David Serafín - El Ángel de Torremolinos

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El Ángel de Torremolinos: краткое содержание, описание и аннотация

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Esta novela se desarrolla en julio y agosto de 1982 en la Costa del Sol, pero los personajes y los sucesos que en ella se narran son totalmente imaginarios.

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Cuando volvió, Bernal probó la llave en la cerradura. No giraba.

– Será mejor que pruebes tú, Varga.

– ¿No sería mejor que vinieran primero algunos geos, jefe? Puede ser el escondite de los terroristas.

Bernal llamó a Zurdo al despacho del director general y le pidió que llevara a un grupo de geos a la parte posterior del anfiteatro. Varga no tardó en forzar la puerta, pero habían colocado algo pesado por la parte interior contra la puerta. Cuando el pelotón de geos pasó a la parte posterior del escenario, volvió Rocío Jurado, entusiasmada por el éxito de sus números de apertura, a cambiarse, a ponerse un vestido flamenco rojo.

– Ya sabe usted que no tiene por qué seguir con la actuación -le dijo Bernal con calma-. Pero si lo hace, procuraremos que la operación se limite al almacén.

– ¡Claro que seguiré! ¡El público es estupendo!

– Entonces saque a la niña al escenario también. Estará más segura que aquí. Y cante las canciones más fuertes para disimular el ruido que tengamos que hacer.

Zurdo había localizado ya, con ayuda del director, la principal entrada al escenario detrás del auditorio y él y Bernal sincronizaron los relojes para iniciar el asalto al almacén por ambas entradas a la vez. Bernal y Varga contemplaban nerviosísimos a los geos que se preparaban para vencer cualquier obstáculo que hubiera tras la puerta; y entonces, se dio la señal.

La orquesta inició el crescendo de uno de los números de más éxito de Rocío Jurado y los geos entraron en acción, utilizando gases lacrimógenos y granadas de choque. Desde el pico de las escaleras que daban al almacén, Bernal pudo ver algunos destellos amarillos de pequeñas armas de fuego, luego hubo un súbito silencio. Y, al poco, llevaron a su presencia a un hombre y una mujer, que farfullaban por el gas. Contempló sus rostros taciturnos con una mezcla de curiosidad y piedad. ¿Qué horrendo fanatismo, incomprensible para él, les llevaba a poner en peligro la vida de tantos inocentes?

– Llévalos a tu comisaría de Fuengirola, Zurdo. No hay motivo para que no se lleve el mérito de todo esto.

– Pero eso no es justo, jefe. Fue el ayudante de Varga quien hizo posible que les encontráramos.

– No importa. Mencióneles en su informe a Madrid. Veamos ahora qué armas tienen almacenadas ahí.

Varga guió a Bernal al cavernoso sótano que había bajo el escenario, desde donde pudieron oír la aplastante ovación final que su público daba a la gran artista. Era evidente que su entusiasta público no había advertido nada.

En el sótano, aún parcialmente invadido por el gas, un geo entregó a Bernal una mascarilla, y encontraron el transmisor de radio y gran cantidad de equipo para la fabricación de explosivos y un par de lanzagranadas.

– Varga, ocúpate de que se ponga todo eso a buen recaudo. Si llega a estallar, habrían muerto miles de personas en ese anfiteatro. Luego iré yo y acusaré al hombre de asesinar al detective de Palencia, Antonio García. Quiero un análisis de saliva, por supuesto, para cotejarlo con los de la colilla que encontré en la playa.

– ¿Pero qué le hace pensar que fue él, jefe?

– Ah, pero ¿no se ha fijado? Llevaba un anillo de sello con un diamante incrustado en un ópalo en el dedo meñique de la mano izquierda. Lo cual corresponde exactamente a la descripción de Peláez de la diminuta herida del cuello de García. Estoy seguro de que este terrorista fue el que le mató de un golpe en la playa de Torremolinos cuando el agente sorprendió a la pareja cavando un hoyo en la playa para colocar un artefacto explosivo.

Cuando Consuelo vio el rostro pálido y agotado de Bernal supo, pese a todo, por su saludo relajado, que todo había concluido.

– Te prepararé algo de cena, Luchi. Nosotros ya hemos cenado.

– Creo que sólo quiero dormir doce horas seguidas, Chelo. Mañana tendré que hacer largos interrogatorios.

– Entonces, toma algo ligero -le instó ella- y luego nos vamos a dormir.

– Dame una cerveza mientras lo preparas. Estoy más seco que un camello que llega a un oasis.

A las 7.30 de la mañana, el teléfono sonó perentoriamente y Consuelo trató de cogerlo antes de que despertara a Luis.

– El comisario Bernal, por favor -dijo Navarro.

– Oh, ¿no puede esperar? -susurró ella-. Está muy cansado.

– Es muy urgente, señora.

Se volvió y vio a Luis, sentándose ya al borde de la cama, encendiendo un cigarrillo, pese a todo» sus esfuerzos por conseguir que no fumara ante# del desayuno. Tosió, con esa tos fija y hueca del fumador de toda la vida, y cogió el receptor.

– ¿Paco? ¿Qué pasa?

– Los guardianes han encontrado a Malinsky colgado de los barrotes de la ventana de su celda.

– Vaya una vigilancia. ¿Está muerto?

– Intentaron reanimarle sin resultado.

Bernal adoptó una actitud filosófica; ¿consistía su trabajo en impedir que la gente se juzgara y se sentenciara?

– Ya no sabremos nunca por qué hizo lo que hizo, ni qué le impulsó a hacerlo, Paco.

Elena Fernández había hecho guardia toda la noche junto a la cama de Ángel Gallardo. El médico le había dicho que no dejara de hablarle suavemente para ayudarle a salir de su estado lamentable. Sus signos vitales eran firmes y esperaban que se recuperara totalmente.

A medida que transcurrían tas horas, Elena iba sintiéndose cada vez más hipnotizada por el rumor del monitor del electrocardiograma y consiguió vencer su resistencia a coger la mano y hablar a una persona que estaba totalmente inconsciente.

Escrutó el rostro de Ángel críticamente: una estructura ósea perfecta, el perfil bastante perfecto, clásico incluso, diría ella, con la larga nariz en el mismo plano que la frente recta, como la de los guerreros de las vasijas griegas. Los pómulos altos, las orejas lisas, de lóbulos sensuales, los labios medianos y bien curvados y los dientes regulares y blanquísimos.

Suspiró, preguntándose por qué no se enamoraría nunca ella de un hombre guapo, pese a los exagerados intentos de Ángel por cortejarla en los cinco años que llevaban trabajando juntos. Pero en seguida había comprendido que todos aquellos intentos de Ángel no eran más que la manifestación pavloviana de su machismo; suponía que, en realidad, debía ser un individuo bastante inseguro, quizás incapaz de amar a una mujer durante mucho tiempo.

De pronto, Elena se dio cuenta de que los dedos de la mano que ella estaba acariciando, estaban a su vez acariciándole el pecho izquierdo. ¡Santo cielo!

¡Hasta inconsciente era igual! Retrocedió bruscamente y le soltó la mano.

– No seas así, Elena. Creí que esta ve/, ibas en serio -abrió los ojos y le hizo un guiño seguido de una sonrisa lasciva.

– Gracias a Dios que estás bien. ¿Te duele algo?

– Sólo la cabeza, descomunalmente. ¿Qué fue del cabrón que me colgó?

– Se colgó él mismo en la cárcel por la noche, Ángel. Paco acaba de llamar para preguntar por ti y me lo ha dicho.

– ¿Y los otros pobres chicos?

– Dos están en cuidados intensivos, pero los otros cuatro al fin han vuelto en sí, incluido nuestro amigo Jimmy; todos ellos tienen graves lesiones. Es milagroso que hayan sobrevivido, sobre todo los que llevaban allí más de un mes.

– Conseguí hablar con alguno de ellos cuando Malinsky no estaba. Les bajaba de uno en uno dos veces por día para que comieran un poco de pan duro y carroña cruda y bebieran un trago de agua. Los otros me dijeron que el alemán y el inglés le atacaron hace unas noches, cuando cometió la imprudencia de soltarles a los dos a la vez. Deduzco que pelearon hasta que él consiguió dominarles. Desde entonces no volvió a darles de comer.

– Era un monstruo, Ángel. ¿Qué tipo de locura hará a la gente actuar así?

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