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Camilla Läckberg: Las huellas imborrables

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Camilla Läckberg Las huellas imborrables

Las huellas imborrables: краткое содержание, описание и аннотация

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En Las huellas imborrables Camilla Läckberg entreteje con maestría una historia contemporánea con la vida de una joven en la Suecia de 1940. El verano llega a su fin y la escritora Erica Falck vuelve al trabajo tras la baja de maternidad. Ahora le toca a su compañero, el comisario Patrik Hedström, tomarse un tiempo libre para ocuparse de la pequeña Maja. Pero el crimen no descansa nunca, ni siquiera en la tranquila ciudad de Fjällbacka, y cuando dos adolescentes descubren el cadáver de Erik Frankel, Patrik compaginará el cuidado de su hija con su interés por el asesinato de este historiador especializado en la Segunda Guerra Mundial. Mientras tanto, Erika hace un sorprendente hallazgo: los diarios de su madre Elsy, con quien tuvo una relación difícil, junto con una antigua medalla nazi. Pero lo más inquietante es que, poco antes de la muerte del historiador, Erika había ido a su casa para obtener más información sobre la medalla. ¿Es posible que su visita desencadenara los acontecimientos que condujeron a su muerte?

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Axel oía aún el sonido del impacto de la pesada piedra contra la piel y los huesos. Después, se acabó. Erik emitió un solo gemido y se desplomó, con los ojos aún abiertos. Pero tras la primera conmoción, tras haber tomado conciencia de lo que había hecho, lo invadió una extraña calma. Lo sucedido era inevitable. Dejó el busto debajo de la mesa, se quitó los guantes ensangrentados y los guardó en el bolsillo del chaquetón. Luego bajó los estores, cerró con llave, se metió en el coche y regresó al aeropuerto, donde cogió el primer vuelo a París. Intentó reprimirlo todo y se volcó en el trabajo, hasta que llamó la policía.

No fue fácil regresar. Al principio no sabía si podría volver a poner un pie en la casa. Pero, cuando aquellos dos agentes tan amables lo llevaron en coche desde el aeropuerto, se serenó y, sencillamente, hizo lo que tenía que hacer. Y, a medida que pasaban los días, firmó una especie de tratado de paz con el espíritu de Erik, cuya presencia aún sentía en la casa. Sabía que Erik lo había perdonado. En cambio, jamás le perdonaría lo que le había hecho a Britta. Cierto que no fue su mano la ejecutora, pero él sabía muy bien cuál sería la consecuencia directa de su llamada a Frans. Sabía lo que hacía cuando le dijo a Frans que Britta iba a desvelarlo todo. Escogió sus palabras y la manera de disponerlas con sumo cuidado. Dijo lo que había que decir para disparar a Frans como un proyectil letal lanzado con total precisión. Sabía que la ambición política de Frans, su ansia de estatus y de poder terminaría actuando. Ya en la conversación telefónica detectó la rabia iracunda que siempre había sido el motor de Frans. De modo que él era tan responsable como Frans de la muerte de Britta. Y eso lo atormentaba. Aún recordaba cómo la miraba su marido. Herman la contemplaba con un amor que Axel jamás había sentido ni de lejos. Y ese amor, esa unión, les había sido arrebatada.

Axel vio despegar otro avión que partía con destino desconocido. Había llegado al final del camino. Ya no había para él lugar alguno adonde ir.

Sintió un gran alivio cuando, tras muchas horas de espera, notó una mano en el hombro y oyó que pronunciaban su nombre.

Paula besó a Johanna en la mejilla y a su hijo en la cabeza. Aún no podía creer que se lo hubiese perdido todo. Y que Mellberg hubiese estado allí.

– Lo siento, lo siento muchísimo -repitió por enésima vez.

Johanna sonrió agotada.

– Bueno, vale que te maldije unas cuantas veces cuando vi que no te localizaba, lo admito, pero comprendo que no tienes la culpa de que te encerraran. Así que me alegro de que estés ilesa.

– Sí, yo también. De que lo estés tú, quiero decir -aclaró Paula besándola de nuevo-. Y el niño es… maravilloso. -La agente admiró de nuevo al pequeño que Johanna tenía en el regazo y se le antojaba imposible que ya estuviese allí. Que por fin hubiese nacido de verdad.

– Toma, cógelo -dijo Johanna entregándoselo a Paula, que se sentó en el borde de la cama y empezó a mecerlo-, Y vaya mala pata que el teléfono de Rita se estropease hoy precisamente.

– Sí, está destrozada -aseguró Paula haciéndole mimos a su hijo recién nacido-. Está convencida de que jamás volverás a dirigirle la palabra.

– Anda ya, ¿cómo iba a saberlo ella? Y, además, al final sí que tuve ayuda -rio Johanna.

– Sí, por Dios santo, ¿quién iba a pensarlo? -se sorprendió Paula, aún perpleja por el hecho de que su jefe hubiese ejercido de director de operaciones en el nacimiento de su hijo-, Y tendrías que oírlo hablar con mi madre en la sala de espera. No para de fanfarronear con todo el mundo de lo «hermosísimo» que es el niño y de lo valiente que has sido tú. O sea, que si mi madre no estaba enamorada de él antes, desde luego lo está ahora que ha hecho posible que su nieto venga al mundo. Madre mía… -exclamó Paula meneando la cabeza.

– Bueno, hubo un momento en que pensé que iba a echar a correr, pero confieso que tiene mejor madera de la que le suponía.

Como si hubiese oído que hablaban de él, tras unos golpecitos en la puerta, apareció Bertil en el umbral, acompañado de Rita.

– Adelante -los invitó Johanna haciéndoles una seña.

– Sólo queríamos ver cómo estáis -dijo Rita acercándose a Paula y a su nieto.

– Claro, si ya hace media hora desde la última vez que vinisteis -ironizó Johanna.

– Tendremos que comprobar si ha crecido. Y si ha empezado a salirle la barba -repuso Mellberg con una sonrisa radiante, mientras se acercaba al pequeño mirándolo con ternura. Rita lo observaba con una expresión que sólo podía significar una cosa: estaba enamorada.

– ¿Puedo cogerlo un poco otra vez? -preguntó Mellberg sin poder contenerse.

Paula asintió.

– Sí, creo que te lo has ganado -afirmó pasándole a su hijo.

Contempló el modo en que Mellberg miraba al pequeño, y cómo Rita los miraba a los dos. Y comprendió que, aunque se le había ocurrido pensar que quizá fuese bueno para su hijo tener un modelo masculino, jamás se habría figurado a Mellberg en ese papel. Sin embargo, ahora que se veía ante esa posibilidad, no estaba tan segura de que fuese una mala idea.

26

Fjällbacka, 1945

Contó con que Erik estuviese en casa. Creía que era importante hablar con él antes de partir. Confiaba en Erik. Había en él algo auténtico, sincero, tras su árida fachada. Y sabía que era leal. Con eso contaba, sobre todo. Porque Hans no podía obviar la posibilidad de que ocurriese algo. Iba a volver a Noruega y, por mucho que la guerra hubiese terminado, era imposible saber qué podría ocurrirle en su país. El había hecho cosas, cometido acciones imperdonables, y su padre había sido uno de los símbolos más destacados de la maldad de los alemanes en el país. De modo que debía ser realista. Debía comportarse como un hombre y tener en cuenta cualquier eventualidad, ahora que iba a ser padre. No podía dejar a Elsy así, sin red protectora, sin apoyo. Y Erik era el único que, según él, podía cumplir esa función. Llamó a la puerta.

No sólo estaba Erik. Suspiró para sus adentros al ver también a Britta y a Frans en la biblioteca, donde todos escuchaban música en el gramófono del padre de Erik.

– Mis padres estarán fuera hasta mañana -explicó Erik sentándose en su lugar habitual, ante el escritorio. Hans se quedó desconcertado en el umbral.

– En realidad, yo venía a hablar contigo -dijo haciéndole una seña.

– ¿Y qué secretos os traéis entre manos, eh? -preguntó Frans en tono provocador, poniendo una pierna en el brazo del sillón en el que estaba sentado.

– Eso, ¿qué secretos os traéis entre manos? -repitió Britta como un eco sonriéndole a Hans.

– Nada, sólo que querría hablar con Erik -insistió Hans.

Erik se encogió de hombros y se levantó.

– Podemos salir un momento -propuso encaminándose a la escalinata del porche. Hans lo siguió y cerró la puerta cauteloso. Se sentaron en el último peldaño.

– Tengo que ausentarme unos días -comenzó removiendo la gravilla con el talón.

– ¿Adónde? -preguntó Erik mientras se subía las gafas, que se empeñaban en escurrírsele nariz abajo.

– A Noruega. Tengo que ir a casa y… arreglar unas cuantas cosas.

– Ajá -respondió Erik con desinterés.

– Y quisiera pedirte un favor.

– Vale -asintió Erik encogiéndose de hombros otra vez. La música del gramófono se oía fuera. Frans debía de haber subido el volumen.

Hans vaciló un instante. Luego anunció brevemente:

– Elsy está embarazada.

Erik no dijo nada y se subió las gafas, que habían vuelto a resbalársele hasta la punta de la nariz.

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