Mamá, perdóname.
Anders
Jamás había logrado deshacerse de la costumbre de levantarse temprano, o a medianoche, como dirían algunos. Lo que, en este caso, le resultó muy útil. Svea no reaccionaba cuando él se levantaba a las cuatro de la mañana, pero, por si acaso, bajó la escalera sin hacer ruido, con la ropa en la mano. Eilert se vistió en silencio en la sala de estar antes de sacar la maleta que había escondido cuidadosamente en el fondo de la despensa.
Llevaba meses planeando aquello y no había dejado nada al azar. Hoy era el primer día del resto de su vida.
El coche arrancó al primer intento, pese al frío, y a las cuatro y veinte de la mañana dejó la casa en la que había vivido los últimos cincuenta años.
Atravesó una Fjällbacka dormida, pero no pisó el acelerador hasta que no hubo dejado atrás el viejo molino, antes de girar en dirección a Dingle. Poco más de doscientos kilómetros lo separaban de Gotemburgo y del aeropuerto de Landvetter, así que podía tomárselo con calma. El avión rumbo a España no salía hasta las ocho de la mañana.
Por fin podría vivir su vida como gustase.
Llevaba planeándolo mucho tiempo, varios años. Cada año que pasaba, le pesaban más los achaques y la frustración que le producía la vida con Svea. Eilert pensaba que merecía algo mejor. A través de Internet había encontrado una pequeña pensión en un pueblecito de la Costa del Sol española. A cierta distancia de las playas y la zona turística, así que el precio era asequible. Se había comunicado con ellos por correo electrónico para cerciorarse de que podía vivir allí todo el año; de este modo, la propietaria le haría un precio aun mejor. Le había llevado mucho tiempo reunir el dinero bajo la estrecha vigilancia que Svea ejercía sobre lo que hacía o dejaba de hacer, pero lo había conseguido. Contaba con que podría arreglárselas con sus ahorros durante dos años aproximadamente, si vivía sin excesos, y después no le quedaría más remedio que encontrar una solución. En aquellos momentos, nada podía poner freno a su entusiasmo.
Por primera vez en cincuenta años, se sentía libre e incluso se sorprendió a sí mismo pisando el acelerador del viejo Volvo más de la cuenta, de pura alegría. Dejaría el coche en el aparcamiento de larga estancia del aeropuerto; Svea se enteraría en su momento de dónde estaba. No es que eso tuviese la menor importancia. Ella jamás se había molestado en sacarse el permiso de conducir, sino que lo usaba a él de chófer gratuito cada vez que necesitaba ir a algún sitio.
Lo único que le daba un poco de cargo de conciencia eran los hijos. Por otro lado, siempre habían sido más hijos de Svea y, a su pesar, se habían vuelto tan mezquinos y cerrados como ella, lo cual era en parte, a buen seguro, responsabilidad suya, pues él había estado siempre trabajando de sol a sol y había hecho lo posible por encontrar excusas para estar fuera a todas horas.
De todos modos, tenía pensado enviarles una postal desde Landvetter para explicarles que se iba por voluntad propia y que no tenían que preocuparse por él. Tampoco quería que pusiesen en marcha ninguna investigación policial para encontrarlo, claro.
Las carreteras estaban desiertas a aquellas horas de la noche y ni siquiera puso la radio para poder disfrutar del silencio. A partir de ahora, empezaba la verdadera vida.
– Simplemente me cuesta comprender que Vera matase a Alex para evitar que ésta hablase acerca de los abusos de que tanto ella como Anders fueron víctimas hace veinticinco años.
Erica reflexionaba mientras hacía girar la copa de vino entre sus manos.
– No debes menospreciar la necesidad de no destacarse en un pueblo tan pequeño como éste. Si la vieja historia de los abusos hubiese salido a la luz, la gente tendría una razón más para señalar con el dedo a los implicados. En cambio, no la creí cuando me dijo que lo hizo por el bien de Anders. Tal vez tiene razón y Anders tampoco quería que se supiese lo que les había ocurrido, pero creo que era más bien ella misma la que no podía soportar la idea de que la gente murmurase a sus espaldas si llegaba a saberse no sólo que Anders sufrió abusos sexuales de niño, sino que ella no hizo nada al respecto, e incluso ayudó a acallar lo ocurrido. Creo que no podía soportar esa vergüenza. Mató a Alex en un arrebato, cuando comprendió que no podría convencerla. Tuvo un impulso y lo siguió de forma fría y programática.
– ¿Y cómo se lo ha tomado ahora que ha sido descubierta?
– Con una calma sorprendente. Creo que para ella fue un alivio increíble saber que Anders no era el padre del niño; es decir, que ella no había asesinado a su nieto. Después de eso, da la sensación de que no le importa lo que le suceda. Y, en realidad, ¿por qué habría de preocuparse? Su hijo está muerto, no tiene amigos ni parientes, no tiene una vida por la que luchar. Todo se ha descubierto y no tiene nada que perder. Tan sólo su libertad, que no parece tener gran importancia para ella en estos momentos.
Estaban en casa de Patrik y compartían una botella de vino después de la cena. Erica disfrutaba de la tranquilidad y el silencio. Le encantaba tener a Anna y a los niños en casa, pero había días, como aquél, en que el barullo le resultaba insoportable. Patrik se había pasado el día en la sala de interrogatorios, pero, cuando terminó, fue a recogerla. Ella lo esperaba con una pequeña maleta y ahora estaban los dos acurrucados en el sofá como un par de ancianos.
Erica cerró los ojos. Aquel instante se le antojaba maravilloso y terrible a la vez. Todo era tan perfecto…; pero ella no podía evitar pensar que precisamente por eso, lo que estaba por venir sólo podía resultar peor. No quería ni imaginarse lo que sucedería si volvía a marcharse a Estocolmo. Anna y ella habían tocado el tema de la casa muy por encima durante varios días, pero, como por un acuerdo tácito, habían decidido no abordar de lleno el asunto por ahora. Erica tampoco creía que Anna estuviese en condiciones de adoptar ninguna decisión, así que resolvió dejarlo para más adelante. Era mucho mejor no pensar en el día de mañana en absoluto e intentar disfrutar del instante tanto como fuese posible. Se obligó a relegar tan sombríos pensamientos.
– Hoy estuve hablando con la editorial. Sobre el libro de Alex.
– ¡No me digas! ¿Y qué dicen?
La expectación que reflejaban los ojos de Patrik la llenó de satisfacción.
– Les pareció una idea brillante y querían que les enviase cuanto antes el material de que ya dispongo. Aún tengo que terminar el libro sobre Selma Lagerlöf, pero me concedieron otro mes, así qu eme he comprometido a tenerlo listo para septiembre. Y creo que podré simultanearlos. Al menos, hasta ahora, ha funcionado más o menos.
– ¿Qué opina la editorial sobre el aspecto jurídico, si la familia de Alex te denunciase?
– La ley de libertad de publicación es bastante explícita. Tengo derecho a escribir sobre ello, incluso sin su consentimiento, aunque ni que decir tiene que espero que me presten su apoyo en cuanto sepan en qué consiste el proyecto y cómo he pensado configurar el libro. Desde luego, no quiero escribir un libro sensacionalista sin sustancia alguna: mi deseo es escribir sobre lo que sucedió y sobre quién fue Alex en realidad.
– ¿Y qué hay del mercado? ¿Te dijeron si, en su opinión, un libro de ese tipo despertará el interés del público?
Los ojos de Patrik brillaban de entusiasmo y Erica se alegraba de que se interesase así por ella. Él sabía cuánto significaba aquel libro para Erica y por eso le concedía al tema tanta importancia.
– Tanto ellos como yo pensamos que así debería ser. En Estados Unidos, el interés por los libros de «true crime» es enorme. La principal escritora de este género, Ann Rule, vende millones de ejemplares. Además, aquí es un fenómeno relativamente reciente. Hay algunos libros que se acercan un poco a esta línea, por ejemplo el que se escribió hace un par de años sobre el caso del médico y el forense, pero no es genuino. Yo, en cambio, quisiera, al modo de Ann Rule, darle más importancia a la investigación de los hechos. Comprobar los datos, hablar con los implicados y, después, escribir un libro tan verídico como fuese posible.
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