– Sí, bueno, ni a mis padres ni a Erik ni a mí nos entusiasman los objetos modernos. Mis padres nunca emprendieron grandes reformas en la casa, y mi hermano y yo, tampoco. Además, a mí me parece que fue un período en el que había objetos muy hermosos, así que no veo la necesidad de cambiar ninguno de los muebles por otros más modernos y, para mi gusto, más feos -aseguró acariciando pensativo un escritorio elegantísimo.
Se sentaron en un sofá en tonos marrones. No era muy cómodo, sino que obligaba a quien lo usaba a mantenerse tieso y bien erguido.
– Quería preguntarme algo, ¿no? -inquirió Axel amable, aunque con un tono de impaciencia.
– Sí, eso es -respondió Erica un tanto avergonzada de repente. Era la segunda vez que iba a importunar a Axel Frankel con sus preguntas, cuando el hombre tenía muchas otras cosas por las que preocuparse… Pero, al igual que en la ocasión anterior, resolvió que, ya que se encontraba en su casa, bien podía solventar lo que la había llevado allí.
– Verá, he estado buscando documentación sobre mi madre y, por tanto, también sobre sus amigos: su hermano, Frans Ringholm y Britta Johansson.
Axel asintió, y giraba los pulgares mientras esperaba a que Erica continuase.
– Hubo una persona que se convirtió en parte del grupo.
Axel seguía en silencio.
– Hacia el final de la guerra, llegó a Fjällbacka un joven de la resistencia noruega a bordo del barco de mi abuelo… El mismo barco en el que sé que usted también viajó muchas veces.
Axel la miraba sin pestañear, pero Erica se percató de que se ponía tenso cuando la oyó mencionar aquellos viajes suyos a Noruega.
– Su abuelo era un buen hombre -aseguró Axel en voz baja al cabo de un instante, con las manos quietas sobre las rodillas-. Una de las mejores personas que he conocido jamás.
Erica no conoció a su abuelo y le encantó oír palabras tan elogiosas sobre su persona.
– Tengo entendido que cuando Hans Olavsen vino aquí en el barco de mi abuelo usted estaba prisionero. El llegó en 1944 y, por lo que hemos averiguado, se quedó hasta poco después del final de la guerra.
– Perdone, ¿«hemos averiguado»? -la interrumpió Axel-. ¿Quiénes han averiguado? -interrogó en tono suspicaz.
Erica dudó un instante, antes de responder:
– Me refiero a la persona que me ha ayudado a documentarme, Christian, el bibliotecario de Fjällbacka. Sólo eso. -No quiso mencionar a Kjell y Axel pareció aceptar su explicación.
– Sí, entonces estaba prisionero -confirmó Axel, de nuevo un tanto rígido, como si todos los músculos del cuerpo recordasen de repente a qué los habían expuesto y reaccionasen encogiéndose.
– ¿Llegó a conocerlo?
Axel negó con un gesto.
– No, cuando yo volví, él ya se había marchado.
– ¿Y cuándo regresó usted a Fjällbacka?
– En junio de 1945, en los autobuses blancos.
– ¿Los autobuses blancos? -preguntó Erica, aunque enseguida le acudió a la mente el recuerdo de algo que había aprendido en las clases de historia, y en lo que Folke Bernadotte estuvo involucrado en alguna medida.
– Fue una acción emprendida por Folke Bernadotte [9] -explicó Axel, confirmando así el vago recuerdo de Erica-, Organizó la retirada de prisioneros escandinavos de los campos de concentración alemanes. Eran autobuses blancos con cruces rojas pintadas en el techo y en los laterales, para que no los confundieran con objetivos militares.
– Pero ¿existía el riesgo de que los tomaran por objetivos militares cuando recogían a prisioneros después de finalizada la guerra? -preguntó Erica desconcertada.
Axel sonrió afable ante su ignorancia y empezó a girar los pulgares de nuevo.
– Los primeros autobuses empezaron a recoger presos ya en marzo y abril de 1945, tras una serie de negociaciones con los alemanes. Quince mil prisioneros regresaron a casa en ese viaje. Desde el fin de la guerra, recogieron a otros diez mil en mayo y junio. Yo vine con la última tanda. En junio de 1945. -El cúmulo de datos le otorgó un toque impersonal, pero bajo el tono distante de su voz Erica percibió el eco del horror vivido.
– Pero Hans Olavsen desapareció en junio de 1945. Es decir, debió de partir justo antes de que usted volviera, ¿no?
– Debió de ser cuestión de días -asintió Axel-, Pero me perdonarás si se me enturbia la memoria a la hora de recordar ese dato. Digamos que estaba muy… que estaba extenuado cuando volví.
– Sí, lo comprendo -dijo Erica bajando la mirada. Estar hablando con una persona que había visto los campos de concentración desde dentro le producía una sensación muy extraña-. ¿Le dijo su hermano algo de él? ¿Algo que recuerde? Cualquier cosa. En realidad, no tengo datos que lo confirmen, pero sí la sensación de que Erik y sus amigos salían a menudo con Hans Olavsen mientras estuvo en Fjällbacka.
Axel miró por la ventana, como intentando hacer memoria. Ladeó la cabeza y frunció ligeramente el ceño.
– Creo recordar que hubo algo entre el noruego y su madre, y espero que no le moleste que lo diga.
– En absoluto -aseguró Erica subrayando su respuesta con un gesto-. Hace una eternidad y, además, se trata de una información que ya tenía.
– Vaya, entonces no tengo la memoria tan endeble como a veces temo -repuso sonriendo y volviendo la vista hacia Erica-, Sí, estoy bastante seguro de que Erik me contó que entre Elsy y Hans hubo un romance.
– ¿Y cómo reaccionó ella cuando él se marchó? ¿Recuerda cómo se comportó mi madre después?
– No mucho, la verdad. Aunque, claro, no era la misma muchacha a la que conoció su abuelo. Además, también ella se marchó muy pronto, para estudiar en una «escuela de hogar», creo que se llamaba, si mal no recuerdo. Y luego nos perdimos la pista. Cuando, un par de años más tarde, Elsy volvió a Fjällbacka, yo ya había empezado a trabajar en el extranjero y no venía mucho por aquí. Y Erik y ella tampoco mantuvieron el contacto, por lo que recuerdo. No es nada inusual. Eran amigos de niños y de adolescentes, pero luego, con la irrupción de la vida adulta y sus responsabilidades, la gente se va alejando. -Axel volvió a mirar por la ventana.
– Sí, comprendo lo que dice -reconoció Erica decepcionada. Tampoco Axel parecía poseer información sobre Hans-, ¿Y nadie mencionó nunca adonde se marchó el joven noruego? ¿No le dijo nada a Erik?
Axel meneó la cabeza excusándose.
– Lo siento muchísimo. De verdad que me gustaría ayudarle, pero, cuando volví, no era ni la sombra de mí mismo, y además, tenía otras cosas en las que pensar. Pero supongo que podrá dar con él consultando a las autoridades, ¿no? -sugirió queriendo infundirle esperanzas antes de ponerse de pie. Erica comprendió sus intenciones y se levantó también.
– Sí, ese será el paso siguiente. Con un poco de suerte, lo resolveré todo por esa vía. Tal vez no se mudara muy lejos, ¿quién sabe?
– Bueno, pues le deseo mucha suerte, de verdad -dijo Axel cogiéndole la mano-. Sé perfectamente lo importante que es el pasado para poder vivir en paz con el presente. Créame, lo sé. -Le dio una palmadita en la mano y Erica le sonrió, llena de gratitud al ver que intentaba consolarla.
– Por cierto, ¿ha sabido algo más de la medalla? -le preguntó cuando estaba a punto de abrir la puerta.
– No, por desgracia -negó Erica, que se sentía cada vez más abatida-. Hablé con un experto de Gotemburgo, pero se trata de una medalla demasiado común para poder rastrear en el pasado.
– Vaya, pues siento muchísimo no haberle sido de más ayuda.
– No se preocupe, era un tiro al aire -respondió ella despidiéndose.
Lo último que vio fue a Axel en el umbral, siguiéndola con la mirada. Le inspiraba mucha, muchísima pena aquel hombre. Pero algo de lo que había dicho le dio una idea. Erica echó a andar resuelta en dirección a Fjällbacka.
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