Carina notó preocupada que no parecía el mismo de siempre. Y no es que ella hubiese abrigado nunca ningún sentimiento afable por el padre de Kjell, pero lo que había hecho por ella y por Per le había asegurado un puesto en la lista de personas hacia las que sentía gratitud.
– Sí, pasa -le dijo encaminándose a la cocina. La mujer advirtió que la escrutaba con detenimiento y, como respuesta a una pregunta no formulada, aseguró:
– Ni una gota desde la última vez que estuviste aquí. Per puede atestiguarlo.
Per asintió y se sentó a la mesa, enfrente de Frans, al que dedicó una mirada mezclada con un sentimiento rayano en la adoración.
– Vaya, ha empezado a crecerte el pelo -comentó Frans jocoso dándole al nieto una palmadita en la mollera rapada.
– Bah -repuso Per avergonzado, pero también él se pasó satisfecho la mano por la cabeza.
– Eso está bien -aprobó Frans-. Eso está bien.
Carina le hizo una tácita advertencia mientras medía los cacitos de café. Y Frans asintió levemente, como confirmándole que no pensaba hablar con Per de sus opiniones políticas.
Una vez hecho el café, Carina se sentó a la mesa y miró a Frans inquisitiva. El bajó la vista hacia la taza y la nuera volvió a reparar en lo cansado que parecía. Pese a que, en opinión de Carina, Frans utilizaba sus fuerzas de forma equivocada, él siempre había sido a sus ojos el paradigma de la fortaleza. Ahora, en cambio, no era el de siempre.
– He abierto una cuenta a nombre de Per -contó Frans al cabo de un instante, aunque aún sin mirarlos a la cara-.Tendrá acceso a ella cuando cumpla veinticinco años, y ya he hecho un ingreso.
– ¿De dónde…? -comenzó Carina, pero Frans la interrumpió alzando la mano y continuó-. Por razones en las que no quiero entrar, ni la cuenta ni el dinero se hallan en Suecia, sino en un banco de Luxemburgo.
Carina enarcó una ceja, aunque no le sorprendió lo más mínimo. Kjell siempre sostuvo que su padre tenía dinero escondido en alguna parte, dinero procedente de alguna de las actividades delictivas que lo habían llevado a la cárcel en tantas ocasiones.
– Pero ¿por qué… ahora? -preguntó.
Frans no parecía querer responder, pero, al final, añadió:
– Si algo me ocurriera, quiero que esto quede resuelto.
Carina guardó silencio. No quería saber más.
– ¡Guay! -exclamó Per mirando a su abuelo con admiración-, ¿Cuánta pasta me toca?
– ¡Pero Per! -profirió Carina en tono recriminatorio. Este se encogió de hombros sin más.
– Mucho dinero -contestó Frans sin especificar más-. Pero, aunque la cuenta está a tu nombre, he impuesto una condición. Por un lado, no puedes acceder a ella hasta que hayas cumplido los veinticinco. Y por otro -y aquí lo señaló con el dedo-, he impuesto una condición en virtud de la cual no podrás tocar el dinero hasta que tu madre considere que eres lo bastante maduro para ello y dé su permiso. Y la condición es válida incluso después de que hayas cumplido los veinticinco. Es decir, si tu madre estima que no eres lo bastante espabilado como para hacer algo sensato con el dinero, no lo verás ni en pintura. ¿Entendido?
Per murmuró algo por respuesta, pero aceptó sin protestar las palabras de Frans.
Carina no sabía qué actitud adoptar ante aquello. Había algo en el comportamiento de Frans, en el tono de voz, que la llenaba de preocupación. Pero, al mismo tiempo, sentía una gratitud inmensa hacia él a causa de lo que hacía por Per. No le importaba de dónde viniese el dinero. Hacía sin duda mucho tiempo que alguien había dejado de echarlo de menos, y si podía servirle a Per en el futuro, ella se mantendría al margen.
– ¿Y qué hago con Kjell? -se inquietó.
Al oír la pregunta, Frans levantó la cabeza y la miró fijamente.
– Kjell no debe saber nada de esto, hasta el día en que Per tenga acceso al dinero. ¡Prométeme que no le dirás nada! ¡Y tú tampoco, Per! -exclamó mirando al nieto con el mismo apremio-, Es el único requisito que os impongo. Que tu padre no sepa nada hasta que sea un hecho consumado.
– Sí, no, claro, mi padre no tiene por qué saber nada -aseguró Per, más bien entusiasmado con la idea de tener un secreto para su padre.
En un tono más relajado, Frans añadió:
– Sé que, seguramente, recibirás algún tipo de castigo por la estúpida ocurrencia del otro día, pero ahora vas a escucharme -dijo obligando a Per a mirarlo a la cara-: Tendrás tu merecido, probablemente te envíen a un correccional. Te mantendrás apartado de los líos, procurarás no acercarte a la mierda en general, cumplirás el tiempo prescrito sin causar problemas, y cuando salgas, no cometerás una sola tontería más. ¿Me has oído? -le habló despacio y con claridad y cada vez que Per parecía vacilar e ir a apartar la mirada, él lo obligaba a sostenérsela.
– Tú no quieres llevar una vida como la mía. Ha sido una porquería, desde el principio hasta el final. Lo único que ha significado algo para mí en esta vida habéis sido tú y tu padre, aunque él no lo creería nunca. Pero es la verdad. ¡Así que prométeme que no te meterás en ninguna mierda! ¡Prométemelo!
– Sí, sí -asintió Per retorciéndose en el asiento. Aunque se veía que había escuchado y que tomaba buena nota de las palabras de su abuelo.
Frans esperaba que aquello bastase. Por experiencia sabía lo difícil que era salir del camino una vez emprendido. Pero, con un poco de suerte, el mensaje habría calado lo suficiente como para darle al nieto un empujón en otra dirección. En aquellos momentos, no podía hacer más.
Se puso de pie.
– Eso era lo que tenía que deciros. Aquí tienes toda la información necesaria para disponer del dinero. -Colocó un documento sobre la mesa, delante de Carina.
– ¿No quieres quedarte un rato? -le preguntó ella sintiendo de nuevo la preocupación de hacía unos minutos.
Frans negó con la cabeza.
– Tengo que hacer. -Empezó a alejarse en dirección a la puerta, pero se volvió en el umbral. Al cabo de un instante de vacilación, musitó quedamente-: Cuidaos -y se despidió con la mano antes de salir a la calle.
En la cocina quedaron Carina y Per. Callados. Ambos con la sensación de haber vivido una despedida.
– Bueno, esto se está convirtiendo en una tradición -comentó Torbjörn Ruud secamente mientras observaba con Patrik el macabro trabajo ya iniciado. Anna se había prestado a quedarse con Maja, de modo que Erica también estaba presente y observaba la excavación con expectación mal disimulada.
– Pues sí. A Mellberg no le ha debido de resultar nada fácil conseguir la licencia -convino Patrik en un tono de insólito encomio para hablar de su jefe.
– Por lo que me han contado, el tipo del juzgado se pasó diez minutos vociferando al teléfono -contó Torbjörn sin apartar la vista de la tumba de la que los sepultureros retiraban capas y más capas de tierra.
– ¿Tendremos que excavarlo todo? -preguntó Patrik con un escalofrío.
Torbjörn negó con la cabeza.
– Si tenéis razón, el chico al que buscáis debería estar el primero. Me cuesta creer que alguien se hubiese molestado en meterlo debajo de los demás -ironizó-. Probablemente no se encuentre en un ataúd, y la ropa nos indicará si es él.
– ¿Cuánto tardaremos en tener un informe preliminar de la causa de la muerte? -intervino Erica-. Si lo encontramos -añadió prudente, por más que pareciera segura de que la exhumación terminaría por darle la razón.
– Me han prometido que lo tendríamos el viernes, o sea, pasado mañana -contestó Patrik-, Estuve hablando con Pedersen esta mañana y lo colocarán el primero de la lista. Se pondrá manos a la obra mañana mismo, y nos dará la información el viernes. Pero será una información preliminar, insistió. Esperemos que, de todos modos, pueda decirnos la causa de la muerte.
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