pisos se extendían hacia los puntos cardinales desde un atrio circular sin techo.
La Mordkommission -la brigada de Homicidios de la policía de Hamburgo- estaba en el tercer piso. Cuando salió del ascensor, Fabel fue recibido por un hombre de pelo ralo, mediana edad y la complexión de un tronco de árbol. Llevaba un expediente metido bajo un brazo y un café en la mano libre. Sus pesados rasgos se deshicieron en una sonrisa cuando vio a Fabel.
– Hola, chef, ¿qué tal ha sido el descanso?
– Demasiado corto, Werner -dijo Fabel y le estrechó la mano al Kriminaloberkommissar Werner Meyer. Werner había trabajado junto a Fabel más tiempo y mucho más cerca que cualquier otro miembro de la Mordkommission. Su imponente presencia física en realidad no se correspondía para nada con su manera de encarar la tarea policial. Werner era-metódico, en un grado casi obsesivo, para procesar las evidencias, y su atención a los detalles había sido un factor clave en la resolución de unos cuantos casos difíciles. También era un amigo íntimo de Fabel.
– Deberías haberte tomado otro día -dijo Werner-. Para nacer un puente con el fin de semana.
Fabel se encogió de hombros.
– Sólo me quedan unos pocos días de vacaciones y quiero tomarme otro puente en Sylt en un par de meses. Es el cumpleaños de mi hermano. -Los dos hombres avanzaron por el pasillo curvo que seguía, como todos los pasillos principales del Polizeipräsidium, el círculo del atrio central-. En cualquier caso, las cosas están bastante tranquilas últimamente. Eso me pone nervioso. Creo que es hora de que llegue un caso importante. ¿Qué ha ocurrido en mi ausencia?
– Nada lo bastante grande como para molestarte -dijo Werner-. María ató los cabos del caso de Olga X, y hubo un homicidio durante una revuelta en Sankt Pauli, pero, excepto eso, nada más. He organizado una reunión de equipo para informarte.
El equipo se reunió en la sala principal de la brigada de Homicidios justo antes del mediodía. Además de Fabel y Werner, estaba la Kriminalkomissarin María Klee, una mujer alta y elegante de unos treinta años. Su aspecto no era el que uno relacionaría automáticamente con una agente de policía. Lucía un caro corte de pelo en su rubia cabellera y su discreto y elegante traje gris y blusa color crema la hacía parecer la abogada de una empresa importante. María compartía con Werner Meyer la segunda línea de mando después de Fabel. En el último año y medio, Werner y María habían comenzado a llevarse bien como colegas, pero sólo después de que el equipo casi la perdiera en la misma operación en la que había muerto otro de sus miembros.
Había dos agentes más jóvenes en la mesa cuando Fabel llegó. Los comisarios Anna Wolff y Henk Hermann eran, ambos, protegidos de Fabel. Él los había escogido porque tenían estilos y actitudes muy diferentes. Fabel tenía un sistema de dirección que consistía en juntar a personajes opuestos en el mismo equipo; mientras otros lo habrían considerado un riesgo de conflictos, él lo veía como la oportunidad de equilibrar cualidades complementarias. Anna y Henk todavía estaban buscando ese equilibrio; Paul Lindemann, el compañero anterior de Anna, había muerto asesinado. Y lo había hecho tratando de salvarle la vida a ella.
Anna Wolff parecía incluso menos una agente de policía que María Klee, pero de una manera completamente diferente. Tenía veintiocho años pero parecía más joven, y por lo general se vestía con téjanos y una chaqueta de cuero que le quedaba demasiado grande. Llevaba su pelo negro muy corto y puntiagudo, encima de su bonito rostro, y sus grandes ojos oscuros y carnosos labios siempre estaban realzados por un maquillaje oscuro y un lápiz pintalabios rojo como un camión de bomberos. Habría sido mucho más fácil imaginársela trabajando en una peluquería en lugar de como detective de Homicidios. Pero Anna Wolff era una mujer dura. Venía de una familia de supervivientes del Holocausto y había estado en el ejército israelí antes de regresar a su Hamburgo natal. De hecho, probablemente era el miembro más duro del equipo de Fabel: inteligente y ferozmente resuelta, pero impulsiva.
Henk Hermann, su compañero, no podría haber ofrecido un mayor contraste. Era un hombre alto y desgarbado con un cutis pálido y una perpetua expresión de entusiasmo. Así como Anna no podría haberse parecido menos a una agente de policía, Henk no podría haberse parecido más. Lo mismo podría haberse dicho sobre Paul Lindemann, y Fabel sabía que, en un principio, la semejanza física entre Henk y su predecesor fallecido había molestado a los otros miembros del equipo.
Fabel recorrió la mesa con la mirada. Siempre le desconcertaba lo diferentes que eran esas personas. Una familia improbable. Individuos muy distintos que de alguna manera habían terminado en una profesión muy peculiar y dependiendo tácitamente el uno del otro.
Werner informó a Fabel de los casos actuales. Mientras éste había estado ausente, se había producido sólo un homicidio: una gresca entre borrachos, un sábado por la noche, en la puerta de un club nocturno de Sankt Pauli, había terminado con un joven de veintiún años desangrado en la calle hasta morir. Werner cedió la palabra a Anna Wolff y Henk Hermann, quienes resumieron el caso y los adelantos realizados hasta el fomento. Era la clase de homicidio que constituía el noventa por ciento de la tarea de la Mordkommission. Deprimente, sencillo y directo: un momento de ira insensata, por lo general alimentada por el alcohol, que daba como resultado una vida perdida y la otra arruinada.
– ¿Tenemos alguna otra cosa? -preguntó Fabel.
– Estoy atando los cabos sueltos del caso de Olga X. -María pasó hacia atrás algunas páginas de su cuaderno. Olga X no sólo no tenía apellido sino que era poco probable que Olga fuera su nombre de pila, pero el equipo había sentido la necesidad de adjudicarle alguna clase de identidad. Nadie sabía con exactitud de dónde había venido, pero estaban seguros de que era de algún país de Europa del Este. Había trabajado como prostituta y un cliente la había golpeado y estrangulado; un tipo gordo y con calvicie incipiente de treinta y nueve años de edad que era empleado de una aseguradora, se llamaba Thomas Wiesehan y vivía en Heimfeld con su esposa y tres hijos, sin ninguna clase de antecedentes policiales.
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