Camilla Läckberg - La Princesa De Hielo

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Tras muchos años de ausencia, la joven escritora Erica vuelve a su pueblo natal, donde ha heredado la casa de sus padres recientemente fallecidos. Erica decide darse un paseo por las calles donde transcurrió los primeros años de su vida, pero tras el aviso de unos vecinos, descubre que su amiga de la infancia, Alex, acaba de suicidarse.
Conmocionada, inicia una investigación y descubre que Alex estaba embarazada. La historia da un nuevo giro cuando la autopsia revela que su amiga no se suicidó sino que fue asesinada. La policía detiene al principal sospechoso, Anders, un artista fracasado que mantenía una relación especial con la víctima…

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– Pero ¡qué coño! ¿No puede venir andando desde su casa?

La respuesta se hizo esperar y, ante su sorpresa, vio que Annika esbozaba una leve sonrisa.

– Verás, no creo que estuviera en su casa.

– ¿Y dónde narices ha estado?

– Eso tendrás que preguntárselo a Patrik -dijo Annika antes de darle la espalda y regresar a su despacho.

El hecho de que Patrik pareciese tener una razón justificada para llegar tarde irritó a Mellberg más aún. ¿No podía ser más precavido y salir con más margen de tiempo por las mañanas, por si el coche se resistía a arrancar?

Un cuarto de hora más tarde, Patrik cruzaba su puerta después de haber dado unos golpecitos discretos. Llegaba sin resuello y con las mejillas sonrosadas, y parecía descaradamente contento y despierto, pese a haber hecho esperar a su jefe durante casi media hora.

– ¿Acaso crees que aquí trabajamos media jornada? Y, por cierto, ¿dónde estuviste ayer? ¿No fue anteayer cuando viajaste a Gotemburgo?

Patrik se sentó en la silla que había frente al escritorio y respondió con calma a los ataques de Mellberg.

– Siento llegar tarde. El coche se negaba a arrancar esta mañana y me llevó más de media hora ponerlo en marcha. Y sí, estuve en Gotemburgo anteayer y pensaba comentarte lo que saqué en claro antes de contarte lo que hice ayer.

Mellberg gruñó asintiendo a regañadientes. Patrik le explicó lo que había averiguado sobre la niñez de Alex. Omitió los detalles más desagradables y, al oír la noticia de que Julia era hija de Alex, Mellberg sintió que se le abría la boca de asombro. Jamás había escuchado nada parecido en su vida. Patrik terminó contándole la precipitada partida de Karl-Erik al hospital y cómo consiguió que analizasen la hoja del bloc que se había llevado de casa de Anders. Asimismo, le explicó que la hoja resultó contener una carta de despedida y, consiguientemente, procedió a explicar lo que había estado haciendo el día anterior, y por qué. Finalmente, le hizo una síntesis a un Mellberg insólitamente mudo:

– De modo que uno de nuestros asesinatos ha resultado ser un suicidio y, con respecto al otro, seguimos sin tener ni idea de quién ni por qué. Tengo la sensación de que está relacionado con lo que me contaron los padres de Alex, pero no tengo ninguna prueba ni hechos en que apoyar esa hipótesis. Así que, ya sabes todo lo que yo sé. ¿Tienes idea de cómo debemos proceder en adelante?

Tras un instante de silencio, Mellberg logró recuperar la compostura.

– Bueno, pues vaya historia más increíble. Yo creo que apostaría por el tipo con el que tenía una aventura, más que por rebuscar en un montón de viejos chismorreos de hace veinticinco años. Propongo que hables con el amante de Alex y que, esta vez, le aprietes bien las tuercas. Creo que resultará una explotación mucho más fructífera de nuestros recursos.

Inmediatamente después de que Patrik lo informase de quién era el padre del bebé, Mellberg colocó a Dan el primero en la lista de sospechosos.

Patrik asintió, en opinión de Mellberg, a disgusto, y se levantó dispuesto a marcharse.

– Eh, mmm, buen trabajo, Hedström -dijo Mellberg a su pesar-. Entonces, ¿te encargas tú de eso?

– Por supuesto, jefe, puedes darlo por hecho.

¿No le oyó Mellberg un retintín irónico al decir aquello? Pero Patrik lo miró con expresión inocente y Mellberg desechó la sospecha. El chico tenía sesera suficiente como para reconocer la voz de la experiencia cuando la oía.

El objetivo del bostezo era el de suministrar más oxígeno al cerebro. Patrik tenía serias dudas de que, en su caso, tuviese el menor efecto. El cansancio de la noche anterior, que había pasado dando vueltas en la cama, se le vino encima de golpe y, como de costumbre, habían decidido por mayoría no dormir en casa de Erica. Agotado, miró las montañas de papeles, ya habituales, y tuvo que contener el impulso de tirarlos todos a la papelera. Estaba tan tremendamente harto de aquella investigación… Tenía la sensación de que habían pasado meses, aunque, en realidad, no serían más de cuatro semanas, como máximo. Habían ocurrido tantas cosas y, pese a todo, no se llegaba a ninguna parte. Annika, que pasó ante su puerta y lo vio frotarse los ojos, apareció con una taza de café que le vino de maravilla y la colocó sobre la mesa.

– ¿Se te hace cuesta arriba?

– Sí, tengo que admitir que es difícil. Pero no queda otra solución que empezar de nuevo desde el principio. En algún lugar, entre estos montones de papeles, está la respuesta. Lo sé. Lo único que necesito es una pista pequeña, muy pequeña, que se me ha pasado por alto hasta ahora.

Arrojó el lápiz sobre los papeles con gesto de resignación.

– Y ¿por lo demás?

– ¿Qué?

– Pues eso, ¿qué tal te va la vida, sin contar el trabajo? Ya sabes a qué me refiero…

– Sí, Annika. Sé perfectamente a qué te refieres. ¿Qué es lo que quieres saber?

– ¿Estáis aún en la etapa del bingo?

– ¿Qué es la etapa del bingo?

– Sí hombre, ya sabes, cinco seguidos…

La mujer cerró la puerta con una sonrisa socarrona.

Patrik rió para sí. Sí, bien podría llamarse así, etapa del bingo.

Se obligó a volver a pensar en el trabajo y empezó a rascarse la cabeza con un lápiz mientras cavilaba. Había algo que no encajaba. Algo de lo que Vera le había dicho era falso, sencillamente. Sacó el bloc en el que había ido tomando apuntes durante la conversación con ella y revisó lo anotado palabra por palabra. Una idea empezó a forjarse en su mente. No era más que un simple detalle, pero podía resultar importante. Sacó un papel de entre uno de los montones que tenía en el escritorio. La impresión de desorden era falsa, pues él sabía perfectamente dónde estaba cada cosa.

Patrik leyó el documento con suma atención y cuidado y, cuando terminó, descolgó el auricular.

– Hola, buenos días, soy Patrik Hedstrom, de la policía de Tanumshede. Quería saber si vas a estar en casa dentro de un rato, porque tengo unas preguntas que hacerte. ¿Sí? Estupendo, pues estaré ahí dentro de veinte minutos. ¿Dónde vivís exactamente? Justo a la entrada de Fjällbacka. A la derecha después de la pendiente, la tercera casa de la izquierda. Una casa roja con las ventanas pintadas de blanco. De acuerdo, no creo que sea difícil encontrarla. De lo contrario, os llamaré. Bien, nos vemos dentro de un rato.

Apenas veinte minutos después, Patrik se encontraba ante la puerta. No tuvo el menor problema para encontrar la casa en la que adivinaba que Eilert había vivido con su familia muchos años. Llamó a la puerta con los nudillos y ésta se abrió casi de inmediato dejando ver a una mujer de cara afilada y expresión amargada. Se presentó pomposamente como Svea Berg, la mujer de Eilert, y lo acompañó hasta una pequeña sala de estar. Patrik comprendió que su llamada había desencadenado una actividad febril. En efecto, la mesa estaba puesta con la porcelana fina y, sobre una bandeja, aparecían amontonadas en tres pisos siete clases distintas de dulces. Antes de acabar con este caso, se habría hecho con un buen michelín, suspiró Patrik para sus adentros.

De la misma forma instintiva en que le desagradó Svea Berg, le agradó su esposo, que lo recibió con un par de ojos claros y despiertos y un firme apretón de manos. Notó los callos de sus palmas y comprendió que aquel hombre había trabajado duro toda su vida.

La funda del sofá quedó arrugada cuando Eilert se levantó para saludarlo y, con el ceño fruncido, Svea acudió presta a alisarla, no sin lanzar una mirada de reproche a su esposo. Toda la casa relucía de limpia y ordenada, tanto que costaba creer que estuviese habitada. Patrik se compadeció de Eilert. Parecía perdido en su propio hogar.

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