José Somoza - Clara y la penumbra

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En los circuitos internacionales del arte está en auge la llamada pintura hiperdramática, que consiste en la utilización de modelos humanos como lienzos. El asesinato de Annek, una chica de catorce años que trabajaba como cuadro en la obra "Desfloración", en Viena, pone en guardia a la policía y al Ministerio de Interior autriaco, que son presionados por la poderosa Fundación van Tysch para que no hagan público el crimen, ya que la noticia desencadenaría el pánico entre sus modelos y la desconfianza entre los compradores de pintura hiperdramática. Y mientras tanto, Clara Reyes, que trabaja como lienzo en una galería de Madrid, recibe la visita de dos hombres extranjeros que le proponen participar en una obra de carácter "duro y arriesgado"; el reto empieza en el mismo momento de la oferta, ya que la modelo debe ser esculpida también psicológicamente. De esta forma, Clara entra en una espiral de miedo y fascinación, que envuelve también al lector y lo enfrenta a un debate crucial sobre el valor del arte y el de la propia vida humana.

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La señorita Wood se había inclinado hacia adelante para examinar la parte baja de la espalda del adorno, donde estaba la firma. El adorno aguardaba de pie a que ella finalizara la exploración. Su etiqueta indicaba que podía ser tocado, y Wood deslizaba una mano por la cintura y el inicio de los glúteos brillantes de bronce. Su expresión, con el ceño fruncido, era la de quien valora de forma experta la porcelana de un jarro. Al tiempo que hacía esto, respondió a la observación de Bosch.

– Ésa es la mejor teoría. Pero mi pregunta es d ó nde est á . La policía ha peinado la zona en varios kilómetros, Lothar. Han usado perros y todo un sofisticado equipo de rastreo. ¿Dónde se encuentra el cadáver de Díaz? ¿Y dónde lo asesinaron? No ha aparecido ni un solo indicio en la furgoneta: ni señales de lucha, ni una gota de sangre. Piensa esto por un momento: destroza el cuadro y pierde tiempo en quitarle la ropa al aire libre corriendo el riesgo de que alguien lo descubra. Pero, en cambio, ha diseñado un plan minucioso para escapar haciendo recaer todas las sospechas en el agente de Seguridad que custodiaba el cuadro. ¿Te suena lógico?

– Debo admitir que no.

Wood dejó de tocar el trasero del adorno, elevó el brazo, cogió la etiqueta del cuello y tiró de ella haciendo que el adorno se inclinara para que ella pudiese leerla. En la etiqueta, además del nombre del modelo, figuraban los datos del artesano y de la pieza. Bosch sabía que la señorita Wood compraba adornos y utensilios para su casa de Londres. La venta de artesanía humana estaba oficialmente prohibida, pero los adornos seguían vendiéndose y mucha gente de cierto nivel los compraba de la misma forma que adquirían drogas blandas.

Después de leer los datos, Wood soltó la etiqueta y el adorno se incorporó, dio media vuelta en la oscuridad y salió sin hacer ruido pisando la mullida alfombra negra con sus pies descalzos. La señorita Wood hizo una mueca al probar su café caliente.

– Estoy segura de que Díaz ha muerto -afirmó-. El problema consiste en encajar su muerte con todo lo demás.

– Nos quedan la Competencia y los Adversarios. -Bosch hojeó sus papeles-. Debo reconocer que aquí me pierdo, April. No encuentro nada probable. Los líderes del BAH, por ejemplo, son unos pobres diablos. Ya sabes que Pamela O'Connor escribió un libro sobre Annek…

The truth about Annek Hollech -asintió Wood-. Es una idiotez pretenciosa. En realidad, toma como ejemplo el caso de Annek para denunciar la utilización de modelos menores de edad en cuadros supuestamente obscenos.

– También estamos investigando a la Asociación Cristiana Contra el Arte Hiperdramático; la Sociedad Internacional de Tradición y Arte Clásico; la Sociedad Europea Contra el Arte Hiperdramático…

– Faltan los competidores reales -dijo Wood-. Art Enterprises, por ejemplo, se ha convertido en un serio enemigo. Stein asegura que harían cualquier cosa por jodernos, y ya lo están haciendo, de hecho: nos quitan inversores. Imagina por un momento que lo de Desfloraci ó n forme parte de un plan a gran escala de desprestigio de nuestro sistema de Seguridad.

– Esa teoría no encaja con lo sucedido. Un disparo en la cabeza hubiera logrado el mismo resultado. ¿Por qué emplear ese sadismo?

– ¿A qué te refieres exactamente?

A Bosch le horrorizó aquella pregunta.

– Por Dios, April, la cortó con… Tengo aquí los informes de la autopsia. Me los ha enviado Braun esta mañana. Mira estas fotos… Las pruebas de laboratorio lo han confirmado: utilizó un cortalienzos portátil… ¿Sabes lo que es…? Una sierra de mango cilíndrico y bordes dentados no mayor que mi mano. Los artistas que aún trabajan con telas y los restauradores de pinturas antiguas lo emplean para modificar la forma y tamaño de los lienzos. Es un artilugio potente: usando las cuchillas adecuadas puedes cortar por la mitad una mesa de mediano grosor en cinco segundos… Le hizo diez cortes con eso, April…

Wood había encendido un cigarrillo ecológico. El humo verde oscuro, resultado de una brusca producción de vapor de agua coloreada y en modo alguno perjudicial para la salud, ascendió al techo. Bosch recordó la época en que se habían puesto de moda aquellos falsos cigarrillos para dejar de fumar. A él, que había logrado dejar el vicio haciendo uso de los clásicos parches, aquel método se le antojaba de una artificiosidad deplorable.

– Míralo de esta forma -dijo ella-. Quieren que la opinión pública piense que Óscar Díaz estaba loco de atar. Ya sabes: si contratamos a sicópatas para vigilar nuestras obras más célebres, entonces ¿quién podrá fiarse de nosotros, etcétera, etcétera?

– Pero, si eso es lo que pretendían, ¿por qué no la mataron antes de cortarla, por amor de Dios? La autopsia dice que la sedó con una inyección intramuscular de neuroléptico de mediana intensidad a través de una aguja clavada en el cuello. Seguramente usó una pistola hipodérmica. La dosis bastaba para impedir que se defendiera, pero no para anestesiarla. No lo entiendo. Quiero decir… Y perdona, April, que insista, pero me parece… Si sólo deseaba montar una escena, ¿por qué llegar a este punto…? El crimen hubiera sido igual de horrible, pero… tendría…, habría… Es decir, imagínate que quiero fingir que ha sido la obra de un sádico… Bueno, pues primero la elimino, le administro una inyección de algo, la anestesio… Después hago todo lo demás… Pero hay un límite que nunca… El dinero no tiene nada que ver con eso, April. No ganaré m á s dinero haciendo eso. Hay un límite que…

– Lothar.

– ¡No me digas que lo hizo s ó lo por dinero, April! ¡Me estoy volviendo viejo, de acuerdo, pero no chocheo todavía! Y tengo experiencia: he sido inspector de policía, conozco a los criminales… No son tan sádicos como los pintan las películas. Son seres humanos… No estoy diciendo que no haya excepciones, pero…

– Lothar.

– ¡Ese tipo no quería engañar a nadie: quiso hacer lo que hizo y de la manera en que lo hizo! ¡No nos enfrentamos a ningún maldito negocio de la competencia: estamos persiguiendo a una alimaña…! ¡Le cortó la cara y la dejó retorcerse mientras se preparaba para… para cortarle el pecho…! ¿Quieres que te lea el informe de…?

– Lothar -repitió aquella voz grave y cansina-. ¿Puedo hablar ya?

– Disculpa.

Bosch recuperaba a duras penas el control. «Venga, viejo, cálmate. ¿Qué coño te pasa?»La señorita Wood presionó el cigarrillo contra el cenicero. Retiró la mano y dejó sobre la superficie una cosa verde, una habichuela destrozada y humeante. Expelió el resto del vapor por la nariz. Vapor Venenoso de Dragón.

– Era un cuadro. No le des más vueltas, Lothar. Desfloraci ó n era un cuadro. Te lo demostraré. -Cogió una de las fotos de estudio de Annek con un gesto rápido y la alzó frente a Bosch-. Parece una adolescente, ¿no? Tiene la forma de una adolescente, hablaba y se movía como una adolescente cuando estaba viva. Se llamaba Annek. Pero si realmente hubiera sido una adolescente no habría valido ni quinientos dólares. Su muerte no habría interesado al Ministerio del Interior de un país extranjero, ni movilizado a un ejército completo de policías y comandos especiales, ni ocasionado discusiones de alto nivel en dos capitales europeas, ni provocado que nuestros cargos en la Fundación estén en la cuerda floja. Si esto fuera una niña, ¿a quién coño le hubiera importado lo que le ocurrió? A su madre y a cuatro policías aburridos del distrito del Wienerwald. Todos los días suceden cosas así en el mundo. Las personas mueren atrozmente a nuestro alrededor y a nadie le importa. Pero la muerte de esta niña sí que ha importado. ¿Sabes por qué…? Porque esto, esto -agitó la foto-, que en apariencia es una niña, no es una ni ñ a. Costaba más de cincuenta millones de dólares. -Pronunció lentamente, haciendo pequeñas pausas-. Cincuenta. Millones. De dólares.

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