Con una punzada de mala conciencia, Sloane se dio cuenta de que no había pensado en ello en absoluto. Algunas veces, un profesional de la información estaba tan preocupado recogiendo noticias que se olvidaba de los seres humanos que las constituían. Se preguntó si sería por insensibilidad tras una prolongada exposición a las noticias o una vacunación necesaria, como la de los médicos… Esperó que fuera la segunda opción y no la primera.
– Si has visto la historia del avión, habrás visto a Harry. ¿Qué te ha parecido? -le preguntó.
– Ha estado bien.
La respuesta de Jessica parecía indiferente. Sloane la miró, esperando que se extendiera, preguntándose si Harry era el pasado, completamente superado, en el corazón de su mujer.
– Harry ha estado mejor que bien. Lo ha hecho así -dijo Sloane chasqueando los dedos-. Sin preparación. Casi sin tiempo.
Luego le contó la suerte que había tenido la CBA de contar con un equipo en la terminal del aeropuerto de Dallas-Fort Worth.
– Harry, Rita y Minh lo han conseguido… Hemos metido un gol a las otras emisoras.
– Parece que Harry y Rita trabajan mucho juntos. ¿Hay algo más?
– No. Forman un buen equipo de trabajo, nada más.
– ¿Cómo lo sabes?
– Porque Rita se ha enrollado con Les Chippingham. Creen que nadie lo sabe. Pero claro, lo sabe todo el mundo…
– ¡Dios mío! -Jessica se echó a reír-. Sois un grupito de lo más incestuoso.
Leslie Chippingham era el director de informativos de la CBA. Sloane pretendía hablar precisamente con Chippingham al día siguiente respecto al cese de Chuck Insen como productor ejecutivo.
– A mí no me incluyas -le dijo a Jessica-. Yo estoy encantado con lo que tengo en casa.
El martini le había relajado, como siempre, aunque ni Jessica ni él eran aficionados a beber. Un martini y una copa de vino con la cena era su límite, y durante el día, Sloane no bebía una gota de alcohol.
– Esta noche estás de buen humor -dijo Jessica-, y además tienes otro motivo…
Se levantó y cruzó la sala hasta un pequeño escritorio, de donde cogió un sobre abierto, lo cual no era excepcional, puesto que Jessica llevaba la mayor parte de sus asuntos privados.
– Es una carta de tu editor con una liquidación de derechos.
Él cogió los papeles y los leyó con la cara iluminada por una sonrisa.
Crawford Sloane había publicado un libro, La cámara y la verdad, hacía unos meses, escrito en colaboración. Era éste su tercer libro.
Al principio, la obra tardó un poco en venderse. Los críticos de Nueva York le crucificaron, aprovechando la oportunidad de humillar a un personaje de la talla de Crawford Sloane. Pero en ciudades como Chicago, Cleveland, San Francisco y Miami, gustó a la crítica. Y, lo que es más importante, al cabo de varias semanas, algunos de sus comentarios fueron citados o destacados en las columnas de información general: la mejor publicidad que puede hacérsele a una obra.
En el capítulo dedicado al terrorismo y los rehenes, Sloane había escrito sin rodeos: «Muchos americanos sentimos una gran vergüenza en 1986-1987, tras la revelación de que el gobierno norteamericano había comprado la libertad de un grupo de rehenes en Oriente Medio a expensas de miles de muertes y mutilaciones de ciudadanos iraquíes, no sólo en el campo de batalla irano-iraquí, sino entre civiles».
Las bajas de guerra, señalaba Sloane, se debían al armamento suministrado por los Estados Unidos a Irán a cambio de la liberación de los rehenes. Sloane denominaba ese canje «las treinta asquerosas monedas de plata del siglo xx» y lo ilustraba con una cita de Dane-geld, de Kipling:
We never pay any-one Dane-geld,
No matter how triffling the cost;
For the end of that game is oppression and shame,
And the nation that plays it is lost! [1]
Otras de sus observaciones más aplaudidas eran:
– Ningún político del mundo tiene agallas para proclamarlo bien alto, pero habría que considerar la posibilidad de prescindir de los rehenes, aun norteamericanos. Las peticiones de las familias de los rehenes deben escucharse con compasión, pero no deben influir en la política del gobierno.
– El único medio de combatir el terrorismo es el antiterrorismo, lo cual significa desenmascarar y destruir furtivamente a los terroristas: es el único lenguaje que entienden. Ello incluye no pactar con ellos, ni pagar rescates, directa o indirectamente, ¡nunca!
– Los terroristas, que no observan ningún código civilizado, no van a pretender, cuando se les coja con sangre en las manos, acogerse a las leyes y los principios que ellos mismos están despreciando. El pueblo británico, que lleva hondamente inculcado el respeto por la legalidad, se ha visto obligado algunas veces a bordear los límites del derecho para defenderse del depravado e implacable IRA.
– Hagamos lo que hagamos, el terrorismo no desaparecerá, porque los gobiernos y las organizaciones que lo respaldan no desean realmente la resolución de ese problema. Son unos fanáticos que utilizan a otros fanáticos y sus pervertidas religiones como armas.
– Los ciudadanos de los Estados Unidos no nos veremos libres del terrorismo en nuestro propio territorio durante mucho tiempo más. Pero no estamos preparados, ni en el aspecto mental ni en ningún otro, para esta clase de guerra despiadada que todo lo impregna.
Cuando apareció el libro, parte del alto mando de la CBA se puso nervioso con sus afirmaciones sobre «rehenes prescindibles» y «destrucción furtiva», temiendo que crearan resentimientos políticos y públicos hacia la cadena. Finalmente, no hubo motivos de preocupación y los altos cargos se sumaron al coro de aprobación.
Sloane resplandecía cuando vio la impresionante cuenta de derechos.
– Te lo mereces y estoy muy orgullosa de ti -le dijo Jessica-. Sobre todo porque nunca has sido aficionado a crear controversias. -Hizo una pausa-. ¡Ah!, por cierto… tu padre ha telefoneado. Llega mañana por la mañana y le gustaría quedarse toda la semana.
Sloane hizo una mueca.
– Ha pasado muy poco tiempo desde la última vez…
– Está solo y se hace viejo. Algún día, cuando te llegue el momento, tal vez tengas una nuera favorita con la que compartir el tiempo.
Se echaron a reír, porque Angus Sloane y Jessica se llevaban estupendamente, y en ciertos aspectos, mejor incluso que padre e hijo.
Angus llevaba varios años viviendo solo en Florida, desde la muerte de su esposa.
– Me gusta tenerle en casa -dijo Jessica-. Y a Nicky también.
– Bueno, bueno, entonces perfecto. Pero mientras papá esté aquí, utiliza toda tu influencia para que no hable tanto del honor, el patriotismo y todo lo demás.
– Ya sé a qué te refieres. Haré lo que pueda.
Tras su conversación se perfilaba el hecho de que el abuelo Sloane no acababa de apearse de su estatus de héroe de la Segunda Guerra Mundial, al mando de un bombardero de las Fuerzas Aéreas, que ganó la Estrella de Plata y la Cruz del Mérito Aéreo. Después de la guerra había sido funcionario público, una carrera poco espectacular, pero que le había permitido retirarse con una pensión razonable e independencia. Pero los años en el ejército seguían dominando los pensamientos de Angus.
Crawford respetaba el historial bélico de su padre, pero sabía que éste podía ser tedioso cuando emprendía uno de sus discursos favoritos: «La desaparición de la integridad y los valores morales de esta época», como decía él. Jessica, sin embargo, se las arreglaba para inhibirse de las parrafadas de su suegro.
Sloane y Jessica siguieron charlando durante la cena, que era siempre uno de sus momentos más apreciados. Aunque durante el día tenían servicio, Jessica preparaba personalmente la cena, organizándose para permanecer el menor tiempo posible en la cocina una vez llegaba su marido a casa por la noche.
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