– ¿Qué impresión os causó? He oído que fue algo así como un héroe en su juventud. -Annika miró llena de curiosidad a Martin y a Paula.
– Pues un señor mayor, muy elegante y distinguido -aseguró Paula-. Aunque, claro está, bastante apagado, debido a las circunstancias. A mí me pareció que estaba muy afectado por la muerte de su hermano, no sé si tú compartirás esa impresión -añadió volviéndose hacia Martin, que la corroboró enseguida.
– Sí, a mí me pareció lo mismo.
– Doy por hecho que volveréis a interrogarlo -dijo Mellberg antes de mirar a Martin-, Si no estoy mal informado, has hablado con Pedersen, ¿no? -prosiguió aclarándose la garganta-. Curioso que no haya querido hablar conmigo, más bien.
Martin sufrió un ataque de tos.
– Creo que estabas fuera paseando al perro. Estoy convencido de que su prioridad era informarte a ti.
– Ummm… Sí, bueno, puede que tengas razón. En fin, continúa, ¿qué te dijo?
Martin les ofreció una síntesis de lo que Pedersen le había referido sobre las heridas de la víctima y no pudo por menos de reír cuando explicó:
– Al parecer, Pedersen llamó primero a Patrik y dice que no le sonó como si estuviera totalmente conforme con la vida doméstica. Pedersen le dio el informe completo y, teniendo en cuenta que no costó nada hacer que se pasara por el lugar del crimen, me figuro que no tardaremos en tenerlos aquí a los dos, a él y a Maja.
Annika se rio de la observación.
– Sí, yo hablé con él ayer y, con cierta discreción, me dijo que le llevaría tiempo acostumbrarse.
– Por descontado -resopló Mellberg-. Es una invención absurda. Un hombre hecho y derecho cambiando pañales y preparando papillas. No, debo decir que esa es un área en la que antes estábamos mejor. Los hombres de nuestra generación no teníamos por qué pensar en esas tonterías y podíamos hacer aquello para lo que estábamos hechos, y los niños eran cosa de las mujeres.
– Pues a mí me habría gustado cambiar pañales -intervino Gösta con voz apacible y la vista clavada en la mesa. Martin y Annika lo miraron sorprendidos, pero enseguida recordaron algo que habían sabido recientemente, que él y su difunta esposa habían tenido un hijo que murió inmediatamente después de nacer. Y que, después, no volvieron a tener más hijos. Guardaron silencio y, turbados, evitaron mirar a Gösta. Al cabo de un instante, Annika comentó:
– Pues yo creo que es muy instructivo, vamos. Eso de que los hombres os deis cuenta de cuánto trabajo supone. Yo no tengo hijos -ahora le tocó a ella apenarse-, pero todas mis amigas los tienen y no puede decirse que se hayan pasado la vida tumbadas comiendo bombones mientras han estado criándolos. Así que yo creo que a Patrik le sentará muy bien.
– En fin, a mí no vas a convencerme -porfió Mellberg. Luego frunció el ceño con gesto impaciente y miró los documentos que tenía delante de la mesa. Sacudió el montón de migas y leyó unas líneas, antes de tomar la palabra.
– Bueno, aquí tenemos el informe de Torbjörn y los chicos…
– Y las chicas -se apresuró a añadir Annika. Mellberg dejó escapar un suspiro alto y elocuente.
– Y las chicas… ¡Pues sí que estáis hoy en pie de guerra feminista! ¿A qué hemos venido aquí? ¿Vamos a dedicarnos a la investigación policial, o cantamos Cumbayá y discutimos sobre Gudrun Schyman [3] ? -Mellberg meneó la cabeza contrariado y retomó el hilo.
– Como decía, aquí tenemos el informe de Torbjörn y sus colaboradores. Y yo creo que podemos resumirlo con las palabras «ninguna sorpresa». Hay algunas pisadas y huellas dactilares que debemos comprobar, naturalmente. Gösta, tú te encargarás de recoger las huellas de los dos muchachos para poder descartarlas, y también sería conveniente obtener las del hermano. Por lo demás… -volvió a leer para sí moviendo apenas los labios-…por lo demás, parece incuestionable que recibió en la cabeza un fuerte golpe que le asestaron con un objeto pesado.
– ¿Un solo golpe, nada más? -quiso saber Paula.
– Ummm, exacto. Un golpe, a juzgar por las huellas de sangre de la pared. Estuve comentando el informe con Torbjörn por teléfono y le hice justo esa pregunta. Al parecer, pueden responderla analizando la forma en que aterrizaron en la pared las salpicaduras de sangre. En fin, ellos saben cómo han de proceder, pero la conclusión es clara: un fuerte golpe en la cabeza.
– Sí, y coincide con el resultado de la autopsia -intervino Martin-, ¿Y el arma? Pedersen creía que se trataba de un objeto de piedra muy pesado.
– ¡Exacto! -corroboró Mellberg triunfal, colocando el dedo en medio del documento-. Debajo del escritorio había una pesada escultura, un busto de piedra. Hallaron en ella sangre, cabellos y restos de cerebro, y estoy convencido de que los restos de piedra que Pedersen detectó en la herida coincidirán con los de la piedra del busto.
– Es decir, tenemos el arma homicida. Bueno, pues algo es algo -opinó Gösta en tono sombrío antes de tomar un sorbo de café, que ya se había enfriado.
Mellberg miró a los subordinados que tenía reunidos en torno a la mesa.
– Y bien, ¿alguna propuesta de cómo continuar la investigación? -Lo dijo como si él dispusiera de una larga lista de medidas. Aunque no era ese el caso.
– Creo que debemos hablar con Frans Ringholm. Averiguar algo más acerca de las amenazas.
– Y hablar con vecinos de aquella zona, comprobar si alguien vio algo extraño por la época en la que se cometió el asesinato -prosiguió Paula.
Annika alzó la vista del bloc.
– Alguien debería interrogar a la asistenta de los dos hermanos. Y comprobar cuándo fue la última vez que estuvo limpiando en la casa, si vio a Erik entonces y por qué no ha ido a limpiar en todo el verano.
– Bien -asintió Mellberg-. Y entonces, ¿qué hacéis aquí vagueando, eh? ¡A la calle, a trabajar! -Fijó la mirada en los congregados, y así permaneció hasta que salieron de la habitación. Luego alargó el brazo en busca de otro bollo. Delegar. En eso consistía ser un buen líder.
– Estaban conmovedoramente de acuerdo en que era una pérdida de tiempo ir a clase. De ahí que sólo hiciesen apariciones esporádicas, cuando se terciaba la cosa. Lo cual no sucedía muy a menudo. Aquel día se habían reunido hacia las diez. No había mucho que hacer en Tanumshede. La mayor parte del tiempo la pasaban hablando. Fumando cigarrillos.
– ¿Te has enterado de lo del viejo de Fjällbacka? -preguntó Nicke dando una calada antes de echarse a reír-. Seguro que fueron tu abuelo y sus colegas los que acabaron con él.
Vanessa soltó una risita.
– Bah -respondió Per en tono agrio, aunque no sin cierto orgullo-. Mi abuelo no ha tenido nada que ver. Comprenderéis que no van a arriesgarse a que los pillen sólo por liquidar a un viejo. Los Amigos de Suecia tienen objetivos mejores y más importantes en el punto de mira, tenlo por seguro.
– ¿Has hablado ya con el viejo? ¿Le has preguntado si podemos ir a alguna reunión? -Nicke había dejado de reír y mostraba ahora una expresión ansiosa.
– Todavía no… -reconoció Per a su pesar. Tenía un estatus superior en el grupo por ser nieto de Frans Ringholm y, en un momento de debilidad, les había prometido que intentaría que les permitiesen acudir a una de las reuniones que se celebraban en el local de Uddevalla. Sólo que no se le había presentado aún la ocasión adecuada. Y sabía lo que diría su abuelo. Que eran demasiado jóvenes. Que necesitaban un par de años más para «desarrollar todo su potencial». El no comprendía qué era lo que tenía que desarrollarse. El y sus amigos comprendían el asunto exactamente igual de bien que aquellos que eran algo mayores y que ya habían sido aceptados. Pero si era muy sencillo. ¿Qué era lo que podía malinterpretarse?
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