– Treinta y cinco mil al mes, más los artículos extra.
– Vivía por encima de sus medios, en tal caso, si eso es todo lo que ganaba. Tendremos que mirar primero todas las pruebas documentales. Mientras tanto, dile al agente de guardia que en tanto no avancemos con este caso no nos pase ningún otro. Hay muchos de los demás grupos con el culo bien tranquilo u holgazaneando en el bar -Bernal miró por la ventana de mal humor.
Elena entró con prisas y con cara de traer alguna noticia importante.
– Comisario, el observatorio dice que sólo hubo una llovizna entre la una y veinte y las dos y cuarenta y tres minutos de la madrugada; en total… -miró sus notas- cero, coma, veintitrés litros por metro cuadrado.
– Lo que nos revela que el allanamiento ocurrió antes de la una y veinte, ya que la lluvia limpió en parte las huellas de pies en el muro de la azotea. Pero no sabemos en qué momento antes. Tendremos que volver a charlar con el conserje cojo. Al fin y al cabo, los intrusos pudieron haber entrado en el ático contiguo a cualquier hora de ayer, aun cuando no forzaran el de Santos hasta después de que Martín sellara la puerta a las nueve y cuarto de la noche. Quizá nos estuvieron espiando y todo hasta vernos salir, en espera de que lo enfocáramos al principio como un suicidio y no lo investigáramos tan a fondo como un homicidio. Pero ¿eran tales intrusos, fuera uno o fueran más, los mismos que lo mataron o distintos? He aquí el problema. Toda la investigación forense se vuelve nula si hubo dos grupos distintos, primero los asesinos, luego los escaladores.
Navarro le interrumpió:
– ¿No es más lógico que fueran los mismos? Si los escaladores eran otros, ¿cómo sabían lo del asesinato?
Bernal vaciló antes de contestar.
– Sólo por haber presenciado la escena del presunto suicidio o por haber encontrado la casa después llena de agentes nuestros. Es posible que esto distrajera al conserje joven de la casa de al lado mientras los escaladores subían al ático de esa casa -Bernal pensó en una tercera posibilidad, pero no la expuso en voz alta: que podían haber leído el informe policial en la sección de accidentes de la DGS o escuchado la emisión radiofónica de la policía.
Navarro prosiguió:
– Los primeros asaltantes no forzaron la puerta de Santos. Por tanto, o tenían una llave o él mismo les invitó a pasar. Hoy en día hay mucha gente que no abre a los desconocidos sin observarles por la mirilla y preguntar qué quieren. O Santos los reconoció o quedó satisfecho con sus explicaciones. Ahora bien, ¿cómo salieron sin tocar nada, ni siquiera con guantes, la parte interior de la puerta? El primer informe de Prieto decía que sólo las huellas del conserje estaban sobre las de Santos y sin duda tocó la puerta cuando se la abrió a usted y a Martín tras la caída del periodista.
Bernal meditó un momento y entonces preguntó a Paco y a Elena:
– ¿Os habéis preguntado a propósito de la doble vuelta de llave en la cerradura? ¿Por qué el propietario o el inquilino de un piso tendría que entrar por la única puerta de que dispone, cerrarla y luego meter la llave en la cerradura para dar dos vueltas cuándo tenía un buen cerrojo que pudo echar pero no echó?
– Lo hace mucha gente, comisario -dijo Elena-, para evitar que los ladrones la abran con una tira de plástico o un carnet cualquiera, cosa tan corriente en estos días. Mi padre insiste siempre en que echemos la llave.
– Pero, ¿cuándo se entra o cuándo se sale? -preguntó Bernal.
– Bueno, siempre cuando se sale y se deja la casa vacía, claro. Y por la noche, pero en este caso el último que entra pasa también el cerrojo.
– Exacto -dijo Bernal- y si uno vive solo y da dos vueltas de llave por dentro, lo más lógico es dejar la llave puesta (recordemos que es una sólida puerta de caoba) o bien pasar simplemente el cerrojo.
– A lo mejor necesitaba el llavero para abrir otra cosa, tal vez el escritorio -dijo Paco.
– Sí, por supuesto, pero los dos habéis olvidado que el llavero de Santos se encontró en el bolsillo del pantalón que llevaba cuando cayó. Ahora bien: a menos que los asaltantes se hubieran procurado antes un duplicado, cosa improbable estando vivo Santos, ¿cómo pudieron haber dado dos vueltas de llave cuando se marcharon? Sabemos que no salieron por la despensa y la puerta que da a la azotea porque el cerrojo estaba pasado por dentro. Debían de tener otra llave del piso, que sin duda introdujeron en la cerradura para no tocar las huellas de Santos. Luego, para escapar después del asesinato, se limitaron a girar la llave y abrir la puerta. Una vez en el rellano, no tuvieron más que volver a introducir la llave con cuidado, cerrar ayudándose de ella y luego dar dos vueltas de derecha a izquierda. Por este medio esperaban que pensásemos que Santos se había encerrado antes de tirarse. Lo que me preocupa es la segunda parte. Uno de los asaltantes, y me inclino a pensar que eran dos por lo menos, tal vez se manchara de sangre el brazo y la mano derecha, en el caso de que no sea zurdo (y el tajo en el cuello de Santos lo corrobora); y además, llevaba encima un arma blanca manchada asimismo. ¿Cómo salió del edificio sin dejar rastro o sin que nadie lo advirtiera? Claro que pudo haber contribuido a ello la gente que se apelotonó en la puerta antes de que llegara la policía, pero tuvo que ser un riesgo enorme.
Elena le interrumpió:
– ¿No entrarían en otro piso de la misma finca y se lavaron antes de irse?
– Ya he pensado en eso y tendremos que pedirle a Martín que investigue los otros quince pisos. Aunque habrá que ir despacio, porque casi todos los inquilinos están de vacaciones. No podemos forzarles la cerradura y lo más probable es que no vuelvan hasta el Domingo de Resurrección o el Lunes de Pascua como máximo.
Peláez y Ángel llegaron juntos en aquel momento, el segundo ardiendo en palpables deseos de decirle algo a Bernal. Pero Peláez entró primero y dijo:
– En cuanto recibí la llamada, volví al depósito de cadáveres y eché un nuevo vistazo a nuestro amigo. Sé lo que vas a preguntarme, Bernal. La incisión del cuello pudo haberla causado una hoja, posiblemente una navaja de afeitar, puesto que hay señales de que comenzó debajo y a la derecha de la barbilla y siguió con rapidez alrededor del cuello, cortando la carótida. Hay contusiones a ambos lados, sin embargo, que al principio sugirieron un golpe con un objeto estrecho y cortante durante la caída; tal vez el borde de la barandilla de un balcón, aunque en la herida no hay rastros de herrumbre o pintura. Recuerda que es difícil saber la dirección del corte si el borde cortante está limpio.
– ¿Podría haber causado las contusiones un apretón manual ejecutado antes del corte? -preguntó Bernal.
– Ah, ya veo adonde quieres ir a parar. Por desgracia, la caída se dio casi al mismo tiempo que la incisión y las contusiones. No hay huellas dactilares en éstas, como tampoco rastro alguno de objeto estrangulador. Me atrevo a decir, sin embargo, que tu hipótesis no carece de fundamento. Un asaltante habría podido empujarlo hasta la ventana, apretándole el cuello con el borde de la mano izquierda enguantada, como en un golpe de kárate, sacar luego una navaja de afeitar o una navaja automática larga con la derecha y haberle cortado entonces desde abajo, hacia la mano que apretaba. Cabe la posibilidad. ¿No ha encontrado Varga manchas de sangre? Tuvo que haber mucha sangre a menos que un segundo asaltante sujetase las piernas y brazos de Santos, mientras lo empujaba hacia el exterior.
– Uno de los hombres de Varga encontró dos gotas pequeñas, al otro lado del antepecho de la ventana. Por desgracia, la lluvia que cayó por la noche limpió el tejado y la barandilla de los balcones inferiores. La calle estaba llena de sangre, claro, en parte de la calzada y sobre todo en la cuneta. Cuando llegué al lugar de los hechos me extrañó que hubiera sangre tan lejos, pero supuse que el cuerpo había rebotado en alguna barandilla o en la cornisa inferior y se había precipitado así hacia los árboles de la calle. Anochecía ya cuando subimos al ático y miramos todas las barandillas que pudimos.
Читать дальше