José Somoza - Clara y la penumbra

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En los circuitos internacionales del arte está en auge la llamada pintura hiperdramática, que consiste en la utilización de modelos humanos como lienzos. El asesinato de Annek, una chica de catorce años que trabajaba como cuadro en la obra "Desfloración", en Viena, pone en guardia a la policía y al Ministerio de Interior autriaco, que son presionados por la poderosa Fundación van Tysch para que no hagan público el crimen, ya que la noticia desencadenaría el pánico entre sus modelos y la desconfianza entre los compradores de pintura hiperdramática. Y mientras tanto, Clara Reyes, que trabaja como lienzo en una galería de Madrid, recibe la visita de dos hombres extranjeros que le proponen participar en una obra de carácter "duro y arriesgado"; el reto empieza en el mismo momento de la oferta, ya que la modelo debe ser esculpida también psicológicamente. De esta forma, Clara entra en una espiral de miedo y fascinación, que envuelve también al lector y lo enfrenta a un debate crucial sobre el valor del arte y el de la propia vida humana.

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– No, gracias, Paul. Tómatelo tú, te va a hacer falta. Porque ahora viene lo más gracioso.

Bosch y Benoit la miraron.

– La furgoneta se encontraba a cuarenta kilómetros al norte de la zona en que hallaron el cuadro, oculta entre los árboles. El localizador estaba desactivado, como suponíamos. En la parte trasera había un plástico ensangrentado. Quizá lo usó para envolver la obra después de hacerla trizas y poder así arrastrarla por la hierba sin mancharse. Y en la vereda había huellas de otros neumáticos, al parecer un turismo. Tenía otro coche esperándolo ahí, claro. El señor Don Listo lo ha planeado todo muy bien.

Me duele, se ñ or De Baas. Digamos que me duele. Puedo soportarlo, pero me duele.

Era la voz de Orqu í dea imaginaria. Se hallaba en el gimnasio para lienzos del Museumsquartier adoptando una posición clásica de tensión: de pie, doblada sobre sí misma, con las manos en las pantorrillas y la cabeza entre las corvas. Para filmar su rostro, la cámara tenía que situarse a su espalda casi a ras del suelo. Por supuesto, la cara de Orqu í dea aparecía al revés en la pantalla.

– Pero ¿te duele sólo cuando adoptas la postura, Shirley? -preguntó De Baas.

Benoit no miraba hacia los monitores sino a Wood. Parecía repentinamente irritado.

– April, ¿dónde se ha metido Díaz, por el amor de Dios? Ese tipo es un simple empleado de custodia. ¡No puede haber montado un plan de ese calibre! ¿Dónde está Óscar Díaz?

– Haz girar un globo terráqueo y pon un dedo, Paul. A lo mejor aciertas.

– No me sientan bien las bromas últimamente, te lo advierto.

– No es una broma. Desde que destrozó el cuadro hasta que comenzamos a buscarlo pasaron varias horas. Si tenemos en cuenta que disponía de otro coche y si añadimos documentación falsa, puede estar en cualquier sitio del planeta.

Ay, ahora mismo el dolor es… uf…

– No lo aguantes, Shirley. No trates de aguantarlo, porque no vamos a poder saber cuánto te duele… Estoy notando el esfuerzo que haces… Déjate llevar. Expresa el dolor que sientes…

– Tenemos que encontrar a esa colombiana -murmuró Benoit entre dientes.

– Eso parece más factible -dijo la señorita Wood-. Thea acaba de llamarme desde París. Nuestra querida Briseida Canchares está en casa de Roger Levin, el hijo mayor de Gastón.

– ¿El marchante? -Benoit se pasó una mano por el rostro-. Todo se complica cada vez más…

Tengo que su - su - superarlo, se - se - se ñ or De Ba - a - a - aas… So - so - soy un cuadro, se - se - se ñ o - o - o - or De Ba - a - a-aaaaaas…

– No, no, no, Shirley. Eso es un error. No puedes superar tu dolor. Quiero que lo expreses… Vamos, Shirley, no lo aguantes más: grita si es preciso…

– Roger y la chica asisten esta noche a una de esas fiestas sorpresa que organizan los Roquentin para atraer clientes y comerciar con cuadros ilegales. Pero la sorpresa se la van a llevar cuando regresen a casa. -Wood miró su reloj-. Thea me llamará de un momento a otro.

– Grita, Shirley. Todo lo fuerte que puedas. Quiero oír cuánto te duele la espalda…

N-n-n-n-n… N-n-n-n-n-n-n-nnnnnnn…

Bosch observaba los monitores. Un llanto seco arrugaba la frente del lienzo (estaba imprimada y carecía de lágrimas). Sus rodillas, al lado de la cara, temblaban. Benoit y Wood eran las únicas personas de la habitación que no prestaban atención a lo que ocurría en las pantallas. La Mesilla tampoco miraba, pero la Mesilla era un adorno.

– April: asústala lo suficiente -indicó Benoit-. A ella y al imbécil del hijo de Levin, si es preciso.

Wood asintió.

– Tenemos previsto asustarlos tanto que se harán pipí encima, Paul.

– ¿Romberg está en Viena?

– Romberg está en Checoslovaquia por el asunto de las copias falsas. La semana pasada localizamos un boceto espurio de una de las figuras de Pareja y le quitamos las ganas de seguir participando en falsificaciones. No creo que nos denuncie, pero el asunto es delicado.

– ¿No lo ves, Shirley? ¡Te duele demasiado! Voy a contar hasta tres. Entonces lanzarás un grito, ¿de acuerdo…?

– April, deja las copias falsas por el momento. Este tema es prioritario.

– ¿Desde cuándo eres también el director de Seguridad, Paul?

– No es eso, April, no es eso…

– ¡Con todas tus fuerzas…! Un verdadero aullido, Shirley…

– La policía austríaca está buscando a Díaz hasta debajo de la alfombra del ministro del Interior -dijo Wood-. No creo que sea necesario invertir más hombres y dinero en un trabajo que ellos pueden hacer por nosotros. El hecho de que los perros nos traigan la presa no quiere decir que los cazadores sean ellos, Paul.

– Dos…

– De acuerdo, hagámoslo a tu modo, April. Sólo quiero…

– ¡Tres!

¡¡ Aaaaaaaaa AAAAAAHHHH…!!

Era extraño y fascinante ver un rostro gritando cabeza abajo: en la cúspide, bajo una frente piramidal y minúscula, un enorme ojo ciego con un tentáculo rosa; en la base, dos brechas apretadas entre arrugas. Salvo la Mesilla, todo el mundo se llevó las manos a los oídos.

– ¡Mierda, Willy! -exclamó Benoit-. ¿No puedes ponerle un bozal a esa imbécil? ¡Así es imposible hablar!

Willy de Baas se apartó del micrófono y desconectó el sonido de los altavoces.

– Lo siento, Paul. Es Shirley Carloni. En abril se tronchó y la operamos, ¿recuerdas? Pero no quedó bien.

Bosch recordó que aquella expresión -«troncharse»- se había hecho popular entre los miembros del equipo de Conservación de «Flores». Servía para designar el problema más grave que podían sufrir las obras: las lesiones de columna.

– Retírala una semana, suspende los flexibilizadores, aumenta los analgésicos y llama a los cirujanos -dijo Benoit.

– Es lo que pensaba hacer.

– Pues hazlo, y baja el volumen de tu magnífico altavoz, por favor… ¿Qué iba diciendo…? April: no quiero supervisar tu trabajo, no te confundas. Sabes hasta qué punto confiamos en ti. Pero este problema es… digamos… un tanto especial. Ese cabrón no ha destruido a una adolescente, sino a un patrimonio de la humanidad.

– Me hago cargo, Paul -dijo Wood con una sonrisa.

– Te haces cargo, muy bien, yo también me hago cargo. Todos nos hacemos cargo en esta artística empresa, April. Podemos decirle eso a las compañías de seguros, si quieres: «Nos hacemos cargo». También podemos decírselo a nuestros inversores y clientes particulares: «No se preocupen, nos hacemos cargo». Después les organizamos una cena en un salón decorado con diez desnudos de Rayback y cincuenta bellos adornos haciendo de mesas, floreros y sillas al estilo Stein, los dejamos boquiabiertos y les pedimos más dinero. Pero ellos nos dirán, y con razón: «Vuestros decorados son sublimes, pero si un agente de vuestro equipo de vigilancia puede destruir una obra valiosa impunemente, ¿quién querrá asegurar más obras en el futuro? ¿Y quién pagará por poseerlas?».

Benoit gesticulaba sosteniendo la taza vacía. La Mesilla llevaba cierto tiempo esperando a que depositara la taza sobre la tabla, pero Benoit, distraído, no se daba cuenta. El adorno no decía ni hacía nada: sólo aguardaba sentada sobre sus talones, concentrada en el equilibrio. Su vientre, al respirar, hacía oscilar la tetera. Observando la escena, a Bosch le entraron unas insólitas ganas de reír.

– Esta empresa está montada sobre la belleza -decía Benoit-, pero la belleza no es nada sin el poder. Imagínate a todos los esclavos muertos y al faraón teniendo que transportar él solo los pedruscos…

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