José Somoza - Clara y la penumbra

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En los circuitos internacionales del arte está en auge la llamada pintura hiperdramática, que consiste en la utilización de modelos humanos como lienzos. El asesinato de Annek, una chica de catorce años que trabajaba como cuadro en la obra "Desfloración", en Viena, pone en guardia a la policía y al Ministerio de Interior autriaco, que son presionados por la poderosa Fundación van Tysch para que no hagan público el crimen, ya que la noticia desencadenaría el pánico entre sus modelos y la desconfianza entre los compradores de pintura hiperdramática. Y mientras tanto, Clara Reyes, que trabaja como lienzo en una galería de Madrid, recibe la visita de dos hombres extranjeros que le proponen participar en una obra de carácter "duro y arriesgado"; el reto empieza en el mismo momento de la oferta, ya que la modelo debe ser esculpida también psicológicamente. De esta forma, Clara entra en una espiral de miedo y fascinación, que envuelve también al lector y lo enfrenta a un debate crucial sobre el valor del arte y el de la propia vida humana.

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– Absolutamente cierto -declaró a su vez el Hombre Clave-. Es un orgullo para toda Europa, y para nosotros como ciudadanos europeos, que el señor Van Tysch haya decidido crear sus obras en el Viejo Continente, a diferencia de tantos y tantos artistas emigrantes. Aunque no quiero que mis palabras se entiendan como una crítica hacia estos artistas. Puntualicemos. -Hizo acopio de los últimos caramelos del recipiente y los devoró.

– La Fundación es una herencia de todos los europeos, y todos los europeos debemos cuidarla -completó Knopffer.

Mientras Benoit y Stein devolvían los elogios, Bosch reprimió una sonrisa. Recordaba que Gerhard Weyleb, su anterior jefe, el predecesor de la señorita Wood, le había dicho un día que la verdadera obra maestra de Van Tysch y Stein eran todos los europeos. «Somos sus mejores cuadros hiperdramáticos, ¿no lo comprendes? Ese es el secreto de su increíble éxito.»Harlbrunner, que en aquel instante apoyaba la mano en una de las barnizadas rodillas de la muchacha de la Mesa de frutos secos, se apresuró a intervenir.

– El arte es una prioridad absoluta. Ustedes me perdonarán si no sé expresarme mejor, pero estoy convencido de que el arte es prioritario para Europa.

Y remarcó sus palabras con breves golpes de orador sobre la pequeña rodilla.

Una majestuosa limusina azul oscuro se deslizaba con suavidad de pez grande por la avenida Ludwig Leopold de Munich. El chófer, a kilómetros de distancia de los ocupantes del asiento trasero, llevaba uniforme y gorra con visera. April Wood se sentaba a la izquierda, en actitud pensativa, golpeándose el dorso de la mano con el dedo índice de la otra. Frente a ella tecleaba en un ordenador portátil la secretaria personal de Stein. En el centro, con la cabeza volcada hacia atrás, Stein se echaba gotas de colirio en ambos párpados. Su traje y su medallón de ónice colgado del pecho eran del mismo color negro. Todo el que contemplaba a Jacob Stein aunque sólo fuera una vez se mostraba de acuerdo en cuanto al aspecto: era un fauno. Las cejas protruían en su rostro agrietado, los ojos se hundían bajo bóvedas oscuras, la nariz resaltaba y los labios, gruesos y sensuales, encontraban una fácil ventana entre los rizos de la barba grisácea. Más complicado resultaba determinar cuál era su importancia exacta en la Fundación. Algunos suponían que el Maestro lo dominaba por completo; otros pensaban que él era el verdadero monarca. A Wood no le parecían incompatibles ambas posibilidades. Pero había algo seguro: aquel judío neoyorquino de rostro faunesco y cabeza cuadrada era el principal responsable del éxito del arte HD, el individuo que había convertido el hiperdramatismo en un imperio mundial y en una nueva forma de cultura. Stein había diseñado los primeros adornos y objetos humanos, perfeccionado el sistema de compra y venta de obras, elaborado la producción en serie de copias baratas de cuadros originales y fundado las academias pioneras para lienzos. Con todo, sacaba algún tiempo para pintar, de vez en cuando, sus propias obras maestras.

– Debido a un azar interesante -dijo Stein cerrando la tapa del colirio-, sucede que la excusa que he utilizado esta vez para marcharme de la reunión es rigurosamente cierta, fuschus. El Maestro me espera en Amsterdam para supervisar algunos de los bocetos de «Rembrandt». Por si fuera poco, la preparación del Jacob lucha contra el á ngel, con toda esa pintura en aerosol que llevan las figuras, me ha provocado una conjuntivitis… Ah, gracias, Neve.

La secretaria de Stein se había incorporado y le secaba los ojos con un pañuelo de seda. Después dobló el pañuelo, cogió el colirio y lo guardó todo en un bolso. La operación se desarrolló en completo silencio. Wood, que estaba contemplando los arabescos de la moqueta del coche, apenas vio otra cosa que los finos zapatos de tacón y los morenos empeines sin medias de Neve yendo de aquí allí.

– De modo que confío en que lo que tenga que decirme, señorita Wood, sea importante, galismus -concluyó Stein.

A Stein lo apodaban, en broma, «el Señor Fuschus - Galismus » . Nadie sabía muy bien qué significaban aquellas dos palabras que tanto repetía y Stein nunca había querido explicarlo. Eran parte del argot que empleaba con pintores y lienzos. Sus discípulos hablaban, por contagio, de la misma forma.

– Suspenda la inauguración de «Rembrandt», señor Stein -dijo Wood sin preámbulos.

Stein soltó una tos mientras sus rasgos de fauno se acentuaban.

Fuschus, a la esposa del último inversor que me dijo eso la convertimos en cuadro, ¿no es cierto, Neve? -Neve desnudó una dentadura brillante acompañada de una carcajada sutil y musical que a Wood se le antojó nauseabunda.

– Señor Stein, hablo en serio. Si esa exposición se inaugura, es muy probable que una de las obras sea destruida.

– ¿Por qué? -preguntó el pintor con curiosidad-. Hay más de un centenar de cuadros y bocetos del Maestro repartidos en colecciones y exposiciones públicas por el mundo entero. El Artista podría elegir cualquiera de…

– No lo creo -lo interrumpió Wood-. Estoy convencida de que, se trate de un loco que actúa en solitario o de una organización, El Artista sigue un esquema fijo. Van Tysch, hasta ahora, ha sido el autor de dos grandes colecciones, tres contando con la que va a inaugurarse en julio: «Flores», «Monstruos» y «Rembrandt». El resto de su producción son cuadros sueltos. El Artista ha destruido Desfloraci ó n, que era una de las piezas de la primera colección, y Monstruos, una pieza de la segunda. -Se detuvo y elevó sus ojos límpidos hacia Stein-. La tercera pertenecerá a «Rembrandt».

– ¿Qué pruebas tiene?

– Ninguna. Es una corazonada. Pero no creo equivocarme.

El pintor se contemplaba las uñas de la mano derecha en silencio. Había diseñado cinco pinceles especiales para adosar a aquellas uñas, por eso las conservaba largas y afiladas como las de un guitarrista.

– Sé que puedo atraparlo, señor Stein -agregó Wood-. Pero El Artista no es un simple sicópata: es un verdadero experto, lo ha planeado todo de antemano y se ha movido a una velocidad escalofriante. Ahora va a por un cuadro de la colección «Rembrandt», lo sé, y es preciso que nos defendamos. -De repente la voz de Wood se quebró-. Usted conoce mi forma de trabajar, señor Stein. Ya sabe que no admito errores. Pero, cuando éstos se producen, mi único consuelo es pensar que son imprevistos. Por favor: no me obligue a soportar un error previsible. Suspenda esa exposición, se lo ruego.

– No puedo. Créame que no puedo, amiga mía. La colección «Rembrandt» está casi terminada, la presentación a la prensa será dentro de dos semanas y la inauguración dos días después, sábado 15 de julio, la fecha del cuatrocientos aniversario del nacimiento de Rembrandt. Ya están muy avanzadas las obras de instalación del Túnel en el Museumplein. Además, el Maestro lleva demasiado tiempo con estos cuadros. Está obsesionado, y yo soy el guardián del paraíso de sus obsesiones. Eso es lo que siempre he sido, galismus, y voy a seguir siéndolo…

– ¿Y si le explicáramos al Maestro el peligro que corren sus obras?

– ¿Cree que eso le importaría? ¿Acaso conoce usted a algún pintor que no quiera exhibir sus creaciones debido a que pueden resultar destruidas? Galismus, los pintores siempre creamos para la eternidad, no importa que nuestras obras duren veinte siglos, veinte años o veinte minutos.

Wood contemplaba en silencio los arabescos de la moqueta.

– No voy a decirle nada al Maestro -continuó Stein-. Toda mi vida he actuado de barrera entre la realidad y él. Mis propias obras no son nada comparadas con las suyas, pero me doy por satisfecho habiéndole ayudado a concebirlas, manteniéndolo apartado de los problemas, ocupándome del trabajo sucio… Mi mejor cuadro ha sido, y sigue siendo, lograr que el Maestro continúe pintando. Es un hombre sometido a la dictadura de su propio genio. Un ser inefable, galismus, tan extraño como un fenómeno astrofísico, a veces terrible, a veces dulce. Pero si alguna vez, en algún momento, en algún lugar, ha existido un genio, ése es Bruno van Tysch. Los demás sólo podemos esperar obedecerle y protegerle. Su deber, señorita Wood, es protegerle. El mío es obedecerle… Ah, galismus, qué brillo más hermoso. Neve: mira la piel de tus piernas ahora, mientras el sol te da de costado… Bonito, ¿verdad…? Un poco de amarillo de arilamida disuelto en rosa tenue, un barniz, y quedarías perfecta. Fuschus, me pregunto por qué todavía no se han pintado cuadros para el interior de los coches espaciosos. Con lienzos menores de edad sería posible. Ya hemos diseñado y vendido adornos y objetos que hacen de todo y están en todas partes, pero…

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