Craig Russell - Resurrección

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En la tercera novela de la serie de Jan Fabel, un temible asesino que cree haberse reencarnado, se venga de aquellos que le traicionaron en una vida anterior…
El detective Jan Fabel y su equipo se enfrentan a una serie de homicidios: un político de izquierdas y homosexual confeso, y un prestigioso científico. Ambos fueron asesinados siguiendo el mismo método: los cuerpos tenían el cuero cabelludo seccionado y, sobre ellos, un pelo rojo teñido en la escena, procedente de la misma cabeza y cortado veinte años antes.
Fabel descubre que las víctimas pertenecían a un grupo anarquista de los años 70. Mientras tanto, los demás miembros del grupo, que habían tratado de dejar atrás su pasado, se dan cuenta de que un temible asesino va tras ellos.

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– ¿Ha dicho usted que también es científico? -preguntó Griebel, más para evitar otro incómodo silencio que por un interés genuino-. ¿Cuál es su disciplina?

– No es muy lejana de la suya, doctor Griebel. Estoy fascinado por sus investigaciones, en especial aquéllas referidas a la forma en que un trauma sufrido en una generación puede tener consecuencias en las generaciones siguientes. O que acumulamos recuerdos que pasan de generación en generación. -El joven estiró las manos en el cuero del sillón. Se las miró, y miró el cuero, como si estuviera reflexionando sobre ellas-. A mi manera, yo también busco la verdad. Tal vez la verdad que yo busco no sea tan universal como la suya, pero la respuesta se encuentra en la misma área. -Volvió a apuntar a Griebel con su rayo láser-. Pero la razón por la que estoy aquí no es profesional. Es personal.

– ¿En qué sentido personal? -Griebel volvió a tratar de recordar si había visto antes a aquel joven y dónde o, si no, a quién le recordaba.

– Como le expliqué antes en el cementerio, estoy buscando las respuestas de algunos de los misterios de mi propia vida. Siempre he estado acosado por recuerdos que no son míos… por una vida que no es la mía. Y ésa es la razón por la que usted, y sus investigaciones, me interesan tanto.

– Con el mayor de los respetos -la voz de Griebel tenía un filo de irritación- ya he oído todo esto antes. Yo no soy filósofo. Tampoco soy psicólogo y, desde luego, no soy ninguna especie de chamán New Age. Soy un científico que investiga realidades científicas. No acepté verlo a usted para explorar los enigmas de su existencia. Sólo accedí a verlo por lo que usted dijo sobre… bueno, sobre el pasado… los nombres que ha mencionado. ¿De dónde ha sacado esos nombres? ¿Qué le ha hecho pensar que la gente que mencionó tenía algo que ver conmigo?

El joven abrió la boca en una sonrisa amplia, fría y sin alegría alguna.

– Parece que ha pasado tanto tiempo, ¿verdad, Gunter? Toda una vida. ¿Tú, yo y los otros? Tú has tratado de seguir adelante… de hacerte una vida nueva. Si es que puedes llamar vida a esta banalidad burguesa tras la que te escondes. Y todo el tiempo intentas fingir que el pasado no ha ocurrido.

Griebel frunció el ceño y se concentró con fuerza. Hasta la voz era familiar, con tonos que había oído en algún lugar, alguna vez, antes.

– ¿Quién eres? -preguntó por fin-. ¿Qué quieres?

– Ha pasado mucho tiempo, Gunter. Todos vosotros os sentíais felices con vuestras nuevas vidas, ¿verdad? Pensabais que lo habíais dejado todo atrás. Que me habíais dejado atrás. Pero habéis construido vuestras vidas sobre la traición. -El joven señaló el estudio de Griebel, el equipo, los libros, con un desdeñoso gesto de la mano-. Has dedicado mucho tiempo, la mayor parte de tu vida, a tus estudios, a tu búsqueda de respuestas. Has dicho que eres un científico buscando verdades científicas; pero yo te conozco, Gunter. Tú estás buscando desesperadamente las mismas verdades que yo. Quieres ver en el pasado, averiguar qué es lo que nos hace ser como somos. Y, a pesar de todo tu trabajo, no has adelantado nada. Pero yo sí, Gunter. Yo he visto las respuestas que buscas. Yo soy la respuesta que buscas.

– ¿Quién demonios eres? -volvió a preguntar Griebel.

– Pero Gunter… tú ya sabes quién soy… -la luminosa y helada sonrisa del joven se mantuvo fija en su sitio-. No me digas que no te das cuenta… -Se puso de pie y sacó un gran estuche de terciopelo del maletín que había dejado en el suelo a su lado.

20.50 H, PÖSELDORF, HAMBURGO

Fabel se sentía cansado hasta los huesos. Lo que había supuesto que sería un tranquilo primer día de regreso al trabajo había adoptado inesperadamente una forma inmensa y densa que se había ubicado, inmóvil e inevitable, en su camino. Sentía que los esfuerzos que había tenido que hacer para superar ese obstáculo le habían quitado toda la luz al día y toda la energía a su cuerpo.

Susanne había quedado a cenar en el centro con una amiga y Fabel se encontró sin saber qué hacer la primera noche después de sus vacaciones. Antes del salir del Präsidium, telefoneó a su hija, Gabi, que vivía con su madre, para ver si estaba libre para encontrarse con él e ir a comer algo, pero ella ya había hecho planes. Gabi le preguntó qué tal habían ido sus vacaciones y charlaron un rato antes de quedar en reunirse algunos días más tarde. Por lo general, Fabel se sentía reanimado después de hablar con su hija, que había heredado parte de la alegría irresponsable que caracterizaba a Lex, su hermano; pero esa noche el hecho de que ella no estuviera disponible no hizo otra cosa que perturbarlo todavía más.

No le gustaba cocinar para sí mismo y sintió la necesidad de estar rodeado de gente, de modo que decidió regresar a su apartamento para refrescarse antes de salir a comer. Fabel había vivido en el mismo sitio durante los últimos siete años. Estaba a una manzana de la Milchstrasse, en una zona que, para muchos, se había convertido en el lugar más de moda de Hamburgo: Poseldorf, en el distrito de Rotherbaum. El apartamento de Fabel era el ático de un gran edificio de finales del siglo XIX. La antigua casa señorial se había reformado para crear tres elegantes apartamentos. Por desgracia, el rendimiento económico de Alemania en aquella época no era equivalente a la ambición de los constructores y los precios de la propiedad en Hamburgo se habían desplomado. Fabel había aprovechado la oportunidad de ser propietario en lugar de inquilino y había comprado aquel estudio en un ático. Muchas veces había pensado en la ironía de la situación: él había terminado en ese apartamento tan moderno y en una ubicación tan perfecta gracias a que su matrimonio y la economía alemana se habían desmoronado exactamente en el mismo momento.

Incluso con esa caída en los precios de las propiedades, lo único que Fabel pudo pagar en Poseldorf era ese apartamento de un ambiente. Era pequeño, pero a él siempre le parecía que había valido la pena sacrificar espacio por esa ubicación. Cuando los constructores reformaron el edificio, reconocieron el potencial de su vista e instalaron enormes ventanales, que iban prácticamente desde el suelo hasta el techo, en el costado del edificio que daba a Magdalenen Strasse y desde donde se veía todo el verde del Alsterpark, el lago Aussenalster y las zonas de vegetación que lo bordeaban. A través de esas ventanas, Fabel podía ver los blancos y rojos transbordadores que cruzaban el Alster y, en un día claro, alcanzaba a divisar las elegantes mansiones blancas y la resplandeciente cúpula turquesa de la mezquita iraní en el Schóne Aussicht, en la otra orilla del Alster.

Había sido un lugar perfecto para él. Un espacio para no compartir con nadie. Pero a medida que su relación con Susanne fue desarrollándose, todo aquello comenzó a cambiar. Estaba comenzando una nueva etapa de su vida; incluso tal vez una nueva vida. Le había pedido a Susanne que se fuera a vivir con él y estaba claro que aquel apartamento de Poseldorf era demasiado pequeño para los dos. El apartamento de Susanne sí era lo bastante grande, pero era alquilado y Fabel, que había lado el salto de inquilino a propietario, algo muy difícil en Alemania, no quería volver a alquilar. De modo que habían decidido reunir sus recursos y comprar otro apartamento. La economía estaba saliendo de un estancamiento que había durado ocho años y Fabel conseguiría un buen precio por su apartamento, o bien podría alquilarlo, y eso más los ingresos de los dos tal vez les permitiera costearse algo medianamente decente y no muy lejos del centro de la ciudad.

Todo sonaba bien y sensato, y había sido el mismo Fabel quien había propuesto la idea de vivir juntos, pero cada vez que pensaba en mudarse de Poseldorf y su espacio pequeño e independiente con aquella vista tan grandiosa, su corazón daba un vuelco. Al principio, Susanne era la más renuente de los dos. Fabel sabía que ella había pasado por una mala experiencia con un compañero dominante. Aquel tipo había hecho mucho daño a su autoestima y la relación había sido un desastre para Susanne. Como resultado, ella protegía mucho su independencia. Eso era todo lo que Fabel sabía; por lo general Susanne era franca y sincera pero no estaba preparada para contarle nada más al respecto. Ni Fabel ni ninguna otra persona podían acceder a esa parte de su pasado. De todas maneras, poco a poco ella había comenzado a aceptar la idea de irse a vivir juntos y finalmente había pasado a ser la que más impulsaba la búsqueda de un nuevo lugar para compartir.

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