Craig Russell - Resurrección

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En la tercera novela de la serie de Jan Fabel, un temible asesino que cree haberse reencarnado, se venga de aquellos que le traicionaron en una vida anterior…
El detective Jan Fabel y su equipo se enfrentan a una serie de homicidios: un político de izquierdas y homosexual confeso, y un prestigioso científico. Ambos fueron asesinados siguiendo el mismo método: los cuerpos tenían el cuero cabelludo seccionado y, sobre ellos, un pelo rojo teñido en la escena, procedente de la misma cabeza y cortado veinte años antes.
Fabel descubre que las víctimas pertenecían a un grupo anarquista de los años 70. Mientras tanto, los demás miembros del grupo, que habían tratado de dejar atrás su pasado, se dan cuenta de que un temible asesino va tras ellos.

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Fabel aparcó en el espacio asignado a su edificio y entró en su apartamento. Se dio una ducha rápida, se puso una camisa y pantalones negros y una chaqueta liviana inglesa antes de volver a salir y dirigirse a la Milchstrasse.

En sus orígenes, Poseldorf había sido el Armeleutegegend -el barrio pobre de Hamburgo- y todavía tenía la atmósfera ligeramente disonante de una aldea en el corazón de una gran ciudad. Sin embargo, a partir de la década de 1960 se había puesto cada vez más de moda y, en consecuencia, el nivel financiero de sus residentes había pasado de un extremo al otro. La imagen de una impecable prosperidad chic había quedado subrayada por el éxito de nombres tales como el de la diseñadora Jill Sander, cuyo imperio en el mundo de la moda había empezado en un estudio y una boutique de Poseldorf. La Milchstrasse se encontraba en el centro mismo de ese barrio y era una calle estrecha repleta de vinerías, clubes de jazz, tiendas finas y restaurantes.

Fabel tardó menos de cinco minutos en llegar andando desde su apartamento a su cafetería y bar favorito. Ya había bastante gente cuando entró, y tuvo que abrirse paso entre el grupo de clientes que se agolpaban en el cuello de botella de la barra. Avanzó hasta la zona elevada del comedor, que estaba en el fondo, y se sentó en una mesa libre que estaba en una esquina, dándole la espalda a la pared de ladrillos. En el momento en que se acomodó se dio cuenta de pronto de lo cansado que estaba. Y viejo. Su primer día de regreso después de las vacaciones le había costado mucho y cada vez le resultaba más difícil volver a entrar en ritmo. Tratando de reunir apetito, se esforzó por apartar de su mente la imagen de la cabeza de Hans-Joachim Hauser con el cuero cabelludo arrancado. Pero se dio cuenta de que otra imagen desconcertante ocupaba su lugar: la fotografía tomada en el depósito de cadáveres de una muchacha joven y bonita con altos pómulos eslavos, a quien los traficantes de personas habían robado su nombre y su dignidad y a quien luego un don nadie gordo y con calvicie incipiente le robó la vida. Fabel coincidía con María en más aspectos de lo que le hubiera gustado admitir, y le habría encantado permitirle que continuara investigando el caso de Olga X, que encontrara a los criminales organizados que la habían arrastrado a la prostitución ofreciéndole la falsedad de una nueva vida. Pero ése no era el trabajo de su equipo.

La llegada del camarero a la mesa interrumpió sus pensamientos. Aquel hombre había atendido a Fabel varias veces antes y conversó con él sin prisas antes de tomar nota de su pedido. Era un pequeño rito que señalaba a Fabel como cliente habitual, pero que también le daba una sensación de lugar, de pertenecer a algún sitio. Fabel sabía que era una criatura de costumbres, un hombre previsible a quien le gustaban las ruinas con las que medir y mantener el orden de su universo. Allí, sentado en la cafetería que elegía invariablemente para cenar, se dio cuenta de que estaba irritado consigo mismo, con e' hecho de que las apuestas intuitivas que estaba dispuesto a hacer en su trabajo no parecían extenderse a la manera en que organizaba su vida privada. Pero así era, justamente, como estaba su vida privada: organizada. Por un momento pensó en dar una excusa y marcharse, caminar unos pasos por la Milchstrasse y cenar en un sitio diferente. Pero no lo hizo; en cambio, pidió una cerveza Jever y una ensalada de arenque. Lo de siempre.

El camarero acababa de traerle la cerveza cuando Fabel se dio cuenta de que había alguien de pie a su lado. Levantó la mirada y vio a una mujer alta de unos veinticinco años, de pelo largo marrón oscuro y grandes ojos color avellana. Llevaba una elegante falda y una blusa, prendas sencillas y de buen gusto, que no ocultaban las mortales curvas de su silueta. Ella sonrió y sus dientes brillaron dentro de una boca carnosa y de labios pintados.

– Hola, Herr Fabel… Espero no molestarle.

Fabel se levantó a medias. Por un segundo, reconoció la cara, pero no pudo asignarle un nombre. Luego lo recordó.

– Sonja… Sonja Brun… ¿Cómo está? Por favor… -Señaló el asiento opuesto-. Por favor, siéntese…

– No… no, gracias. -Ella señaló con un vago gesto a un grupo de mujeres sentadas a otra mesa que estaba más cerca de la ventana-. He venido con unas amigas del trabajo. Pero al verlo aquí sentado he querido acercarme a saludarlo.

– Por favor, siéntese un momento. No la he visto desde hace un año. ¿Cómo se encuentra?

– Estoy bien. Más que bien. En el trabajo me va de maravilla. Me han ascendido. Ésa era la otra cosa que quería decirle… -Sonja hizo una pausa-. Realmente quería volver a agradecerle todo lo que hizo por mí.

Fabel sonrió.

– No es necesario. Ya lo ha hecho, muchas veces. Me alegro de que las cosas le estén saliendo bien.

Sonja adoptó una expresión seria.

– No es sólo que las cosas me estén saliendo bien, Herr Fabel. Es mucho más. Ahora tengo una vida nueva. Una buena vida. Nadie sabe nada de… bueno, del pasado. Y eso se lo debo a usted.

– No, Sonja. Se lo debe a usted misma. Se ha esforzado mucho para conseguirlo.

Se produjo una pausa incómoda y luego conversaron brevemente sobre el trabajo de Sonja.

– Debo volver a la mesa con mis amigas. Es el cumpleaños de Birgit y estamos celebrándolo. Ha sido muy agradable volver a verlo.

Sonja sonrió y extendió la mano.

– Yo también me alegro de verla otra vez, Sonja. Y realmente me pone muy contento que las cosas le salgan bien. -Se estrecharon la mano, pero Sonja permaneció sin moverse un momento más. Mantuvo la sonrisa, pero dio la impresión de que no estaba segura de qué hacer a continuación. Luego sacó una pequeña libreta de su bolso y escribió algo en ella antes de arrancar la hoja y entregársela a Fabel.

– Este es mi número. Por si alguna vez anda por este barrio…

Fabel miró el papel.

– Sonja… Yo…

– No hay problema… -Ella sonrió-. Lo entiendo. Pero consérvelo… por si acaso.

Se despidieron y Fabel la observó mientras ella regresaba hacia la mesa de sus amigas. Movía sus piernas largas y bien torneadas con la elegancia gatuna que él recordaba. Sonja se reunió con sus amigas, alguien dijo una broma y todas rieron, pero en ese momento ella giró la cabeza y volvió a mirar a Fabel, sosteniéndole la mirada durante un momento, antes de sumergirse en la previsible alegría de una velada con sus compañeras de oficina.

Él volvió a mirar la tira de papel y el número de teléfono escrito en cifras grandes.

Sonja Brun.

Fabel la había conocido en el transcurso de un caso en que un policía muy valiente que operaba de incógnito, Hans Klugrnann, había perdido la vida. Como parte de su tapadera, Klugmann se había convertido en el novio de Sonja Brun, una Joven llena de vitalidad que de alguna manera se había visto arrastrada al negocio de las fotos pornográficas y a ejercer la prostitución. Había quedado claro que Klugmann sentía algo genuino por Sonja y había tenido la intención de liberarla de una existencia degradante y autodestructiva. Después de que Klugmann muriera, Fabel le había hecho en silencio una promesa a su colega muerto: terminar el trabajo y ayudar a Sonja a escapar del submundo de vicio y corrupción de Hamburgo.

De modo que había utilizado sus contactos para encontrarle a Sonja un pequeño apartamento de alquiler al otro extremo de la ciudad, junto con un trabajo en una tienda de ropa. Había conseguido datos de cursos que ella podía realizar y Sonja no tardó en obtener un nuevo puesto en una mensajería.

Unos pasos sencillos, pero que le habían cambiado la vida en una época en que podría haberse hundido mucho más si hubiera cedido a la pena de haber perdido a su amante y a la furia de descubrir que había estado viviendo en una mentira. Fabel se sintió bien por haberla visto tan bien instalada, y por el hecho de que ella hubiera logrado alejarse tanto de su vida anterior.

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